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Nieve por Fancy cat

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Notas del capitulo: Gravitation es propiedad de Maki Murakami
Aquella noche nevaba

Aquella noche nevaba.

 

Acarició el frío cristal con un dedo, garabateando un nombre en él. El nombre más bonito del mundo: Yuki.

 

Sonrió con suavidad mientras se acomodaba en el alféizar, acurrucado bajo una manta.

 

Fuera la tormenta iba perdiendo fuerza tras haber cubierto las calles con un grueso manto blanco. Las pocas personas que se veían por la calle se apresuraban a llegar a sus casas tras haber sido sorprendidos por la súbita nevada; ya los coches estaban prácticamente sepultados y la calzada no se distinguía de la acera.

Casi podía oír los noticiarios de los próximos días, repitiendo incansablemente la cantidad de problemas que había provocado la intensa nevada.

Pero eso no le importaba.

 

 

A él le gustaba la nieve. Amaba la nieve.

 

Le gustaba porque le provocaba una sensación cálida en el pecho.

De pequeño, cuando sólo podía verla en la tele mientras informaban –como vendría sucediendo en la semana próxima- sobre la multitud de problemas provocados por ella, deseaba con fuerza que no se derritiera nunca. Se preguntaba cómo sería tocarla, acariciarla, hundir sus dedos en ella.

 

Por fin un año pudo conocerla, cuando fueron a las montañas, a casa de sus abuelos.

Después de cenar, cuando se asomó por la ventana y vio cómo el suelo se iba volviendo blanco paulatinamente, creyó que moriría de alegría.

 

Corrió afuera, al patio, su rostro radiante de ilusión. Pero, al tocarla, sintió el dolor en sus deditos cuando la nieve, fundida, se escurrió por sus manos.

Se sintió decepcionado por su hiriente frialdad, aunque el disgusto pasó cuando aquella sensación inundó de nuevo su cuerpo.

 

¿Cómo algo tan frío podía ser, a la vez, tan cálido?

 

La acarició de nuevo, pensativo; no alcanzaba a comprenderlo.

 

Pero de pronto una idea surgió en su mente, clara y sobrecogedora: no importaba cuán fría fuera la nieve ni el daño que ésta le causara, él la seguiría amando. Porque cuando el frío desaparecía quedaba la esencia, ese algo reconfortante que no podía explicar pero que estaba ahí de todos modos.

Supo, en ese instante que amaría la nieve toda su vida, porque sabía que por muy cruel que pudiera llegar a ser su frialdad la calidez llegaría tarde o temprano, cuando el hielo se hubiera derretido.

Y su mente de niño se turbó al no comprender el porqué de ese pensamiento, aunque sabía que algún día lo entendería.

 

Ahora, de vuelta al presente, su expresión pensativa se transformó en una tenue sonrisa.

 

“Cuando se derrite el hielo sólo queda la esencia, aquella calidez…”

Volvió la cabeza hacia el hombre que dormía unos metros más allá, mirándolo con dulzura.

 

Eiri era como la nieve. Frío y cruel. Pero al mismo tiempo cálido y acogedor; increíblemente hermoso.

 

 

Y su sonrisa se ensanchó al comprender, años más tarde, aquel pensamiento que abordó su mente siendo niño, una noche como aquella en que aún no conocía a Yuki pero ya sabía que lo amaría para siempre.

 

 

 


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