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Banquete por CairAndross

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Notas del capitulo: Yu Gi Oh! no me pertenece. Sólo utilizo sus personajes como diversión y sin fines de lucro. Esto es una historia de un fan y para fans

El minibús estaba completo.

¿Por qué tenía que ser “mini” bus? ¿Por qué no un bus completo, de ésos con capacidad para cuarenta personas, baño, cocina y hasta azafata a bordo? No. Tenía que ser esa cosita minúscula.

¿Y por qué, justamente ese día, todos parecían empeñados en complicarle la existencia? Que los vientos en la alta montaña no eran apropiados para el dirigible, que la nubosidad instalada hacía imposible utilizar el helicóptero, que los caminos eran demasiado empinados para el autobús, que todos querían ir al mismo tiempo, que hacía calor, que el sol brillaba poco, que amenazaba tormenta… y así hasta el infinito.

¡Hasta su hermanito parecía complotado! Seto Kaiba nunca había deseado ser hijo único hasta ese momento cuando ya no sabía qué hacer para convencer a Mokuba que dejara de lado el ataque de testarudez que le había dado y subiera al maldito automóvil con él.

– Pero, Seto… ¡yo quiero ir con Yugi! Me está enseñando a jugar al dominó.

A ver… Eres el segundo accionista en la corporación de juegos más grande del mundo, tienes acceso a la más alta tecnología, a simulaciones computarizadas, proyecciones holográficas y escenarios virtuales ¡y quieres aprender a jugar un estúpido jueguito de tablitas de madera! Y aunque fuera así… ¿era absolutamente necesario hacerlo durante el camino? ¿No podía esperar a llegar a la hostería?

– No te preocupes, Kaiba-kun. Yo cuidaré bien a Mokuba.

¡Yugi! Pero si la culpa de todo el desaguisado era precisamente del pequeño pedazo de enano santurrón y toda la pandilla de anormales que lo seguían. Si las invitaciones decían claramente “Yugi Motou” y “Joseph Wheeler”, ¿qué hacían allí la chica-amistad, el mono, el anormal de Bakura, la hermanita del perro y May Valentine? Esa era exactamente la razón por la que en el minibus quedaba con una sola plaza libre y por algún extraño cortocircuito en el cerebro de su hermano, ¡a Mokuba se le había ocurrido ocuparla!

Ergo… alguien se quedaba sin asiento.

Mejor dicho, el único asiento disponible estaba en su propio automóvil.

Y como todos tenían que estar presentes en la inauguración del Torneo, a él le tocaría llevar a ese “alguien” en su propio automóvil.

Y para su jaqueca completa, ese “alguien” era…

 

 

 

Joey se bajó de un salto del autobús, sin esperar siquiera a que se detuviera del todo. Para variar, llegaba más que tarde.

Corrió a todo lo que le daban las piernas y llegó a la explanada justo a tiempo… para ver cómo el minibús se alejaba. Intentó ir tras él pero sus extremidades inferiores dijeron ¡basta! y lo único que pudo hacer fue apoyar las manos sobre las rodillas mientras jadeaba, tratando de recuperar el aliento.

– Lo único que te falta es sacar la lengua, perro.

Uno… dos… tres… cuenta hasta diez, Joey.

Kaiba. Tenía que ser Kaiba. ¿Por qué el empresario lo encontraba siempre en situaciones embarazosas? Cantando “dale a tu cuerpo alegría, Macarena” frente al espejo del baño en el colegio, discutiendo con una paloma que le había robado el almuerzo, o debatiendo con Tristán sobre si los pechos de la profesora de Geografía eran más grandes que los de la de Economía.

Y ahora, todo transpirado, boqueando como pez fuera del agua y después de haber perdido el autobús. Genial… El Torneo empezaba de rechupete.

– Sólo… llegué… siete minutos tarde. ¿Por qué no me esperaron?

– Les dije que se adelantaran – explicó el empresario. Se acercó a un magnífico deportivo negro estacionado frente a las escaleras – Sube – ordenó, buscando algo en el bolsillo de su saco.

– ¿Adónde?

– Al automóvil. Tenemos que pasar por un sitio antes de emprender camino – Kaiba sacó un juego de llaves y abrió la portezuela.

– ¿Adónde?

– A la hostería – Kaiba arrojó su portátil y unas carpetas al asiento posterior, entró al coche y se inclinó sobre el asiento del pasajero para destrabar el seguro – Vamos, Wheeler. Me estás haciendo perder tiempo.

