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El favor por Aphrodita

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No se decidía… si el baño o el exterior, en tal caso daba igual, Himiko no se levantaría de la cama para seguirlo; por eso rompió el sobre pero apenas su propio nombre asomó en la primera línea necesitó prender un cigarrillo para calmar esa ansiedad.

Ya en la entrada de la clínica se resguardó en una columna, apoyando su espalda en ella, y la abrió. Su corazón latía de manera alarmante.


Ban:

Espero que Himiko no lea esto ¿o sí? ¿Debería importarme? No sé, no puedo evitar hacerlo pero tampoco quiero callar lo que siento.

Te preguntarás por qué una carta, por qué no doy la cara… por qué me fui así. No es algo que pueda explicar en palabras, supongo que necesité tomar distancia.

Nunca fui de hacer lo correcto, siempre actué sin pensar, motivado por algo, y ese “algo” puede ser cualquier cosa, tú me conoces bien… pero en esta ocasión quise hacer lo correcto.

Y eso es, por mucho que nos pese, tomar distancia. No quiero que pienses que esto es un reproche o una venganza, pero la realidad es que tu ahora tienes una familia, a la que debes cuidar y querer, sé que yo te desequilibro y la verdad no pretendo eso… me duele, me enoja saber que por mi culpa tú estás así. No te lo mereces, espero que entiendas eso… que no te lo mereces, que no es tu culpa (ni la de nadie), que no estoy enojado, y que más allá de todo siempre te querré.

Espero que todo salga bien en los próximos días, debes concentrarse en la bebé, en Himiko… por mi parte me he dado cuenta de muchas cosas en estos días, y la más importante es que va siendo hora de devolverte todo lo que has hecho por mí.

Creo que nunca te lo dije (tal vez sí) pero de no haberte conocido yo no sería quien soy hoy en día, y si bien no soy perfecto, prefiero ser éste Ginji y no el que tú conociste antes.

Por eso esto es una despedida a medias, nos volveremos a ver… Dios no quiera que sea pronto.

Te quiere, Amano”.


La carta no revelaba mucho, de hecho el último renglón era inentendible, no lograba descifrar que pretendía decir con ello, pero vaya… fue lo que necesitó para seguir respirando. No saber de Ginji, en ese tiempo, lo estaba arrastrando a una muerte en vida.

Sintió que la sangre volvía a correr por su cuerpo, sintió que todo estaba bien que, aunque no supiese donde estaba Ginji, al menos sabía que estaba.
Pero de repente una insondable tristeza se apoderó de él, volvió a releer la misiva para intentar comprender a que se refería su amigo con lo correcto, con devolverle todo lo que había hecho con él… y sobre todo, porque le rogaba a Dios para no verse pronto.

Se quedó unos cuantos minutos allí recordando que le había dicho a Kudou que iba por un refresco, por eso regresó a la sala alegando que se quedó en el exterior fumando un cigarrillo. Himiko no era tonta, pudo ver en la oceánica mirada del hombre la tristeza, tan palpable que contagiaba.

La bebé emitió un leve quejido trayéndolos a la realidad, recordándoles que ahora ellos dos eran responsables de una nueva vida, frágil, indefensa, dependiente. No hablaron, ella no quiso preguntarle por la misiva del Emperador Relámpago, supuso que la había leído y si no quería comentarle al respecto, tendría sus motivos.

Y claro que Kudou conocía esos motivos.

La enfermera de turno realizó la última ronda avisando que el horario de visita había llegado a su fin. Depositó un beso en la frente de ambas “Himiko” y se despidió.

Con el auto en marcha reparó en un detalle: que por primera vez, en mucho tiempo, estaría sólo. Volvía a estarlo. No quería encerrarse en las cuatro blancas paredes de la habitación que compartía con Ginji, pero tampoco le apetecía ir al único lugar que conocía; en Honky Tonk Paul lo colmaría de preguntas y lo cierto es que no estaba con ánimos de entablar una conversación, siquiera un mínimo contacto social.

Condujo hasta el puerto, quizás allí, contemplando el agua y observando la luna podría hallar un poco de confort.

¡Maldición! No podía estar triste, NO DEBÍA… acababa de ser padre, acababa de ver el rostro de su hija… SU hija.

Sonrió, después de todo la vida no es tan cruel, pareciese ser que juega a ver hasta donde resistimos pero así como pueden cerrarse todas las puertas, una ventana siempre queda abierta.

Y esa ventana era su pequeña Himiko.

Bostezó; lo prudente sería volver cuanto antes al departamento y descansar un poco antes de ir a verlas otra vez, sin embargo se quedó unos cuantos minutos en la entrada, con el auto estacionado. Tal vez si esperaba a que Morfeo lo encantase un poco más, la tortura duraría menos.

La tortura de saberse solo de nuevo, de comprender que a veces lo que uno quiere no es lo mejor, y que lo mejor no es siempre lo que uno quiere.

Se acostó en su cama y echó un vistazo hacia el lugar vacío de Amano, como esperando a que éste se materializase de la nada para hacerle compañía, cual fantasma.

