Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Sweet Skull por Eiri_Shuichi

[Reviews - 1]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

 

Sweet Skull

 

 

"No olvides traerme un regalo"; sí, esas habían sido las ultimas palabras que Chris le dijera antes de salir del colegio aquella tarde.

Era viernes treinta y uno de octubre y, mientras todos sus amigos y compañeros terminaban de alistar sus disfraces de Halloween él estaba montado en el que parecía un interminable vuelo hacía la Ciudad de México preguntándose por que la insistencia de sus padres para viajar tan lejos cuando solo iban a pasar ahí el fin de semana y llego a la conclusión de que, simplemente, su padre amaba demasiado a su madre y ella a su tierra natal.

Su padre era un típico ciudadano estadounidense que por azares del destino había conocido a su madre en la playa, durante sus vacaciones, cuando ella aún trabajaba como administradora de un lujoso hotel sin importarle que la mexicana fuera hija de campesinos que con mucho esfuerzo y dedicación le habían permitido estudiar en una de las universidades más prestigiosas de América Latina.

No era que la historia de aquel romance le interesara demasiado, simplemente que era a ese pueblo de donde su madre había escapado que se dirigían cuando apenas llevaban veinte minutos en suelo firme.

No quiso sacar cuentas de en total cuanto había durado el viajecito, entre las esperas, el avión, el autobús y la camioneta consiguieron agotar todas sus energías; si que vivían lejos sus abuelos, en un pequeño, sencillo y pintoresco pueblo donde ni siquiera había recepción para su móvil.

Cuando llegaron una pareja de ancianos se apresuro a abrazarlos con tal afecto y ternura que se sintió culpable de tanta queja, eran sus abuelos, aquellos a los que no había visto desde que tenía apenas trece años de edad una vez que temerosos habían accedido a viajar hasta "el otro lado del rió" para pasar juntos navidad.

Todo le parecía demasiado extraño, desde el clima, los muebles, la comida y, principalmente, ese cielo estrellado que no creyó llegar a ver nunca en su vida pero, lo que realmente llamo su atención, fue un olor tan peculiar que no alcanzaba a descifrar de dónde o qué provenía hasta que su abuela, hablándole en ese español que usaba su propia madre y junto a una olla de extraño contenido blancuzco le explico que eran las flores que ya todos tenían listas para los altares y las fiestas.

 

Miguel, a sus diez y siente años era un joven alto, moreno, de cabello oscuro y profundos ojos castaños que vivía en Manhattan con sus padres, era como cualquier otro o, al menos, casi lo era; estudiaba en una escuela particular donde, contra su gusto, casi todos sus compañeros eran unos engreídos amantes de los estereotipos y que solo querían a alguien si en su cuenta bancaria tenían suficiente para ganar su simpatía, un ambiente poco agradable para él que no solo odiaba la superficialidad sino que también estaba orgulloso de su origen latino (o medio origen). Hablaba bien el español aunque su acento a veces llegaba a fallar por la falta de práctica, consecuencia de la agitada agenda de su madre, quien le enseñara y fuera la única capaz de usarlo fluidamente; de su padre, en cambio, había adquirido la pasión por el baseball y agilidad con las ciencias exactas. Era esa la manera en que su vida transcurría básicamente hasta apenas dos años atrás, cuando algo insólito había llegado a trastornar su vida y era precisamente "él".

Chris era el típico caucásico rubio de ojos bonitos y buen cuerpo por el que todas las chicas del colegio se morían hasta que el niño lindo abría la boca; era un loco extrovertido, a veces un tanto sicótico que de putas no bajaba a las porristas y de imbéciles a los jugadores de football que se las pasaban con más facilidad que una botella de licor barato, inteligente pero irreverente y con una lengua suficientemente mordaz para matar a cualquiera.

Chris era ese torbellino que aparece en la vida de alguien y le hace darse cuenta de las peores y mejores cosas de su haber, justo como le pasaba al pobre de Miguel que agradecía al cielo que alguien se esforzara en llamarlo por su nombre en lugar de "Michael", como la mayoría solía hacerlo.

No sabía como, pero el primer día se había sentado tras él y, al siguiente, ya se moría por verlo otra vez; quizá había sido cuando había dejado como un perfecto idiota a uno de sus compañeros durante la clase (y sí, en realidad era un idiota como bien todos lo sabían), quizá cuando sentándose junto a él en el almuerzo se esforzara tan ridículamente por pronunciar bien su nombre o cuándo accidentalmente le había escuchado decir por lo bajo que era repulsivo ver a una de sus compañeras restregándosele a un profesor solo por una mejor nota; en realidad sabía, en el fondo, que era todo lo que en él había y especialmente su forma de expresarlo al mundo valiéndole muy poco lo que pudieran decir. Así fue como en tan solo trece meses cayó en la conclusión de que estaba enamorado de su rubio amigo, justo a tiempo para San Valentín... cosa horrible, personalmente no le importaba pero quizá fuera el momento idóneo para declararle su amor; con un nudo en la garganta y ansiedad en todo su cuerpo se le había acercado y, justo cuando pensaba hablar, fue Chris quién le abrazó con fuerza, casi como si quisiera ver cuanto aguantaban antes de perder el aire por completo y Miguel supo que algo andaba mal, lo aparto y lo miro a los ojos notando enseguida que la paciencia del rubio se disponía a marcharse en segundos.

