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Single Lady por YukaKyo

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Notas del capitulo:

Single Lady

 

 

 

Debes de saber que, Fullmetal Alchemist O El Alquimista De Acero  es © de Hiromu Arakawa, Square Enix, MBS, ANX, Bones.

 

Y que yo soy YukaKyo la creadora de este escrito y el © es de mi Propia Autoría.

 

Con la pareja Roy x Ed. 

 

También que quiero que recuerden la  LIE (Ley de Intercambios Equivalentes) Un capitulo por los reviews que me den.

 

Mi beta es fayirenoongaku 

 

Dedico este fic a : Elen-sess, donde quiera que estés linda, esto es únicamente para ti.

 

Y como ultimo, que este fic es una adaptación de La Nueva Alianza de Midhiel,. Y por si no les queda claro con lo anterior. La autora me dio su AUTORIZACION para hacerlo, de no ser así este fic no se hubiese hecho nunca.  

 

Single Lady

 oo-o-oo-o-oo-o-o-o-oo-o-oo

 

“Únicamente para ti… con todo mi desprecio”

 

oo-o-oo-o-oo-o-o-o-oo-o-oo

 

1- El Compromiso

Era de conocimiento público que, varias ciudades a lo largo de Amestris se habían asociado para derrotar la guerra sanguinaria, injusta y cruel que se había desatado para que estas mismas pasaran a ser parte de ese país que estaba en conquista. Varios rebeldes se habían levantado en contra de aquellos ideales y con la ayuda de aquellas ciudades y después de meses de muerte, hambre y peste todo había terminado.

El legado del antiguo monarca había terminado y los rebeldes habían coincidido en subirlo a él como su rey. Roy Mustang el héroe de guerra y ahora, el nuevo rey justo de Amestris y Fluhrer de las fuerzas militares del mismo.

Lo único que el nuevo rey había olvidado, era el acuerdo de aquella alianza. Deseaban una paz prospera para sus ciudades. El rey debía de concedérselas y para que sus promesas no se olvidaran, este debía desposar alguna princesa o príncipe común de aquellas ciudades, para que en su descendencia, la sangre de aquellas naciones y la de Amestris misma, permanecieran en aquel trono.

Roy sabia que de nada valía el relevarse, aun y cuando él ya hubiese pensado en quien quería como su reina. Era ella, su fiel compañera de guerra, Riza Hawkey. Pero con aquella alianza, esa unión quedaría truncada.

Roy gruño recordando que tan solo unas pocas horas antes, había llegado un edicto, redactado y firmado por los reyes, emperadores y presidentes de las naciones aliadas donde, se formalizaba su unión con las demás naciones, así como también el compromiso donde él, el rey Roy Mustang, desposaba al príncipe Edward Elric de los reinos aliados a Amestris en un plazo no mayor a un mes a partir de aquel día.

¡Demasiado precipitado!

Aun era demasiado temprano para beber, lo sabia, pero únicamente un vaso de helado wisky, era lo único que lograba quitarle el molesto dolor de la migraña. Oh, pero parecía que la misma no deseaba quitársele, ni siquiera cuando ya llevaba mas de tres vasos. Se estaba negando, mas que dolor de cabeza era incomodad lo que sufría. La última plática con Maes no le había sentado nada bien. Había tratado una vez más de abordarlo para darle ánimos y alentarlo a disfrutar de los preparativos de lo que seria su boda.

Iba a ser muy feliz le había dicho.

¡Que equivocado estaba!

¿Cómo podía ser feliz si a fuerza le estaba casando?

Nunca le había agradado la idea de matrimonio y había huido de las muchas que habían deseado cazarlo. Y entonces la guerra se había presentado. Mostrándole la crueldad y la desesperanza de la misma y cuando la misma había acabado, había encontrado a la mujer perfecta, esa que le había hecho soñar con noches y días juntos, donde habría una casa, uno o dos niños y tal vez un enorme jardín y un perro que correteara por ahí, deseaba casarse.

Ansiaba hacerlo y cuando antes, pero llego entonces su subida al trono y con ello, la destrucción de todo lo que había soñado.

¡Madito fuera!

Llegar a disfrutar ese matrimonio arreglado.

No, ni para que pensarlo. No iba a ceder a ello.

Ni cuando ese tal Edward fuese noble y atractivo e inteligente. Roy no lo había elegido a él para ser su príncipe consorte, a Edward lo habían elegido los pueblos aliados para casarse con él. Pero debía de hacerlo aunque no quisiera. Después de todo el acuerdo político por sobre todas las cosas debía acatarse.

