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Luna Menguante por Kitana

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Notas del fanfic:

Obviamente ninguno de los persos de SS me pertenecen ni gano un centavo con esto, sólo un montón de horas de diversión XD

La noche se alzaba, oscura y serena, invadiendo cada rincón del santuario de la misericordiosa Atenea. En aquellos escarpados parajes de la preclara Atenas, en medio de ruinas y desfiladeros, Aioria se deslizaba como una sombra, sigiloso y a la defensiva, aprovechando la oscuridad de la noche para no ser notado. Pronto alcanzó su destino… llegó hasta aquel rudimentario montículo formada con piedras que había amontonado siete años atrás. Resultaba increíble, habían pasado ya siete años. Siete años desde la noche en que Aioros de Sagitario muriera, su hermano, ese al que todos llamaban traidor.

No notó la furtiva presencia que se escurrió como una sombra más entre las ruinas al sentirle llegar, como no notó el asomo de ese cosmos que se ocultó al instante. No quiso verlo, o tal vez no le importó mucho en ese momento. Se arrodilló junto al rústico sepulcro de su hermano y musitó una vieja oración que a duras penas recordaba. Al alzar la mirada se encontró con que alguien había depositado entre las piedras afiladas un girasol. Los tiesos pétalos se –erguían ante él, orgullosos y firmes, gritándole al mundo que Aioros no había sido olvidado…

Tímidamente, estiró la mano para tocar aquella flor. Esta fresca, aparentemente recién cortada. Era suave y de una belleza sencilla, como recordaba había sido su hermano en vida. Quien quiera que fuera responsable de aquello, también había aguardado hasta el anochecer para rendir secreto homenaje al traidor.

Volvió de prisa a su cabaña, con un montón de ideas en la mente, sin saber a quién debía agradecerle aquel gesto. Por la mañana enfrenaría aquello para lo que se había preparado durante años, enfrentaría el combate gracias al cual habría de hacerse acreedor a una armadura dorada.

Una vez que hubo superado el trance, tuvo tiempo para pensar acerca de la identidad de quien había dejado ese girasol en la tumba de su hermano. Recorrió a todos los que conocía en el santuario, a todos los que conocieron a Aioros. Pero no pudo hallar una respuesta. ¿Quién, al igual que él, recordaría al santo de Sagitario como algo más que un traidor?

Nadie…

Hasta la noche anterior, estaba seguro de que sólo él pensaba en Aioros, que sólo él quería creer que no era propio de alguien como su hermano traicionar aquello en lo que creía.

Con el paso de los días, se olvidó de aquello. No tenía caso seguir elucubrando al respecto, era pérdida de tiempo, sin embargo, no renunciaba a la idea de descubrir la identidad del otro doliente. Estaba convencido de que ese no era el camino para dar con el responsable. Pese a ello, lo olvidó por completo, hasta que al año siguiente, de nuevo, se halló con que alguien había vuelto a poner una flor en la tumba de Aioros. En aquella ocasión, decidió tomar la flor y llevársela consigo no sabía a que especie pertenecía, ni siquiera sabía su nombre, pero estaba seguro que no la había en los terrenos del santuario. Nunca había visto una flor como esa.

No iba a quedarse con la duda esta vez. A la mañana siguiente se presentó e el templote Escorpión y sacó a Milo de la cama sólo para que respondiera sus preguntas.
—¿Por qué te interesa tanto una flor? —dijo el rubio sin esconder su mal humor.
—Sólo quiero saber.
—¿Para qué?
—No puedo decirte.
—No puedo decirte… —siseó el escorpión mientras se hacía en el pelo una cola.
—Necesito saber de donde salió, pero ni siquiera sé de que clase de flor se trata.
—Es un iris azul, una flor muy hermosa y algo cara, quien quiera que te la haya dado, debe apreciarte mucho —dijo Milo con aire burlón antes de volver a la cama.

Durante el resto del día, Aioria no pudo dejar de pensar en las palabras de su compatriota. Así que, después de todo y contra todo pronóstico, había alguien más que seguía apreciando a Aioros.