Abrió la carta y la volvió a leer, tantas veces que sería imposible llevar la cuenta… la releyó hasta que terminó profundamente dormido, con la misiva entre sus dedos, sobre su pecho.

Ni siquiera se había desvestido, y aún llevaba sus anteojos puestos.

***

A Himiko muy pronto le darían el alta, la ventaja de los partos naturales justamente es que la recuperación suele ser veloz a diferencia de las intervenciones quirúrgicas. Ban se alegró, fallecía de ansiedad por tenerlas en casa… la soledad comenzaba a enloquecerlo y eso que iban sólo tres días. Pero es que cuando estaba solo en el departamento, sin nadie con quien conversar, no podía evitar pensar… y pensar, en esas circunstancias, era contraproducente para él, porque sus pensamientos tomaban la forma de Ginji.

Por una cuestión de comodidad Midou propuso dormir los tres en el mismo cuarto, Himiko no rechazó la oferta, ni siquiera se mostró incómoda -aunque lo estaba- por compartir su cama con el telépata.

Las primeras noches fueron una pesadilla, nunca creyeron que algo tan lindo como tener una beba, cuidarla y mimarla fuese tan agotador. Y cuando Ban lograba conciliar el sueño, apenas sentía que había cerrado sus ojos, el zamarreó de la chica lo traía de vuelta a la realidad.

—Ban, Ban —lo llamaba casi entre sueños tan o más agotada que él—fíjate si respira.

Era tragicómico que hiciese tamaño pedido, no obstante Midou se aguantaba la risa y accedía a su demanda; había leído algunos libros que hablaban sobre el tema y sabía que solía ser común los miedos de ese tipo en madres primerizas.

Se ponía de pie, como podía, y caminaba sintiendo mareo de tanto sueño… hasta llegar a la cuna de la beba y acomodar la manta que ligeramente la cubría.

—¿Tiene las sábanas debajo de los brazos? Mira que se puede ahogar. ¿Está de costado? Ponla boca arriba pero ladea su cabecita.
—Ya, tranquila… duérmete, ella está bien.

Volvía a la cama y el llanto de la pequeña Himiko les avisaba que era la hora de la comida. Todo un ritual que le llevaba a la madre al menos veinte minutos (en cada pecho). En total, las horas que dormían eran cómicamente exiguas.

Los días así transcurrieron, Ban debió volver a la rutina de su trabajo… y Ginji que seguía sin dar noticias.

***

Supo que una charla seria y profunda venía en camino, no auguraba nada bueno tanto hermetismo por parte de la mujer. La conocía callada y pensativa pero no a tal extremo. De todos modos ni quiso preguntar que le pasaba, tal vez porque comprendía lo que esa sencilla pregunta acarrearía.

Y es que algo le preocupaba de sobremanera: ¿Podría Ban, solo? Es decir, reconocía que Midou amaba a su hija y que la cuidaría de toda adversidad pero ¿podría hacerlo solo? Las palabras surgieron de su boca, incapaz de poder retenerlas por muchos días más:

—Ban…

El mentado dejó el periódico de lado para prestar atención al semblante circunspecto de la dama.

—¿Qué sucede?

La beba gorgoteó desde su asiento, asiento apoyado sobre la mesa; la madre estiró su mano y la posó sobre su pecho para calmarla.

—No queda mucho tiempo.
—Lo sé.

Ambos sabían de qué hablaban. Himiko no se animó a hacerle la pregunta de manera directa, no quería herir el ego del hombre o darle la impresión de que ella desconfiaba de su capacidad como padre una vez que ella no estuviese. Intentó armar una oración en su cabeza, pero antes de poder soltarla fue el telépata quien se adelantó:

—¿Tienes miedo?

Kudou meditó la respuesta. Perdió la mirada que se clavó sobre el chupete rosa de la pequeña Himiko, y musitó:

—A veces —. Más firme explicó—: No le temo a la muerte, no tanto a lo que sea capaz de hacer si tu…
—Nunca hablamos de eso, yo jamás dije que iba a cumplir la petición que Yamato… —intentó retrucar la idea, pero ella lo interrumpió.
—Sé que nunca hablamos del tema —y veía que eso había sido un error—, por eso mismo, creo que es hora de hacerlo, porque cuando nos queramos dar cuenta… ya será muy tarde.

El portador del jagan, necio, negó con su cabeza dándole un sorbo a su café.

—Ban —llamó su atención—, la noche que Himiko nació me prometiste algo —se relamió los labios resecos—, que ibas a cuidarla.
—Lo sé y lo sostengo.
—Cuídala de mi, entonces —una lágrima se escurrió por mejilla; bajó su vista, no quería mostrarse tan doblegada.

Sintió como Midou se situaba a su lado, luego como se arrodillaba frente a ella tomándole la mano que descansaba sobre su falda.

Lady Poison ya no pudo retenerlo más, el llanto atorado en su garganta floreció con ímpetu, arrojador, contagioso.

