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MILAGROSO AMOR por mitarai makosla

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Notas del fanfic:

     SÓLO ESPERO QUE LES GUSTE. Y DEJEN REVIEWS

Notas del capitulo: AQUÍ VA EL PRIMERO GOCENLO.
    

     Era una época antigua a la nuestra, había pequeños poblados dispersos en todo el país cuyo nombre no quiero revelar. El castillo era una obra de arte de la construcción, la influencia gótica se dejaba mucho notar en sus techos, sus paredes, sus habitaciones. La ciudad de tan gran país estaba a unos pocos minutos del castillo viajando en carreta. Ahí, se dividían secciones que pertenecían a los plebeyos y a los nobles.

      -buenos días Amo Launberg – saludó el mayordomo entrando a la elegante habitación de su señor quien dormía remetido entre las suaves sábanas de su amplia cama. – Ha amanecido bellamente el día de hoy, le abriré los cortinajes y en un momento le traerán el desayuno – dijo el trajeado y propio.

     -no quiero comer, y tampoco quiero despertar, cierra las cortinas, no quiero que entre nada de luz, me lastima los ojos. – refunfuñó la voz debajo de las sábanas.

     -eso no será posible señor, hoy recibirá una visita por la tarde, Sir Grandel ha anunciado que vendrá a verle. – contestó amable el mayordomo y con una simpática sonrisa, él alo mucho tendría 30 años, no era una persona vieja, pero él ya no se consideraba muy joven.

     -no quiero recibir a ese payaso, lo único que hará es burlarse de mí cuando me vea – contestó esa voz bajo las sábanas.

     -Amo, usted y el señor Grandel no se han frecuentado en más de 10 años, yo opino que será agradable para usted verle de nuevo después de haber sido compañeros de estudios, y no se burlará de usted, usted es una persona muy respetable.

     -estoy cansado de que me repitas eso todas las mañanas Ethan. – le dijo.

     -el señor Grandel ha venido de muy lejos sólo para verle…

     -no lo recibiré, y no pienso levantarme. – el mayordomo Ethan dio un largo suspiro al escuchar tal respuesta tan maleducada.

     -bien, pero por lo menos permítase comer y deje que lo vista, no se pensará pasar todo el día en pijama ¿o sí? – luego de la amable insistencia las sabanas se movieron con la pesadez de los brazos de quien estaba acostado; los rayos del sol que entraban por el gran ventanal de la habitación acariciaron su negra cabellera larga y lacia, aunque bastante enmarañada; tocaron delicadamente su terso rostro fino y delicado, luego, Edward Launberg abrió lentamente sus hermosos ojos tan aceitunados para que la luz no le lastimara tanto.

     -¿lo ve? Es una mañana muy bella – dijo nuevamente el mayordomo.

     -para mí es igual que ayer, y la mañana anterior, y la anterior… deseo morirme ya… - dijo ahora con un tono deprimido luego de ver el claro cielo matutino.

     -bien, su baño ya está listo, desayune primero y en un momento volveré para ayudarle a bañarse y vestirse.

     -no tengo hambre.     -debe comer por su bien, de lo contrario…

     -que coma bien no me hará caminar Ethan – dijo triste y enojado. El mayordomo no supo qué contestar a eso, no sabía si sería correcto responder.

     -aquí está su desayuno, Amo por favor coma todo lo de la bandeja y ale de la cuerda cuando termine para venir a bañarlo – pidió cortés.

     -¿ajustaron mi silla como lo pedí? Ayer estaba un poco rígida de la rueda derecha.

     -justo como lo ordenó, también le cambié los cojines.     -retírate entonces.