Cayó la noche y él se retiró a su dormitorio, se quedó dormido pensando en aquella flor que parecía reírse de él. No supo exactamente que hora era cuando ese ruido proveniente de la habitación contigua le arrancó de los brazos del sueño. Siempre había tenido el sueño ligero. Sigilosamente salió de la cama y se dirigió a allá, intrigado por la identidad del posible intruso, ¿quién se atrevería a irrumpir en los dominios de un santo dorado? Su quijada se fue al piso cuando se percató de que el intruso era ni más ni menos que Death Mask de Cáncer. Death Mask sostenía entre sus dedos morenos aquella flor que Aioria hallara en la tumba de su hermano.
— ¿Qué demonios haces tú aquí? —dijo encendiendo las luces. Death Mask le dirigió una fría mirada y sus labios compusieron una sonrisa extraña.
— ¿Nadie te enseñó que no es bueno robarle a los muertos? —dijo Death Mask mientras sus dedos hacían girar la flor.
—Tú eres el menos indicado para decirme algo como eso, ¿no lo crees, Cáncer?
—Da igual, yo sólo vine aquí por esto —dijo y le dio la espalda para acercarse a la ventana por la que había entrado. Sólo que Aioria le cerró el paso —. No compliquemos más este asunto, si tú no dices nada, yo tampoco lo haré.
—Fuiste tú… de entre todas las personas, jamás me imaginé que tú… ¿por qué le dejaste esa flor?
—No he admitido nada, y si alguien hace preguntas, esto es absurdo y una gran mentira salida de tu bocaza, no de la mía.
—¿Fuiste tú, sí o no?
—Y si hubiera sido yo, ¿qué? ¿Tiene alguna relevancia?
—Quiero saber ¿por qué?
—No te incumben mis razones, no es algo que te importe, y si me disculpas, ahora tengo cosas que hacer —dijo Cáncer haciéndolo a un lado. Aioria no supo que hacer, Death Mask aprovechó su confusión para desaparecer a través de la ventana mientras Aioria se quedaba sólo, con más dudas que al principio.

Quizá la que más le importaba responder era, ¿por qué alguien como Death Mask se ocuparía de llevarle flores a Aioros? ¿Por qué? Pasó los siguientes días intentando por todos los medios hallar por sí mismo una explicación, sin embargo, pronto comprendió que la única manera de llegar a ello era a través del propio Death Mask. Era necesario que hablara con él para sacarle la verdad sobre ese asunto, y no se conformaría con menos.

Sólo que enfrentó un pequeño obstáculo. Death Mask había salido del santuario. Le habían enviado, junto con el resto de los asesinos, a sofocar otra revuelta. Aquello comenzaba a volverse cosa de todos los días. No tenía idea de cuando era que el italiano iba a volver, ni de si tendría la paciencia necesaria para no pretender sacarle a golpes esa verdad que le era imperativo conocer.

Tres días más tarde, ellos volvieron, la verdad era que nunca le había dado tanto gusto ver a Milo como esa mañana. No iba a darle oportunidad a Death Mask de escapársele, decidió esperarlo en su tempo. No tendría manera de escaparse de él si le esperaba ahí. Se sentó en la escalinata posterior a esperarlo, estaba seguro de que Death Mask pasaría por ahí cuando volviera de ver al patriarca. No tuvo que esperar mucho, pronto vio aparecer la maciza figura del santo de Cáncer, coloreada de rojo por los tonos del atardecer.

A penas ver a Aioria, Death Mask frunció el ceño. No entendía por qué el castaño había desarrollado esa fijación por intentar descubrir sus motivos para visitar la tumba de Aioros. Estaba cansándose de eso, el león insistía en saber y él en guardar silencio. No tenía interés alguno en explicarse ante nadie. No iba a hablar de aquello porque era un asunto totalmente privado entre él y Aioros.

A su lado, Afrodita sonrió burlón al contemplar a Aioria.
— ¿Te ha dado por cambiar pañales? —dijo sarcástico.
—Cállate, Afrodita.
—Si tenías deseos de que te follaran, no tenías más que pedirlo, sabes que siempre estoy encantado de correrme en tu precioso culo —dijo el sueco con una sonrisa mordaz.
—No pienso repetirlo, Afrodita, cállate —el sueco se echó a reír.

Aioria se levantó y miró fijo a Afrodita, la presencia de ese hombre solía tensarle por completo. Piscis nunca le agradaría del todo, ni siquiera se creía que de verdad lucharan del mismo lado.
—¿Qué quieres en mi templo? —dijo Death Mask cuando estuvieron frente a frente,
—Tenemos una conversación pendiente —dijo el león, clavando en el italiano la mirada.
—Nos veremos después, Death Mask —dijo Afrodita volviendo sobre sus pasos. Aioria se había sentido ofendido por la mirada de desdén que el sueco le había dirigido.

