Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Vergüenza por Aome1565

[Reviews - 4]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

¿Un poco vieja la idea del que se levanta con resaca en una casa que no es la suya y no recuerda lo que pasó la noche anterior?

Bueno, yo la reinventé (;

 

 

 

 

Vergüenza

 

Sol. Mucho sol le llegaba desde la derecha. ¿Era la derecha, cierto? Y él en su cuarto no tenía ahí una ventana. ¿O sí?

Aún sin abrir los ojos ni despertarse del todo ya sabía que la habitación le daba vueltas.

Estiró los brazos, palpando una cama enorme y suave, sintió sobre su pecho desnudo el roce del edredón que lo cubría, se giró bocabajo y hundió la cara en la almohada de plumas, donde aspiró profundamente un aroma conocido, varonil, mezclado con el humo de los cigarrillos del bar. Se le metió por la nariz y, como una inmensa nube de humo que se hincha y se expande, le recorrió todo el cuerpo, colándose entre los músculos y la piel y erizando sus nervios, despertándolo de ese estado de sopor en que el alcohol lo mantenía.

-¡Un momento! -pensó, ladeando la cabeza y abriendo de repente los ojos-. ¿Sol?, ¿cama grande?, ¿estaba desnudo?, ¿aroma varonil?, ¿el bar?, ¿alcohol?... ¿Qué había pasado?

Se incorporó de un salto y miró a su alrededor: ese no era su cuarto, tampoco lo conocía... y menos se acordaba de aquel que lo había llevado hasta allí y las cosas que hubieran hecho.

Bochornoso. El mareo volvió a inundarle la cabeza, mientras sus pies parecían despegarse del piso que empezaba a girar. Se sentó en el borde de la cama, cerró los ojos con fuerza y se tomó la cabeza con ambas manos.

-Estúpido... -se dijo y volvió a levantar la vista. Vio sobre una silla frente a él toda su ropa doblada.

Sintiéndose en medio de un torbellino de preguntas, imágenes borrosas, completo silencio y la misma habitación que giraba bajo sus pies desnudos, se encontró saliendo de la habitación. Un fuerte a aroma a café de cafetería le golpeó la cara y lo sacó del soponcio, arrancándole un escalofrío.

Observó el cálido interior de ese departamento que se extendía bajo sus pies y ante sus ojos. Era un ambiente espacioso y minimalista. Un amplio pasillo que conectaba la entrada con la cocina y a la vez dividía la sala de la habitación en la que él estaba. En el living había un enorme sillón de espaldas a él, un televisor y un diván paralelo a lo que parecía un gran ventanal por donde entraba la luz del sol. Y sentado en ese diván estaba un hombre de cabellos negros y lentes, con el torso desnudo; leía el diario y había notado su aparición en escena, pero hizo como si no se diera cuenta.

Las mejillas se le tiñeron de carmín y en su pecho afloraron la vergüenza y el enojo. Absorbió los pocos pasos que lo dividían de ese sofá y clavó en él sus uñas.

-Buenos días.

Sin levantar la mirada de lo que fingía leer, sin sonreír, sin siquiera fijarse en la esbelta figura ahí parada, con la cara que explotaba de furia y sonrojo, el cabello rubio desordenado y la camisa mal abrochada.

-¡¿Buenos días?! ¿Con tanta naturalidad lo decís? -Explotó. Y no sabía siquiera qué era lo que tenía para decir. ¿Acaso era un reclamo por haberlo llevado borracho a su casa?, ¿iba a reprocharle el no recordar una noche de sexo?

-Perdón, entonces, pero no puedo dejar de lado mi naturalidad -respondió con una media sonrisa. Se giró y le guiñó un ojo-. ¿Café?

-¿Eh? -Se paralizó. Lo vio levantarse y fingir caminar hacia él, para pasar de largo. A su cabeza le cayó un balde de agua fría imaginaria. -Si, por favor... -terminó susurrando, sin siquiera escucharse a sí mismo.

Sus ojos, traicioneros, se giraron y siguieron el andar de esas piernas largas, pálidas, desnudas. La cara empezó a arderle y de un momento a otro se encontró viendo esas caderas enfundadas en un ajustado slip rojo.

-¿Puedo saber tu nombre? -preguntó cohibido. Todavía no podía moverse de donde estaba. El mayor soltó una risotada a la vez que se apoyaba en la mesada de mármol de la cocina, con una pequeña taza blanca rozándole los labios.

-Anoche me lo preguntaste tres veces... -Sonrió. -Frederic. Y por las dudas, vos te llamás Alan. ¿Café?