     -sí Amo Edward, llame cuando termine. – dicho esto el mayordomo salió de la elegante habitación cerrando la puerta en silencio y con cuidado. Edward Launberg tenía 23 años de edad y era incapaz de mover sus piernas desde hacía varios años atrás, lo que le hizo volverse grosero, altanero e insensible hacia todos. Estiró su cuello para lograr mirar el jardín bajo el gran ventanal, pero lo único que podía ver era una pequeña línea verde por encima del marco de la ventana, ahí estaba el jardín; quería verlo, pero sabía que si lo hacía se enojaría por no poder caminar entre los arbustos y los árboles que rodeaban el extenso jardín. Reacio al ver la fina comida sobre la bandeja, se dispuso a comerla sintiendo en su boca un sabor amargo en todo momento, él pensaba que ese tan recurrente sabor amargo venía desde su corazón, seco y cerrado para todos, incluso para él mismo.

       Durante el baño, Edward se limitó a decir una sola palabra, odiaba que su mayordomo tuviese que bañarle, vestirle, depender completamente de él, aún sabiendo que Ethan le servía fielmente y amable en todo momento.

     -Amo ¿está seguro de que no desea recibir al señor Grandel? – le preguntó mientras le terminaba de vestir y le ayudaba a sentarse en la silla de ruedas.

     -he dicho que no le recibiré; en cuando llegue despídele.

     -pero señor…

     -no me contradigas Ethan, obedéceme y despide a ese payaso de Grandel en cuanto llegue.

     -sí señor. – aceptada la fría orden, el mayordomo Ethan salió de la habitación. Edward se dirigió con la silla de ruedas hasta un escritorio detrás del cual había un librero de baja estatura, diseñado para que pudiese tomar cualquier libro sin necesidad de ayuda. Tomó un libro cualquiera, no le importó de qué tratase y comenzó a leerlo junto al ventanal que en todo momento se mantenía cerrado, él no quería sentir el viento, odiaba al viento porque sentía como el cálido aire le incitara a correr por los jardines, cosa que él no podía hacer.

       Pasadas unas horas. La lectura de Edward se vio interrumpida, cosa que le molestó. Por fuera de la habitación se escuchaban venir dos personas. Identificó la voz de su mayordomo diciendo: - ¡deténgase por favor! ¡Mi señor Edward no puede recibir visitas hoy! – sus pasos se acercaban rápidamente por el pasillo fuera de la habitación. Luego, se escuchó la voz de otro hombre responder: - ¿dice que no puede recibir una visita que se anunció hace dos semanas? Me anuncié hace bastante tiempo como para que se me niegue verlo – contestó esa voz que sonaba no enojada sino despreocupada y alegre. Edward supo inmediatamente que se trataba de ese molesto Grandel, no quería que lo viera así, pues, hasta donde él sabía, Grandel no estaba enterado de su condición. Tomó rápidamente una ropa de cama que estaba doblada sobre ella y se la puso sobre las piernas cubriendo lo más posible las ruedas de su silla, luego se dirigió nuevamente al escritorio donde continuó con su lectura. La gran puerta de su habitación se abrió de golpe dejando ver por fin a ese hombre Grandel; todo un caballero de apenas unos 24 años, vestido en elegantes ropas su cabello era corto y dorado, le acompañaban unos encantadores ojos verdes que brillaban alegres igual que su cabello; de un lado de su cintura pendía su espada con la empuñadura de sólido oro y preciosas gemas incrustadas.

     -¡Edward! – le llamó con una voz eufórica y feliz.     -¡Amo por favor perdóneme, el señor Grandel fue muy insistente! – se disculpaba apenado el mayordomo.     -hablaré más tarde contigo Ethan retírate – le indicó enfadado.

      -si señor, como usted indique, con su permiso. – dijo y se fue cerrando la puerta.

     -es agradable tu mayordomo parece que se preocupa mucho por mantenerte complacido con su trabajo – dijo el alegre y apuesto hombre.

     -¿qué haces aquí Víctor? – preguntó molesto de verle.

     -“¿qué haces aquí?” ¿Eso es lo que tienes que decirme luego de 11 años de no vernos?

     -mi mayordomo te dijo claramente que no quería recibir visitas.