—Lárgate de aquí, Aioria, yo no tengo nada de que hablar contigo, entiende de una vez que no tengo nada que decirte.
—¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué le dejas flores?
—Porque me da la gana, porque quería hacerlo, listo—dijo el italiano perdiendo la paciencia.
—Tú no entiendes… necesito conocer tus motivos, si a ti….
—¿Sí me interesaba? No pienso responder a eso, ni a ninguna de tus preguntas, Leo, ahora lárgate de mi templo o tendré que echarte.
—No. …l te importaba de verdad, ¿no es cierto? Por eso siempre te quedas callado cuando otros hablan de él.
—Sí me callo es porque no tengo nada que decir, y si le dejo flores es porque nadie más lo hace. Sólo estoy mostrando un poco de piedad —mintió el italiano. Nadie iba a saber jamás sus verdaderos motivos.
—No te creo, no puedes estar haciendo algo semejante sólo por eso. Tú careces de piedad, Death Mask.
—No tienes ni una puta idea de cómo soy, así que no digas, ni siquiera pienses que me conoces o me entiendes —sentenció el italiano con gesto duro.
—¿Por qué no reconoces que él era importante para ti?
—Por la misma razón que tú no lo haces. Por si no te habías dado cuenta, Leo, vivimos en un mundo de apariencias, y yo también tengo una imagen que cuidar —dijo Death Mask antes de darle la espalda e introducirse en su templo.

Aioria lo siguió, molesto consigo mismo, con Death Mask, con el propio Aioros….
—Lárgate de una vez, ¿quieres? Necesito dormir —dijo el italiano sin siquiera mirarlo.
—No, yo necesito una explicación, ¿por qué haces esas cosas? Porque no es la primera vez que le dejas flores…
—Ya te dije mis motivos, y si tu pequeño cerebro no lo comprende, peor para ti.
—No puedo creer que alguien como tú…
— ¿Alguien como yo? ¿Quieres decir un asesino? —dijo encarándolo finalmente —. Te tengo noticias, Aioria, en este lugar, todos son como yo, hasta tú, todos somos asesinos, ahora sólo vete y déjame en paz, tengo que sacarle brillo a los rostros de mis paredes —dijo el italiano en tono de burla —. Sí, Aioria, tengo oídos y escucho, tengo ojos y veo, aunque no lo creas. Sólo lárgate de aquí, ¿quieres? No estoy de humor para soportarte, no me obligues a echarte —añadió con clama. Aioria no pretendía darse por vencido, no lo haría.

Death Mask se encerró en su dormitorio. No quería mirar a la cara a Aioria. Se había convencido a sí mismo y al mundo de que lo odiaba, pero lo cierto era que le dolía verlo, era idéntico a Aioros… por eso lo evitaba, por eso no se le acercaba, porque le recordaba demasiado a Aioros…

Grande fue la sorpresa de Death Mask cuando al salir se encontró con que Aioria seguía en su templo. Sonrió de lado al notar que el castaño se había quedado dormido. En la semipenumbra se dedicó a observarle, era extraño, pero entendía que en Aioria había algo más que el recuerdo de Aioros, algo en cuyas garras no se podía dar el lujo de caer. Estaba lloviendo afuera. El cielo oscuro se cernía sobre él como invitándole a compartir todos sus secretos con el joven que dormía frente a sus ojos. Era interesante, nunca había tenido la oportunidad de contemplarlo a su antojo, y ahora que lo veía con cuidado, se daba cuenta de que no era un reflejo exacto de Aioros como muchos decía. No, el rostro de Aioria poseía un carácter propio, un matiz angustiado que le hacía completamente distinto de su hermano muerto. Aioria poseía un aire de autosuficiencia que no había advertido jamás en Aioros, una malicia que el arquero nunca había mostrado. Con el arquero todo era sereno y sosegado, y con Aioria, podía asomarse al pozo de la locura cada vez que se miraba en esos ojos. Eran parecidos, pero… se había equivocado al suponer que eran idénticos.

No estaba seguro todavía de si eso era bueno o era malo. Sin embargo, confiaba en que Aioria terminaría por aburrirse y se iría, olvidándose de él para siempre.

Sin pensar más en ello, se fue a dormir, decidido a terminar con ese asunto de una vez por todas.
Pero al día siguiente, Aioria seguía ahí. Cuando salió de su dormitorio, esos ojos verdes lo miraban con insistencia.
—Sí te digo lo que quieres escuchar, ¿te largarás de una vez por todas? — dijo el italiano un tanto irritado. Aioria lo miró fijo y se quedó callado — ¿Eso quiere decir si o no? Por todos los dioses… me están dando ganas de echarte a patadas, como te vienes mereciendo desde anoche… eres una punzada en el trasero.
—No comprendo que tenías que ver tú con él.
—Nada, esa es la verdad, absolutamente nada. …l era un buen tipo. Fue él quien me trajo aquí cuando yo no era más que un mocoso, ¿conforme? Sé que no es la gran revelación que esperabas, pero es la verdad, y gracias a él es que sigo vivo, es todo. Si ya tienes tu respuesta, hazme el favor de largarte — dijo Death Mask, le sonrió a Aioria, sin malicia, sin burla. Aquello no era más que una sonrisa, una simple sonrisa.