-¡No, no quiero café! ¡Y dejá la altanería conmigo, porque...! -Nuevamente se quedó sin palabras. Sólo cerró la boca y le entraron ganas de llorar. Las sintió como una oleada de sensaciones que subían por su pecho, como un millón de arañas trepando por debajo de su camisa, pero se calmó.

-Bien, bien, no querés café, ya entendí.

El silencio se apoderó del departamento entero, pesaba sobre sus cabezas y hacía presión en sus oídos.

-Quiero saber. No lo recuerdo. Contame -susurró su conciencia, como si el tiempo hubiera parado y sólo él viera en versión animada a esa personita roja en miniatura sentada en su hombro. Aunque siquiera él la veía, sólo se la imaginaba.

Su entrecejo se frunció, sus ojos se llenaron de incertidumbre. ¿Preguntaba o no?

-¿Podés contarme qué fue lo que pasó anoche? -fue su susurro. Silencio. Los ojos perfectamente azules del mayor se clavaban en él y lo miraban de arriba abajo, lo saboreaban con la mirada. El corazón le latía a mil por hora, sudaba frío y las arañas volvían a trepar por su cuerpo.

-No te escucho...

-¿Podés...? -Titubeó. La cara volvió a ponérsele roja de furia y vergüenza-. ¡¿Qué mierda hago acá, cómo llegué, que fue lo que pasó anoche?! -Y la voz se le quebró.

Frederic empezó a acercársele lentamente con una sonrisa pero los ojos llenos de duda y compasión. Alan, temblando, retrocedía a cada paso que se adelantaba hacia él. Parecían bailar, o quizás eran dos fichas en un juego de azar donde siempre tocaban los mismos números para ambos participantes, pero la recta final llegó más rápido de lo que esperaban. Alan terminó antes, recostado contra la puerta de entrada y acorralado ante ese que le sonreía.

-¿Tuvimos sexo?, no. ¿Te secuestré en mi casa?, no... Estabas sentado a mi lado en el bar que, como supuse, ambos frecuentamos. Hablamos y tomamos. Te emborrachaste antes y quedaste dormido sobre la barra, por lo que no tenía manera alguna de saber dónde vivías... y no te dejaría allí, solo. Te traje a mi casa, te saqué la ropa que olía a tabaco y alcohol y te dejé dormir en mi cama. Ahora te despertás y hacés todo el escándalo que le falta a mi vida. Si tanto te molesta seguir parado acá, tenés la puerta a tu espalda.

Se volteó, aún con su sonrisa, y se dirigió con seguridad a su cuarto.

Alan empezó a sentir nuevamente el mareo inundarle la cabeza. El aroma a café le llenó la nariz y escapó hacia todo su cuerpo, recién recordando cuánto le gustaba, pero también se colaba el desagradable olor a bar de su ropa.

-¡¿Pretendés que me vaya cuando no se dónde estoy?! -gritó.

-Si quisieras, ya te hubieras ido... ¿Te querés ir? -Estaba de brazos cruzados, apoyado en el quicio de la puerta de su habitación.

-¡¿Y qué si no me quiero ir?!

-Entonces ya habrías tenido sexo conmigo... -Le guiñó un ojo. Alan empezó a respirar agitado. Era un juego sucio.

-¿Y qué si quiero tener sexo con vos? -Y lo vio acercarse. La sangre por sus venas corría frenética, la adrenalina se arremolinaba y esparcía por todo su cuerpo, sentía su rostro arder y las manos temblarle. Estaba respondiendo sin pensar siquiera en qué iría a decir, ni menos en las consecuencias que eso tendría.

Lo demás pasó demasiado rápido. Uno a uno los pasos de Frederic fueron acercándolos, hasta estar ambos a ninguna distancia. El pecho desnudo y tibio del mayor chocó con el suyo.

No se dio cuenta, pero por su nariz resoplaba, las manos le temblaban y sus ojos eran como helado al sol en pleno verano, clavados de esa forma en los del más alto, que lo devoraba con la vista.

Acorralado, se le hacía agua la boca; el mundo había dejado de dar vueltas, sin embargo todo bajo sus pies era un constante temblor, una calesita donde el técnico sólo la hacía girar para él.

Mareado, agitado. Literalmente se colgó del cuello de su carcelero, del oso que lo aprisionaba, y se hundió en su boca, sin temor a que dentro de la cueva hubiera un monstruo, un hombre de las nieves, lo que fuere... Dentro estaba más que tibio, ardiente, y a él le quemaba. Sus respiraciones chocaban, y si hubieran sido dos corrientes de aire, allí mismo se hubiera creado un tornado que si fuese posible se los tragaría juntos.

Alan se imaginó siendo un cangrejo, o tal vez un manojo de tentáculos, una quimera sofocada que envolvía con sus garras las caderas firmes del oso que lo aprisionaba contra la puerta, mientras no le alcanzaban los brazos, los tentáculos, para rodear esa inmensa espalda.