—Por favor Ban, prométemelo, prométemelo… —se abrazó a él, permitiéndole que la consolase entre sus brazos—Dime que lo harás, por favor, promételo.
—Tranquila —el nudo en su garganta no le permitía hablar con fluidez—te prometo… —no sabía si podría cumplir con aquella promesa, pero en ese momento sólo quería apaciguar ese llanto—te prometo que la cuidaré, que cuando llegue ese día… yo…

Se abrazó más a ella, estrechándose como si en ese gesto manifestasen todo su sentir. Cuando pudo calmarse, se distanció de él y lo miró de una manera en la que Midou no supo descifrar, no portaba un gesto austero, tampoco alegre. Quizás de agradecimiento, por todo.

—Ban… —volvió a llamarlo, éste se había puesto de pie, por lo tanto elevó su cabeza para observarlo—sé que serás un buen padre pero…
—¿Pero?
—No lo prives a Ginji.

Midou enarcó sus cejas, sorprendido es poco decir. No sólo porque nombrase a Amano, sino por la oración en sí.

—¿A qué te refieres? —su desconcierto fue sincero.
—…l… yo sé —era cierto, en esos meses junto al Emperador Relámpago había aprendido muchas cosas de él—, yo sé que él te adora y quiere ayudarte. No le des la espalda.
—Es… difícil de… —se sintió avasallado—…l es… —no supo que decir, Himiko de igual modo no lo necesitaba oír.
—Alguien importante para ti —completó.
—Sí —se perdió en sus pensamientos.
—Por eso… quizás sea difícil cuando yo no esté, ES difícil ahora —acotó con ímpetu—, lo será más adelante.
—Es cierto…
—Ginji es un idiota, pero buena persona.

Midou sonrió ante el mote que su amiga le había dado al rubio.

—No lo puedo negar —musitó el hombre ante tanto silencio cerrado.
—Y quiero lo mejor para Himiko —otra vez el llanto amenazaba con surgir—, por eso, ella va a necesitar a un papá feliz, será lo único que tendrá. —La miró deseando detener el tiempo, quedarse suspendida en esa imagen de su hija observándola con esos ojos color cielo—Tienes que ser feliz Ban, prométemelo.
—Himiko…
—Prométeme también eso… que harás lo imposible por ser feliz.

Midou asintió, tomó aire con energía porque respirar se había vuelto algo difícil de hacer, luego carraspeó y tomó su taza para llevarla a la bacha y lavarla. No podía seguir adelante con ese dialogo.

Ella sabía que Ginji lo hacía feliz a Ban… y esperaba que éste entendiese lo que había querido decirle.

***

Luego del primer mes, comenzaban a adaptarse a la nueva vida de padres, a tener más coordinación, a manejar mejor los tiempos y a lidiar con los pequeños inconvenientes que se presentan cuando una cosa pequeñita necesita todo de nosotros.

La parte buena era que Himiko no trabajaba, por lo tanto ella solía estar todo el tiempo con la beba, y ese era el fin… Ban era consciente de que cada minuto que ellas dos pasaban juntas era preciado, al menos hasta que la maldición se cerniese sobre Lady Poison.

Pensar en ello lo desesperaba, no podía evitar viajar con su mente al futuro y situarse en un contexto aterrador, con una hija adulta cuestionándole la verdad sobre la muerte de su madre… ¿podía decirle que, él, la había matado?

Por eso trataba de no pensar, o hacerlo lo menos posible. Lo cierto es que el futuro es incierto, especular casi no sirve de nada, pero proyectarlo le daba la pauta de lo que debía atenerse.

Cargaría con esa culpa y responsabilidad, porque no tenía opciones, no porque quisiese. Esperaba, entonces, que el día de mañana la pequeña Himiko pudiese comprenderlo y verlo por sus propios medios.

No obstante el terror que experimentaba Ban ante la idea seguía estando de igual modo, y es que no hay nada aterrador que suponer y esperar el odio de un hijo… al menos para un padre es un peso difícil de sobrellevar.

Sabía… sabía que no quedaba mucho tiempo, podía verlo en el rostro de ella, en el miedo que reflejaban sus ojos, en el ambiente. Un aura siniestra comenzaba a abrazarlos.

Un aura tan oscura y palpable que llevó al Emperador Relámpago a poner en marcha sus huesos. …l también comprendía que no faltaba mucho.

Abandonó el refugio que representaba la Fortaleza Ilimitada para él, dos meses después, y bajo la lluvia caminó. Una noche tan negra, tan cerrada que acongojaba… o tal vez eran sólo sus sentimientos que se entrelazaban con el funesto entorno.

Recordó la carta, recordó su promesa a medias… era hora.

Era hora de devolverle a Ban todo lo que había hecho por él. No permitiría que cargase con todo ese peso sobre sus hombros.


Continuará…
Notas finales:

El próximo capítulo será el último, no queda mucho más por contar. Después de hacer un Hevn x Natsumi volveré con esta historia.

 

 

 

Hasta entonces, paciencia n.n (ya sé que no desesperan por esta historia pero déjenme ilusionarme con la idea así soy patéticamente feliz xD ¡ja, ja, ja!)

 

 

 

Muchas gracias por leer =).

 

 

 

13 de febrero de 2010

 

Merlo Sur, Buenos Aires, Argentina.

 

 


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