Aioria no sólo no se fue esa mañana, sino que volvió por ahí cada vez que tenía oportunidad. Con el paso de los días, Death Mask tuvo que reconocer que no le desagradaba del todo aquella situación. Sentirse acompañado, aunque sólo fuera por algunas horas, aunque fuera por un motivo que él no alcanzaba a entender, le agradaba. Además, tenía que agradecerle al león que la mayor parte del tiempo permanecía callado y se limitaba a mirarlo.

Pasaron un par de meses así, sin siquiera hablar al respecto, pero ninguno de los dos quería o pretendía que las cosas cambiaran. Les gustaban las cosas tal como estaban.

Aquella noche en que la luna brillaba orgullosa en el cielo, Death Mask volvería de una de sus incursiones fuera del santuario. Las cosas no habían salido tan bien como se esperaba. Habían estado a punto del fracaso, y si habían salido a flote, había sido por pura buena suerte, así como por una repentina genialidad de Afrodita, así como por un alarde de auto confianza de los tres. Esa gente les había hecho quedar mal…

Estaba cansado, de mal humor y sabía que sangraba por más de un sitio. Estaba a las puertas de su templo, había llegado hasta ahí cojeando y sintiéndose mareado. Aún sentía el gusto de la sangre en los labios. Necesitaba dormir y curarse las heridas. A veces le parecía que el patriarca se divertía haciéndoles acudir a sitios como ese. Sintió que su frente se humedecía, una vez más. Seguramente estaba sangrando, de nuevo.
—Maldita puta suerte… —susurró al comprobar que, en efecto, aquello que humedecía su frente era sangre. Apretó el paso, decidido a terminar ese asunto lo antes posible. No podría llegar muy lejos si seguía como hasta entonces.

Estaba molesto, más que con los otros, consigo mismo por lo que había ocurrido. Se había distraído…

No se sorprendió al ver a Aioria en su templo, al contrario, era algo que esperaba, aunque no iba a demostrarlo. El castaño estaba tumbado en su sofá, mirándolo con esos enormes ojos verdes, como si nada, como si no le importara la cantidad de sangre, propia y ajena, que llevaba encima.

—Death Mask… —susurró el castaño poniéndose en pie.
—Necesito lavarme —dijo el italiano sintiéndose más y más mareado.

Apoyándose en Aioria fue que llegó al palaciego baño de su templo. El griego se ocupó de quitarle aquellas ropas, tintas en sangre, descubriendo en el proceso, que el cuerpo de Death Mask presentaba algunas heridas profundas.

En silencio, sin preguntar ni decir nada, Aioria se ocupó de las heridas de Cáncer, aseándolas primero, y luego, encendiendo levemente su cosmos, ayudándolas a sanar. Death Mask lo miraba sorprendido, no conocía a nadie en todo el santuario que fuera capaz de hacer algo semejantes.
—Gracias… —murmuró el italiano mientras se secaba el cabello luego de una breve ducha.
—Tienes muchas heridas…
—Así es este negocio, Aioria, no deberías sorprenderte, aún el más insignificante de los seres defiende con uñas y dientes su vida —le dijo el mayor tendiéndose en la cama. Aioria lo miró y, por primera vez de manera consciente, lo halló sumamente atractivo. Death Mask se sintió expuesto, no sólo por su desnudez, sino porque los ojos de Aioria parecían ver más allá de lo que él quería mostrar.

Se quedaron quietos, mirándose uno al otro. Las verdes pupilas de Aioria se inflamaban más y más al mirar ese cuerpo que impúdicamente se mostraba ante él. Death Mask exhibía su desnudez sin pena alguna, serenamente, como quien no tiene nada que demostrar. Los ojos de Aioria descendieron por el fibroso tórax, coqueteando brevemente con el hoyuelo que partía el plano abdomen del italiano, para luego seguir su camino hasta llegar al signo inequívoco de la masculinaza. Observó aquel miembro en reposo, dormitando en medio de un nido de encrestados vellos oscuros.

A Death Mask le pasó por la mente soltar algún comentario mordaz, sin embargo, no se atrevió a hacerlo, la manera en que ese griego de piel tostada lo miraba, era como si le acariciara. Nunca, en toda su vida, había sido mirado de esa manera.

El italiano no puso resistencia cuando Aioria se recostó encima de él y buscó sus labios con torpeza. …l también lo deseaba. Correspondió a ese beso ávido y nervioso, sin saber porqué, queriendo acallar con ese acto la voz de esos recuerdos que quería borrar para siempre. Aioria acariciaba y besaba a ese hombre de labios secos y rasgos firmes, queriendo olvidarse en el proceso de todo lo que se decía acerca de él. No quería pensar, no quería que nada interfiriera con lo que estaba pasando en esos momentos, ni siquiera él mismo.

