Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

¿Sabes? por AvengerWalker

[Reviews - 4]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

Saint Seiya y sus personajes pertenecen a Masami Kurumada.

Notas del capitulo:

Este es un songfic que escribí cuando tenía catorce años y decidí reescribir, para que no les sangren los ojos cuando se lo encuentren. Como verán, de songfic ya no le queda nada, y es que no le veía sentido a que se mantuviera en esa categoría. Nunca fui buena para los songfics xD

 

Es bastante sencillo, pero espero que lo disfruten<3.

El caballero guardián del templo de Géminis suspiró, recluyéndose en su mundo interior para embriagarse con la relampagueante imagen de cierto pelilila. No podía ni deseaba dejar de pensar en el custodio de Aries, no luego del incómodo encontronazo que casi había dado pie a una fuerte y airada discusión. Aunque la guerra santa había quedado atrás y se les había dado una nueva oportunidad para rehacer sus vidas, explotar otras habilidades y adquirir nuevas experiencias, los implicados seguían atados, en parte, a los sucesos de aquel pasado no tan lejano.

Sólo Saga cargaba con aquel peso, que a duras penas podía compartir con Kanon. Aunque desde su más tierna infancia no habían sido específicamente unidos o protectores el uno con el otro, notaba en su hermano menor un cambio de actitud: había aceptado sus errores y más aún las consecuencias, no huía ni escapaba de las miradas ajenas, como él. A su vez, intentaba que Saga compartiera con él la carga de los pecados, pero resultaba imposible. Hacía tiempo había sido perdonado, no sólo por su diosa, no sólo por Shion y Aioros, sus principales víctimas… sino también por todos y cada uno de sus compañeros, entre los cuales se encontraba Mu.

Durante su juventud, había sido muy consciente de la admiración que, junto con Aioros, despertaba en sus compañeros. Siempre se había comportado de manera correcta y educada, aunque su mente se había debatido entre el lado oscuro de su personalidad y la rectitud y bondad que siempre le había caracterizado. En algún momento, incapaz de contener su contracara más negativa, se había dejado casi devorar por la misma y había perdido el control no sólo de sus acciones, sino de su vida entera. Terminó por resignarse y dejarse llevar, aunque en ocasiones recuperaba la cordura, sólo para ser sometido una vez más por aquella oscuridad.

Los había decepcionado a todos, mas ellos le habían perdonado… Todo el mundo había perdonado su traición, a excepción de Saga de Géminis. Se veía incapaz de hacerlo.

En tanto el griego se torturaba en su blanquecino y derruido templo, producto de las constantes luchas, otro caballero hacía lo propio en su correspondiente territorio. Y es que Mu tampoco podía ni deseaba quitarse a Saga de la mente, a aquel Saga que había conocido de niño, el mismo Saga que amaba ahora de adulto. Recordaba a la perfección la primera vez que se habían cruzado sus miradas: no era él más que un niño, la semilla y el proyecto de lo que ahora era; inocente, curioso y algo temeroso por lo que el destino le depararía, cada vez que Aioros y Saga se dedicaban al entrenamiento, se escapaba para estudiarles y admirarles en silencio, aunque su atención siempre recaía en el hombre de cabellos añiles. Y sabía que el geminiano también había reparado en él, pues en varias ocasiones el amable portador de la dorada armadura se había detenido a su lado para ayudarle y compartirle sus consejos y conocimientos. Aquel vínculo inocente agravó aún más la sensación de traición.

Recordaba también la noche en que las estrellas se ensombrecieron, en que, una vez poseedor de la armadura de Aries, contempló cómo el cosmos de su maestro y patriarca del Santuario se extinguía. Lo sintió en el pecho, como quien pierde una parte de sí y no sabe definir exactamente cuál. Siendo el niño que era y no consciente de todas sus virtudes y capacidades, fue incapaz de descubrir lo ocurrido… Sólo cuando la nueva silueta de poder se erigió ante ellos fue que lo supo, y nadie más que él podría haberlo notado antes. Quizá Dohko, mas guardianaba el sello de Athena a miles de kilómetros de distancia. Nadie más que él veía en el nuevo patriarca una sombra de oscuridad, una personalidad desconocida, un cosmos terrorífico, poderoso y corrupto. Aquella masa de negatividad le devolvió la mirada con un brillo sádico. Fue ese el instante en que decidió partir del Santuario y protegerse en el Tíbet, donde tiempo después tomó bajo su protección a su actual alumno.

