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La Nueva Alianza por midhiel

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Éste es el primer fic que publico de Aragorn y Legolas y va dedicado con todo cariño a PrinceLegolas en su cumpleaños.

Que la pases muy bien en tu día y disfrutes del fic.

Gracias, Ali, por corregir.

..........


Prólogo


Durante la Guerra del Anillo, los elfos y los hombres se aliaron para conseguir la caída de Sauron.

Después de la destrucción del Anillo Único y la derrota del Señor Oscuro, los elfos comprendieron que su tiempo había acabado y decidieron abandonar la Tierra Media, dejando el gobierno en manos de los hombres.

Pero antes de partir y para que la alianza no se quebrara, pidieron a Aragorn II, Rey de Gondor y Arnor, que engendrase al heredero varón de su reino con un elfo de sangre pura y real. Así, la raza élfica perduraría en el trono de los hombres.

Aragorn accedió, ya que amaba a Arwen Undómiel, la hija de Elrond, Señor de Rivendell, y Celebrían, Princesa de Lothlórien. Sin embargo, la joven sólo era media elfa y su candidatura fue rechazada por el Consejo de los Pueblos Élficos.

El Rey de Gondor se rebeló, pero era un hombre de honor y ya había dado su palabra.

El Consejo se reunió en Rivendell y estudió la genealogía de cada princesa y príncipe durante meses, hasta que halló al pretendiente perfecto: Legolas, un elfo de cabello rubio e inigualable hermosura, hijo de Thranduil, el Rey de Mirkwood. Él había integrado la Comunidad del Anillo y había luchado y defendido con su vida al soberano de Gondor. Además, poseía un linaje real que se remontaba a la Primera Era, lleno de guerreros valientes que habían forjado la historia de la Tierra Media.

A Aragorn no le quedó más alternativa que aceptar la propuesta; sin embargo, juró en secreto que jamás se enamoraría de Legolas y continuaría su romance con Arwen por siempre.

TBC

Este fic fue el primero que publiqué de Aragorn y Legolas en el año 2006.

Espero les guste. ^^

 

Por el problema del número de palabras, publicaré a continuación el segundo capítulo.

 

Regalito de cumpleaños para PrinceLegolas.

Gracias, Ali, por las correcciones.

...................

Capítulo Uno: El Acuerdo Prenupcial



Legolas detuvo el corcel en la cumbre de la colina y observó a Minas Tirith, su nuevo hogar. Habían pasado cinco años desde la última vez que la viera, durante la ceremonia de coronación de Aragorn. Cinco años; el tiempo no corría, volaba. Bajó la vista hacia sus manos que sostenían las riendas y vio que temblaban a causa de los nervios. Se encontraba tan ansioso que a pesar de haber estado cabalgando durante toda la noche, no sentía cansancio. Respiró hondo para serenarse y trató de no pensar ni en los consejos de los elfos, ni en las recomendaciones de su padre, sólo en el apuesto Rey con quien pronto se casaría.

La comitiva que lo escoltaba paró detrás de él. Haldir, el Capitán de Lothlórien y uno de sus mejores amigos, bajó del caballo y se le acercó.

-Minas Tirith - murmuró, estudiando al príncipe que volvía a contemplar la cuidad, cautivado -. Gondor ha crecido mucho bajo su gobierno.

-Aragorn es un gran Rey.

-Y un excelente estratega. No da un paso sin analizar las ventajas de cada situación – explicó y luego agregó con sorna -. Lo que se diría, un magnífico Rey de Hombres.

Legolas entendió el mensaje sarcástico y volteó hacia su amigo con una severa mirada. Haldir bajó la cabeza y confesó:

-Los hombres no son como nosotros. Ellos se manejan en un mundo de intrigas, desconocido para los elfos.

-Tú conoces a Aragorn. Sabes que él no es así.

-Es un hombre, Legolas. Criado por los elfos, pero hombre al fin – levantó la vista hacia el príncipe y lo miró, entristecido -. No quiero que él te lastime, mellon.

-¿Por qué habría de lastimarme? – enarcó una ceja, intrigado.

Haldir se mordió el labio inferior con fuerza.

-Porque tú confías en este compromiso, Legolas. Crees que te han traído hasta aquí para que te cases por amor, y niegas las razones políticas de este asunto.

Legolas se sacudió en la montura, perturbado, haciendo que el corcel se moviera un poco.

-He recibido la educación de un príncipe desde que tengo uso de razón – replicó, sin poder disimular su enojo -. Conozco los motivos políticos, como tú los llamas. Pero no muestro tu escepticismo, Haldir, porque a diferencia de ti, yo sí creo en los hombres.

El capitán volvió a bajar la cabeza, más dolorido.

-Entiéndelo, Legolas. No quiero que salgas lastimado.

