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El favor por Aphrodita

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La llegada del segundo trimestre trajo consigo la posibilidad de saber el sexo del bebé.
Ansiedad era lo que experimentaban los padres, contagiando a Ginji. Las ecografías eran motivo de festejo; el vientre de Himiko crecía de manera gradual, a tal punto de pasar desapercibido los pequeños cambios, al menos para los demás, para ella era evidente que algunas labores eran técnicamente imposibles de realizar; algo tan sencillo como cortarse las uñas de los pies le resultaba toda una proeza, a su vez la pequeña panza aumentaba su tamaño haciéndole perder noción del espacio, era común por lo tanto que chocase, sin darse cuenta, con las cosas, llevándoselas por delante con su prominente vientre y ganándose una reprimenda por parte de Ban.

—¡Ten más cuidado!
—¡No lo hago a propósito!
—Ya, tranquilos —mediaba Amano, sonrisa incluida.

Ban era un exagerado, ni que al bebé le llegasen esos bruscos movimientos de la madre, tan seguro que estaba allí. Acciones, que vale recalcar, eran cuasi graciosos. Kudou también reía ante estos pormenores, era raro tener que lidiar con “eso” que crecía, estorbaba, molestaba y estaba constantemente recordándole que en pocos meses ya no estaría ahí.

Era maravilloso, todo el acto en sí; todo lo que implicaba ser madre. Era tan fácil comprender el significado de “milagro” en ese momento, antes nunca se había sentado a pensar lo que suponía traer una vida al mundo.

El trabajo de Midou le quitaba mucho tiempo, y el poco que pasaba en el departamento era para comer, bañarse y dormir, para así estar listo y recomenzar el ciclo eterno. Gozaba de un franco rotativo y semanal que aprovechaba, desde ya, para descansar; lo bueno es que dependiendo de la circunstancia, del día y de la alineación de los planetas (dramatizando) le permitían tomarse unas horas para acompañar a Himiko.

Empero, con los días, esa labor corrió por cuenta del rubio quien gustoso aceptó hacer de dama de compañía, pese a que la muchacha alegase todas las veces que podía ir sola al médico.
El telepata no buscaba que ellos dos se hiciesen mejores amigos, pero sí que aprendiesen a lidiar con la idea, que se conociesen un poco para comprender porque él los amaba tanto a los dos, de formas distintas (desde ya).
El Emperador Relámpago aprendió a lidiar con los altibajos que sufría el humor de Lady Poison, ésta, por su parte, trataba de molestar lo menos posible al joven que tan amable le ofrecía su tiempo.

Debían llevarse bien puesto que pasaban muchas horas del día juntos y a solas. Tarea que no les costó llevar a cabo más allá de creer lo contrario en un inicio.

Al principio, dado que la mudanza de la mujer había implicado correr muebles por todo el departamento, Ban durmió en la sala. Una buena excusa, ya que era el primero en acostarse y el primero en levantarse para irse a trabajar; no quería molestar a nadie y era una ventaja estar en ese lugar del departamento.

Pero el fin de semana no tuvo más escapatorias y entre él y el raitei terminaron de acomodarse como correspondía. Llevaron la cama del telepata al cuarto personal del rubio junto con todas sus cosas. Himiko los retó a ambos por ser tan desordenados, hacía semanas que estaban viviendo en el caos. Ban se exoneró alegando que él estuvo trabajando y no tuvo tiempo, por su lado Amano dijo lo obvio: él no iba a tocar las cosas personales de Midou, correspondía que fuese el mismo quien ordenase sus pertenencias.

Lo cierto es que ninguno de los dos se atrevió a hacer ese importante cambio. No supieron a ciencia cierta las razones, ya que antes vivían exactamente igual, lo único que los distanciaba en las noches era una pared; quizás, y recién lo comprendían, debido a que las cosas habían dado un vuelco importante entre ambos.

Ya habían quebrado ese muro, el lazo de amistad resultaba una hipocresía difícil de sostener… se querían, aunque algo dentro de ellos les dictaba que no debían.

