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El favor por Aphrodita

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Notas del capitulo: Advertencia: un pequeño atisbo de lime.
Ginji no objetó nada cuando su amigo llegó al cuarto tan tarde dado que al otro día le correspondía su franco semanal y rotativo. Simuló dormir, pero Ban lo conocía lo suficiente como para adivinarlo. No en vano había pasado tantas noches en vela observándolo celoso en los brazos de Morfeo.

—Gin —el mentado chico no respondió—sé que estás despierto—se sentó en su cama obligándolo a dar la vuelta y dejar de fingir.

Hubiese podido, en ese instante, preguntarle mil cosas, pero el rostro bañado en lágrimas le impidió formar oración alguna. No lo recordaba a Ban llorando así, intentó traer a su memoria alguna lejana vez pero no tuvo éxito.

—Ban —alcanzó a susurrar.
—Por favor —rogó hundiendo su rostro en el pecho del rubio, abrazándolo por la cintura de manera posesiva—Por favor —reiteró—no me rechaces, no hoy.
—Ban, yo…
—Déjame hacerte el amor, por favor... Déjame hacerlo y no me rechaces.
—Pero nunca hice el amor con un hombre —se excusó acariciando con sutileza la morena cabellera.
—No es tan difícil… créeme —se acostó, con delicadeza, sobre su menudo cuerpo, aprovechando el contacto para besar sus labios.

Amano se dejó hacer, dócil como un títere, incapaz de rechazarlo por más de creer que era lo conveniente. Comprendió en ese momento que Midou “necesitaba” de él, y supo lo que eso implicaba.

No iba a decirle que “no”… no quería tampoco tener que decírselo, algo en él le estaba reclamando tanto tiempo de represión.

Sintió la dureza de su compañero en su vientre, y contrario a lo que imaginó no le causó miedo. ¿Cómo tenerlo si se trataba de Ban Midou? No lo lastimaría, de ninguna forma, jamás.

Nervios, más que temor, era lo que había dominado su cuerpo. Ansiedad por descubrir los placeres de la carne, tan prometedor que resultaba ser de la mano del telepata.

Fue despojado de sus prendas, una a una, como si fuese una actividad que realizase todos los días. No se avergonzó de su desnudez ni de la del joven de ojos azules. Se maravilló, eso sí, de tanto esplendor, del cariño que le tenía, de la dulzura que empleaba para realizar cada movimiento, cada toque, cada caricia.
Entendió que no se puede hacer el amor, como tampoco se puede hacer el odio… que no había palabras para expresar tan intima comunión, que la expresión tocar el cielo con las manos era exigua, insulsa, burlesca.

Le dolió, como supuso, sería lo normal, pero no le importaba, Ban había dejado de llorar y eso era lo único que anhelaba, y de premio había recibido todo ese amor. ¿Podía ser posible? Si no fuese hombre, si Ban fuese pez, perro, un dibujo animado, una nube, lo amaría exactamente igual… por lo tanto ya no le importaba que fuesen hombres, se había olvidado del favor, y hasta le dolía admitirlo, del bebé… Midou era suyo.

Al menos esos minutos hasta que la temida pregunta se formuló con la consecuente devastadora respuesta.

De haber sabido de ante mano lo que acarrearía, se la hubiera ahorrado, pero con sinceridad necesitaba saber qué había pasado en ese cuarto, las horas en que el telepata y Lady Poison habían estado encerrados.

—Hablamos…

Fue la concisa respuesta del moreno. Pitó el cigarrillo que, tregua mediante, Amano le había permitido encender por única y exclusiva vez dentro de su cuarto. Supo que le estaba escondiendo una verdad dolorosa, le hubiese gustado tener la entereza suficiente para quedarse con la duda, pero no pudo.

—¿De qué?
—De todo…
—¿Le dijiste de… —tomó aire, dubitativo completó la frase—de nosotros?
—No pude.

Sintió la lejanía, dificultosa, del rubio. Se sentó en la cama para llegar hasta sus prendas desperdigadas en el suelo, pero dejó la labor a media hacer, para concentrarse en refregar sus ojos.