     -no es cierto, él dijo que no podías, tú acabas de decir que no querías, motivo por el cual me quedaré y tendrás que soportarme. ¡Pero cuéntame hombre! ¿Qué has hecho? Jamás fuiste a las fiestas reales, esperaba verte incluso en la fiesta que dio la condesa Rémington en su mansión en Verona pero tampoco fuiste sólo vi a tu padre, iba a preguntarle por ti pero en ningún momento lo vi con el tiempo para hablar, estaba muy ocupado hablando con su Majestad y por supuesto que yo no habría querido interrumpir. 11 años son mucho tiempo, ¡oye sí que te ves muy cambiado! Tu cabello está largo, yo corto el mío porque me desespera tener que estar peinándolo a cada momento…

     -¡Víctor! – le llamó interrumpiendo su hablar que parecía no tener fin.

     -¿si? – atendió su llamado con propiedad.

     -¿no entiendes que no quiero recibir a nadie? No he ido a ninguna fiesta porque no quiero ver a nadie, así que por favor vete. – le dijo fríamente.

     -ah… o sea que sí era cierto que no querías verme…

     -así es.

     -¿y por qué? – preguntó en ese tono despreocupado y tan simpático mientras se sentaba en la silla del otro lado del escritorio.

     -¿en serio nunca te enteraste? ¿En dónde has estado?     -pues he estado aquí y allá, sabes que siempre me ha gustado viajar a muchos lugares, estuve en china incluso, es un lugar con muchos lugares muy bellos. Y ¿qué quieres decir con eso de que no me he enterado? ¿De qué no me he enterado?

     -no te importa.

     -qué altanero te has vuelto. Cuando tomábamos clases juntos eras muy alegre.

     -¡no me digas que soy altanero!

     -entonces no actúes así. – respondió sonriente. Edward se sorprendió al ver que Víctor no parecía ofendido ni molesto por su actitud hacia con él.

     -¿a qué has venido?

     -pues a verte, nos llevábamos tan bien en la academia, y después de terminadas las clases ya no supe nada de ti, te escribía y no contestabas, así que decidí venir.

     -entonces ya puedes irte.

     -¿eh? Pero he venido para ver cómo estabas, platicar y todo eso, no te e visto en 11 años y ahora me corres a los 10 minutos de la visita.

     -sólo querías verme ¿no? Ya lo hiciste por favor vete.     -Edward… ¿estás bien? – le preguntó, pero ahora habló con una voz seria y preocupada.

     -¡¿deja de preguntar eso?! – gritó colérico retrocediendo bruscamente con su silla y quitando la cobija que se había puesto en cima. - ¡mírame! ¡Soy un esclavo! ¡Mírame y vuélveme a preguntar si estoy bien! – finalmente explotó en una rabieta. Víctor se sorprendió al ver su estado, pero luego recobró esa despreocupada sonrisa.

     -¿estás bien? – preguntó sonriente.

     -¿qué a caso estás ciego?

     -no, mi prima si lo está, ah pero ella es una santa, canta como todo un ángel a mi tío Albert le encanta cuando entona las canciones que ella misma inventa…

     -¡ya cállate!

      -¿quieres decirme qué pasó?

     -no.

     -muy bien… - dijo poniéndose de pie y dirigiéndose a la cama. - ¿oh? ¿Con esta cuerda es con la que llamas a tu mayordomo? – preguntó señalando la cuerda que pendía junto a la cama.

     -sí ¿por qué? – sin contestar Víctor tiró de la cuerda y en segundos el mayordomo  asistió.

      -a la orden – dijo entrando a la habitación.

     -eres el mayordomo que atiende día y noche a este altanero ¿verdad? – preguntó Víctor sonriente, enfureciendo a Edward desde su silla tras el escritorio.

     -por favor no se refiera con esas palabras a mi señor – expresó el mayordomo.

     -¿cómo te llamas?

     -Ethan para servirle.

     -Ethan, ¿puedes traernos un poco de té y unos bocadillos?

      -sí por supuesto.

     -¡oye espera! Te he dicho que te vayas ya, nada te da derecho a servirte en mi casa. – exclamó Edward.

     -¿me vas a decir que ya no acostumbras el té caída la tarde? En la academia te encantaba tomar el té a estas horas del día.