Bufó molesto y sus dedos se arrastraron por el escritorio hasta la botella de wisky, dispuesto a tomarla y rellenar una vez más el vaso. La jaqueca volvía y más fuerte. Más antes de que pudiera tocarla siquiera se escucharon tres suaves golpes sobre la puerta de su oficina.

— Pase — Siseo acomodándose en su enorme sillón de cuero. La puerta solo se abrió levemente y se pudo escuchar entonces la fuerte voz de un sirviente, que no osaba en entrar en los recintos privados de su monarca — El General de Brigada Maes Hunges, manda decir que efectivamente la caravana que había entrado a las calles hace media hora atrás, pertenece a las ciudades Aliadas y en las mismas viene el Príncipe Edward —

— Bien, entonces preparen todo para recibirles — su voz era ronca aunque calmada — En unos momentos iré a acogerle — solo recibió una reverencia y después la puerta fue cerrada dejándolo una vez mas hundido en un completo silencio.

Ya estaba ahí, finalmente y antes de lo que esperaba. ¿Es que acaso el príncipe se encontraba ansioso por desposarle? Así parecía.

Roy se masajeó la frente enterrando sus dedos en la carne, para luego pasarlos por sus parpados cerrados y nariz. Se suponía que nunca nadie le había impuesto nada en su vida, absolutamente todo lo había realizado según sus propios deseos y ahora la corona le había impuesto un deber que no quería.

Pero la decisión, ajena a él mismo ya estaba tomada.

Ya no podía echarse para atrás, ya no.

† “•” †

El príncipe perfecto de graciosa belleza y enigmáticos ojos tan dorados como su cabello rubio.

Todo un erudito, necesario para el pueblo.

Y un joven alquimista con un prometedor futuro, perfecto para el ejército.

Aquellos habían sido los elogios mas destacables que los nobles cercanos al rey habían cuchicheado entre si en la Sala del Trono horas antes. Ella los había escuchado con claridad, a pesar de haber estado casi escondida en uno de los pasillos contiguos a la sala. No había entrado aunque tuviese todo el permiso para hacerlo.

La corte entera de los nobles mas destacados y los mandos mas cercanos al Fluhrer habían sido convocados para escuchar el edicto de las naciones aliadas y ella por ser coronel fue solicitada también y aunque en un principio había estado en las primeras filas, le fue imposible permanecer en el recinto cuando las puertas de las oficinas del rey se habían abierto, para darle paso al monarca.

En esa reunión, se leería el acta donde perdía para siempre la oportunidad de ser feliz con el hombre que amaba. No había estado aun preparada para ello, por ello había salido corriendo casi al mismo instante en que el rey entraba en la estancia. Pero se había quedado ahí, afuera de la sala, escuchando todo tan lejano y muy apenas, como si solo se tratase de un susurro.

Uno que podía decir que no había escuchado, acallado por cualquier leve viento, pero que estaba de más, engañarse con ello.

Lo supo en ese momento, cuando sus ojos rojizos habían visto por primera vez, al pequeño príncipe rubio que con maestría montaba un fino corcel blanco acercándose al castillo, escoltado por la guardia personal del rey y siendo guiado junto a toda su comitiva por el mismo General de Brigada Maes Hunges, su casi mano derecha y entrañable amigo desde la infancia y mas allá de la guerra.

Riza lo miro, con sus rojizos ojos memorizando al pequeño chico que bajaba de un solo salto grácil del caballo. Una de sus perfectas cejas rubias se arqueo cuando escuchó el sonido sordo del un metal golpeando el suelo, mas lo atribuyo a que tal vez, alguno de los caballos de aquel tropel, había sonado sus cascos.

Ese príncipe que le parecía no más que un niño, iba a quitarle el lugar que le pertenecía.

Ese niño se casaría con Roy, con su Roy.

Sus cejas se fruncieron más que coléricas y sus dientes crujieron de solo pensarlo. Ese príncipe no era más que un maldito ladrón. Apretó sus puños con fuerza, sabia que actuaba mal, pero no podía más que sentir odio por el rubio frente a sus ojos que, ajeno a su riguroso escrutinio, sonreía amable y miraba el castillo deseoso e impaciente mientras prestaba poca o nula atención a las palabras del General de Brigada.

— ¿Así que ese es el príncipe Edward? —

Riza parpadeo confusa ¿En que momento el Teniente Primero Jean Havoc había llegado ahí, tan cerca? Todavía en shock y sin demostrarlo ocultándose en su característico rostro inmutable, asintió y vio como los ojos celestes del rubio dejaban de mirarla para dirigirlos una vez mas hacia el príncipe recién llegado.

Havoc inhalo fuertemente quemando un buen trozo del cigarrillo que portaba siempre en sus labios, para luego arrojar fuera de su ser el grisáceo humo del mismo. Casi suspiró decepcionado observando al rubio frente a ellos. Vaya, no era tal y como todos lo describían.

