Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

El año nuevo del flautista por Aome1565

[Reviews - 0]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

Para poder leer este pequeño cuento que hace de epílogo, antes tenés que leer El Flautista de Hamelín (:

Notas del capitulo:

Feliz día de reyes :3

atrasadísimo por una cuestión que no me corresponde a mí sino a la central eléctrica que nos dejó sin luz un día entero D:

Ahora los dejo con este pequeño epílogo, que en un principio iba a ser un capítulo más, pero preferí publicarlo aparte (:

 

 

El año nuevo del flautista

 

Cuando Brendon entró a la casa esa tibia noche de verano, después de un buen rato en el hospital, se encontró con Frederich hablando por teléfono, por lo que prefirió saludarlo sólo con la mano y se escapó hacia el baño, donde se duchó rápidamente con agua fría, escalofríos, y los ojos cerrados en una mueca de disfrute. Fueron sólo diez minutos que le bastaron para recobrar la energía perdida y prepararse para lo que venía después.

Al salir del baño oyó a Frederich todavía al teléfono por lo que, lentamente y entre tarareos, empezó a vestirse. Pantalones negros, lisos, y una camisa con cuello italiano y en color azul petróleo, esa que al mayor le gustaba tanto y que empezó a abotonar desde abajo cuando unos brazos rodeándolo de atrás le obligaron a dejar su tarea.

-Hola -le susurró el médico al oído, causándole un escalofrío. Se ajustó a su cintura, aspiró el aroma de su cabello y suspiró sobre su cuello.

-Hola... -contestó Brendon, que se derritió entre sus brazos con el calor de su pecho pegado a su espalda y con la suavidad del suspiro sobre su piel fría. Se acomodó mejor contra la figura del mayor y se dejó acariciar, muriendo por darle un beso.

Frederich aprovechó aquel estado de sopor y las ganas del flautista de dejarse hacer para desabotonarle los tres botones que había llegado a prender.

-Se supone que me la estaba poniendo -murmuró, mordiéndose un labio.

-Y se supone que yo te la estoy sacando. -Sonrió y tironeó suavemente de la camisa hasta que se deslizó hasta la mitad de los largos brazos del chico.

-Pero me ibas a llevar a cenar -protestó Brendon, mas sin pizca alguna de reproche. Él quería tanto como Frederich.

-Todavía es temprano -contestó, terminando de quitarle la camisa. Tuvo el cuidado de estirarse un poquito hacia el perchero y hacerla volar hasta ahí, pues él mismo la había elegido y planchado, mas no así con los pantalones, que desabotonó y dejó caer.

Casi desnudo, Brendon se volteó aún presa de esos brazos calientes y se aferró a esos labios que ardían en deseo de un beso. Agitado, con la razón pendiendo de un hilo y las ganas a flor de piel, se entregó a ese hombre que lo arrastró con él.

 

A eso de las diez y media de la noche, Brendon tenía puesta nuevamente su camisa azul y esperaba junto a la motocicleta, con el casco en las manos y el pelo revuelto por la brisa que soplaban las estrellas, a que Frederich cerrara la casa.

-¿Vamos? -le dijo al instante.

A los pocos minutos ya estaban volando en las calles iluminadas por las casas llenas de familias reunidas para esas fechas y tan cálidas como los abrazos de esos que se reencontraban. Navidad ya había pasado, el año nuevo todavía no llegaba, pero la emoción de las fiestas duraba todo el mes, y podía sentirse en cada ventana con las cortinas descorridas y en todos los foquitos de colores colgados por doquier.

 

El restaurant al que fueron era un elegante salón blanco, con aires franceses y un romántico ventanal a la playa. Las sillas antiguas eran de pana en color crudo y madera oscura, al igual que las mesas, sobre las que colgaban lamparitas con pantallas blancas tableadas apenas, como las ondas de los cortinados que acariciaban el suelo, un fino parquét caoba opaca; la lustrada barra oscura brillaba bajo los spots, y el piano vertical negro coronaba el lugar.

Brendon jamás había pisado aquel lugar, sólo lo admiraba desde afuera cada vez que pasaba de camino a casa de Maddie. De la emoción su mano se apretó más a la de Frederich, que con una mirada que le pedía perdón lo soltó para firmar el papel de la reservación que le ofrecía el recepcionista.

Su mesa estaba junto al ventanal y cercana al piano, pero Brendon dejó de prestar atención cando Frederich se sentó enfrente suyo y le sonrió.

-¿Te gusta? -preguntó, sólo para ver esa expresión de nene feliz cruzar su rostro.

-Más me gustás vos -le sorprendió con la respuesta. Se rió, y luego respondió en serio y con un susurro-: Me encanta.

Ordenaron cuando un par de mozos les trajeron la carta, cenaron bajo la luz de la lamparita personalizada, conversaron mientras bebían de sus altas copas burbujeantes, y cuando les acercaron en bandeja de plata un par de finas copas de helado, Frederich recordó esa conversación con Laurie, una amiga suya.