– ¿Hostería? ¿Yo? ¿Contigo?

– Cómo puede hablar una persona sin utilizar verbos, va más allá de mi entendimiento – murmuró el genio, apretándose el puente de la nariz – El minibús estaba completo, por eso ya partió. Yo tengo que ir al mismo lugar que tú y te necesito presente en la inauguración,  así que no me queda otra opción que llevarte. Conduzco bien, no muerdo y no pienso asesinarte por el camino, ¡así que sube al automóvil de una maldita vez, antes que te suba yo mismo de una patada en el trasero!

Una gotita se escurrió por la frente del rubio.

– Bueno, así por las buenas… sí subo.

Abrió la puerta, arrojó la mochila al asiento trasero y se acomodó en la butaca. Kaiba respiró hondo, quizás para calmarse, puso la llave en el contacto y la giró. El automóvil arrancó con un leve ronroneo.

– Cinturón.

– ¿Eh?

– Ponte el cinturón de seguridad, bobo. Si algo te sucede, no quiero tener que pagarte por bueno.

Joey miró la gruesa tira negra que cruzaba el pecho del empresario y rezongando para sí, buscó a un lado de su butaca, encontró el cinturón y lo ajustó a su cuerpo. Agradecía el aviso, pero no le hubiera costado nadita dárselo sin el insulto de yapa.

– ¿Al fin podemos irnos?

El rubio bufó; en el tonito burlón de Kaiba iba implícito que él era el responsable del retraso. Se contuvo a duras penas y asintió. Iba a ser un viaje muy largo.

El deportivo se deslizaba por las calles con facilidad y, pese al malestar inicial, pronto Joey empezó a disfrutar de la vista que se le ofrecía de la ciudad a través de los cristales tintados. Hasta era divertido ver la expresión embobada con que algunos se quedaron  mirando el lujoso coche cuando éste aparcó frente a un enorme edificio, como si hubiera sido un plato volador el que descendiera a la tierra y se pusiera a dar un espectáculo de luces de colores.

– Tengo que hacer un recado. Espero que no te moleste esperar unos minutos en el coche.

¿Eh? ¿Kaiba tratándolo con cortesía… es decir, con un mínimo corte de civismo? La expresión boba que tenían los admiradores del deportivo era insignificante ante la que puso Joey al oírlo. Con la boca abierta, negó mudamente con la cabeza.

– Bien. Regreso en seguida – el empresario se estiró, escogió una carpeta del montón que reposaba en el asiento trasero y, con ella en una mano, se apeó – ¡Ah! No toques nada, Wheeler, que si llegas a romper algo no te alcanzará el sueldo de todo un año para pagarlo.

¿Cortesía? ¡Y él, ingenuo, todavía se la había creído!

¡Grrr! ¡Qué ganas de saltarle al cuello y cortarle la yugular con los dientes desnudos! ¿De verdad pensaba que podrían resistir el trayecto hasta la hostería sin intentar estrangularse mutuamente cada dos kilómetros?

A ver… Cálmate. Cruza los dedos ¡Ommmm! ¡Ommm! ¡Ommmm! Inspira, exhala. Inspira, exhala… No funcionaba ni de casualidad… Inspira, exhala. ¡Oooommmm!

– ¿Te sientes bien?

La voz de Kaiba lo sorprendió en mitad de su ejercicio de relajación tántrica. Los ojos azules de éste lo estudiaban intensamente, como si dudara en llevarlo a la hostería, a un templo Hare Krishna o directamente dejarlo en el manicomio más cercano. Joey se sonrojó y rió tontamente, ante lo que el CEO puso los ojos en blanco y optó por retomar su puesto de conductor, meneando la cabeza ante lo que, seguramente, supuso una rareza más de la bola de tarados, como él llamaba a su pandilla.

Salieron finalmente a la autopista que los sacaría de la metrópolis y los llevaría a las montañas. Joey apoyó un brazo en el pasamano y recargó su barbilla en una palma, contemplando el paisaje que lentamente iba raleando las edificaciones para dar paso al campo traviesa.

El ronroneo monótono del motor se alteró un segundo cuando Kaiba realizó un cambio de marchas y el coche pareció estabilizarse en un ritmo rápido y sereno. Joey giró la cabeza para observar a su acompañante. El joven conducía con habilidad y precisión, sin apartar su azulina mirada de la carretera y, sorprendentemente, dentro del límite de velocidad.