—Gin… ¿estás dormido? —consultó ya entrada la noche, nervioso e incapaz de poder conciliar el sueño.
—No, Ban, pero tú deberías; en pocas horas tienes que ir a trabajar.
—Lo sé, pero no puedo dormir —reveló en un susurro. Las luces de un coche se colaron por las rendijas de la persiana alumbrando tenuemente el rostro del rubio—Se ve que tu tampoco puedes dormir.
—No… —dejó la frase flotando en el aire.
—¿En qué piensas?
—En que mañana no podrás levantarte para ir a trabajar —dio la vuelta, tratando de ignorar a su amigo.
—¿Qué te ocurre?
—Nada —mintió, el otro lo conocía lo suficiente como para intuirlo.

Midou corrió las sabanas y se sentó en la cama, cansado de estar acostado:

—Mañana sabremos el sexo del bebé.
—Ajá…
—Veré si me puedo escapar. Es a las catorce horas la ecografía ¿cierto?
—Sí —no quiso ser descortés con las emociones de su amigo, por eso volteó para estar frente a él y darle un poco de charla—¿Qué quieres que sea?
—La verdad es que no sé —pareciese ser que estaba esperando por esa pregunta—; por momentos pienso en que si es varón será más fácil criarlo que sí es una mujer.
—¿Eh? ¿Por qué? —se extrañó.
—ya sabes Gin… Las mujeres hacen pis sentada, se desarrollan, tienen novios, pueden embarazarse —enumeró aterrado—. Yo no sé cómo voy a hacer para lidiar con todo eso —escuchó la contagiosa carcajada del rubio. —No me imagino enseñándole a ir al baño. O por ejemplo explicándole como se usa un apósito femenino, ni hablar de ir a comprarlos. Además algún día crecerá lo suficiente como para tener novio y…
—Te estás adelantando demasiado, Ban —siguió jocoso, aguantando la risa.
—Lo sé pero… Himiko no estará —el semblante alegre del telepata se borró de un plumazo. Un suspiro sonoro escapó de sus labios—; será difícil sin ella, así sea mujer o varón.
—Tranquilo… yo—no supo si decirlo era correcto—, ya te dije—se corrigió, sentándose en la cama—: yo te ayudaré Ban, siempre y cuando quieras.
—Lo sé…
—No digo que seré como un padre para la criatura pero sí un… ¡tío! —aclaró con brío—Te ayudaré a explicarle esas cosas que supongo son difíciles de hablar como… la primera vez.
—¡Por Dios Ginji! —se horrorizó—Antes de que llegue ese día lo haré católico, lo encerraré en una iglesia; sea hombre o mujer, podrá ser cura o monja de acuerdo a su sexo. Es un plan genial.
—Sí Ban, genial —ironizó sabiendo que el otro bromeaba.
—Irás tú a comprar esas cosas femeninas si es mujer.
—Desde ya, si es varón no creo que necesite tampones.

Un breve silencio se instaló en el pequeño cuarto, dando lugar a una honda reflexión. Tal vez ambos pensaban en lo mismo, en que sería difícil, más no imposible. Empero Amano no cesaba de preguntarse qué lugar ocupaba él en toda esa historia, y aún más importante, ¿quería realmente ser el “tío”? ¿quería estar cerca de Ban, durante todos esos años, sin llegar a ser más de lo que eran? No podía pedirle que renunciase al bebé, desde ya, ni tampoco quería tomar distancia, pero tal vez fuese lo mejor: armar su bolso una noche y sin decir nada, marcharse ¿Sería demasiado cruel dejarlo solo al telepata con toda esa “mochila” cargada? Pero ¿Cuánto duraría?, ¿cuánto lograría soportar Ginji? ¿Correspondía que lo hiciese? Al fin y al cabo la decisión la había tomado Ban por su cuenta y por ende correspondía que él se hiciese responsable de sus decisiones, era SU hijo, no el de Amano.