Ambos se dejaron envolver por la voraz pasión que sus cuerpos destilaban. Las manos de Death Mask comenzaron a descender por la espalda del castaño hasta el firme y redondeado trasero de éste. Con escaso cuidado, Cáncer separó los glúteos y hurgó entre ellos, hasta que consiguió introducir un dedo en el ano de Aioria. Leo se revolvió incómodo, Death Mask ahogó una sonrisa en los labios de Aioria.

“Primera vez… “ pensó el italiano mientras hacía malabares para invertir las posiciones. Aioria no supo como fue que terminó de espaldas a la cama, con Death Mask sobre él. Desde esa posición, el italiano le pareció más apuesto, con la mandíbula cuadrada sombreada por el incipiente vello facial, con ese gesto de suficiencia que antes solía encontrar ofensivo. Se miró en los oscuros ojos del otro y supo lo que pasaría a continuación.

Aioria se dejó hacer, sin atinar a corresponder a las caricias que su amante le prodigaba, sintiendo como su miembro, duro y erguido, era lentamente devorado por las tibias entrañas de Death Mask. Aferró las sábanas y cerró los ojos, obnubilado por la pasión, sintiendo en su rostro los suaves besos de Cáncer. Death Mask, por su parte, se apoyaba en el sudoroso pecho de su ahora amante e inició un alocado vaivén, que terminó por enloquecer a Aioria. El más joven le lanzaba erráticas embestidas que de vez en cuando le hacían gemir sin que pudiera evitarlo. Ninguno veía más allá del otro, Death Mask luchaba por conseguir darle a su compañero el mayor placer posible, y Aioria no entendía nada, ciego de placer, ciego de deseo por ese cuerpo cálido y fuerte que le envolvía y daba cobijo. Sin embargo, por placentero que aquello fuese, no podía durar para siempre. Aioria aferró con fuerza las caderas del italiano para dedicarle una última embestida mientras su esperma corría por las entrañas de éste.
—Death Mask… —medio susurró, medio gimió, su amante obvió aquello, se concentró en retener las sensaciones del momento y, al poco, eyacular también.

Cáncer se apartó, temblando a causa del orgasmo, y se recostó en ese lecho, húmedo y perfumado por los cuerpos que en él yacían.
—El único momento en el que no soporto que me llamen Death Mask es cuando me están follando. Así que la próxima vez, si quieres llamarme de alguna manera, solo di Otto.
—¿Ese es tu nombre?
—Si —dijo el italiano secamente antes de darle la espalda. Death Mask cerró los ojos para fingir que dormía. Aioria sonrió en la oscuridad y le cubrió con la sábana.

Aquella fue la primera de muchas otras noches que pasaron juntos. Aioria hallaba en Death Mask una especie de refugio y esa paz que no había logrado hallar en nadie más. No obstante esa cercanía, ninguno de los dos sabía como debía llamar a lo que tenían juntos. Ambos se resistían a etiquetarlo, pero deseaban mantener esa relación, fuera lo que fuera. El saber que , de un modo u otro contaban con alguien, servía como escape a la cruda y tortuosa realidad que vivían día con día en el santuario.

Con el paso de los meses, Aioria cayó en cuenta de que estaba enamorado de Death Mask. El italiano se había ganado un lugar en su vida y en su corazón. Cada vez que tenían sexo, cada vez que conversaban y aún cuando se quedaban en silencio mirando al cielo y las estrellas, ese sentimiento crecía y se tornaba más y más fuerte; sin que él pudiera evitarlo, sin que él quisiera evitarlo.

Sólo quería sentirse amado de nuevo.

Death Mask volvería al santuario esa misma noche y él, como cada vez que viajaba, iría a esperarle en Cáncer. Tenía una idea en mente, una idea que tenía pensado llevar a la práctica sin demora., esa misma noche.

Esperó en el templo de Cáncer hasta que el custodio de dicho templo apareciera. Cuando estuvo frente a frente con él, fue como si todo a su alrededor hubiera desaparecido, como si no existiera nada más que ellos dos. Estaba nervioso, tenso, no podía adivinar que era lo que pasaba por la oscura mente de su amante. Sólo podía mirarse en esos ojos negros como el más profundo de los infiernos.

Death Mask no dijo nada, ni una palabra, le bastaba con mirarse en esos ojos intensamente verdes… le dedicó una sonrisa y Aioria se arrojó en sus brazos sin más argumento que sus besos hambrientos para hacerle entender lo que le inspiraba.