– ¿No te gusta correr? – preguntó el rubio y recibió una mirada sesgada en respuesta – Es curiosidad, nada más.

– Sí me gusta, pero en carretera jamás.

– ¿Eh? ¿Por qué?

El empresario cambió ligeramente de posición para estar más cómodo.

– Porque es una ridículo poner en riesgo mi seguridad y la seguridad de los demás, simplemente por satisfacer un capricho personal. Cuando tengo ganas de velocidad, voy a un autódromo, cojo un coche o una motocicleta profesional de carrera y me doy el gusto de ir todo lo rápido que se me antoje sin poner en peligro a nadie más.

– Además de que pueden ponerte una multa.

– No se trata de eso. Es simple responsabilidad civil.

¡Vaya! No sólo estaba iniciando una especie de conversación civilizada con el ricachón, sino que además había recibido una leccioncita sobre ética que ni se la esperaba. Era medio ridículo, pero un hecho tan trivial como que éste respetara la integridad de los demás al volante le parecía revelar un aspecto insospechado de su carácter.

Bueno, para ser sincero, el sujeto era un déspota, altanero, odioso, pedante, ególatra e insoportable ejemplar de ser humano, pero no era un monstruo. Es más, su fama de duelista feroz e implacable hombre de negocios iba acompañada de una reputación intachable de integridad y honestidad. Kaiba jamás hacía trampas, tanto en los duelos como en la vida; su desmedidamente orgulloso sentido del honor se lo impedía.

Joey frunció el ceño ante esa última idea, estudiando de reojo el atractivo perfil del empresario recortado contra el cielo tormentoso que se veía a través del cristal. ¿Eh? ¿Atractivo? ¿Qué mosca andaba zumbando en su tonta cabecita como para elaborar tal incoherencia?

– ¿Puedo poner un poco de música? – preguntó, esperando despejar su mente de pensamientos ridículos con un poco de rock pesado.

– No.

– ¿Por qué?

– Me desconcentra.

Joey hizo un puchero y se cruzó de brazos, fastidiado. Sí, atractivo todo lo que sea, pero con la capacidad de comunicación de una ostra. Soportó el silencio cinco kilómetros más pensando en las musarañas, pero hasta allí llegaba su límite.

– Estoy aburrido.

– Cuenta los postes de alumbrado.

– Eso me aburre más.

– ¿Y qué quieres que haga al respecto?

– Hablemos de estupideces un rato.

– No tengo tiempo para eso.

– ¿Haces algo más en este momento, aparte de conducir?... Pues dame el gusto. Cuéntame un poco de tu vida.

Kaiba rebufó. No estaba acostumbrado a entablar una conversación con nadie, pues prácticamente reducía su dialéctica a órdenes y sarcasmo. Pero gracias a su hermanito estaba atrapado en ese coche, con el perro fastidioso de Wheeler aburrido y le quedaban dos opciones: seguirle la corriente o abrir la puerta y empujarlo fuera del vehículo, preferentemente en movimiento. Y aunque esta última opción le resultaba más y más tentadora a cada segundo…

– Está bien. ¿Qué quieres saber?

Ante el inesperado permiso para esculcar en la intimidad de alguien que siempre se escondía tras un muro de piedra, Joey se trabó… precisamente lo que esperaba Kaiba. Si se hubiera negado, el perro seguiría fastidiándole; así y mientras las preguntas no fueran demasiado personales lo tendría entretenido. Y de última, nadie le obligaba a decirle la verdad, ¿no?

– Hmmm… ¿cuál es tu color favorito? – aventuró el rubio y hubiera jurado que el empresario revoleaba los ojos.

– Está claro que no vas a preguntarme por mi postura teológica… – ironizó el joven genio, divertido ante tanta ingenuidad – Blanco.

– ¿Blanco? El blanco no es un color… es la ausencia de color.

– En realidad, es la combinación de todos los colores. Algo es blanco cuando en él están presentes todos los colores del espectro.

– ¿No puedes decir nada sin que parezca salido de una enciclopedia? – protestó Joey – Ahí te va otra: ¿tu comida favorita? Y no quiero todo un recetario gourmet.

– Carne de res con salsa, pero como usualmente tengo poco tiempo para comer, me conformo con los sándwiches.