-No saldré lastimado – le respondió secamente y jaló de las riendas del corcel -. Adelante – ordenó a los otros elfos -. Debemos llegar a Minas Tirith.

Haldir se dirigió a su caballo y lo montó en silencio. No podía negarlo, Legolas realmente amaba al Rey de Gondor y eso, tarde o temprano, le pesaría.



.........................



Sentado detrás del escritorio, Aragorn se frotaba la sien mientras leía la carta que Elrond, su padre adoptivo, le había enviado. En ella le aconsejaba que no endureciera su corazón y aceptara la posibilidad de amar a Legolas algún día. Después de todo ellos fueron amigos durante muchos años, aún antes de integrar la famosa Comunidad del Anillo.

Aragorn dobló la hoja y sacudió la cabeza, resuelto a no ceder. Como su padre explicaba, Legolas era un elfo leal y noble que había peleado muchas batallas con coraje. También era atractivo, nadie podía negarlo; sin embargo, el Rey no lo había elegido como consorte, sólo el Consejo de los Pueblos Élficos.

Abrió el cajón derecho del escritorio y levantó otra carta que desprendía un perfume a rosas frescas, la fragancia favorita de Arwen.

Se acomodó en el sillón para leerla cuando unos golpes discretos lo interrumpieron.

-Adelante – ordenó, cerrando la carta de Arwen.

-Majestad, la comitiva de Mirkwood está atravesando las calles – anunció un sirviente al abrir la puerta -. Llegarán al Palacio en media hora.

-Preparen a los delegados – replicó con calma -. Ya bajaré a recibirlos.

El sirviente hizo una reverencia y abandonó el recinto.

Aragorn guardó el papel y giró la cabeza hacia el balcón para observar una parte del vasto territorio que gobernaba. Los campos, las colinas, las montañas, los ríos. Era el soberano absoluto del reino más poderoso de la Tierra Media. No merecía la imposición de ninguna raza, de ningún Consejo. No podían exigirle con quién casarse, no podían exigirle con quién engendrar a sus hijos. Sin embargo, los elfos ya lo habían hecho y eso lo enfurecía.

Bajó la mirada hacia su mano y observó un anillo dorado con una piedra negra en el centro. Era un obsequio que Arwen le había entregado antes de conocer la decisión del Consejo, antes de sentirse traicionado.

-Aragorn, ¿estás ahí? – sintió la voz de Faramir, su amigo y Senescal de Gondor, desde el otro lado de la puerta.

-Sí, adelante.

-La comitiva de elfos está llegando a la entrada y los ministros aguardan en la Sala del Trono.

-Gracias, Faramir. Voy enseguida – replicó el Rey, levantándose del sillón sin ganas.

Su amigo se sorprendió de su actitud y entró al despacho, preocupado.

-¿Seguro que estás bien, Aragorn?

-Claro – sonrió apenas. Caminó hacia él y le palmeó el hombro -. No todos los días un Rey tiene el placer de recibir al esposo que otro pueblo le impone.

Faramir no se atrevió al replicar, sólo lo miró afligido. Aragorn suspiró con resignación y apoyó el brazo en el umbral.

-Vamos – le hizo una seña -. Mi hermoso príncipe me está esperando.

-Aragorn, es difícil aceptar esto pero...

-Faramir, vamos a la Sala.




.........................


Legolas posó la mirada en Aragorn, sentado en su trono, y parpadeó con timidez, el humano seguía conservándose tan apuesto como él lo recordaba. Atravesó el salón con elegancia mientras el Rey se levantaba para saludarlo.

-Bienvenido a Minas Tirith, Legolas Thranduilion – tomó su mano y se la besó.

Legolas se sacudió al sentir su roce y respondió, inclinando la cabeza levemente.

-Bienvenido, Haldir de Lórien – Aragorn observó al capitán que se encontraba junto a Legolas.

-Los elfos os envían sus saludos, Majestad – replicó Haldir.

El Rey asintió e hizo una seña a Faramir y a sus ministros para que se acercaran. Los presentó uno por uno, explicando sus títulos y posiciones en la corte. Legolas los saludó con cortesía.

Aragorn estudió al príncipe en silencio y comprendió que no había cambiado, se mantenía cortés y discreto, tal como él lo recordaba. Cuando las presentaciones concluyeron, ordenó a los hombres con un gesto que se alejaran y sólo Faramir se mantuvo a su lado.

-Ahora si me permites, Legolas, quisiera platicar contigo a solas.

El elfo asintió con extrañeza, Haldir y Faramir se retiraron junto con los demás ministros. Al quedar solo con Legolas, el Rey caminó hacia unas sillas alrededor de una mesita, a un costado del recinto, y le indicó que tomara asiento.

-Llevamos tres décadas de amistad – recordó Aragorn cuando se hubieron sentado. Cruzó los brazos en la mesa y miró fijamente al Príncipe -. Por eso deseo ser franco contigo.

