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Sombra de Otoño por Eiri_Shuichi

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Notas del fanfic:

Cada año hago una historia corta de 3 capitulos q publico entre el 31 d octubre y el 2 d noviembre; asi q es la de este año.

Notas del capitulo: Este fic tiene solo 3 capitulos y como lo hago presisamente para celebrar Halloween y Dia de Muertos (q en realidad son 2 dias...) los personajes tienen q morir... pero juro q es por una buena causa y los finales son siempre felices xD

  > "Sentía el frío colándose entre las sabanas rojizas, su cuerpo parecía convulsionarse ante el desconsiderado toque de aquella brisa que le acariciaba mientras, en medio de su inconsciencia, él buscaba escabullirse de aquel encuentro desagradable; su espalda se arqueo por la derecha mientras el otro lado se hundía más en el gastado pero cómodo colchón y su cabeza recorría todos los ángulos que la anatomía le permitía.

   Su sentido común clamaba por despertar, pero una parte aún más profunda de su naturaleza se había anclado a aquel oscuro sueño tan profundo, mientras su cuerpo, como un limbo, era el campo de batalla para aquellas dos influencias poderosas y contradictorias.

   Una inexplicable sensación recorrió su espina dorsal como una corriente eléctrica y en medio de un ruido gutural abrió los ojos con las pupilas dilatadas, el cuerpo bañado en sudor y la respiración agitada; su piel estaba erizada, el frío no desaparecía, casi podía escuchar los latidos de su corazón, sencillamente estaba exhausto.

   Miró el reloj sobre la mesa de noche, entrecerró los ojos para tratar de leer las manecillas en medio de la oscuridad y, sin estar muy seguro, le pareció que eran las tres con siete minutos; no había conciliado el sueño ni por dos horas. Llevó el brazo sobre su frente, cerró los ojos, exhaló profundo, tratando de recordar el sueño que lo había dejado en esas condiciones pero, como de costumbre, no podía; no hizo el menor intento por coger la libreta y la pluma que estaban junto al reloj, no le importaba si su terapeuta insistía en que anotara todo lo que pudiera recordar y todo lo que sintiera, como si él no fuese bastante conciente de la forma en que se sentía. Giró su cuerpo buscando el acomodo necesario para volver a dormirse, no muy convencido de su idea sino más bien por el instinto, llevaba ya más de dos meses sin conciliar el sueño debidamente, poco a poco su cuerpo lo iba resintiendo y estaba seguro que a ese ritmo no llegaría al siguiente semestre; así, con su falta de entusiasmo o exceso de decepción, volvió a quedarse dormido para reiniciar la tortura de cada noche.">

   A Megistophiel lo habían nombrado así por una cruel fascinación de su madre por cierta obra literaria, era el segundo de cuatro hijos, que tampoco habían salido bien librados del asunto, siendo respectivamente: Fausto, Mefistófeles y Ophiel, solo podía agradecer a la vida no tener un cuarto hermano o entonces seguro se habría llamado Goethe. En todo eso su padre poco tuvo que ver, como buen hombre de negocios, no le importaba demasiado que fuera de esas nimiedades en la vida de su progenie, en cambio, cuando afectaban su buena imagen pegaba el grito en el cielo y maldecía no poder pronunciar bien tres de los cuatro nombres. Todavía recordaba a su madre cuando, siendo apenas un infante, solía decirle “¡Cómo puede no gustarte tu nombre!, es tan original, cuando crezcas me lo agradecerás!”; ya era mayor, pero el agradecimiento no llegaba.

   A esas alturas de su aún joven vida, no tenía nada en particular que lo hiciera sentir diferente o excepcional, a no ser por su nombre; era un estudiante promedio, no destacaba en una actividad en particular, no era más sociable que cualquiera y de no ser por la universidad, seguramente seguiría viviendo con sus padres.

   Fausto era a esas alturas un importante abogado con un gran futuro, Mefistófeles era un maestro en el fútbol incluso si en lo académico era algo cabeza dura y Ophiel no solo era una adolescente bellísima, también poseía una voz divina y el sueño de ser cantante de ópera. Con esos antecedentes, él, un chico recién ingresado a la Facultad de Arquitectura, sin talento en particular, no era precisamente un centro de atención; era solo un individuo más en un mundo lleno de individuos.

   Eso jamás lo había afectado realmente, era feliz al saber felices a sus hermanos y a sus padres, sobre si mismo tenía en un buen concepto y eso le bastaba para vivir apaciblemente como tanto quería hacerlo.

   Hacía apenas un año desde que se marchara de su hogar para mudarse a una casa de asistencia donde rentaba un cuarto y que quedaba a unas cinco cuadras de la Facultad, tardó más de tres meses antes de poder adaptarse al ritmo nómada y agitado de la vida universitaria, la arquitectura no era cosa fácil: muchos números, muchas medidas, muchos planos y poco tiempo para él mismo, pero una vez acostumbrado todo fue por su propia marcha. Estaba a punto de entrar al tercer semestre y había conseguido un empleo de medio tiempo como mesero en un restaurante que más allá de ser pequeño estaba muy buen diseñado y la comida era realmente deliciosa, los horarios eran flexibles siempre y cuando cumpliera con cierto número de horas a la semana.