Gimió, gimió extasiado, envuelto en esos labios que arrasaban con su boca y su raciocinio. Se hundió más en la cueva, se apegó más al oso que intentaba comérselo vivo.

Una mano en su nuca, enredándose en sus cabellos, y la otra, atrevida, hirviendo, se coló con intención por debajo de su ropa interior, acariciando allí donde podía, arrancándole los mejores jadeos que había soltado en su vida...

El mundo alrededor empezó a moverse, la puerta se alejó de su cuerpo, un aire frío le recorrió la espalda desnuda, una mano caliente se aferró a una de sus nalgas. Gimió, siguió besando. Se sintió caer aún acariciando con vehemencia la espalda ahora sudada de Frederic (era Frederic, ¿cierto?), pero rebotó y quedó apoyado sobre un colchón de nubes y sábanas, aprisionado y sintiendo con intensidad cualquier tramo del otro cuerpo fusionándose con el suyo.

Aquello era una alucinación, una fantasía. O tal vez un juego. Sea lo que fuere le encantaba, le fascinaba, e iba a disfrutarla inclusive en sus recuerdos cuando haya terminado, pero rogaba no terminara más.

De repente se sintió completamente desnudo, húmedo, con una leve corriente de aire descendiendo por su cuello, rozándole la oreja. Aquello era por demás placentero, le hacía cosquillas, le adormecía la cabeza, como si por entre su cabello corriera un hormiguero entero.

Estando completamente fuera de sí notó un vehemente aumento de la temperatura. No sabía si era su cuerpo, el cuerpo que aprisionaba el suyo, todo lo de alrededor, pero tampoco le importaba, sólo volvió en sí cuando una mano, ágil, viajó desde su rodilla hasta una de sus nalgas, empezando una intromisión, un asalto a su vergüenza adormecida.

Levantó la cabeza, se incorporó, y todo movimiento quedó congelado.

-¿Nada de esto pasó antes? -preguntó, con la cara colorada y húmeda.

-Nada... -Y le guiñó un ojo. -¿Pero y eso qué tiene?, alguna vez tenía que pasar, ¿no?

Con las manos en la sien se dejó caer hacia atrás, no importándole que al mayor se le hubieran quedado las manos suspendidas en el aire. Cuando abrió los ojos se encontró con el otro rostro muy cercano al suyo, viéndolo con seriedad.

-Si todavía estás esperando al príncipe azul, no existe -decía en susurros que olían a café y le acariciaban seductoramente los labios y la nariz.

-¡Todavía no tuve sexo, ¿está bien?! -gritó y cerró los ojos, con fuerza. La vergüenza y la exasperación teñían de rojo sus mejillas.

-Pareciera que me estás jodiendo... Por la forma en que todo de vos se me insinuaba yo creía que sí. Tus ojos, tus manos, tu boca, Dios, ¡todo tu cuerpo! -Con una mano corrió su negro flequillo hacia arriba, en un gesto de sorpresa y casi preocupación.

Alan se volteó y quedó recostado de lado, fuera de la presa del oso que lo miraba incrédulo.

-Eso fui a hacer, justamente... -susurró, tragándose las arañas que habían llegado hasta sus ojos.

-No te entiendo...

-¡Vos mismo lo dijiste!, ¿virgen a mi edad? -Su voz lloraba, sus ojos se resentían, y su mente gritaba ‘¡estúpido!'

-Sólo bromeaba. De alguna forma u otra tenía que hacerte enojar, me gustás más así, pero no creí que fuera tan malo. -Sentado, con la mano extendida, dudosa entre tocar o no ese marcado xilofón de costillas, sonrió. -Me hubieras dicho y te desvirgaba al instante.

-¡Es que hasta borracho tengo vergüenza! -volvió a gritar, con la voz temblorosa y quebrada. Se volteó y brillaron sus ojos anegados en lágrimas. Siquiera entendía por qué lloraba. ¿Era confusión?, ¿qué era lo que quería?

Frederic quedó tieso, era como un oso embalsamado frente a un pollito mojado.

-Y no sé por qué sigo acá, diciendo esto... -No quería irse, quería un abrazo, pero el pudor podía con él.

Se levantó. Las manos le temblaban y las rodillas amenazaban con desistir. Estaba y se sentía desnudo, encogido ante una mirada que lo perforaba.

-¿No vas a agarrar lo que viniste a buscar? -La voz del mayor lo detuvo. Hablaba serio y sentía sus ojos clavársele en la espalda, recorriéndole la nuca, la marcada espina dorsal, la curva de la felicidad allá abajo, donde las miradas se vuelven escalofríos atrevidos.