Se desnudaron uno al otro y comenzaron a tocarse como siempre, como ya era costumbre. Death Mask permitió que Aioria lo tumbara en la cama para luego tenderse encima de él, anticipándose a lo que vendría. No supo como reaccionar cuando el griego asió su miembro e intentó ser penetrado por él.
—Espera, Aioria… —dijo mientras le apartaba suavemente.
—¿Qué? —dijo el castaño mirándolo fijamente.
—No deseo esto… —dijo el italiano apretando los dientes.
—¿De qué hablas? Tú y yo…
—No, Aioria, eso no va a pasar, ¿entiendes? Es mejor que lo guardes para alguien más, para cuando estés seguro de que es lo correcto y no una mera retribución — dijo el italiano intentando mantenerse entero. Aioria le dirigió una mirada cargada de reproches y resentimiento, ¿acaso no se daba cuenta de lo que intentaba hacer?

El encuentro de esa noche, resultó ser tremendamente ríspido para ambos hombres. Cuando amaneció, contrario a su costumbre, Aioria abandonó Cáncer sin siquiera decir adiós. Death Mask no quiso detenerlo… no, no debía, era mejor que las cosas siguieran como iban, que tomaran el curso que llevaban y no hubiera marcha atrás. No podía permitirse ir más allá.

Aún cuando siguieron viéndose, Aioria parecía retraerse más y más, mostrando una actitud hosca y a la defensiva que comenzó a preocupar a Death Mask. No quería pensar en lo que le indicaba esa actitud, no quería tener que pensar en ello y comenzar a dar explicaciones acerca de todo lo que pasaba por su mente en esos momentos. No tenía sentido. …l entendía a la perfección por qué Aioria había intentado aquello. Lo entendía y no quería aceptarlo. No podía aceptarlo. Era perfectamente consciente que en su situación, no podía, no debía ir más allá con Aioria, las cosas debían seguir como hasta entonces, y si no era posible, terminar donde se encontraban. No podían, no debían ir más allá…

Las cosas a su alrededor se estaban tornando difíciles y peligrosas. No quería arrastrar a Aioria a lo que él tendría que enfrentar si las cosas salían mal. Pronto la mascarada llegaría a su fin y más de una verdad iba a salir a flote, dejando ver todo aquello que se empeño en que no se supiera. Más de una de las cosas que había hecho saldría a la luz, y no estaba preparado para arrastrar a nadie consigo, mucho menos a Aioria, si acaso las cosas salían mal. Si algo salía mal, ¿qué podría arreglarlo? Nada. Absolutamente nada. No podría cambiar las cosas, eso era un hecho, no había manera de hacerlo. Era mejor si él estaba lejos…

Las siguientes tres noches, Aioria no se presentó. Aún cuando no estaba dispuesto a verbalizarlo, lo echaba de menos, extrañaba esa manera tan suya de mirarlo, de acompañarle en silencio… Sabía que eso que le mantenía alejado era lo mismo que a él le motivaba a mantener la distancia. Aioria se había enamorado, tanto o más que él. Por eso no debían quedarse juntos, por eso era mejor permanecer así, aún si dolía, aún si hacía daño. Lo amaba. Pero no podía, no debía decírselo. Era preferible mantener el silencio al respecto, así sería más fácil olvidar para ambos. A Leo le sería más fácil dejarle atrás si seguía pensando que aquello sólo había sido sexo, una manera de soportar la soledad… si hablaba de sus sentimientos, le expondría a algo que no se sentía capaz de soportar: verlo muerto.

Decidió que no esperaría una cuarta noche, esa noche en la que seguro todas las restricciones de Aioria se romperían y terminaría bajando a su templo para pasar la noche juntos, pensando que un día ganaría lo que ya tenía. Decidió que era el momento preciso para apartarlo. El odio es la mejor medicina para un corazón roto. Tenía que apartarlo antes de que fuera demasiado tarde para los dos. Subió la escalinata con el propósito de llegar hasta Piscis. Sabía que Afrodita no lo rechazaría, sabía que Afrodita siempre guardaba un espacio en su cama para él.

Evadió el templo de Leo, no quería encontrarse con Aioria, no iba a poder continuar con sus planes si él se le ponía enfrente. Pudo eludir cruzar por aquel templo, pero no la feroz vigilancia de que le hacía objeto Aioria. El santo de Leo estalló en cólera al reconocer el rumbo que llevaban los pasos de Death Mask. ¡No podía creerlo! Lo siguió lentamente, esperando equivocarse.

