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Por ustedes por Locappya

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Notas del fanfic:

Mi primer mpreg de SetoxJoey ^^

Espero les agrade!

Aquí estoy, meditando en la gran sala donde tantas noches discutimos por cualquier motivo existente y donde nos besábamos al encontrarnos sin la presencia de los empleados. Me agradan, pero siempre preferiste privarte de cualquier tacto si alguno de estos se hallaba cerca.

Aquí, el lugar donde me despedía cuando ibas de viaje, donde pasaba horas viendo la puerta, esperando fielmente hasta quedarme dormido en el mismo sofá en que ahora estoy descansando. Y cuando al fin llegabas, no podía, mucho menos quería aguantarme las ganas de echarme a tus brazos. Ni siquiera me importaba las palabras insensibles que me gruñías al portarme tan efusivo, pero es que simplemente el verte regresar a mi lado, a MI lado, era lo único que me importaba. Verte sano, cansado por el viaje, con el ceño fruncido y sentir tu mano en mi coronilla, acariciándome los cabellos como un niño, era indescriptible. Por ese día no me enojaba que me llamaras con alguno de los apelativos que usabas en el instituto, ni cuando me vencías en los duelos, ni siquiera aquellos que utilizaste para alejarme de tu lado cuando pensaste que me casaría con May….no, nada de eso tenía alguna significancia para mi, pues sabía que el sólo verme así de alegre era lo que te tranquilizaba, te gustaba e incluso te sensibilizaba.

Con tan sólo verme a tu lado sonreías…con un rostro de limón agrio, pero sonreías.

Vaya que es enorme este espacio decorado con jarrones carísimos, con columnas que sostienen el techo donde descansa el candelabro de bronce estilo medieval, la alfombra beige que cubre la cerámica blanca y las gradas hasta llegar al segundo piso, los ventanales por donde ilumina el radiante sol perene en primavera, mi estación favorita, y la chimenea…

Como adoro esa chimenea

Me levanto para ir a visitarla. Hace ya mucho que no me siento en uno de los cojines que yo mismo te pedí comprar para que ambos nos pudiéramos acomodar frente a esta en invierno, tu estación predilecta.

Recuerdo cuando bajé una noche, encontrándome tu cuerpo descansando con cierta libertad sobre estos cojines blancos y dorados, con algunos papeles aún entre tus manos, otros alrededor de los pies y las gafas cuadradas sin aro en la punta de tu nariz. Sonreí al besarte la frente, juntando las hojas para evitar algún accidente que provocara tu ira, o peor, un nuevo desvelo. No, mientras estuvieras a mi cargo, me haría responsable de ti, y eso significaba que si tenía que desvelarme a tu lado, lo hacía, si necesitabas silencio, pedía a todos callar e incluso me retiraba para que pudieras concentrarte mejor, y si lo que querías era algo de relajación y liberación, allí estaba detrás de ti dándote un masaje, o delante abrazándome a tu espalda dejándome llevar por la entrega adjunta de tus movimientos dentro de mi cuerpo, de tus besos, las caricias, de tus ronroneos…

La repisa está llena de fotografías y títulos, mostrándose orgullosos a cualquiera que desease acercarse y ver los recuerdos y logros que hemos cosechado juntos y por separado durante estos diez años, los que han sido mi vida completa. Acercándome, veo con un sentimiento de vacío mezclado con alegría y nostalgia cada una de las fotos y leo cada uno de los documentos, reparando en dos especialmente significativos…

El primero, tu título de campeón mundial de duelo de monstruos

Es increíble que hace ya tanto luchaste por vencer a Yami, a tal punto que se volvió una obsesión. Con cada torneo que planeabas, enormemente crecía tu sed de demostrar que eras el mejor, de venganza, de superación y la dificultad de tus estrategias. Ra, duraba días enteros intentando descifrar al menos uno de tus movimientos, pero cuando sentía que lo había logrado, llegabas y dejabas a todos boquiabiertos al invocar un monstruo del cual jamás pensamos que usarías, y atrás de este, una carta que incluso al mismo Yami tomó por sorpresa.

No se puede negar los años que duraste consiguiéndolo, ni los entrenamientos, los planes, las derrotas, el cuestionamiento y la ira que te envolvían cuando le desafiabas y terminaba siempre con el mismo resultado.