     -odio el té.

     -sé que no es cierto, así que por favor Ethan, tráenos algo te té, que sea de rosas si es que tienes por favor. – el mayordomo volteó a ver a su señor para conseguir la aprobación, Edward simplemente frunció el seño como diciendo: “trae el té para que este payaso se vaya pronto” así que servilmente fue por el té y unos bocadillos.

     -es falta de cortesía que des órdenes a los sirvientes de una casa que no es la tuya – dijo Edward molesto y dirigiéndose junto al gran ventanal, podía ver los jardines de su mansión, los miraba con envidia y en sus ojos también había una tristeza que se esforzaba por esconder.

     -bueno, también es falta de cortesía no querer recibir a una visita que se anunció con dos semanas de anticipación.

     -perdí el gusto por las visitas hace muchos años. – un corto silencio los invadió por un momento; con una simpática sonrisa en su rostro Víctor caminó hacia el ventanal.

     -¿siempre tienes las ventanas cerradas? Aunque se acerca el invierno los aires de la tarde son muy cálidos, las abriré.

     -no las abras me molesta el aire – protestó, pero no fue escuchado, Víctor abrió los ventanales e inmediatamente un delicado viento les acarició.

     -¿cómo que te molesta el aire? Se siente tan bien.

     -odio el aire porque me pareciera que me dice que salga.

     -¿y por qué no sales?

     -¡¿es que a caso no ves?! ¡No puedo caminar! ¡Soy un inválido!

      -eso no te impide salir a los jardines para respirar algo más el sofocante aire de tu habitación.

     -no puedo salir.

     -claro que puedes, pero no quieres intentarlo. ¿Hace cuánto que no sales siquiera al jardín?

     -10 años.

     -¿cómo fue que pasó?

       -no pienso hablar de eso, no vale la pena.

     -¿has visto doctores?

     -de muchos lugares.

     -¿y qué te han dicho?

     -que jamás lograré caminar otra vez.

     -cuando estuve en Viena conocí a un hombre que es muy buen médico y…

     -¡¿no entiendes?! ¡Ya he intentado todo! Estoy atado a esta silla hasta el día de mi muerte, lo único que me queda es esperar a que ese día llegue pronto. – después de dicho esto, el Mayordomo Ethan entró con una bandeja con té y unos bocadillos dulces.

     -té de rosas – dijo servicial.

     -ah gracias, pero… ¿sería mucho pedir si lo llevan al jardín? Tomaremos ahí el té – dijo alegre Víctor, Ethan se extrañó pues su señor jamás había salido a los jardines. Volteó nuevamente a ver al señor Víctor y tras recibir una cálida y despreocupada sonrisa aceptó la orden comprendiendo que también sería lo mejor para su Amo.

 

       -¡no quiero salir! ¡Me lastima la luz del sol! ¡No quiero salir! – gritaba y gritaba Edward, pero Víctor hacía caso omiso de sus reclamos, se limitó a sonrientemente a llevar al latoso joven en su silla de ruedas hacia el rústico ascensor que lo llevaría a la planta baja; este ascensor había sido puesto especialmente para Edward, pero, en su necedad por jamás salir de su habitación, nunca era usado, por lo que cuando comenzó a descender las cuerdas que lo movían hicieron un siniestro ruido que puso un tanto nervioso a Edward.

     -jamás lo usas ¿verdad? – preguntó Víctor refiriéndose al ascensor.

     -no – contestó cortante y molesto.

        Estaban en una mesilla en el bello jardín. Edward no recordaba la gran cantidad de rosales, árboles, arbustos artísticamente podados y la gran extensión que tenía en su propia mansión; aunque para él ahora todo eso fuese insignificante y hasta repulsivo.

     -ah… (Dio Víctor un hondo suspiro) ¿Apoco no es este aire fresco mejor que el de tu sofocante habitación?

     -siento como si los pulmones me fueran a estallar – contestó indiferente.

     -eso es porque no habías respirado aire puro hace… ¿meses?

     -años.

     -¡¿años?!

     -sí, años.

