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Si yo sufro. por Yukino

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Si yo Sufro.

 

 

El ambiente no estaba propicio para celebrar, el accidente del autobús que había matado a más de ocho y había dejado heridos a más de veinte, desafortunadamente llegó hasta su turno, el cual tuvo que expandir hasta dejar un informe detallado de cada uno de los pacientes y de terminar de hacer docenas de transfusiones. Se aguó la fiesta que le tenían preparada, se aguó la torta, el vino, las serpentinas, nadie después del incidente recordó el hecho que cumplía treinta años, que había sobrevivido a la juventud arrebatada y ebria que había tenido y ahora se adentraba en un tercer piso, que según el llamaba de madurez necesaria.

 

La madrugada por fin llegó, y terminó de darles una ronda a los pacientes. Desafortunadamente unos murieron horas después de haber sido internados. De todas formas él estaba acostumbrado al espectáculo de la muerte y al teatro del dolor, así que no le significaba mucho el hecho de tener que dar malas noticias. Se hizo frío y muy distante, después de todos las otras personas eran otras personas, que en nada le importaban e igual el seguiría viviendo aún si ellas morían, o por supuesto ellas seguirían viviendo si él moría.

 

Se dio una ducha rápida, el olor a sangre era insoportable, además que se estaba empezando a sentir pegajoso. Se despidió rápidos de sus compañeros quería irse a dormir un tanto y quedó en que celebrarían como nunca el haber llegado a los treinta en una reunión en su casa el fin de semana.

 

Las calles en la madrugada circundantes al hospital, no eran lo mejor del mundo para dar un paseo, sin embargo él se sentía inusualmente activo y no quiso subir a su auto tan pronto para irse a su casa a dormir solo. Así que decidió entrar a un bar que permanecía abierto a unas cuadras, por supuesto no era nada lujoso, incluso intuía que podría ser de pandilleros.

 

—“Que Diablos” —pensó mientras abría la puerta —“Si he de morir que muera ahora” —Sólo Dios sabía su sarcástica actitud ante la vida, aún cuando por dentro tuviera tanto miedo de la muerte como todos.

 

—¿Qué desea tomar? —Le preguntó una mujer grotesca que apenas se mantenía en pie por lo ebria, o lo drogada que se encontraba. La verdad no supo distinguir su estado, pero su rostro había sido desfigurado por las vicisitudes de la mala vida. El cabello grasoso estaba atado por una coleta bien enrollada que disimulaba los trajines en las muchas camas y en las muchas manos que ha debido estar.

 

—Una copa de brandy estaría bien.

 

—Señor no hay brandy, le tenemos cerveza. Es buena y se la traigo en el embase original, para que no tenga que infectarse con los vasos de acá. —La devastadora honestidad de la mujer lo sorprendió mucho, así que aceptó la cerveza en la botella. El lugar era grotesco como ella, se sorprendió de no haberlo notado antes, o no darse cuenta que existía en esa zona. Así era él después de todo, no miraba más allá de lo que le interesaba y en su vida, había muy poco de eso.

 

Mientras llevaba la botella a la boca, se dio cuenta que unos jóvenes entraban y no tuvo que ser un genio para saber que eran prostitutos. Al parecer ya habían terminado su turno de esa noche y contaban el producido de sus traseros. Se entretuvo mirándolos contar los montoncitos de dinero, y hubo uno de ellos que le causó especial curiosidad, pues era muy diferente al sucio lugar. Muy lindo, muy limpio y era el que menos dinero tenía, era obvio, se le notaba que no se acostaba con cualquiera. Tan fijo lo vio que el muchacho se sintió observado y le pilló mirándolo. La sorpresa vino después cuando el muchacho se levantó de la barra y se acercó a su podrida mesa.

 

—¿Le molesta si le hago compañía? —Preguntó el muchacho con una voz dulzona y afeminada — veo que me estaba observando.

 

—Qué más da, puedes sentarte, pero no imagines que me voy a acostar contigo, no gasta dinero en eso.

 

—Está bien, será bueno charlar para variar.

 

El muchacho se sentó y resultó ser un chico muy divertido. Le contó las vivencias de esa noche y del por qué le había ido tan mal, por que estuvo un tiempo eterno esperando por que un anciano tuviera una erección, al final se rindió y se vio en la penosa necesidad de abandonarlo y por supuesto devolverle el dinero, podía ser un puto, pero no era un ladrón aprovechado. Él se distrajo como nunca, se rió mucho y eso lo alegró en su cumpleaños, tenía que aprovechar el tiempo que había perdido salvando vidas que igual iban a morir.