Un “casi” nunca sirve en ti, así como un segundo lugar. Es blanco o negro, es dar o recibir, es ganar o perder. La gloria para el ganador y el resto para el perdedor. Así de sencillo y complejo era, y es, todo contigo.

No obstante, un día, un inolvidable y singular día, le ganaste, y con todas las de la ley. Tal vez lo más gracioso de todo eso, fue que ganaste…

Por mi…

Claro, jamás lo admitirás y hasta en tu mente te convenciste que eso no fue el factor que te motivó y te dio una razón verdadera para vencerle. Sé que ganaste por tí mismo, por tu empeño, por tu arrogancia y por que querías, ¡demonios querías tu titulo de vuelta!, pero en mi interior, siempre existirá el regocijo de saber que en parte, en muy demasiada pequeña parte, se debió a mí. Sí, eso quiero creer, tú querías tu titulo, pues yo quiero tener esa esperanza en mi pecho.

Recuerdo cuando ganaste, y esa cara de altivez y satisfacción que absolutamente nadie en el mundo igualará ni haciendo el mejor intento. Tu risa era tan gélida y profunda, tanto así que no paraste de reír hasta que tuviste entre tus manos el titulo. Lo viste, lo leíste, y clavaste la mirada en los ojos de mi amigo, con una sonrisa de medio lado tan visible, tan maldosa, con tu pecho inflado, observándole con la frente en alto, al igual que si fuese escoria. Casi no dijiste palabra alguna, muy extraño viniendo de alguien que pasaba la mayor parte de su existencia humillando y degradando a quien fuese con frases y apodos que si bien estaban algo fundamentados (ojón, patéticos, duelista de quinta, perro…en especial perro), no dejaban de ser hirientes. Moki salió a tu encuentro, abrazándote y sintiéndose tan feliz por su hermano mayor. Yo, a pesar de decirte lo típico de nuestras conversaciones (ahora no habrá quien guante al ricachón ego centrista, ¡hiciste trampa! Petulante despreciable), escondía la enorme felicidad que me daba verte cumplir al fin aquello por lo que habías luchado y persistido. Aguantaba el impulso de darte un golpecito en el brazo, o al menos estar a tu lado, felicitándote; te lo merecías, y por primera vez, había que admitir que fuiste superior a Yami.

Resignados, mis amigos y yo bajamos de la plataforma, dejando a los eternos rivales viéndose frente a frente. Inventándoles un pretexto, me quedé escondido tratando que ni Moki me viera cuando este bajó a anunciar el nuevo campeón. Fue breve lo que presencié, pero tan increíble que mis piernas comenzaron a temblar y el corazón me latía en los oídos. Duré varios segundos intentado descifrar porque Atem le dijo a Kaiba que debía en parte su victoria por mí, ya que si él no le hubiese dicho que si perdía de nuevo yo terminaría atrapado en una carta así como sucedió con él y su hermano en la isla de Pegasus, no habría encontrado la confianza y el impulso para obtener la victoria a como diera lugar

“-Mis amigos y la fe en las cartas son mi fortaleza y la razón por la que lucho con respeto y venzo. La tuya ya tiene nombre te guste o no, porque jamás admitirás, es Joey-“

Lo que siguió a eso fue burlas e insultos hacia mi; sin embargo, a lo mejor por la “supuesta verdad”, vi que sus ojos contrarrestaban cada sílaba que salía de su boca, y casi tan rápido como afloraron los insultos, así fue que le dio la espalda, caminando con paso firme estrujando en una mano el titulo de campeón mundial del duelo de monstruos, y en la otra, la carta que combinada a sus dragones blancos de ojos azules le garantizó su anhelada victoria…Mi dragón negro de ojos rojos, el cual ganó al enfrentarme en las semifinales, con un claro perdedor que le cedió el paso para la final.

Un hermoso recuerdo, quizás el causante de que tanto Kaiba como yo comenzáramos a tratarnos diferente sin dejar de lado aquello que nos comunicaba: los insultos y las provocaciones.