Afrodita, el más hermoso de todos los santos de Atenea, salió de su templo exclusivamente para recibir a Death Mask. Aioria sintió que todo su ser se estremecía, presa de un violento espasmo de ira. Estaba celoso… demasiado celoso… Alcanzó a apartar al italiano antes de que el sueco depositara un beso en esos labios que consideraba sólo suyos.
— ¿Qué te has creído? —le recriminó Afrodita lleno de furia.
— ¿Qué se supone haces aquí? —dijo Cáncer intentando mantener la serenidad.
—Vine por ti —dijo Airosa mirándolo fijamente, no estaba dispuesto a perderlo, jamás… el italiano se sintió sobrecogido por esa mirada llena de decisión e intensidad.
—Espera un segundo, ¿quieres? —dijo Afrodita separándolos —. …l no es de tu propiedad, ¿sabes? Ha venido aquí por su voluntad, y sólo se irá contigo si él lo desea, vino a divertirse conmigo porque así lo desea, ¿entiendes? Estás fuera de lugar con esos celos absurdos.
—Tú no te metas, esto es ente él y yo —dijo Aioria sin mirarlo. Afrodita soltó una risilla burlona que puso en alerta a Death Mask —. Vámonos de aquí, ya, Otto —añadió el castaño mirando solamente a Death.
—¿Otto? Así que le dijiste tu nombre… es más serio de lo que creí… —comentó Afrodita.
—Afrodita, será mejor que te calles —dijo Death Mask —. Me iré con él, ¿de acuerdo?
—Cómo quieras, sólo quería ser amable. En realidad, a mí me da igual, te vayas con quien te vayas, siempre regresas a mi cama —dijo el sueco con frialdad —. Si quieres volver… sabes que tienes carta libre —dijo con una sonrisa cínica.
—¡Imbécil! —gritó Aioria antes de golpearlo. Afrodita lo miró con odio mientras se limpiaba el rastro de sangre que manchaba sus labios.
—Niño idiota… —escupió el sueco.
—Basta, Afrodita, esto no es tu asunto, has sido tú el que se ha metido donde no debía —dijo Cáncer.
—Sólo eres un pobre niño idiota… —susurró el sueco arrastrando las palabras.
—Deja de actuar como si tuvieras alguna clase de derecho sobre él —le dijo Aioria.
—No tengo ningún derecho sobre él, es cierto, pero solía ser su compañero de juegos, claro que eso nunca lo entenderás tú que has sido solamente un juguete para él.
—Afrodita, ¡ya basta! Será mejor que te calles —dijo Death Mask.
—No, no basta, ha llegado el momento de que alguien le haga aterrizar de culo en la realidad, de que entienda cual es su lugar en todo esto —siseó el hermosísimo rubio haciendo un ademán con la mano —. Este pequeño idiota tiene que entender que para ti es sólo un juguete, Otto.
—Tú no tienes idea… ¡ya es suficiente, Afrodita! no tienes derecho a…
—¿A qué? ¿A decirle las razones por las que estás con él? —le interrumpió el rubio.
—No te atrevas…—Aioria solo los miraba, sin entender nada de lo que ocurría frente a él.
—¿Yo? ¿Crees que no lo haría? ¿Crees que no le diría que la única razón por la que te acuestas con él sigue pudriéndose en una barranca? ¿Crees que no puedo decirle que sólo te acuestas con él porque no puedes tirarte a su adorado hermano? —dijo el sueco con rabia. Death Mask sintió que el alma se le escapaba del cuerpo —. Admítelo, Death Mask, sólo te acuestas con él porque se parece a Aioros…

Aioria sintió que la sangre se agolpaba en su cabeza impidiéndole pensar con claridad. Sin medir las consecuencias, se lanzó contra Afrodita y le golpeó con furia, el sueco no de quedó atrás y respondió a sus golpes con idéntica potencia y odio. Death Mask tuvo grandes problemas para separarlos, pero al final lo logró.
— ¡Ya basta, ambos! —gritó, Aioria le dirigió una mirada resentida y enseguida se alejó, sangrando por la nariz, furioso y lleno de odio hacía Afrodita.
—No pensarás ir tras él, ¿o sí? — dijo Afrodita sujetando a Death Mask del brazo.
—Jódete, Afrodita, esto es culpa tuya… —dijo Cáncer verdaderamente molesto.
—No, no es mi culpa que te hayas enamorado de ese pequeño idiota. Es culpa tuya haber dejado que las cosas llegaran a ese punto — escupió Piscis con desdén. Death Mask ni siquiera lo miró, ¿acaso había sido tan transparente? ¿O era que Afrodita le conocía tan bien?

Perdió la esperanza de alcanzar a Aioria en Libra, además, de alcanzarlo, ¿qué podía decirle? Menguó el paso y evadió, de nuevo, Leo, sólo para retirarse a su templo. Se sentía perdido, había conseguido lo que quería, pero no por ello se sentía mejor. Estaba seguro de que Aioria jamás volvería siquiera a dirigirle la palabra. Había aparecido en él un vació que estaba seguro nada ni nadie lograría llenar.