 

Hablaron hasta que se dio el amanecer. Y se dio lo inevitable, lo obvio. Él se lo llevó a su casa que estaba muy lejos del hospital en una zona exclusiva de la ciudad. La simpatía del muchacho fue suficiente para poder tenerlo entre las piernas.

 

Le quitó la ropa olorosa a otros y le lamió el rostro, el rostro blanco casi transparente. Las cervezas habían hecho su efecto, estaba ardorosamente excitado destrozaba la piel de ese muchacho en cada caricia, por que hacía mucho que no sentía la necesidad de acariciar a nadie. Hacía mucho que sólo su miembro actuaba con libre albedrío, pero su corazón y su cabeza, se hallaban siempre ausentes.

 

Lo tendió en la cama y le hizo cosquillas en los pies. El muchacho se echó a reír, lo que aumentó la intensidad de las cosquillas. Luego le besó los pies y subió hasta la entrepierna, que estaba ya deseosa de ser acariciada. Su boca se dio un festín de sabor salado con el miembro del muchacho, que se portó a la “altura” de la situación. Al parecer el muchacho era muy cosquilloso, por que se rió de nuevo cuando le puso las manos en la cintura, y otro más cuando le lamió el cuello. Esa risa inocente le encantaba, lo mataba, y por supuesto lo excitaba muchísimo.

No soportó más y entró en su ser hasta que no pudo empujar más. Se quejó mucho, había dolido la invasión, pero la disfrutó al máximo. Cómo disfrutaba siempre con las muchas putas con las que acostumbraba estar. Era la primera vez que contrataba un chico así, pero no era la primera vez que estaba con otro hombre. Le gustaba mucho el sexo anal, y había algunas mujeres que por supuesto no lo soportaban. El muchacho de cabellos alborotados y de piel casi transparente, procuraba sonreír mientras le penetraba. Por fin sintió un gozo en su alma y terminó en las entrañas del muchacho. Era raro que por primera vez en mucho tiempo haya tenido un orgasmo tan completo.

 

Pero él no se permitía dicha completa. Y el muchacho era un cualquiera, que debía irse en el momento de recibir su pago. Sonrió ampliamente y por primera vez en mucho tiempo él quiso corresponder a una sonrisa. El muchacho salió por la puerta, sintiendo el frío que envolvía al que segundos antes fue su amante.

 

Y él que había decidido dar la espalda a la alegría y vivir la vida sólo por que tenía que hacerlo, se tendió en la cama húmeda y durmió un largo rato. Recordó que pronto tendría una fiesta, y así olvidó una vez más que otro ser humano se había cruzado por su vida, uno que tal vez, hubiese podido cambiar su senda frívola y sin sentido.

 

Llegó al hospital con la mala noticia que muchos de los heridos graves habían fallecido. Tuvo que dar explicaciones a la prensa insistente y amarillista que llegó a acusar al hospital de malos manejos en el tratamiento para los moribundos. Podría ser verdad, después de todo a él le importaba muy poco la vida de los otros, pero aún así no permitiría que su trabajo fuera maltratado por los comunicadores ignorantes.

 

Pasó el barullo del accidente y una semana después, salió en su turno de noche y no pudo evitar la tentación de ir a buscarlo. No era nada personal por supuesto, eran sólo las ganas que tenía su cuerpo de sentirse mejor. Quiso buscar primero una mujer, pero estaban ya según su parecer tan usadas y maltratadas que pensó en su bonita opción masculina.

 

Y lo espero, una y dos horas, bebió cerveza de botella por que el lugar no había cambiado y era la misma basura pero el no llegó. Ni esa noche, ni la noche siguiente, ni en la semana ni en el mes, ni en los próximos seis meses. Preguntó cuanto pudo del muchacho, pero parecía que se lo había llevado el viento a un viaje donde no se sabía en que árbol podría haberse posado.

 

Lo cierto fue que un día un año después de su cumpleaños treinta. Él volvió. Pero no como esperaba, había un cadavérico personaje que lo estaba imitando, enfermo y triste. Había adquirido esa enfermedad que contagian los malos a buenos e ingenuos como el joven prostituto. Estaba en la sala de emergencias y una sonrisa agónica se dibujó en su boca cuando vio al derrochador de vida aparecer por una de las esquinas. Quedó privado con la primera imagen, no era lo que recordaba de aquella noche tan sublime y tan hermosa. Se acercó con miedo, quizás con algo de asco al verlo en semejante estado.