Desde un inicio había sido tildado de traidor y en el escritorio de su torre se habían acumulado las cartas y los constantes llamados del patriarca. A su regreso, las armaduras habían tintineado en respuesta, finalmente reunidas las doce luego de años de separación… pero el cosmos de sus compañeros había sido agresivo y confuso: parecían felices de verle, pero no sabían qué esperar de un traidor como él. Al menos compartía ese título y sensación con Saga, aunque comprendía que el peso que cargaba el otro en sus hombros era aún mayor.

Y le había perdonado. Consciente de que había sido manipulado por su lado oscuro, por aquel ente que tanto había jugado con su mente, decidió perdonarle aquellos años de temor, de lágrimas, de indecisión, de soledad, muy a sabiendas de que Saga había pasado por lo mismo. Comprendía, sin embargo, que no sólo necesitaba el perdón de la comunidad: el más importante y valioso residía en él mismo.

Sus pensamientos le guiaron hasta el extraño suceso de aquel día, mientras subía las escalinatas para intercambiar algunas palabras con el patriarca. Algunos caballeros estaban reunidos en Escorpio, más precisamente Kanon, Saga y el guardián del templo correspondiente. Mientras que el menor de los geminianos se veía tan espontáneo y amable como siempre, Saga tenía una expresión taciturna e irritada, se veía profundamente indignado; por otro lado, Milo parecía incómodo y el nerviosismo en su sonrisa le dictó que aquello que estuviera molestando al guardián de Géminis, había sido provocado por el escorpión. Lo que más le extrañó, no obstante, fue la manera en que Saga le miró, como si hubiese sido él el motivo de su mal humor. No era la primera vez que contemplaba al de cabellos añiles de esa manera, por lo que sabía no era de descargar su irritación o frustración con otros, mucho menos con él mismo; y es que había notado la diferencia en el trato que Saga daba a los demás y el que le daba a él.

Lo que Mu desconocía, empero, era la conversación que la tríada había compartido antes de proseguir con sus deberes de rutina. Era sabido el compañerismo que se profesaban Kanon y Milo, sobre todo a la hora de gastar bromas y salir de una sola pieza del drama. Mientras Saga atravesaba Escorpio para sostener una conversación con Shion acerca de una próxima misión a cumplir, se vio obligado a oír y participar, aunque en silencio, de la más incómoda y desagradable de las conversaciones.

Kanon había expresado su deseo y atracción hacia el caballero de la virgen, Shaka, tan callado y tranquilo como poderoso e implacable. Mas antes de que su hermano pudiera extenderse en un lujo de detalles innecesario y dar rienda suelta a sus fantasías sexuales, Milo le había interrumpido a carcajadas: “¡Pero si Shaka está con Mu!”. Quizá si hubiese llegado a tiempo para ser partícipe de la conversación, habría sido capaz de aclarar la verdad tras esa frase, dada la incapacidad del caballero de Escorpio para expresarse correctamente.

En la mente de Saga, empero, no había lugar para errores. Había estudiado lo dicho de manera obsesiva, desde diversas aristas, pero siempre llegaba a la misma conclusión: una relación romántica entre Shaka y Mu era absolutamente probable. Todo el Santuario conocía el fuerte vínculo que los dos caballeros tenían, todas las similitudes que les habían unido hacía años; incluso durante el exilio de Mu, Shaka había confiado en la fidelidad del ariano y sus acciones. Intranquilo, molesto y agotado de la tortura mental a la que él mismo se estaba sometiendo, decidió abandonar Géminis y atravesar Tauro; hubiese deseado no tener que aparecerse por el templo de Aries, mas se veía obligado si quería recorrer los territorios aledaños al Santuario.

Sin embargo, si pensaba que Mu iba a dejarle pasar sin compartir palabra alguna, estaba equivocado. Desde el momento en que puso un pie en aquel cuidado e imponente templo, supo que el lemuriano se acercaría donde él y entablaría una conversación cuidadosa. Había visto la sorpresa dibujarse en el semblante del menor aquella tarde: conociéndole, no era erróneo sospechar que intentaría sacarle información sobre el hecho. Tal como había imaginado, aquel sensible pero fuerte cosmos se alzó frente a él, hasta que la silueta del guardián hizo acto de presencia. Se miraron en silencio, el primer silencio incómodo que habían compartido en su vida. Finalmente, Mu suspiró.