– ¿Qué? ¿Te alimentas con sándwiches?

– La mayor parte del tiempo, sí.

– Eso no es muy nutritivo – murmuró el rubio, recordando que él picoteaba golosinas y comida chatarra todo el día – ¿Y tu bebida favorita?

Kaiba hizo una mueca para disimular la sonrisa que se veía venir ante la reacción del rubio cuando le respondiera.

– Leche.

– ¿Eh? ¡Debes estar bromeando! ¿Leche?

– Sí. Me calma el estómago, es fácil de beber y el triptófano que contiene es un sedante natural que me ayuda a conciliar el sueño.

– Pero ¿no consumes bebidas alcohólicas? ¿Vino, cerveza, licor, champaña de ricos?

– Soy… somos… menores de edad, Wheeler. Además, detesto la idea de que el alcohol me haga perder el control sobre mí mismo.

–  ¡Uy, sí! El Rey del Autocontrol… ¿Nunca haces nada alocado, espontáneo, divertido… normal?

– Si puedo evitarlo, no.

Joey se llevó una mano a los ojos, moviendo la cabeza con resignación.

– No tienes remedio…

Kaiba no recordaba haber hablado tanto con nadie en los últimos… No, no recordaba haber tenido una conversación tan larga en su vida. Subió un poco el nivel del humificador. La falta de costumbre le estaba haciendo picar la garganta.

– Tu turno, Wheeler… ¿Por qué tu concepto de la puntualidad oscila entre llegar tarde y llegar más tarde todavía?

– Esto… Mantengo dos trabajo, más la escuela y las prácticas de duelo. Corro todo el día, dependo mucho del transporte público y éste a veces se retrasa o sufre algún imprevisto.

Kaiba asintió con la cabeza sin acotar ninguna agudeza, echarle la culpa a él y, por supuesto, mucho menos compadecerlo.

– ¿Por qué hablas sin pensar la mayor parte del tiempo?

Joey se encrespó ante esas palabras, pero en el tono de voz del joven genio no percibió burla sino un genuino interés. Así que, contrario a su costumbre, estuvo un instante en silencio, justamente meditando su respuesta.

– Creo que no es que hablo sin pensar, sino que directamente digo lo que me pasa en ese instante por la cabeza, sin darle más vueltas. Al contrario que a ti, me gusta ser espontáneo.

Un nuevo asentimiento por parte del castaño.

– ¿Por qué te importa tanto la amistad?

¡Uy! Otra pregunta difícil. Cualquier persona normal lo interrogaría sobre sus gustos musicales, su equipo deportivo favorito o de última con cuántas mujeres había ligado. Pero no Seto Kaiba. El ricachón le tenía que hacer todo un completito test psicológico.

– Porque la amistad es lo más hermoso que nos da la vida – dijo y recibió un bufido como ante su estereotipada respuesta – Es en serio. La amistad es confianza y sinceridad: te permite hablar y actuar como realmente eres, sin tener que esconderte. Los amigos son fieles, comprensivos, te aceptan tal cual eres.

– No te pregunté qué era la amistad, te pregunté por qué te importa tanto.

– Porque gracias a mis amigos soy lo que soy. Yo era un chico problemático, peleador, pero cuando conocí a Yugi y a los demás descubrí que podía ser mejor persona. Al principio no lo quería aceptar, pero él perseveró hasta lograr que yo cambiara mi forma de pensar.

– Ya…

– Deberías probarlo. Cambiar un poco tu actitud snob y arrogante no estaría para nada mal. Tener amigos no te matará, Kaiba.

– ¿En serio? ¿En cuantos problemas se han metido y me han metido por culpa de la llamada amistad? – ironizó el castaño y Joey se mordió la lengua. Cierto, pero no tenía por qué decirlo con ese tono – Y además, ¿quién te dijo que yo quiero cambiar? Puedo ser un snob arrogante, pero al menos soy sincero.

Joey quedó con la cuchara al aire, en sentido figurado se sobreentiende. Muy cerca, un relámpago cruzó el cielo oscurecido y unas pequeñas gotitas de agua empezaron a mojar el cristal del deportivo. Kaiba activó los limpiaparabrisas.