La historia de cómo terminamos juntos es parecida a la de los demás humanos. No obstante, yo no estoy con un humano cualquiera; estoy con Seto Kaiba, con el CEO más reconocido de Asia, con el millonario más envidiado e idolatrado, con el apático encargado de comercializar los duelos y hacer que muchos se identifiquen con estos, hagan desafíos que les incursione el deseo de superación y la competencia sana; estoy con el adolescente de 17 años convertido ya en un adulto de 27, de cabellos castaños y ojos azules…

Con una leve sonrisa en mi rostro evocada por tales memorias, agarro entre mis manos el segundo, originando un cosquilleo en mi vientre y una sonrisa tan grande que mis dientes se reflejan en la superficie de cristal.

Adoro releer una y otra vez nuestra acta de matrimonio.

Fue difícil creer que estuviera casado con el arrogante empresario. Un sueño, una ilusión, una mentira o una broma. Pensé tantas cosas que dudé seriamente en presentarme en el altar, pues creía que me quedaría allí, esperando por alguien que buscaba la manera de burlarse de mí, y que mejor que hacerlo frente a todos los conocidos, amigos y la prensa. Si no fuera porque tanto Yugi como Tristán y hasta el mismísimo Mokuba me encerraron en la habitación donde descansaban el esmoquin a vestir y los zapatos –carísimos-, la boda se habría suspendido. Me imaginé a mi mismo saltando por la ventana ayudado de las sábanas y cortinas, escapando cual parodia de películas donde la prometida, espantada ante el compromiso, huía hacia la libertad.

A pesar de lo tentativo de la idea, la negué rotundamente. En primer lugar, no era una chica, segundo, el compromiso no era lo que me aterraba, si no el hecho de no casarme con aquel que había aprendido a amar de tal manera que una simple noche de pasión no era suficiente, ni para él ni para mí. Y tercero, no buscaba la libertad, tampoco las ataduras; buscaba compañía, deseos de superación, ansias de cuidar y ser cuidado. Quería una oportunidad de ser feliz, a pesar de que mi pareja no se podía catalogar como “príncipe azul”; ni siquiera me trataba como un semejante, pero había ese algo, esa llama capaz de cautivarme cada vez que decía “no más”. Su posesividad pasaba a ser limitantemente extrema, y eso me enfadaba en la misma intensidad de infundirme importancia en su vida, me inundaba y me daba la fortaleza para aguantarlo y amarlo.

Luché por ser su igual durante años, y aun no sé si lo he conseguido. Paradojamente, no me molesta, pues le he enseñado que Joey Wheeler no es alguien para desechar en una par de años o que sea parte de la monotonía. Tengo diez años lidiando batallas personales y de pareja, duelos y enfrentamientos en la cama como para dejar que su orgullo y mi terquedad nos aleje.

Además, tenemos otra razón que nos une, la más fuerte y el causante por lo que ahora estamos de esta manera.

Dejo el documento en su lugar, tomando esta vez aquel portarretratos donde se halla una foto de ambos cuando teníamos 21 años, y de los brazos de Seto dormía nuestro hijo, nuestro pequeño Keishy.

Aferrándola a mi pecho, acuesto mi humanidad apoyado en un sillón cercano. Acaricio con la yema de mi dedo corazón las facciones de Seto, sintiendo semejante a cuando es su piel la que me eriza los pelos de la nuca por su suavidad y calidez. Sereno, serio, mas con un brillo único en ambas orbes, estas que resultaron pasar a la siguiente generación Kaiba. Sentado en el brazo de la silla, me encuentro rodeándole tras su nuca y apoyando mi mano en su hombro derecho, mientras mi otra mano está encima del bulto que apenas se dejaba observar, quien en ese momento tenía atrapado mi dedo índice entre su manita, y como si fuera su padre de celoso, no me soltaba; al contrario, me jalaba con inusitada fuerza, acompañando al agarre de su progenitor que tomaba mi cintura y veía al pobre camarógrafo con la clara advertencia de quien ose a tocar algo, o alguien, de su propiedad.

En ese entonces Keishy era recién nacido, pesaba unos kilos menos que los bebés de parto por papás, pero compensaba esto con su altura e inteligencia, misma que fue desarrollando año atrás año. Un niño sano, perspicaz, cariñoso y distante, toda una combinación casi perfecta entre Seto y yo

Casi perfecta…

El sonido de un ladrido me saca de mis pensamientos, retornando el portarretratos en su lugar y girando para ver entre las cortinas.