 

—¿Qué se supone que tienes? —Preguntó frío y descortés.

 

—Creí que me reconocerías, vine aquí por que mi seguro de salud incluye este lugar.

 

—Te reconocí. ¿Seguro? Yo pensé que ustedes no tenían. —El muchacho lo miró y supo que había optado mal en ir a intentar obtener piedad de ese hombre. Era uno de tantos que se había cogido y que no le daría más que la espalda para evitarse la vergüenza de hablar del tema. El muchacho levantó las manos y acercó a su rostro un papel.

 

El papel contenía el listado de medicinas que debía pedir. El hombre abrió los ojos como jamás lo había hecho, como si en ese papel estuviera escrita la fecha de su muerte. Y quizás lo estaba. Supo de inmediato que esa medicina sólo le era asignada a aquellos que cargaban con esa infernal enfermedad y que no tenían remedio para curarse, sólo para intentar alargar su ya muy corta vida.

 

Soltó de golpe el papel haciéndolo caer al piso. El muchacho y muchos de los que también esperaban en ese lugar, se asustaron con esa actitud, pero él tenía sus razones, por supuesto que las tenía. Él podía ser una “víctima” más de aquella pesadilla de enfermedad.

 

—Dime por favor si puedo saber antes los resultados.

 

—Por favor deja tanta angustia, no tienes nada, además eres un estúpido por no cuidarte. Te has hecho esta prueba antes y nada ha salido anormal.

 

—No me la hago hace más de un año, además tiene un grado muy avanzado.

 

—¿Y? —Respondió el amigo del laboratorio —Pudo haberse desarrollado de una manera diferente en su organismo, pudo haberse acelerado el proceso por miles de razones, no puedes estar tan seguro e inquieto que tú también estás contagiado..

 

Discutieron casi toda la noche pero igual por muy médico que fuese tendría que esperar como todo el mundo el tiempo prudencial para saber los resultados. Durante esos días no se apareció por el hospital. Estaba paranoico, empezó a tomar medicinas y analgésicos para la enfermedad que hasta el momento para él era ficticia pero que para él era un hecho. Lo increíble de todo, es que en ningún momento, se cruzó por la cabeza el joven. No pensó por un segundo el padecimiento que debía estar viviendo, el dolor que le pudo haber causado esa noticia, si se había contagiado de alguna otra manera que no fuera de su trabajo en la calle, de si se había desaparecido por esa causa o las miles de cosas que debía haber pensado acerca de él. No, el doctor era demasiado egoísta como para pensar en otro ser humano, a pesar de haberlo mendigado noche tras noche durante seis meses. Parecía entonces que su interés no era más que sexual en el muchacho, que nadie en verdad llegaría a su vida por que él era demasiado “único” como para permitir a otro que no fuera él mismo. Ni siquiera y como hacían los comunes se preguntó por si mismo. Las cosas que había hecho hasta el momento, cambiar su vida de parranda y majadería que lo había llevado a estar tan sólo como nadie en la tierra. 

 

Y los resultados llegaron y ya no hubo más penuria. Por supuesto que fueron negativos, a él no le pasaba nada, por que el destino tenía una manera un tanto macabra de actuar con quienes no lo merecían. Ese día estuvo feliz, sólo por precaución se mandó a tomar más análisis e igual salieron positivos. Después de eso ya no recordó más que estuvo con un muchacho hermoso al cual estuvo buscando por seis meses, para volver a acostarse con él. La realidad era que sí lo había buscado todo ese tiempo pero no por que en verdad sintiera algo sino que le molestaba que el chico no estuviera para el, que eso se le hubiera salido de las manos, que no controlara la vida del joven como controlaba la de ya muchos. Era una competencia tonta e insana con él mismo que lo llevaba a retarse a cosas absurdas, que lo llevaba a ser capaz de cosas que hasta que no las hacía no sabía que era capaz. Él pudo cambiar su vida, si le hubiera dirigido la palabra después de hacerle el amor.

 

El muchacho la pasaba muy mal. La enfermedad estaba acelerando su proceso de manera anormal en su pobre cuerpo. Tanto fue que tuvieron que internarlo en ese hospital en la sección especial dedicada a los moribundos para que pasara sus últimos momentos cosechando los muy pocos y buenos momentos que tuvo en la vida. Pero lo que no se esperaba el muchacho gentil era que ese hombre con el que estuvo alguna vez, fuera precisamente quien debía atenderlo. Era terrible el trato que le daba, lo trataba más como si tuviera una lepra que le carcomía la piel, le daba las dosis de mala gana y ni que decir de los chequeos.

