Te odio. Te detesto. Tu sola presencia me desagrada, no la soporto. Cada vez que te veo mi imaginación vuela y deseo que te retuerzas, falto de aire por lo que provocan mis manos en tu cuello. Deseo eliminarte, apartarte de mi vista, hacerte desaparecer. Odio tu risa fácil, odio tus ojos chispeantes, odio tu cuerpo caminando seguro y erguido, odio tu cabello ondeando al viento, odio tu aroma cálido, odio cada célular de tu ser. Te odio a ti.
Siempre me pregunto cómo puede haber un ser tan insulso como tú. Tan torpe, tan imbecil, tan despreocupado, tan despota... tan avasallador. No mides consecuencias de tus actos ni de tus palabras, pasas por encimas de todos, sin importar lo qué suceda o qué provoques. Tu altanarería me tiene harto, cansado, furioso, ya no lo soporto... ya no te soporto.
Pero simplemente, mi voluntad sólo queda en deseos. Me limitó de manera cobarde a agachar mi cabeza, a callar mi boca y a controlar mis impulsos. Aceptando así tu fanfanorreria, tu desfachatez, tu idiotez, tu simpleza, tu mediocridad. Acepto con sumisión tus palabras hirientes, tus golpes contundentes, tus desprecios, tus desplantes; sin protestar, sin rebatir, simplemente... sin hacer nada en tu contra.
Es que no puedo, por más que lo desee no puedo herirte, me tienes subyugado a tu presencia, me tienes postrado a tus pies, y yo como bobo me dejo hacer, aunque tú seas ignorante de todo lo que provocas en mi.
Te idolatro, te venero, te admiro, te sigo... te amo.
Porque te amo, te odio. Me tienes vulnerable, débil, meláncolico. Eres inalcansable para mi y por ello sufro. Por eso deseo eliminarte de la faz de la Tierra, para que nada de lo que me rodea me recuerde a ti y que éste corazón, que corre apresurado como loco enamorado cuando tú estas cerca o tan solo oye tu voz o siente tu aroma particular, no siga requebrajándose por no estar al lado de su dueño.
Eres dueño de mi corazón, de mi alma, de todo mi ser y no lo sabes. Date cuenta, imbécil. Respiro cuando tú respiras, pestañeo cuando tú pestañeas, vivo cuando tú vives. Por ti soy todo, pero para ti soy nada. No entiendes acaso cuánto sufro por tu ignorancia, por tu desconocimiento de cuánto te amo y te adoro. Intento, me obligo a no amarte, pero no puedo... en las noches vienes a mi vida como un sueño y durante el día vienes a mi vida como una pesadilla. Quiero dejar de tener pesadillas despierto; quiero soñar contigo a mi lado y que me amas, que me veneras, que me adoras con la misma fuerza y pasión que yo profeso hacia ti.
Quiero que me odies tanto o más a como yo te odio a ti.
- ¿Qué escribes, zorro?
- El prólogo de mi próximo proyecto – contesto sin voltear a verle, siguiendo con el tecleo mecánico en la computadora.
- ¿Puedo leer? – solicitó con voz susurrante.
Kaede se apoyo en el respaldo de su sillón de cuero para darle la factibilidad de que pudiera leer. Mientras Hanamichi leía, él se dedicó a sorbetear el té que siempre su esposo le traía a su estudio a eso de las cinco de la tarde.
- Es un poco acongojante... el personaje está muy deprimido – comento el pelirrojo sin apartar la vista de la pantalla.
- Esa es la idea...
- ¿Por qué escribes en primera persona? Nunca antes lo has hecho en tus novelas– se sentó en sus piernas y Rukawa lo recibio sin reclamos, pasando sus manos hasta juntarlas sobre su vientre.
- Siempre hay una primera vez para todo... como el ser papá – Hanamichi sonrió con ternura, posando sus propias manos en las de Kaede y juntos acariciaron su panza.
- Esta basado en ti... – murmuró a la nada, no preguntando, sino que afirmando.
- Quiero tener un recuerdo para nuestro hijo, quiero contarle nuestra vida juntos, quiero que sepa quiénes fueron sus padres mucho antes de que él llegará.
- Es una buena idea, tal vez también me animé a hacer un diario.
- Será bueno que tenga los dos puntos de vista – concedio de buena gana, mientras sus labios se posaban en la base de la nuca del pelirrojo.
- Con el tuyo se deprimirá mucho, no quiero tener a un hijo emo – las cristalinas sonrisas de Hanamichi inundaron el estudio – ¡Basta! ¡Me haces cosquillas!
- Pues te aguantas, quiero escribir un buen final a mi libro – Hana volteo su rostro para verle interrogante.
- ¿Qué pretendes, zorro?
- Contarle a nuestro hijo, como una vez sus padres hicieron el amor sobre el escritorio – y se lanzo a besarle.
- ¡¿Una vez?! ¡ésta es como la trigésima vez que lo hacemos aquí! – le reclamó sujetándole por el mentón para apartar sus labios.
- Sí, pero también es la primera vez en que uno de los dos está embarazado de dos meses.