—Lo siento, Gin —dijo desde la cama, con medio cigarrillo prendido entre sus dedos.
—No, está bien. Habrás tenido tus motivos.
—Nos vamos a casar.

Comprendió que no era un imperativo, que no se trataba de ellos dos, y que pese a soltarlo cual baldazo de agua fría, le había costado horrores decirlo.
Amano lloró en silencio, ya no tenía las fuerzas para explotar como debería.

—No es algo de tanta importancia —intentó decir el telepata apoyando una mano sobre el hombro de su amante.
—No me toques —pidió entre dientes, temblando, sintiendo como cada célula de su cuerpo se apoderaba de la cólera más profunda, despertando al aletargado Emperador Relámpago.
—Será mejor que me vaya a dormir a la sala —musitó con una frialdad inimaginable pese a estar desarmándose por dentro en mil pedazos.
—¡No! —exclamó el raitei buscando contenerse.
—Escúchame —suspiró, apurando sus palabras—imaginé que ésta sería tu reacción.
—¡¿Imaginaste?! ¡¿Qué creías, que iba a felicitarte?!
—Escúchame —reiteró, firme—Ella me dijo que no le queda mucho tiempo. No comprende cómo lo sabe, pero con Yamato fue igual. …l sabía que la maldición…
—Excusas —lo interrumpió, aun sabiendo que no era así.
—¡Tiene miedo y me necesita! ¡Tú me dijiste que debía tener presente las necesidades de ella! —lo censuró con su dedo en alto—No te estoy echando la culpa, yo le propuse casamiento porque es algo que ella quiere… pero sabe que no la amo. Sólo quiero que tenga una familia.
—Y yo no encajo en esa familia —se puso de pie para terminar de vestirse.
—Estás mezclando las cosas.
—¡¿Mezclando las cosas?! Me dices que vas a casarte.
—¡Por civil! ¡Y no es la gran cosa! ¡Se trata de una simple ceremonia, es que no te das cuenta de que seré viudo, carajo! ¡¿Por qué le das tanta importancia?!
—¡Porque la quieres y no tienes los huevos suficientes para decírmelo!
—¡Sí, la quiero! ¡Nunca te lo negué, mierda! —intentó serenarse, un efímero instante para acomodar las ideas, silenciar y dejar de gritar. —Pero no de la forma en que te amo a ti. Entiéndeme Gin, siempre tuviste la facilidad para hacerlo ¡Hazlo ahora! Porque te necesito más que nunca.
—Lo siento Ban, yo no puedo con esto… me supera —descendió su vista al suelo, sin poder acotar nada más.
—Lo sé, pero entiéndeme —solicitó aplacado—Trato de hacer las cosas bien. Siempre mi prioridad fuiste tú, pero ahora Himiko y la bebé me necesitan.
—Entiendo —asintió reiteradas veces. Ban pudo leer en sus ojos algo que no alcanzó a percibir del todo.
—¿Sientes que te usé? —cuestionó con pavor a la respuesta.
—No, Ban… por Dios, no.
—¿Crees que debía haberte dicho todo esto antes de… de hacerlo?
—No hubiese aceptado, entonces —admitió—y la verdad es que fue muy… lindo —no supo si esa palabra cursi era la adecuada para explicar lo sentido.
—Para mí también fue especial —esa era “la palabra” apropiada.

Pareciese ser que con la mirada hicieron un pacto momentáneo. Ban manifestó querer darse una ducha antes de dormir, el día comenzaba a ser un hecho cuando marchó rumbo al baño. En pocas horas Himiko despertaría si es que no lo había hecho con semejantes alaridos masculinos.

Midou necesitaba esa ducha, como si junto al agua se fuesen todas esas dudas y temores. Estuvo en la tina el tiempo necesario, al menos hasta que comenzó a sentir frío. No supo si pasaron minutos, horas o días, pero el suficiente como para darle chance al Emperador Relámpago de armar un pequeño bolso y partir sin decir nada.