 

—No creo que merezca este trato de ti. Estoy muriendo muestra un poco de gentileza por favor.

 

—Sí estás muriendo pero ocupas tiempo que debo dedicarle a otros pacientes. Mira, el hecho que tú y yo hayamos dormido alguna vez, no me obliga a tratarte diferente. Lamento mucho que tu trabajo te haya llevado a esto. Ustedes son prostitutos y no saben como cuidarse de este tipo de riesgos, después se andan quejando de algo que ustedes mismos pudieron prevenir.

 

—Yo no me contagié con un cliente. Yo me contagié donando sangre para los involucrados del accidente del autobús la noche que nos conocimos ¿lo recuerdas?, de las muchas cosas que me contaste esa noche dijiste que la sangre era insuficiente y pensé que era bueno hacer un bien y donar para esas personas. Horas después de que salí de estar contigo, fui al hospital y parece que alguien dejó unas ampolletas usadas revueltas con las que aún no se destapaban. Nadie se dio cuenta en ese momento, y días después me llamaron a mi móvil diciendo que había ocurrido una terrible confusión…. y heme aquí.

 

Oh si. Esa noche, llena de su propio afán, alguien no tuvo la precaución de tirar las ampolletas después de usarlas. Hubo alguien que en su afán inyectado y sacando, las tiraba por doquier y cambiaba sólo las agujas, para ahorrarse tiempo. Ese alguien, más otro alguien irresponsable que no pensó que las agujas destapadas ya estaban usadas, sólo por el hecho que se encontraban con las agujas limpias, habían llevado a ese joven a semejante estado. El muchacho después de enterarse de aquello, sin hacer escándalo que iba a morir ni que tan pronto se darían las agonías, tomó el dinero que había ahorrado para pagarse sus estudios y viajó por el mundo, sin hacerle el daño a nadie de estar con él por supuesto, él no era así. Y regresó para que él lo viera morir.

 

El médico salió del cuarto del muchacho un tanto pensativo.  Él le estaba quitando la vida al joven y era extraño que si obviamente sabía que era él quien esa noche manejó la mayoría de transfusiones no le hubiera hecho reclamo alguno. Pensó que el muchacho era nada más un estúpido que quería lástima, de todas formas no era su culpa. Esa noche había salvado muchas odiosas vidas, quiso pensar que él fue uno de los pocos que cayó en el proceso de salvación de los otros. Que pensamiento más diminuto, no se le cruzó ni por un segundo los muchos otros a quien también mató con su falta de profesionalismo y humanidad. Pero así eran las cosas, él estaba bien ya nada más importaba.

 

Las cosas se pusieron terribles para el muchacho. Ya era su última noche en la tierra, y estaba sólo, como siempre lo estuvo. Sólo una enfermera le daba consuelo y pidió ver al doctor que le hizo tanto mal. Llegó a la habitación con cara de pocos amigos diciéndolo que si quería le daba un calmante que le hiciera más fácil la muerte.

 

—Acércate por favor, tengo algo que decirte —le pidió el muchacho— no será más que un segundo.

 

—Lo que sea hazlo rápido, no deberías gastar energías conmigo, deberías estar orando para recibir piedad de alguien.

 

—¿Piedad yo?, piedad tu. —El médico no entendió la frase del muchacho. Éste le pidió con una débil señal que se acercara a su cama, lo hizo por que si se tenía que morir lo hiciera rápido y se pudiera ir temprano a casa.

 

No le gustó la sonrisa con que el muchacho lo estaba recibiendo. La voz era demasiado tenue así que tuvo que acercarse mucho a su boca para poder entender lo que decía. Y entonces la sentencia se cumpliría.

 

—Aprenderás que algunas veces si yo sufro, tú también.

 

Sintió en su pierna una leve picazón, como si un mosquito le hubiera hecho la mala broma. Pero no era un insecto, era una aguja que insertaba en su ser sangre del muchacho moribundo, él una vez entró en su cuerpo, ahora el joven era quien lo hacía, para devolverle todo el daño que le había causado y vengar a los muchos otros que como él cargaban con la maldición por culpa del egoísta.

 

Salió corriendo gimoteando como un niño, mientras el muchacho cerraba los ojos y descansaba por fin de su dolor.

 

Fin.

 

Dedicado para los que sufrimos.

 


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