— Saga…

La mirada del de cabellos añiles le escrutó con curiosidad y sutileza; se perdió en la forma de su rostro, en el juego de luces y sombras que arrojaba la luna sobre tan bella y especial criatura. Admiró la curvatura de sus labios y la cascada de cabellos, ahora libres, que le caía por los hombros y tras su espalda. Su corazón reaccionó de inmediato ante la mención de su nombre, y es que la voz de Mu era única: suave, pero masculina y profunda. Frente a él tenía al hombre que motivaba sus desvelos, que le hacía perder la cordura. El lemuriano sonrió y también lo hizo Saga, contagiado por la peculiaridad y hermosura de su expresión.

Ambos se acercaron el uno al otro, sin pronunciar palabra alguna. No hacía falta, no era necesario. Fue Mu quien eliminó los centímetros de distancia y se hundió en el pecho del más alto, rodeando sus costados en un abrazo que lo significaba todo y que enloquecía aún más el adulto corazón del geminiano. También el de cabellos lavanda se sentía alterado, admirado en parte por haberse atrevido a dar el primer paso y nervioso por temor a que el contrario le apartase. Mas no sucedió así. Con una sutileza propia del caballero del tercer templo, Saga rodeó lentamente su cintura.

— Milo dijo que tú y Shaka estaban juntos… —murmuró el mayor, incapaz de guardarse para sí el pensamiento que tanto le estaba torturando. Descubrir que Mu tenía una relación romántica con el rubio había sido desconcertante en principio, y aunque veía que su existencia era posible, albergaba la esperanza de que correspondiera a sus sentimientos.

Tuvo temor de que el ariano rompiera el abrazo, mas sólo se agitó contra él debido a las risas que escaparon de sus labios. La expectativa creció.

— Vaya… no sabía que salía con Shaka, parece que Milo sabe más de mi vida romántica que yo —bromeó. Miró a Saga con dulzura y se permitió acomodar algunos de los ensortijados cabellos añiles, aunque se detuvo de pronto. Acababa de entenderlo todo. —¿Por eso estabas molesto hoy?

El mayor guardó silencio y desvió la mirada, avergonzado e incapaz de confesar que no sólo había sentido deseos de enviar a Milo a otra dimensión, una muy, muy lejana, sino con él al caballero de la virgen también, quien ninguna culpa tenía de sus celos.

— Ya veo… —La sonrisa de Mu se había extendido aún más. No necesitaba que Saga lo confirmara verbalmente, pues sus acciones decían lo que su boca callaba. Una vez más rió. —En ese caso, aclararé que no sólo no estoy saliendo con Shaka, sino que no tenemos ningún interés similar. Otro es el hombre a quien amo…

Y, como si la respuesta estuviera frente a sus ojos, plantó la mirada en las esmeraldas obres del geminiano, quien no pudo hacer más que sonreír, no sólo aliviado de ver aclarada aquella situación, sino, además, descubrir que no era un amor unilateral.


— El hombre a quien amo está frente a mi —expresó a su vez Saga, sin titubeos, con una voz segura y grave que, además, dejaba entrever un dejo de cariño.

Las manos de Mu se deslizaron poco a poco desde los trabajados hombros ajenos hasta sus brazos, los cuales acarició en un descenso que se detuvo al llegar a las palmas ajenas. Entrelazó sus dedos con los de él.

— Ven… ¿por qué no pasas? -invito el ariano con una sonrisa, mientras jalaba del más alto con parsimonia.

Mientras se dejaba guiar por el menor al interior, compartieron una nueva y cariñosa expresión, una mirada que lo decía todo. Era evidente que tenían muchas cosas para hablar, muchas cosas para hacer… pero, sobre todo, era momento para que finalmente recuperasen el tiempo perdido y se entregaran el uno al otro con sinceridad. El ofrecimiento de Mu era mucho más que una invitación a ingresar a su templo: era una invitación a su vida, a su corazón. Una invitación a amarse sin tapujos, sin pudor, sin ocultarse. No más.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).