Bueno había creído que era un poco más… alto.

— Hum… ¡Con razón tal bullicio en las calles! — acoto el rubio, ahora mirando a las multitudes que empezaban a formarse en las calles aledañas al castillo.


Sabía que las gentes de Amestris, en especial los sectores de la población más pobres, adoraban al reino de Rizenbul por la amabilidad con la que los habían acogido durante la guerra. La mayoría llevados ahí por el mismo rey de aquel pequeño reino. Había escuchado historias de cómo los alquimistas de aquella nación los habían curado y protegido y también habían luchado por ellos cuando la misma guerra llego hasta sus tierras.

Pero a ese pequeño rubio, no lo había visto jamás en la guerra.

El cabello negro y crespo llamo entonces su intención y viró sus ojos al dueño de los mismos, que apenas y contenía su larga cabellera atada con un lacito blanco. Lo vio acercarse al príncipe y susurrarle algo confidente a lo que el pequeño asintió animadamente.

— ¡Oh! Viene acompañado del mismísimo Príncipe Lin Yao de la nación de Xing — Havoc notó entonces las numerosas carrozas a lo largo de la acera — Me pregunto si vendrán algunos mas de los soberanos de las naciones aliadas en esas caravanas —

— Puede que la princesa Lyla venga también — siseo animado casi frenéticamente, logrando que con ello el cigarrillo de sus labios resbalara y cayera a un lado de sus botas oscuras — Me han dicho que es muy hermosa y me gustaría… —


— Nos vamos — soltó la rubia cansada dándole la espalda.

— Pero, pero…—

¡Ha!


Quería quedarse aunque fuera un poquito mas para poder ver a que otro soberano o princesa, si le iba bien, podía conocer.

— Aun hay trabajo pendiente que hacer en el cuartel — finalizo escuetamente, dándole a entender al Teniente que no habría poder alguno que lo salvara de hacer su trabajo.

¡Que malvada era!

La rubia se detuvo y echo una última mirada hacia el príncipe. No pudo evitar que sus ojos rojizos brillaran con aborrecimiento al ver las atenciones que el pueblo le brindaba, todas aquellas atenciones que pudieron haber sido suyas. Le toco el corazón y al mismo tiempo le lleno de apatía verlo regresarle un beso casto a una ancianita que le había besado primero a el en la mejilla.

Tal vez fuese un niño, amable y generoso, pero no podía dejar de aborrecerlo. Riza negó con la cabeza antes de volverse y andar hacia su compañero que avanzaba lloroso y sollozante como un pequeño por el suelo empedrado.


† “•” †


Habían caminado entonces por interminables pasillos, hasta que la amable jovencita a la que seguía, se había detenido finalmente frente a la que seria su habitación. Casi oculta en lo mas profundo del corredor, lo mas lejana posible de los demás aposentos. En el interior del mismo lo recibió una pieza, demasiado frívola para su gusto sencillo, pero que seguramente había sido decorada pensando exclusivamente en él.

La cama enorme al centro de la alcoba, con doseles altos adornados con nítidos y transparentes encajes. Un cambiador y un peinador, al igual que una mesita con dos sillitas a fuera en el acogedor balcón.

Despidió con una suave seña a la muchacha y esta le deseo una buena noche, comunicándole también que sus pertenencias, así como sus ropas se encontraba ya acomodadas en los muebles y el cambiador para disfrute de su estancia.

Solo hasta que la puerta fue cerrada y quedó solo en la colosal habitación, fue que, sintió la dolorosa opresión que sentía en el pecho. Empezó a respirar con fuerza, hasta que un hipo comenzó a cortar su respiración, mas se negó rotundamente a dejar que los ojos se le llenaran de humedad. Transformando el dolor en una corrosiva rabia.


Aun no sabía exactamente que era lo que había pasado en la Sala del Trono.

Toda la corte había estado presente y expectante, habían fijado sus ojos extasiados, únicamente, en su persona. Pero únicamente él había tenido ojos para el rey de Amestris sentado en su trono y que había evitado fijar sus ojos en su pequeña persona. Parpadeo por un instante y al siguiente los penetrantes ojos del pelinegro estaban clavados sobre los suyos.

Casi lo vio fruncir el cejo y arrugar la nariz en un claro gesto de disgusto, cuando su mirada azul oscura le recorrió por completo de la cabeza a los pies, para luego ladear levemente la cabeza y regalarle la más irónica de sus sonrisas, curvando burlonamente sus delgados labios.

