Un huracán de cabello negro esperaba impaciente; cuando su padre abrió la puerta echó a correr con todas sus energías pero la segunda abertura, también cerrada, representó un obstáculo. Golpeó ansiosa y en cuanto la atendieron se arrojó a sus brazos:
—¡Tio Ginji!
El hombre la estrechó contra sí, regalándole una enorme sonrisa, no hacía menos de media hora que dejaron de verse pero para ella los reencuentros siempre eran así, como si las otras personas hubiesen estado a miles de kilómetros, por miles de años.
Amano vio al padre caminando con las bolsas del supermercado a través del estrecho pasillo. La niña siguió su recorrido rumbo al fondo de la casa, se escuchó un “Quieto Jake, no me saltes, que papá me regaló este vestido hoy y tus patas están sucias”, pero el labrador no le hizo caso, nunca le hacía caso; su recepción era tan efusiva como la de la pequeña Himiko.
—¿Has comprado todo?
Antes de responderle, Ban besó con sutileza sus labios.
—Sí, falta encargar la torta.
Era el cuarto cumpleaños de Himiko-kun; celebraban su nacimiento, una bendición, un lazo conector hacia su madre que desde algún lugar del Universo seguro los contemplaba.
Ban se esforzó por cumplir con su promesa y creía estar lográndolo: al menos ese día no podía sentirse más feliz, observando a su retoño sentada sobre la falda del hombre que amaba, curiosa como ella sola, haciéndole preguntas.
Sobre el buró una foto de la Himiko madre, como recordatorio de quien era ella.
Ban no pensaba ocultarle la verdad a su hija, llegado el momento le diría todo como había sido.
Y le contaría que su tío, quien la amaba tanto como él, había cumplido el último pedido de mamá, salvándolo de paso a papá, dándoles la oportunidad de ver la vida con otros ojos.
Los luceros de la niña, de un azul intenso, se clavaron en la foto que Ban miraba con tanto ahínco.
—Era linda mamá.
Los hombres asintieron débilmente, plasmando una nostálgica sonrisa en sus labios. Ginji besó la mejilla de Himiko-kun y la estrechó más en sus brazos… Midou murió de amor, en ese instante, y es que su corazón por siempre estaría dividido en dos, y no dejaba de sentir que eso era perfecto.
Era perfecto… Nunca dejaría de amarlo, nunca le alcanzaría la vida para agradecerle su oportuna intervención. En su momento se sintió preso de un deja vu, creyó que la vida le estaba pagando con la misma moneda, los lugares invertidos: Había sido él quien contemplase la muerte como en su momento lo hizo Himiko.
Pero no pudo enojarse, y si lo hizo, cualquier resquicio de rencor hacia Ginji se disipó cuando lo vio acercándose a la cuna, tomando con delicadeza entre brazos a la beba, consolándola.
Nunca lo escuchó a Ginji cantar, menos una canción de cuna.
Cuando esa noche Himiko-kun dejó de llorar, Ban también lo hizo. Dejó de lamentarse porque comprendió que desde ese momento ella sólo lo tenía a él, y él sólo a ella.
No contaban en ese entonces con la presencia de Amano, tan imprescindible y necesaria en sus vidas, hoy en día.
Y el favor… que tenía una voz de pito, medía cerca de un metro, y era la cosa más linda que hubiese pisado la tierra le recordaría por siempre que a veces es bueno pensar en las consecuencias, y a veces, como en ese caso, no.
Jamás se arrepentiría de haber aceptado. Jamás.
Fin
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