-¿Te acordás de Laurie? -le preguntó a Brendon, que en ese mismo instante se llevaba a la boca una cucharada del helado. Vio su cara de confusión, de «estoy pensando», y prefirió aclararle la memoria-: La pediatra, que está casada y tiene dos nenas...

-¡Ah, sí! -exclamó el flautista. Y bajo la atenta mirada de Frederich, volvió a tomar una cucharada de helado, concentrándose en hacer que ese que lo observaba disfrutase más que él mismo.

-Ella me llamó hoy, y me preguntó qué haríamos para recibir el año. Yo pensaba en una romántica cena bajo la luna y los fuegos artificiales, pero insistió tanto y me aseguró que iría más gente, que no pude decirle que no. -Se mordió un labio y desvió la mirada. Había sido de Brendon la idea de la cena al aire libre, los dos solos, y se sentía mal al dejarlo con la idea y las esperanzas colgando de la luna creciendo en el cielo sobre el mar que se veía por el ventanal a su lado.

-Cenas románticas, la luz de la luna y a vos sentado al lado mío... -fingió pensarlo, llevándose una mano al mentón-. A eso lo tengo todos los días. -Le sonrió y, disimuladamente, se arrastró en su silla hasta llegar junto a Frederich. Se prendió sutilmente del cuello de su camisa y le dio un beso frío y con sabor a helado de chocolate. Después, volvió a su lugar y siguió con el helado, como si no hubiese ocurrido nada.

Mucho más tarde y después de un paseo en motocicleta por la autopista junto a la costa y bajo el cielo tan azul como la camisa que Brendon usaba o sus ojos, entre las cortinas blancas que ondeaban con la brisa y las sábanas arrugadas, Brendon y Frederich se durmieron desnudos y abrazados.

Porque cada noche, hayan hecho o no el amor, Brendon se acurrucaba entre los cálidos brazos del mayor y le rogaba que no lo soltase.

Pero esa noche en especial, entre besos surtidos y suspiros lentos, el chico susurró casi exhalando un «felices tres meses».

 

El día treinta de diciembre, un día antes de la cena de año nuevo y mientras Brendon cocinaba esperando a que Frederich llegara a la casa, el teléfono empezó a sonar. Tan ocupado estaba colando el agua de los fideos, y tanto era el vapor caliente que le obligaba a cerrar los ojos, que prefirió dejar que el contestador hiciera su trabajo.

-Supongo que todavía no llegaste del trabajo -susurró una voz de mujer luego del pitido-. Soy Laurie, y quería avisarte que, al final, Lior y Brenda sí van a cenar con nosotros. También van a estar Nick, Pat y Wilson. Nos vemos mañana -se despidió, dejando un completo silencio en la casa, el vapor subiendo hasta el techo en la cocina, y un estupefacto Brendon que apenas si podía sostener la olla vacía.

Cuando entendió que, a pesar de que todo lo que tuvo con él estaba olvidado y superado, y que el espacio que ocupó en su cabeza ahora Frederich lo redoblaba en su corazón, iba a tener que ver la cara de Lior durante toda la cena, empezó a hiperventilar y prefirió sentarse sobre la mesada a mirar el piso y a esperar a que se le pasase.

Hacía tres meses, Brendon se había jurado evitar volver a verlo, dejar de amargarse por él y volcarse de lleno a su relación con Frederich, pero aún era muy temprano como para afirmar que lo suyo era un noviazgo fuerte y que no se tambaleaba al surgir algo o alguien que escarbara la herida apenas emparchada.

Cuando Frederich entró en la casa, sintió el aroma de la comida casi lista y el candor del vapor flotando en el aire, mas lo único que le preocupó fue la figura del más chico sentado en la mesada, encorvado y con la cabeza gacha porque la alacena chocaba con su nuca. Los pies le colgaban a unos centímetros del suelo y la cara del médico frente a él ahora le quedaba más cerca.

-Tenés un mensaje -le dijo, ausente, señalando el teléfono.

Frederich oyó el mensaje y no necesitó que terminara para darse cuenta del por qué de la cara de Brendon.

-Ese día -empezó, caminando por el living hacia la cocina-, cuando hablamos, me dijo que era probable que no fuera, y yo hasta recé para que no se presentara... pero supongo que todo lo hace para fastidiar. -Forzó una sonrisa y se acercó a su cocinerito, abrazándolo fuerte y besándole la coronilla. -No tenemos que ir si no querés... podemos tener nuestra cena plan B.

-No tengo nada preparado, y mañana no voy a encontrar nada bueno para cocinar -dijo, gustoso con la idea, pero desilusionado a la vez.

-Una ensalada con lo que haya en la heladera estaría bien.

Frederich buscó los labios del más chico y lo aventuró a un beso lento, pasivo y tibio, mientras los fideos se enfriaban.

-A mí no me parece -susurró Brendon al separarse del más alto-. Vamos a la cena de Laurie. No tenemos nada que perder... y si estoy con vos, no hay nada por lo que angustiarse -finalizó, sonriendo y colgándose del cuello de Frederich, que le rodeó la cintura mas no lo besó; se detuvo ante sus labios y miró fijo sus ojos, luego volteándose hacia el colador con los fideos aún en el fregadero.