Se encontraba cavilando al respecto cuando una de esas preguntas fue respondida a medias: sintió un peso sobre su propia cama que le llevó a reparar en su amigo sentando al borde. Y ahí la razón de porque habían dilatado tanto la mudanza definitiva de Ban a su cuarto.

La intimidad que tenían ahora era una amenaza.

—¿Qué haces? —reprochó el rubio sintiendo la cercanía del mayor, tomándolo entre sus brazos.
—¿Te acuerdas de la vez que te dije lo que sentía por ti?
—Sí —trajo a la memoria el suceso, arrepintiéndose de inmediato por hacerlo ya que unas cuantas lágrimas se agolparon en sus ojos.
—Te dije que no sabía lo que era el amor, que no sabía muchas cosas; que eran muchas las que no comprendía, pero que tenía en claro sólo una: que quería pasar el resto de mi vida contigo, a tu lado.
—Sí —repitió con la voz a punto de quebrarse.
—Ahora, con el bebé, creo comprender lo que es el amor, sin embargo es distinto Gin.

El otro tomó distancia para mirarlo al rostro e intentar comprender lo que estaba diciéndole.

—El bebé es algo innegable, va a estar toda la vida, y va a ser lo que más ame en esta tierra.
—Lo sé —esa lagrima lo venció, iniciando el lastimoso recorrido a través de su mejilla.
—Pero también te quiero a ti en mi vida, de otra forma, desde ya… con un hijo es suficiente como para tener otro —bromeó, sonriendo apenas.
—Es cruel ¿sabes? Lo que estas planteando. Himiko…

Lo silenció con un beso ¿Por qué siempre que quería hablar de ese tema, el otro tenía que desarmarlo por completo nombrándola a ella?

Ginji no pudo contra esos labios, ansioso y derrotado se colgó del cuello del telepata y le permitió que se hundiese en su boca, de ser posible por y para siempre. Quería, por los breves segundos que durase el beso, olvidarse de todo: de la dama veneno, del bebé… del favor.

Quería que, egoístamente —y no le importaba—, Ban fuese suyo por ese efímero momento… al menos por ese pasajero instante.

Pero toda la magia acabó cuando sintió la mano del telepata colándose a través de su musculosa, intentando abrirse camino rumbo a su pecho y más tarde hacia el sur.

—No —fue tajante, tanto que Midou volvió a su lugar como un perro a su cucha con la cola entre las patas.
—No entiendo porque me das mensajes confusos.
—¡¿Mensajes confusos?! —se ofendió, no podía ser que él, justo él no viese las cosas con claridad.
—¿Cuál es el problema? ¿No quieres ir tan rápido?
—No se trata de eso —pero lo meditó, aceptándolo—Y sí, tampoco quiero ir tan rápido, pero el punto es que…
—¿Qué? —lo alentó, sintiéndose ahora él molesto.
—¿Sabes, acaso, lo que Himiko siente por ti?
—Nada —elevó sus hombros, con un gesto de obviedad en la mueca de sus labios—; por supuesto que nada, lo mismo que siempre.
—Eres el padre de su hijo.
—Y ella la madre del mío y eso no me hace amarla.
—Ban —le costaba respirar, agitado se sentó mejor en la cama separando a su amigo, apoyando una mano en su pecho—Deberías hablar con ella y ser sincero.
—¿Por qué?
—Porque corresponde —le respondió de mal talante—. Paso mucho tiempo con ella.

Breve elipsis que le sirvió a Ban para meditar bien esas palabras, se estiró apenas para alcanzar el atado de cigarrillos sobre la mesa de luz que distanciaba ligeramente ambas camas… ahí cayó en la cuenta.

—¿Qué quieres decirme con eso?
—No fumes aquí — regañó antes de responder—. Nada, ya te dije, deberías hablar con ella.
—¿Te dijo algo?
—A veces no hace falta que te digan las cosas.
—Pero ella no siente nada por mí.
—¿Tan seguro estás?

Ahora no lo estaba. Dejó el atado en su lugar para en cambio rascarse la cabeza y luego frotarse el ojo en un gesto de cansancio mental.