Ban no pudo reprochárselo, no esa vez… No lo buscaría, era lo mínimo que podía hacer por Ginji. Aunque se muriese de ganas por tenerlo a su lado, aunque la abstinencia de su presencia lo llevase a la soledad extrema y absoluta, no lo molestaría más de lo que ya había hecho.

Creía en el destino, y que éste podía torcerse. Por ende si en verdad se trataba de “amor”, tarde o temprano estarían juntos; había otras cuestiones más urgentes, Himiko estaba a punto de entrar al tercer trimestre y ahora que estaban los dos solos, sería mucho más difícil.

Esa mañana, cuando despertó, no preguntó por la ausencia de Amano, al menos no ahondó en detalles. La escueta respuesta de Midou al respecto fue “Se marchó” y con eso, Kudou, se quedó. Un ambiente espeso y cargado se había instalado en el modesto apartamento, nada que podía remediarse, no obstante la presencia de esa pequeña vida creciendo en el vientre de la dama era suficiente para iluminar los días grises del telepata.

***

Cuando Ban compró la primera ropita de color rosa, con todo lo que implicaba para él entrar a uno de esos negocios repletos de madres pretenciosas y orgullosas de sus retoños (uno más feo que el otro, pero que -comprendió-, las mamás siempre veían a sus hijos aptos para modelaje) extrañó horrores la existencia de Ginji.

Hubiese sido más fácil recorrer ese tipo de tiendas con su compañía, los chistes al respecto le recordarían que él era el responsable de una nueva vida, logrando que con eso todo lo demás fuese secundario.

Himiko retuvo con éxito una lágrima de emoción al ver la prenda, tan diminuta, en su regazo… apenas alcanzaba a verla, en esa posición, su gigantesco vientre no le daba demasiado rango visual… pero ya estaba acostumbrada.

Amano se perdió de las primeras patadas, de los primeros bruscos movimientos, de ver la ecografía que mostraba de la forma más completa a la beba… y Midou no lo culpaba por ello.

Se casaron en secreto, sin decirle nada a nadie, escasas semanas antes del parto.

En ese tiempo no supieron nada del Emperador Relámpago. Una vez, una tarde, de paso por Honky Tonk, Ban le preguntó a Paul si sabía algo del rubio, pero no, nadie parecía saber nada de él. Por un breve momento temió lo peor, pero no lo creía a Ginji capaz de tal atropello.

Podía sentirlo en su interior, latiendo en su corazón: Estaba vivo, y muy cerca de él.

Los días previos al alumbramiento fueron caóticos, con falsas alarmas que los arrastraban, en vano, hasta el hospital, para volver con los brazos vacios en plena madrugada. El rendimiento de Midou en el trabajo fue triste, por no decir la verdad: que no existía, era un ente. Sus ojeras llegaban hasta sus rodillas.

Le dieron una semana, por el bien de la empresa y del suyo. Himiko casi se muere de un infarto cuando la gota que colmó el vaso fue un tiro que apenas rozó la pierna del telepata.

“Me distraje”

Había sido su respuesta. Nada grave, veinticuatro horas en observación, la correspondiente licencia por el enfrentamiento, sumado a la inminente paternidad.

Justo a tiempo estuvo apto para salir corriendo rumbo al hospital, era el turno de Himiko, aunque no fue un proceso fácil y rápido.

Un día… un día entero en trabajo de parto, al menos desde que comenzaron las leves contracciones hasta hacerse insostenibles; no alcanzó a dilatar lo suficiente e inevitablemente la llevaron a quirófano para realizarle la cesárea, había roto bolsa y por lo tanto ya no podían esperar a que dilatase lo necesario.

En ese lapso los visitaron todos los conocidos, todos menos Ginji. Los ojos de Midou lo buscaban en cada rostro que se asomaba por la sala de maternidad, en vano. Le hubiese gustado compartir ese día con él.

Nació en pleno verano… una noche cálida con su negro firmamento repleto de estrellas. Detalles que se quedaron a fuego grabado en su mente, nunca antes había reparado en tales estupideces pero qué importancia cobraban esos pormenores en ese mágico día.