   Así, Megistophiel resultaba ser un joven apacible y amable, cuya nobleza podía verse a través de sus ojos de un café claro casi avellana, era de piel blanca pero los años y el Sol poco a poco la habían tostado dándole un tono no muy claro ni tampoco moreno, con un metro setenta y tres de altura, espalda ancha, el cabello ondulado de color muy similar al de las iris y complexión promedio, no era demasiado delgado, mas tampoco había llegado a sufrir sobrepeso en toda su vida; por lo general mostraba en su rostro una sonrisa discreta que a casi todos les resultaba agradable, su voz grabe siempre se mantenía en un nivel medio, no tenía por costumbre mover mucho las manos mientras hablaba pero pecaba de mover los labios a menudo mientras pensaba para si mismo en un tic que procuraba controlar aunque no siempre pudiera y al hablar con los demás siempre los miraba directamente a los ojos. …l no poseía un talento en particular ni algo en su apariencia o actitud lo volvía destacable, pero al estar cerca de él se podía sentir una sensación que lo caracterizaba y nada más.

   Se había decidido a estudiar arquitectura más por admiración que por vocación, no le era fácil, pero la idea de algún día comprender enteramente estructuras de gran belleza le daba el entusiasmo suficiente para seguir adelante y el trabajo de medio tiempo era, sin duda alguna, producto de la necesidad, aunque sus padres y Fausto le ayudaran con los gastos igual sentía cierto remordimiento, como si solo se la pasara cruzado de brazos dejando que los otros se hicieran cargo, por lo que ni tardo ni perezoso a la primera oportunidad entró a trabajar.

   La primera semana se sintió muy descolocado, eso de ser mesero no era como chiflar, tenía que hacer maña y habilidad, pero como era típico en él se esforzó al máximo y pronto adquirió lo que era necesario, además de conocer al resto del personar con quienes se llevaba a mares, todos lo trataban con amabilidad y él no podía menos que corresponder de igual manera, por lo que el ambiente era agradable y solo el natural agotamiento de las horas más ajetreadas le dejaban factura.

   Fue exactamente al séptimo día de haber entrado a su trabajo que notó la presencia de un individuo al que no había notado antes; un chico que parecía más joven que él, siempre silencioso, casi imperceptible, refugiado en la cocina cada instante de cada hora, con el cabello azabache, los ojos pequeños, nariz fina, dedos alargados como su figura entera y tez muy clara, debía ser al menos cinco centímetros más pequeño que Megistophiel, pero su extrema delgadez lo hacía lucir casi irreal, como una figurilla de halloween, como una araña. Lo había visto por primera vez cuando entraba por la puerta principal del local, llevando encima un saco que duplicaba su talla, una larga bufanda rodeando su delgado cuello, las manos iban ocultas en los bolsillos y sin miramientos o contemplaciones se dirigió al instante al cubículo donde los empleados podían dejar sus pertenencias, se quitó de encima las prendas que ahí eran innecesarios y en menos de dos minutos estaban ya en la cocina. Esa vez el asunto no había llegado a más, pero conforme pasaba el tiempo era más difícil ignorar la taciturna presencia de aquel extraño individuo, como la ocasión, única por cierto, en que recibiera un pedido de su propia mano, no solo porque no parecía tener contacto alguno con los meseros sino porque, además, la casualidad lo había vuelto precisamente a él la persona que presenciara y participara en tan peculiar situación; en cuestión de instantes captó cosas que hasta entonces le fueran desapercibidas, los ojos de aquel desconocido no eran solo pequeños sino también oscuros, casi negros e inmensamente profundos, divisó una ligerísima delineación en sus labios más rojiza, aunque era casi imperceptible, sus pestañas largas, curvas y tupidas, las pequeñas y cuadradas uñas en sus dedos y el aroma fresco, casi frío que emanaba de su cuerpo.

   En toda su vida, Megistophiel se había interesado en muchas cosas y muy pocas personas porque, en su experiencia, todo ser humano era, en términos generales, fácil de descifrar y su mente no era suficientemente paciente para evocar su tiempo a analizar las trivialidades de la vida cotidiana; discusiones, conflictos, peleas, el estrés del día a día y las comidillas del pueblo no eran lo suyo, por ello se limitaba a sonreír amablemente para luego deslindarse de cualquier asunto en que no tuviera que ver. Fue precisamente eso lo que más lo confundió porque, un día, se encontró a si mismo ensimismado en el recuerdo de aquel instante fugaz que, a la vez, debería haber sido irrelevante: pero no lo era.

   Con la mente vuelta una maraña llegó a la parada esperando apenas un par de minutos cuando pasó el colectivo de su ruta, subió al pagar lo correspondiente y se acomodo en un asiento junto a la ventana, entonces, cuando el vehículo parecía a punto de retomar la marcha, vio la figura irreal y alargada que absorbía sus pensamientos, abrió sus ojos hasta casi sentir que se salían de sus cuencas para asegurarse de que no era su imaginación; vio como sacaba un cigarro del bolsillo y de pronto, subió la mirada dirigiéndola a él justo cuando el autobús arrancó.

Notas finales: Ya no se como demonios funciona la pagina, asi q lamento q no este bien el formato pero... dios! necesito dormir!!!

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