—Sea lo que sea —musitó el telepata acaparando la atención del rubio—, lo que sienta ella por mí, no cambia lo que yo siento por ti.
—Ella tarde o temprano va a tener que renunciar a todo —contradijo el rubio—; no le quites la ilusión de tener una familia.
—No pretendo eso.
—Habla con ella de éste asunto, ustedes casi no hablan del tema y deberían. Se trata de un hijo, maldición, no de comprar un perro a medias. No pueden hacer de cuenta que todo está bien, no es sano para ninguno de los tres —luego se explicó—: para ustedes dos y el bebé… y tampoco para mí.
—Lo sé —de repente se sintió en extremo agobiado—. No tengo intenciones de ser tan vil y egoísta pero tampoco puedo negarme lo que siento. Lo hice por mucho tiempo Gin pero… ya no quiero hacerlo más.
—Ban —secó con la yema de su dedo índice la lágrima que se escapó del orgulloso moreno.
—No estoy llorando.
—No, está lloviendo en tu cabeza —rompieron a reír—; mira, hasta se te caen los mocos, los escucho desde acá —la risa se hizo más fuerte.

Dejaron de carcajear paulatinamente, sin embargo Ban tenía esa extraña mirada posada sobre Ginji, éste pudo leer en sus ojos lo que los labios confirmaron:

—Te amo, Gin.
—¿Por qué tenías que decirlo?
—Porque iba a morir si no lo hacía —dramatizó—Me lo vengo guardando desde hace años y ya no aguanto.
—Vamos a dormir ¿sí?
—Quiero mi beso de las buenas noches.
—No Ban, a dormir —se acostó en la cama pero cuando sintió la lejanía del otro se incorporó lo necesario para tomarlo de un brazo y jalarlo.

El dichoso beso llegó a los labios de Midou quien se volvió a sentar abrazando por la cintura a su compañero.

—Yo también te amo.

Tomaron distancia, y susurrando un tenue “hasta mañana” intentaron conciliar el escurridizo sueño. Tarea que, dada las circunstancia, parecía ser más difícil de llevar a cabo que en un principio. Ban se quedó dormido escuchando el canto matutino de los pájaros, por eso cuando sonó su despertador avisándole que tenía que ir a trabajar sintió todo el peso de una mala noche sobre sus hombros.


***

Todo en el embarazo marchaba bien, con las modernas ecografías se iban disipando los medios más naturales, el bebé parecía crecer sano dentro del vientre de su madre. Respecto al sexo era aún muy pequeño para saber con seguridad, pero si con el tiempo nada demostraba lo contrario, en apariencias esperaban una nena.

Festejaron esa noche -pese al cansancio del telepata por una jornada de arduo trabajo- la gran noticia. Himiko se mostró entre alegre y desahuciada, sentimiento que logró contagiar a los otros dos hombres. En mitad de la velada soltó un “gracias” nacido de la nada, y más tarde rompió a llorar. Ni Ban ni Ginji supieron que hacer en semejante momento, no era algo que esperasen por parte de ella, pero por más que quisiese ocultar sus emociones o esconderse en su caparazón había terminado por verse sobrepasada.

Midou la abrazó, Amano observó la escena manteniéndose apartado de la pareja; algo similar a los celos se apoderó de él pero no le cedió lugar, no lo necesario como para que llegase a molestarlo en verdad.

Esa noche el telepata se encerró por varias horas en la habitación de Lady Poison. Ginji lo supo porque se mantuvo despierto hasta que el otro fue a dormir. No tuvo el coraje suficiente para investigar si había hablado con ella del “tema”, o todavía peor: si había pasado algo revelador entre los dos. Simuló dormir, y no respondió siquiera cuando Ban mencionó su nombre.

Ya se encontraban a mitad de camino: quedaban pocos meses por delante y el bebé ya estaría allí, con ellos.


Continuará…
Notas finales: Gracias por leer =)

27 de diciembre de 2009
Merlo Sur, Buenos Aires, Argentina.

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