Su sonrisa brilla tanto o más que los cabellos rubios nacientes de su cabeza. Lo miro correr tras Saki, el labrador cachorro comprado no hace mucho, y por quien ha desarrollado un afecto usual en niños de su edad. Se revuelca en el suelo permitiéndose jugar y disfrutar, y me gusta verlo así.

Me pregunto cómo serian las cosas si Seto no hubiese tomado la decisión que cambió la vida de los tres.

El reloj de la sala suena inundando el vacio del silencio dentro de la mansión. Son la una de la tarde. Camino hacia la cocina en donde me espera Mokoto, la cocinera de la familia y con la cual he compartido recetas. Puntualmente, un plato con diferentes tipos de alimentos y fruta me espera. Le agradezco y me dispongo a subir, no sin antes pedirle de favor que no le permita al niño subir y menos acercarse al cuarto principal.

Salgo y subo las gradas escuchando su voz autoritaria al pedirle traer la pelota y los ladridos alegres de nuestra mascota, haciendo que me vuelva a preguntar

¿Cómo serian las cosas si Seto no hubiese tomado esa decisión?

Tambaleo un poco pues el peso es mucho y las escaleras no son de gran ayuda.

Al fin llego a la segunda plata, donde la melodía de una suave tonada me hace querer llorar. No puedo, no quiero ser débil, no ahora, no de nuevo.

Siempre siento esta inseguridad cuando toco la puerta con mis nudillos y me quedo en espera de un “pasa”. Hoy dura más de lo normal, tal vez se esté alistando, tal vez se la esté colocando.

-Seto…¿puedo pasar?- cuando toca la tecla SI en el piano, acompañado de su voz, es la señal para entrar.

Con algo de dificultad, me introduzco a la habitación que compartimos y guarda muchas de nuestras discusiones, uno que otro duelo y la privacidad de las reconciliaciones. Doy una vista rápida para asegurarme de que no haya nada en desorden, pues me sé de memoria su manía de la perfección. Por último, fijo mis ojos en su cuerpo, en cual se encuentra un poco encorvado sobre el piano, tocando con los largos dedos las teclas blancas y negras de este, creando esa melodía que tanto me fascina, por ser el reflejo de sus sentimientos, de aquello ahogados ya por el silencio, por el encierro en este cuarto, en este espacio; aquí estas a gusto.

De todos los terrenos y propiedades a su nombre, estas cuatro paredes valen todo el dinero que posee, lo sé pues me lo dijo al pedirme encerrarle prácticamente aquí, lejos de Kaiba Corp, lejos de los duelos

Lejos de Keishy

-¿Cómo te sientes?- deposito la bandeja en una mesita cercana a sus manos, quieto en espera de algún movimiento.

-Como siempre –responde seco sin dejar de tocar su canción.

-…- detesto no saber que más decir.

Observo a través de la ventana. Doy unos cuantos pasos hacia ella, dándome cuenta de las huellas digitales de alguien que ha apoyado su mano en la siempre limpia superficie de vidrio- ¿lo escuchaste Seto? ¿Escuchaste a tu hijo?

Mantiene su boca callada, mas sus manos se han detenido. No levanta su cabeza y sus cabellos castaños me impiden verle el rostro. Muerdo mi labio inferior. Deseo abrazarle, llenar su vacío, susurrarle que todo está bien, pero simplemente es inútil. Si me acerco se alejará, si le digo algo así me callará.

“-Yo me acostumbré, no veo razón para que tú no lo hagas-“

Quedamos en relativo silencio

Respiré hondo y me moví hasta quedar a unos centímetros de su rostro. Lo tomé entre mis manos, dejando dos suaves besos sobre la venda, uno en cada ojo, donde sé que están ahí, escondidos, incapaces de verme, de ver nada.

Entrelazo mis dedos a los suyos, alejándolos de la fría superficie de las teclas. Me agacho de cuclillas para quedar a su altura, apoyando mi frente en su regazo, ignorando un poco la molestia que me ocasiona esta posición. Escucho su respiración pausada, sin alteración alguna, muy diferente a la mía, que parezco tener taquicardia.

-….Gracias…. Seto …. gracias - le susurro quedito, con toda la sinceridad de mi alma, y con todo el dolor de mi corazón. Sé que no me dirá palabras lindas, sé que me arriesgo a un ataque de enojo y sé que sabe lo sincero de mis palabras.