No olvidaría ni la noche en cuestión, ni la hora, ni las palabras del doctor:

“Lo felicito señor, es una beba muy sana”

Tanto la había esperado, tanto había deseo ver su carita desde que supo que llegaría, que tenerle allí entre sus brazos, ver su rostro, sus facciones y escuchar su llanto era más de lo que su alma podía tolerar. Y ya no le importaba el orgullo: lloró con una sonrisa en sus labios.

Allí estaba, la pequeña Himiko (porque sí, la decisión del nombre fue de común acuerdo y no se discutió ni una vez desde que se propuso)

Ahora tocaba verla crecer, convertirse en una persona; la haría de noble corazón, le enseñaría que lo más importante era el amor, por muy cursi, trillado e idiota que suene y signifique pensarlo… así era.

Sintió su corazón repleto, tanto que desbordaba; amaba a esa niña, comprendió, con todo su ser. Amaba a la madre de su hija, amaba al doctor que la había traído al mundo con tanto éxito, amaba a Ginji, quien a su manera había estado siempre a su lado.

***

Pasada la primera emoción, el telepata necesitó descansar, llevaba dos días sin dormir, por eso cuando su cabeza tocó la almohada no es exagerado decir que se desmayó literalmente. Cuando despertó juntó algunas ropitas, cosas personales que Himiko le había pedido y papeles pertinentes para anotar a la pequeña Himiko Midou en el registro.

Entró a la habitación cuyo cartel en la puerta rezaba “Kudou” y la encontró a ella con la beba en brazos, haciendo sus intentos por beber la leche materna, esencial para vivir.

—Como las amo, por Dios —dijo con una sonrisa besando la frente de Lady Poison y luego la de su hija quien, como sabiendo quien era, fijó sus ojos en su rostro.

Y dicen que los recién nacidos no pueden fijar la mirada. Tan azul, como la de su padre. Aunque era pronto para hablar sobre el color de los ojos ya que estos suelen cambiar con los meses… pero ambos sabían que serían iguales a los de Ban.

—¿Cómo estás?
—Ya pasaron los dolores —reveló la dama—; y se prendió, por fin, a la teta.

Algo que les preocupaba.

—Ya ves, las enfermeras te lo dijeron. Paciencia, es difícil al principio.
—¿Ya la inscribiste?
—Sí, oficialmente es Midou Himiko, aquí tengo el documento —le mostró, emocionado, los papeles. —Dime ¿alguien ha venido hoy a visitarte? Hevn dijo que pasaría.
—Sí, vino un rato a la mañana —luego señaló hacia su mesa personal con una rápida mirada—Eso es para ti.
—¿Una carta?
—De Ginji.

La beba lloró apenas cuando se vio distanciada de su madre quien necesitó cambiarla de posición. Midou se quedó observando el sobre perfectamente sellado como si este pudiese hablarle o revelarle su contenido.

—¿Vino? —pregunta estúpida, se percató, pero no supo que otra cosa decir.
—Hace un rato se fue, le trajo ese juguete a Himiko —señaló, ahora, un pequeño sonajero de peluche con forma de estrella violeta. —Y a ella le ha encantado, tienes que ver como mueve sus piernas y se agita cuando se lo acercas.
—¿Te dijo algo? —quiso parecer desinteresado en la respuesta, tomó el juguete acercándoselo a la beba para ver su reacción.
—No la molestes ahora, con lo que me costó que acepte mis pechos —reprochó con su ceño fruncido—No dijo nada… O sea, vino a verla, a dejarle ese regalito, la carta a ti. Me preguntó como estábamos… le dije que bien, contentos.

Midou asintió, dejó el peluche sobre la mesita, colocó la carta dentro del bolsillo de su pantalón y se puso de pie; con una vaga excusa de ir a buscar un refrigerio a la máquina expendedora se marchó, no sin antes preguntarle si quería que le trajese algo.


Continuará…
Notas finales: Tenía este capi hace un montón, pero Amor Yaoi estos días no anduvo =) así que subí dos de una xD. No queda mucho para que este fic termine =) Muchas gracias por leer.


29 de diciembre de 2009
Merlo Sur, Buenos Aires, Argentina.

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