Después de tranquilizarlo le confesó que su molestia era a causa de todas esas chiquillas tontas que le habían pedido ser su novio o incluso juraban amarlo, contaban exactamente cinco desde la tarde anterior y se iba cansando de rechazarlas cortésmente, ¿en qué pensaban?, ¡ni siquiera lo conocían lo suficiente!. Y así Miguel vio perdida su oportunidad al descubrir que su amigo odiaba San Valentín y sumado a Navidad, Pascua, Día de Gracias y demás descubrió que la única celebridad de su agrado era precisamente Halloween.

Y esa noche, precisamente cuando su amor platónico debía estar a mares de felicidad entre dulces, disfraces y jugarretas él estaba a kilómetros de distancia, perdido de la civilización con su familia.

 

La noche le resulto imposible, no podía conciliar el sueño de solo imaginar que Criss estaba lejos y que a ese paso antes iba a entrar a la universidad que declarársele y eso lo desanimaba mucho. Ni siquiera empezaba a clarear cuando se levanto de la cama harto de no poder dormir como era debido, siguió el aroma dulce que escapaba de la cocina y encontró a su abuela en la estufa, nuevamente con una olla; ella lo miró con afecto y en una taza de barro que más parecía un florero clásico le sirvió el líquido blanco y espeso con una rama de canela. Le agradeció a la anciana y probo la bebida dulce y caliente que humeaba, la observo mientras ponía otra mezcla en largas hojas verdes y las amarraba acomodándolas y poniéndolas a cocer, después como separaba ramas de unas flores naranjas, aquellas cuyo olor reconoció como el de la noche anterior y así, ella le empezó a explicar con voz apaciguada sobre altares, muertos, dioses, lugares de nombres extraños y comida; no fue capaz de pronunciar ninguna de las cosas que ella le dijera y, sin embargo, se puso con ella a armar los arreglos florales.

Esa noche cientos de velas iluminaron las calles, el aroma de los platillos se elevaba por el aire deliciosamente y todos conversaban, las fotos antiguas adornaban como las flores y el colorido papel picado.

Miguel no perdía su asombro de ver semejante colorido en los altares y sonreía preguntándose si en verdad sería posible que las almas de los difuntos regresaran a festejar con los que aún estaban vivos; entonces capto su atención lo que posiblemente fuera lo mas extraordinario que hubiera visto hasta ese momento.

Adornado de azul, rojo y amarillo, con resplandecientes ojos de lentejuelas y una brillante tira de papel en la frente un blanco cráneo se hacía lugar entre los bocadillos.

 

-Es una calaverita de azúcar- le explicaba su madre mientras le extendía una con su nombre escrito en la tira de papel -se comen

 

Miguel no paró de mirarla con determinación y una sonrisa se dibujo en su rostro como si acabara de encontrar la solución perfecta a una pregunta que le rondaba la cabeza.

 

Eran las dos de la tarde cuando se despedían de sus abuelos prometiendo ir a verlos para navidad y, aunque deseaba pasar más tiempo con ellos, se limito a abrazarlos cariñosamente y decir adiós rumbo a la ciudad; les faltaba un largo viaje de regreso a  su hogar.

El lunes no podía con el sueño, el viaje había sido aún más pesado que el de ida pero el entusiasmo que se iba alimentando en su interior producía suficiente adrenalina para mantenerlo en pie, llego al aula y se encontró con Chris sentado, leyendo un libro como a solía hacerlo para pasar el rato. En cuanto se vieron le sonrió y con las piernas tambaleantes estiró su brazo ofreciendo un pequeño paquete en su mano, envuelto en papel.

 

-¿Qué es?- pregunto abriendo el improvisado paquete que de inmediato despertó su curiosidad

-Es un dulce de azúcar por el Día de Muertos

-Creí que era por Halloween- rió impresionado -gracias- se acerco al moreno y le beso los labios con tal suavidad y rapidez que apenas se percibieron mutuamente antes de escuchar los pasos de sus demás compañeros acercándose.

 

Miguel aún tenía mucho que decirle a Chris pero al menos ese gesto había renovado la esperanza de su corazón y si la muerte podía ser alegre, ¿que de malo podía tener la vida?

 

Notas finales: Sep, se acabo, pero creo q lo q sigue es bastante claro XD

Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).