Es la sinceridad de alguien que ha dado a luz, y es comprendida por quien ha sacrificado la vista por su hijo

No me contesta nada.

Tan sólo quita su mano de entre las mías, y la coloca encima de mi cabeza, haciéndome esa caricia que en varios años no repetía, y hoy me ha hecho brotar unas cuantas lágrimas, las suficientes por él y por mí. Me gusta su mano en mis hebras, me da la calma que siempre requiero y encuentro a su lado.

-Necesito que llames a Mokuba, hay algunas peticiones de los inversionistas turcos que faltan examinar- expiro sonoramente sonriendo ante su responsabilidad absoluta.

Me alejo y le acerco el teléfono celular. Marco a la oficina del nuevo presidente, y le comunico con su hermano mayor , su maestro. Me apoyo en una pared cercana, obviando la conversación llena de tecnicismos que me son indiferentes.

Con un tic en mis manos, las imágenes de aquel día, hace seis años, desfilan enseñándome el rostro del doctor, el expediente de mi bebé, el terror en mis facciones y la furia en las de mi esposo.

Un trasplante terapéutico de cornea

Podíamos conseguir un donante, con sus influencias y dinero era capaz de comprar lo que hiciera falta; no obstante, había un detalle del cual no podíamos negar: la compatibilidad

Por un año buscamos sin hallar más que callejones cerrados. Médico tras médico, oftalmólogos, centros especiales de donación.

Todo fue inútil.

Keishy cada vez veía menos. Lloraba por la repentina ceguera, por no diferenciar mi rostro, por no ver los ojos de su padre. Me rompía el corazón verlo levantar sus manitas, buscándonos, llamándonos con pequeños gemidos llenos de la mayor incertidumbre y miedo existente para un infante. Ambos nos hundimos en una clase de depresión incapaz de dar con la bendita solución al sufrimiento de él, de nosotros. Mokuba le cuidaba mientras íbamos a hospitales y clínicas privadas, verificando cada análisis hecho, sin resultados positivos. Incluso hubo un tiempo en que me fue imposible cargarle; la pena de sentir como se aferraba a mi pecho y aspiraba mi aroma intentando memorizarme, dejando de lado el llanto sin permitirse sonreír, era la agonía más desgarradora que un padre puede sentir en la vida.

Seto convivía lo mayormente posible con Keishy, pero él no reaccionaba igual. No comía, no jugaba, no lloraba y definitivamente ya no veía nada. Si hubiese estado en la edad de hablar, estoy seguro que nunca me repondría de su voz llamándonos. Casi, en un delirio de triste locura, me pareció escucharle musitar

-“¿onde ….onde etas papá…onde…papi? ¿Porque todo es tan obscuro? “-

Esa noche me senté apoyado en la fría cerámica con el llanto ahogado en una toalla. Escondía mi rostro entre mis rodillas, golpeando y maldiciéndome, sintiéndome culpable por la aflicción, por la pena, por la desesperación y por su enfermedad.

-Es suficiente – escuché al otro lado de la puerta del baño. Su fuerza cerrando la puerta y bajando hacia el estudio fue lo último antes de levantarme, ir hacia la cama y acostarme en ella mientras seguía en un periodo de trance.

A la mañana siguiente, desperté tanteando el lado donde debía estar dormido mi esposo con la mano. Asocié que debía encontrarse en la oficina, el doctor o tal vez con Keishy. Me levanté y alisté con un extraño mareo en el estómago. Baje las gradas revisando si había alguien en casa, encontrando soledad en cada esquina y pesado silencio en el aire. El corazón me latía desbocado, la garganta se me cerraba y mis movimientos eran más torpes de lo diario. Angustiado ya por esa sensación en el pecho, me dispuse a llamar a Seto para saber donde había salido con el pequeño, mas la voz de Mokuba fue quién contestó su celular.

Dejé caer el aparato resonando por el eco exagerado.

No me di cuenta ni cómo llegué al hospital con la alteración de mis nervios conduciendo por media cuidad, tampoco cómo pude de entrar a la habitación donde él se hallaba descansando. Me aproximé lentamente con los dientes fuertemente apretados, tanto que la quijada me dolía y de mi boca salía el rechinar de estos, hasta quedar a un lado, cerca de la máquina donde media sus signos vitales.