– Como soy un tirano soberbio y orgulloso, puedo darme el lujo de ser franco y decirle a las personas lo que pienso de ellas, en la cara, sin tener que preocuparme por si les agrada o no. Tú le llamas crueldad, para mí es honestidad. No soporto la incompetencia porque sé que las personas siempre pueden mejorar si tan sólo se molestaran un poco en hacerlo. Sé que todo lo que poseo lo obtuve por mí mismo y estoy orgulloso de ello, pero para ti eso es arrogancia. Si Yugi hace cualquier cosa por ganar un duelo, es un héroe; si lo hago yo, soy un narcisista hipercompetitivo que no soporta perder. Si tú defiendes lo que tienes a cualquier precio, eres un quijote; si lo hago yo soy un avaro codicioso que nunca tiene suficiente.

¡”rale! Como que el sujeto tenía razón, ¿no? ¿Por qué nunca se había dado cuenta que todo lo que hacían ellos le parecía bien y que cuando Kaiba hacía lo mismo… le parecía mal?

– No tienes que pensar así… – protestó Joey débilmente.

– Es que me gusta pensar así. Me gustan las cosas como son, mi vida tal como es… Detesto el ruido mundano, me gustan los silencios, la tranquilidad, la soledad. Me gusta trabajar, imaginar cosas nuevas y verlas convertidas en realidad por mis manos. Me gusta leer, adquirir conocimientos, plantearme desafíos e ir superándolos día a día. Yo soy feliz así y me pregunto por qué no pueden dejarme en paz al respecto.

Después de soltar algo que, evidentemente tenía atragantado desde mucho tiempo atrás, el joven CEO se inclinó hacia delante y encendió el reproductor de música. Una melodía de vientos y cuerda, muy compleja pero muy suave, inundó el habitáculo. Mientras tanto, Joey estaba en completo shock.

A ver, a ver… Kaiba siempre había dejado más que claro que lo molestaba profundamente que intentaran acoplarlo a la pandilla, pero ellos lo hacían de buen corazón porque les daba pena que el muchacho estuviera siempre tan solo, aunque… nunca se les había dado por preguntarse (y mucho menos preguntarle a él) si acaso a Kaiba no le gustaba estar solo.

No, no, no. Joey sacudió su rubia cabeza ante el pensamiento. A nadie le podía gustar estar solo, todos necesitan compañía de vez en cuando. Sí, de-vez-en-cuando. ¡No todo el día pegoteados unos a otros, compartiendo hasta el más mínimo pensamiento y haciendo cada uno de almohada de cabecera de los otros! Hasta a él, a veces le llegaban a fastidiar sus propios amigos, pero… nunca se había animado a decirlo por miedo a que lo lleguen a tratar de antisocial… problema que Kaiba no tenía ¡precisamente porque todos asumían que era antisocial!

¡Oia! Como que dos más dos es cuatro.

Los ojos amelados de Joey se dirigieron instintivamente hacia el rostro de Kaiba, estudiándolo como si fuera la primera vez que lo veía. Nunca se hubiera imaginado que hubiera tanta complejidad de sentimientos, tantos matices de luces y sombras tras esos profundos ojos azules. En su mente, sonó una estrofa de la canción de The Who:

No one knows what it’s like

To be the bad man

To be the sad man

Behind Blue Eyes

And no one knows what it’s like

To be hated

To be fated

To telling only lies

Nadie sabía realmente qué se escondía tras esos ojos azules… y de pronto, sintió deseos de averiguarlo.

 

*******************************

Behind Blue Eyes (Detrás de unos ojos azules)

Nadie sabe cómo es

Ser el hombre malo

Ser el hombre triste

Detrás de unos ojos azules.

Y nadie sabe cómo es

Ser odiado

Estar condenado

A decir sólo mentiras

Notas finales:

Es sólo la introducción, lo bueno viene en el próximo capítulo ^^

Como siempre… problemas de extensión, jejeje.

La canción utilizada: Behind Blue Eyes de The Who. Siempre que la oigo me parece que es perfecta para describir a Seto Kaiba.

Por cierto (y no tiene nada que ver con el fic, pero…) “to be fated to telling only lies”, la traducen en la mayoría de las páginas como “estarse disolviendo, diciendo sólo mentiras. Para mí “fated” significa “predestinado o condenado” y me parece que “estar condenado a decir sólo mentiras” encaja más con el ritmo general de la letra. ¿Ustedes qué opinan? (Mi beta todavía no volvió de Japón, así que ando perdidaza sin tenerla para que me saque las dudas, jejeje)


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