-Lo hubiera agarrado anoche, cuando sabía que después iba a olvidarme de todo, pero ahora...

Lo oyó moverse, levantarse. La cama crujió y sus pasos se tragaron esos metros que los separaban.

-Te lo regalo, y los regalos no se devuelven... -Los brazos largos del oso envolvieron su cadera y él tembló, pegado a la piel de su carcelero. Suspiró y esa boca enloquecedora le rozó el cuello. -Te quiero ahí ahora, esta noche, mañana, hasta que me canse. No vas a tener tiempo de pensar en la primera y no vas a poder contar la última. Te quiero escandaloso, desordenado, borracho, recién levantado y con los dientes sin lavar... Dale. -Y sin tiempo para responder tenía la boca ocupada en labios ajenos.

Esos besos eran el infierno en sí y a él no le importaba quemarse. No le importaba estar cayendo en las garras del oso, ser devorado sobre un colchón de nubes, que los cuchillos de ese faquir lo atravesasen con lentitud y sin compasión, que en forma de desordenadas notas musicales salieran de su boca gemidos que se perderían sólo en sus oídos. No le afectaba que sin pavor de entre sus labios salieran los más sucios pedidos, haber perdido el hilo de sus pensamientos tampoco.

Unos dientes en su oreja, un par de manos allá donde empezaba su vergüenza, los cuerpos mojados como si sumergidos en el mar estuvieran.

Frenesí, descontrol, y nadie podía detenerlo. Para aquello no había freno de mano ni señal de PARE. Si velocímetro hubiese, la aguja ya no existiría; si un policía de control estuviese parado allí, las multas no tendrían fin. ¿Pero a quién más le incumbía si a ellos no?

El final era por demás predecible, pero no podían ellos decir de antemano que ese final hubiese sido así de escandaloso, disfrutado, húmedo.

Con las piernas envolviendo la cadera y casi la espalda de Frederic, Alan se veía venir un orgasmo más que sólo fogoso. Gimiendo casi gritando, sacudiéndose entero. Pero a pesar del ambiente de completa excitación allí adentro, no podía dejar de notar al mayor muy suave para con él. Sus besos, sus manos arrasando con su piel fueron lo más bonito de todo aquello...

...Porque no sabía cuánto duraría realmente.

 

 

Sol. Otra vez le daba el sol en la cara. ¿Seguía en el mismo lugar?, ¿todo había sido un sueño?, ¿una pesadilla? Estaba también en la misma cama grande, desnudo, aunque... un par de brazos lo apresaban por la cintura, pegado a su espalda había un cuerpo tibio y él estaba completamente pegajoso, húmedo, y tenía frío, pero no sentía las sábanas a sus pies.

No podía moverse, y no es que quisiera, pero necesitaba despertar al oso dormilón para poder salir de su presa y regresar a casa. Había conseguido lo que quería, no tenía más nada que hacer ahí, por más nostalgia que le diera.

-No, no te vas a ir, ¿no escuchaste lo que te dije? -le susurró al oído en un tono perfectamente despierto. Sólo estaba haciéndose el dormido-. También te quiero acá dormido, sudado y pegajoso. No te estoy pidiendo que te quedes... te estoy obligando.

Alan no entendía, aún, por qué debía quedarse, después del papelón que ofreció ya desde la noche anterior. Se había emborrachado para conseguir alguien que quisiera tener sexo con él, pero el tiro le salió por la culata; se despertó en una casa ajena, confundido, y más que exasperado se escandalizó ante ese que lo había cargado desmayado hasta su cama; se tiró a sus brazos, se arrepintió y, luego de darle lástima, terminó cediendo a una primera vez increíble. Ahora Frederic lo obligaba a quedarse con él si era posible hasta el fin de los tiempos.

-Ay... -murmuró sólo para sí, escondiendo la cabeza bajo la almohada. Su cabeza y su cuerpo entero se sacudían ante un sí rotundo. Sintió al mayor moverse y, sentado sobre la cama, lo observaba con una sonrisa pícara. Él sólo lo espiaba, como un nene jugando a las escondidas.

Sonrió. No iba a dudar más.

Lanzó la almohada que salió disparada hacia cualquier lado y se incorporó, abrazándose a Frederic. Iba a besarlo, pero lo frenó.

-Antes, lavate los dientes. -Le guiñó un ojo y soltó una carcajada que daba para no terminar más.

Se tapó la boca con ambas manos y su rostro enrojeció. Los cabellos rubios ya de por sí desordenados parecieron alborotársele más y hasta daba la impresión que de sus orejas salía humo.

-¡Que vergüenza!

 

 

Notas finales:

¿Que tal? :3

¿Un review? ;D

 

Hasta la próxima! :D


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).