No pudo evitar sonrojarse vejado, sin saber exactamente el porque al verlo y aunque en un principio se había sentido mas que indignado. Se había tragado a puños, palabras que iba a soltar contra el rey por el despotismo hacia su persona, al ver a quien fuese su acompañante y mejor amigo, adelantarse caminando lo que faltaba para llegar hacia el frente del trono.

Le siguió negándose a dejarlo ir solo a su encuentro, tratando por todos los medios de hacerlo con toda la elegancia que poseía al mismo tiempo que luchaba con un nerviosismo primario que amenazaba con hacerlo tropezar por el suelo de alfombra roja.

A regañadientes y casi siendo jalado por Ling se obligó a presentar sus respetos hacia el rey y tuvo que morderse la lengua para acallar un chillido escandalizado, cuando que el mismo, se había levantado del trono y le tomó de la mano sin su permiso. Lo vio inclinarse apenas antes de besarle suavemente los nudillos, un leve temblor le recorrió al sentir sus labios fríos contra su piel y alejo su mano con violencia momentos después, cuando sus ojos se encontraron una vez mas con los suyos y le vio sonreírle de la misma manera contra el dorso de su mano.

¡Nadie lo había notado, ni siquiera el mismo Ling que estaba a su lado!

— Sean bienvenidos a Amestris — había dicho girándose hacia el otro pelinegro, estrechando en un calido saludo su mano y lo vio sonreír entonces de forma natural y sin ningún resentimiento hacia su amigo — Espero que su estancia en mi castillo, sea placentera —

Se había sonrojado nuevamente, aunque esta vez fuese de puro abochorno. Pues aquel gesto del rey le había cautivado. Nunca había visto alguna imagen suya y todo lo que los demás contaban de su rostro bien parecido y de su magnifico cuerpo, se quedaban realmente a medias. Era mayor para él, aunque no tan viejo como algunos comentarios mal intencionados le habían hecho creer. Se sonrojo un poco mas, el rey para su gusto estaba más que perfecto.

Todo hasta aquellos momentos había estado más que excelente.

Lo peor apenas y había empezado cuando, solícitamente el rey lo había conducido por un estrecho pasillo hasta, la oficina privada en la que trabajaba. En un suplicio aplastante, el rey que se había comportado amable y cortes con los príncipes y la corte, ahora aprovechándose de la complicidad de la solitaria habitación se abalanzó en su contra censurándolo.

Eres demasiado joven, un niño que tal vez no pase de los catorce años

Edward no había podido hacer nada mas que quedarse callado, con la mirada baja, observando fijamente a los puños en que se habían doblado sus manos. Claro que era muy joven, pero en pocos días cumpliría ya los diecisiete años, la edad necesaria en Rizenbul para casarse.

Eso era algo de conocimiento general ¿Acaso no lo sabia el rey de Amestris?

Luego llego la eterna cuestión de que era hombre. Vaya, si el rey no se lo hubiese dicho antes, tal vez no se habría dado por enterado de ello.

¡Patán!

Pero lo que le había trastocado de una forma en la que jamás lo hubiese creído había sido después de aquella frase.

No se si lo sabias, pero iba a casarme con otra persona y no puedo hacerlo porque ahora estoy obligado a casarme contigo
Había parpadeado varias veces mirándolo incrédulo, aunque sabia que estaba de mas. Con las primeras dos afirmaciones en su contra, tenia ya una leve idea de lo que ocurría. Estaba buscando excusas fundadas y fuertes para disolver su compromiso y evitar el acuerdo de la alianza.

No yo deseo nada de esto y no quiero separarme de Riza

— ¡Desgraciado! — gruño recordando sus palabras.

No me alejare de ella aun y cuando este contigo

 

— ¡Maldito! —

Y no me importa lo que los demás crean conveniente, a mi parecer ahora y siempre haré lo que me plazca.

— ¡Bastardo! —

Pero por el bienestar de Amestris y de su gente, me casaré contigo

— ¡Maldito bastado ególatra! — grito a todo pulmón, sin importarle si alguien le escuchaba.

Se había contenido todas las ganas de asestarle un buen puñetazo en ese mismo momento, pero se había frenado justo a tiempo. Su compromiso con el rey de Amestris era una fachada bien elaborada que la alianza de pueblos había creado como tratado de paz entre sus tierras.

Él lo sabía más que de sobra y aceptaba todo aquello también, en bienestar de sus pueblos. Pero no se ensalzaba jubiloso en ese sacrificio en beneficio de las demás personas como el rey Mustang lo hacia. Por un momento se había atrevido a pensar que tal vez, el rey miraba con buenos ojos la unión entre ambos, pero las cosas así no eran.


Se casarían, pero dudaba que algo bueno surgiera de ello.


Notas finales:

 


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