Se metió a la cama, cansado física y emocionalmente. Todo lo que quería era que al despertar nada de eso que sentía siguiera existiendo. Sólo quería dormir…

Aún no amanecía cuando lo despertó el ruido de la puerta abriéndose, los pasos torpes avanzando hacía su cama. Por un segundo pensó que se trataba de Afrodita, pero de inmediato descartó la idea, el sueco jamás se rebajaría a ser él quien le buscara.
—Death Mask… —escuchó fuerte y clara esa voz en medio de la oscuridad. Se trataba de Aioria. el aliento tibio y saturado de alcohol del joven griego le golpeó violentamente en el rostro.
—Vete, estás borracho —dijo intentando levantarse, pero el enorme cuerpo de Aioria lo aplastaba contra la cama —. Aioria, no estoy de humor para estas cosas.
—Tal vez no estás de humor para mí, pero si para lo que sea que quiera hacerte Afrodita, ¿no es cierto? —dijo el castaño con rencor.
—Esto no se trata de Afrodita, se trata de que quiero que te largues de mi templo. Se trata de que quiero que te vayas por donde viniste y no vuelvas jamás —añadió al tiempo que lo empujaba lejos de él.
—No me iré —dijo Aioria dejándose caer en la cama. Cáncer lo miró fijamente. Aioria era hermoso, con esa piel tostada y esos ojos verdes —. ¿Por qué me miras así? ¿Estás pensando en él? ¿Estás pensando en que somos iguales? —dijo furioso —. Es eso lo que estás pensando, ¿no es cierto? —dijo el castaño mirándolo con rencor mientras le sujetaba por los hombros.
—Esto no tiene nada que ver con tu hermano, ¿entiendes? Nada de lo que ha pasado entre nosotros tiene que ver con él —Aioria buscó sus ojos, sin poder creer lo que el italiano le decía.
—Mientes… por eso no quisiste hacerlo conmigo, ¿verdad? Porque después de todo no soy como él…
—Aioria, no hagas esto.
—Afrodita tenía razón, sólo te acuestas conmigo porque mientras te follo, piensas que soy Aioros, porque él ya no está, porque a él si lo amas, por eso le llevas flores…
—¡Cállate de una vez! No sabes lo que dices.
—¿Pensabas en él cuando te poseía? Deseabas que fuera él y no yo quien estuviera en tu cama, ¿verdad?
—¡Eres un grandísimo idiota! —le gritó Death Mask al borde de la desesperación, quería golpearlo, quería desaparecer, quería olvidar, todo al mismo tiempo.
—Es verdad, ¿no? Por eso te pones así. ¡Es verdad que piensas en él cuando estás conmigo! Cada vez que te retuerces mientras te follo no es por mí, ¡sino porque te imaginas que es él quien te la mete! —gritó Aioria —… te odio… te odio con todo mi ser… infeliz... ojala pudiera mandarte al infierno…
—Cierra tu maldita boca, niño imbécil —siseó Death Mask sacando coraje de donde ya no lo había —. Sí, infeliz, me iré al infierno, ¡mañana mismo bajaré al infierno a saludar a tu hermano el traidor! — gruñó el italiano al tiempo que golpeaba el rostro de Aioria con todas sus fuerzas, esperando que aquello fuera suficiente para sacarlo de su templo y de su vida.

Aioria se vio obligado a abandonar Cáncer, herido y desolado, creyendo a pie juntillas lo que Afrodita había dicho, creyéndolo confirmado por la actitud de Death Mask. El italiano no logró volver a dormir, presa de un pertinaz dolor que le impedía dormir, pero que no quería dejar ir a través del llanto. ¿Qué objeto tenía explicarle la verdad? Aioria ya había juzgado y condenado. Aioria ya lo había dejado atrás. No había nada más que decir, nada más que hacer, salvo esperar. No tenía ganas de luchar por algo que ya había perdido, al mirarse en los verdes ojos de Aioria, había notado ya no tenía caso, era mejor olvidar y ser olvidado, era lo mejor. Aún si dolía, aún si lo amaba como lo hacía. No tenía sentido explicarle que el infantil enamoramiento que había sentido por Aioros nada tenía que ver con el profundo amor que sentía por él…

No volvieron a verse…

Jamás.

Dos días más tarde, tal como lo había él mismo lo había pronosticado, Death Mask descendió al infierno, sin que Aioria tuviera tiempo de arrepentirse de lo que había dicho, de no haber escuchado sus explicaciones, y sin que el propio Death Mask pudiera arrepentirse de su escaso valor, de su apatía al no haber luchado por aquello que tanto deseaba ganar…


FIN.

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