     -Edward… ¿qué fue lo que pasó? – preguntó nuevamente mientras daba un sorbo a su taza.

     -¡no quiero hablar de eso! – exclamó colérico.

     -bien, pero no necesitas gritar. Mejor prueba el té, de verdad que está delicioso, también los pastelillos… ten cuidado o un día me voy a robar a tu cocinero – dijo con una agradable risa.

     -ya te dije que odio el té de rosas.

     -¿cómo? En la academia recuerdo bien que tú siempre querías tomar té de rosas caída la tarde, justo como ahora. – afirmó llevando una mano a su fina barbilla.

     -¡no es verdad! Eras tú el que siempre me obligaba a tomar este té contigo, nunca me dejabas en paz, siempre haciendo bromas y jamás tomándote las cosas en serio.     -no es cierto… tú eras el que pedía té de rosas, lo recuerdo perfectamente.

     -que no.

     -que sí.

     -¡que no!

     -¡que sí! – mientras Edward gritaba colérico, Víctor lo hacía sonriente y hasta disfrutando de la minúscula riña. Luego, un corto silencio; Víctor dio un lento trago al té para así disfrutarlo más, en tanto, Edward lo bebía indiferente y sin saborearlo.

     -¿sabes qué otra cosa recuerdo mucho, casi todo el tiempo? – preguntó Víctor sonriente y con unos ojos que viajaron al pasado.

     -¿qué? – contestó sin mirarle siquiera.

     -la noche en el dormitorio del hijo del Conde – respondió sonriendo pícaramente y feliz. Al instante de escuchar esto, el rostro de Edward se ruborizó muy notoriamente, pero en su enojo trató de esconder su vergüenza.

     -¡¡¡¿por qué traes a colación algo como eso?!!! ¡Éramos jóvenes y no sabíamos lo que hacíamos! ¡Simples locuras! ¡Sólo locuras! – exclamaba todo colorado.

     -¡jajaja! Te has puesto todo rojo.

     -es el sol, tonto, tiene mucho que no salgo.

     -¿pero sabes?... ese… fue mi primer beso – dijo con esa cálida sonrisa que ahora le hacía parecer más apuesto de lo que ya era. Esas palabras también sorprendieron de pronto a Edward.

     -¿en… en serio?

     -sí.

     -Víctor… ¿a qué has venido?

     -ya te lo dije ¿no? Vine a verte, 11 años sin vernos es mucho tiempo, quería saber cómo habías estado.

     -bueno, pues ya lo ves, soy un inválido que jamás volverá a caminar; así que si ya estás satisfecho retírate por favor.

    -seguramente que no caminas porque no quieres, tu mente no te deja, hace años eras una persona muy fuerte, no me sorprende ni me impacta verte en esa silla de ruedas con tus piernas sin responder; lo que me sorprende es tu cerebro que ni siquiera quiere recordar algo que para mí es un muy valioso recuerdo.

     -retírate ya.

     -de acuerdo Sir Edward Launberg, pero le advierto de mi próxima visita para que se prepare y salga corriendo si es que no quiere verme. – dio con una ligera risa que no pretendía burlarse ni nada por el estilo. Luego, se puso de pie y caminó junto a la silla de Edward. Lo miró fijamente a esos ojos aceitunados ojos y acarició con especial dulzura su tersa mejilla, sonrió y luego se fue. Edward le miró marcharse caminando lentamente entre los rosales y los arbustos, el viento jugueteaba con su larga gabardina y la luz del crepúsculo hacía brillar las gemas de su espada; cuando le perdió la vista al entrar en la mansión; Edward miró su alrededor, bellas rosas rojas y blancas, encantadores arbustos, todo eso para él no tenía sentido ni significado; pero, sintió de pronto nuevamente la mano de Víctor pasar por su mejilla y por un instante sonrió, pero esa sonrisa se borró inmediatamente al ver la silla de ruedas en la cual estaba condenado a vivir.

Notas finales: BIEN DEJEN REVIEWS Y ESPERO MUCHO QUE LES HAYA GUSTADO.

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