Sentado, con la espalda apoyada en el respaldar de la cama, vestido únicamente con la bata blanca reglamentaria, su cabeza se mantenía fija al frente, ignorándome por completo. Mis manos no se decidían si acariciarle o golpearlo, masajearle los cabellos o jalarlos hasta lograr tenerlos entre mis dedos.

No sabía cómo reaccionar.

-Tú…tú…¡¡¡ERES UN IDIOTA!!! ¡¿Y ME LLAMAS A MI IMPULSIVO KAIBA?! ¡¡¡IMBÉCIL!!!

-….-

-Eres…eres un…

No pude aguantar más. Me dejé caer, golpeando con las rodillas la áspera cerámica mientras estrechaba entre las manos el cobertor rojo, hundiendo mi rostro en su vientre a la vez que gruesas lágrimas caían acaudaladas mojándole su bata.

Por varios minutos sólo el pitar de la máquina y mis gimoteos y maldiciones se escucharon en esas cuatro paredes, acallándose estos últimos poco a poco, hasta que exclusivamente pausados sollozos pudieron provenir de mi garganta.

Fui incapaz de detenerle, hacerle razonar y mucho menos de cambiar lo hecho.

-¿Cómo está Keishy?

Me cuesta trabajo contestarle. La garganta me arde al igual que los ojos. Ladeo el rostro para permitirme hablar con algo más de claridad, sin poder detener el líquido salado que siguen bajando por mis mejillas.

-A-antes de entrar aquí…el doctor…me dijo que estaba bien…recuperándose…y si fue un éxito…pronto verá…otra vez….- pronuncié con un hilo de voz. La mirada se me distorsionaba por la humedad, y el corazón se me estrujaba.

Me dolía tanto…

-Habrán cambios en la mansión a partir de hoy, y seguramente- corta la oración al respirar profundo. Parecía estar suspirando- en Kaiba Corp- sentencia al tocar con la yema de los dedos la venda en sus ojos, prueba letal de un sacrificio motivado por el más sincero amor paternal y las jugarretas de la vida que impulsan a un CEO a tomar decisiones inclusive crueles, para ellos mismos.

-Gracias….Seto….gracias… -lloriqueé abatido por la tristeza de perder esos ojos azules que tanto amaba, y por la alegría de saber la certera recuperación visual de nuestro hijo.

Muevo la cabeza con intención de volver al presente, parando mis involuntarias manos de encima del vientre semi abultado. Una nueva vida venía en camino, y la felicidad de tenerla en mis brazos dentro de unos meses irradiaba sonrisas en mis labios, y melancolía en el pecho.

Al verle me doy cuenta que ha terminado de hablar con Mokuba, y ha continuado con las notas que tocaba mucho antes que el interrumpiera. Me siento a su lado en el espacio libre del asiento barnizado, poseyendo el mismo color que el piano.

A lo lejos escuchamos la risa de Keishy, el saludo de su tío Mokuba y la bienvenida de Saki ladrándole sin parar, todo combina perfectamente con la melodía que emite gracias a sus largos dedos. Me quedo allí, absorto en la música y los recuerdos, apoyando mi cabeza en su hombro.

A veces me pregunto si este bebé también tendrá una enfermedad ocular, y si fuese el caso ¿Yo sería capaz de darle mis ojos como hizo Seto con Keishy?

Una cuestión que va más allá de lo que puedo pensar por ahora, por lo que simplemente rezo por su salud, porque los tres podamos vivir en paz y cómo todo debería ser: Kaiba y yo discutiendo, yo preparándome para ir a sala de maternidad una vez más, los juegos al aire libre y el ajedrez que hace ya muchas lunas ha quedado abandonado en una esquina del estudio de la mansión, con las fichas acomodadas exactamente cómo las dejaron la última vez que tuvieron una partida… y preparándonos para la llegada del nuevo integrante de la familia.

Deja de tocar el instrumento, a la vez que su mano se cuela por debajo de mi camisa, palpándome el abultado vientre con movimientos ascendentes y descendentes.

-Melody…

-¿Qué?- su voz hace que me separe del hombro y le vea directamente a las vendas tapadas con su flequillo castaño y unos cuantos más pequeños.

-Si es niña, deseo que se llame Melody…Melody Kaiba Wheeler…




Notas finales:

Espero haya sido de su agrado ^^

Gracias Nate chan por hacerme esta - todas las demas- firmas ^^


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