Legolas se movió nervioso en la silla y parpadeó.

-Este contrato del Consejo – comenzó el Rey – nos obliga a engendr...

-¿Obliga? – los ojos del Príncipe se abrieron por el asombro. Aragorn lo observó con desconcierto y continuó, acomodando rápidamente las ideas:

-Sí, nos obliga, nos exige que nos casemos. Sabes bien que mis planes eran otros: yo estaba comprometido con Arwen y ella fue rechazada por su condición de media elfa. No sé si tú tenías en Mirkwood a algún...Legolas, ¿por qué bajas la cabeza?

-No, disculpa – replicó, levantando la mirada nublada por el desconcierto -. Sólo...continúa.

-¿Te encuentras bien, amigo?

Legolas se sacudió, inquieto.

-Sí, sólo estoy algo cansado por el viaje – balbuceó.

Aragorn frunció el ceño, aprensivo, en verdad era una excusa irreverente ya que había visto correr a Legolas días enteros sin agotarse.

-Estoy bien, Aragorn. Continúa – le pidió con la voz apagada.

-Lo que trato de proponerte es que nos casemos como nos exigen los elfos, des a Gondor un heredero varón con tu sangre y la de los Númenor y luego podrás ser libre...

-¿Libre?

-Libre de permanecer en Minas Tirith o de ir a dónde tú desees – terminó el Rey, echándose hacia atrás en el asiento.

Legolas volvió a parpadear sin dar fe a lo que estaba escuchando, sabía del pragmatismo con que Aragorn se manejaba pero sus palabras le parecían ridículas. ¿Acaso le estaba sugiriendo el divorcio aún antes de haber contraído enlace?

-El asunto es simple, Legolas – expuso el soberano al descubrir su desconcierto -. Nos han impuesto una boda que escapaba a nuestros proyectos, yo no quiero atarte a algo que para mí también es vergonzoso y bastante humillante, por eso te propongo que en un año...

-Aragorn – musitó, bajando la cabeza -. Yo no sabía que sentías vergüenza por esto.

-Bueno, no es gratificante para un soberano que un Consejo le asigne un consorte – explicó, volviendo a apoyar los brazos sobre la mesa. Luego tomó la mano del príncipe para que levantara la vista hacia él -. Legolas, yo no quiero faltar a la promesa que le hice a tu gente, por eso acepté este enlace, nos casaremos para engendrar a un heredero legítimo y después...después tú podrás hacer lo que gustes.

El elfo alzó la mirada, tenía los ojos mojados. Se mordió el labio y asintió, tranquilo. Aragorn sonrió, satisfecho y le soltó la mano:

-Ahora puedes ir a tus habitaciones, amigo, el viaje debe haberte resultado agotador como dices – adujo y corrió la silla para levantarse -. La ceremonia será en tres días, tienes a los sirvientes a tu disposición.

Legolas se levantó, despacio, y caminó hacia la puerta.

-Legolas – lo llamó cuando llegó al umbral -. Gracias por tu comprensión.

-De nada – murmuró, sin voltear hacia él.

-Hay algo más que debo avisarte.

El príncipe giró hacia él, ya no disimulaba la expresión de tristeza. Pero Aragorn no parecía reparar en ello.

-Dentro de algunos meses vendrá Arwen a visitarme. Será una visita oficial y quiero que sepas que ella y yo....bueno.... continuamos juntos.

-Entiendo – respondió con la voz extinguida como un susurro. Sin nada más que replicar abandonó la sala.



....................


Fuera del recinto lo estaba aguardando un sirviente que lo acompañó por las escaleras hasta los aposentos que le habían asignado. Su habitación era amplia, con cómodos muebles y un espacioso lecho. Tenía un largo ventanal que conducía a un balcón adornado con plantas.

Legolas entró y vio que sus pertenencias ya habían sido colocadas en sus respectivos sitios. Hizo un ademán al sirviente para que se retirase.

-Cualquier cosa que necesitéis, Alteza – saludó antes de cerrar la puerta -. Sabéis que estoy a vuestra disposición.

El elfo lo miró cansado, esos tratos tan corteses de los hombres siempre escondían otras intenciones. Eso, al menos, era lo que le había explicado Haldir que parecía no equivocarse en su juicio a los humanos. Ellos eran embusteros y dañinos, llenos de trampas y pensamientos oscuros.

-¿Cómo pude ser tan ingenuo? – suspiró, caminando hacia el balcón -. ¿Cómo pude olvidar que él la amaba? – se detuvo junto al lecho y se sentó en una punta con la mirada perdida. Ya no había nada que ocultar, la triste realidad se había presentado ante sus ojos. Sin oponer resistencia, dejó fluir sus emociones y lloró con el corazón destrozado.



TBC

 


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