-Se enfrían -le dijo, bajándolo de la mesada y poniendo distancia. Con una sonrisa pícara se dedicó a alistar la mesa mientras miraba esas caderas moverse de un lado a otro de la cocina. Cuando se dio cuenta, todavía llevaba puesta la bata blanca y el aroma a hospital, y Brendon, que odiaba ese olor en la casa o en su ropa, no le había dicho nada.

Todavía estaba afectado, lo sabía, y él se acongojaba al no poder hacer nada.

 

-No puedo hacer nada a estas alturas. No tengo qué cocinar, ni nada ideado para esa cena que pensaba iba a ser sólo para nosotros dos. Sólo me queda aceptar que Lior va a sentarse frente a mí durante la mitad de la noche, y tratar de que no se me note cuánto me afecta todavía su presencia -decía Brendon por teléfono.

Era medianoche, Frederich se había dormido hacía casi un par de horas después de un angustiante día en el hospital, y él ahora trataba de aguar su problema en la cubeta de soluciones de Maddie.

-Ni que fuera tan malo, Brennie -lo tranquilizó la chica-. Si ya lo superaste y para vos no hay otro que no sea Fred, olvidate de lo que vaya a pasar mañana. Disfrutá de que no vas a ser vos quien cocine, esmerate sólo en llevar un buen champagne, y pasá la mejor velada de tu vida haciendo de cuenta que sólo están ustedes dos. Va a ser su primer año nuevo juntos, disfrutá verlo bajo los fuegos artificiales, que no hay muchos momentos así -pseudo-regañaba Maddie, sonriendo y pensando que no era mala idea poner el práctica con ella misma esos consejos que estaba dando.

-Pero... -empezó Brendon, sin saber bien con qué contraatacar, mas Maddie se le adelantó:

-Pero nada, Bren. Ahora andá a dormir, que una cama grande y fría no es linda... y dejame dormir a mí, de pasada. Nos vemos -se despidió ella y colgó el teléfono que ahora tenía junto a la cama. Se quitó el cabello colorado de la cara y se acomodó mejor en la cama, entre los brazos de Vincent, su -ahora- novio.

Brendon, por su parte, decidió sacarse de la cabeza lo que se la estaba carcomiendo por ese día e irse a dormir. Frederich estaba completamente sumido en un profundo sueño en su lado de la cama, pero mirando hacia el que ocuparía ese que solía dormir con él. Sonrió al ver la posición de sus brazos abrazando el aire, y el huequito qué él mismo había hecho en el colchón.

Silenciosamente, cerró la puerta y se subió a la cama con cuidado. Como si fuera un nene subiéndose a la cama de sus papás, Brendon se escabulló entre los brazos tibios de Frederich, que, en sueños, se percató de esa piel fría rozando su pecho, de ese cuerpo buscando un mimo que durase toda la noche, y lo abrazó.

-Te quiero -le dijo Brendon, besándole la comisura de los labios. Al instante y con la mente tan blanca como su espalda, se quedó dormido.

 

Al otro día y con el nombre de Lior flotándole por sobre la cabeza, Brendon se despertó y se encontró solo en la cama. Era bastante temprano aún como para que Frederich se hubiese ido al hospital, y le extrañaba que se hubiese levantado ya.

Cuando alguno de sus pacientes fallecía, Frederich regresaba a la casa casi descompuesto y, aunque lo disimulaba muy bien, el peso de la angustia se ceñía sobre él; y la única manera de distraerse era durmiendo. Después de días como esos, el médico sólo llegaba a despertarse estrictamente para ir a trabajar. Y si lo hacía antes, por cualquier razón, se abrazaba a Brendon y esperaba entre sus brazos a que el tiempo corriese lo más dulcemente posible.

De esa forma, Brendon perdió varios ensayos matutinos, pero hacía todo lo que estaba a su alcance para hacer de esa pena un olvido.

Por ese mismo motivo, esa mañana del treinta y uno de diciembre se sintió extraño al despertarse solo en la cama. El día anterior Frederich se había enterado de la muerte de uno de sus pacientes y, aunque hoy trabajaba un poco más tarde y Brendon no tenía ensayo, se había levantado tempranísimo, se había escapado de la cama para volver a la habitación con un desayuno en bandeja para un flautista ya despierto.

-Aw... -murmuró Brendon cuando vio al médico entrar en la habitación haciendo malabares con la bandeja a rebosar de cosas-. Yo también te quiero -le dijo cuando se sentó a su lado y apoyó la bandeja sobre el colchón. Frederich le rodeó los hombros con un brazo y le besó en la cabeza. Se quedó apoyado ahí un momento, sin pensar en nada; suspiró, alborotándole los cabellos de la coronilla.

Brendon no se movió, se quedó ahí, sirviendo de soporte a su novio, como cada vez que no estaba bien. Así como él tampoco estaba del todo bien. Todavía le daba vueltas en la cabeza cómo iría a comportarse esa noche y cómo haría para pasarla bien pensando sólo en Frederich mientras Lior lo observaba.

Ambos se dieron cuenta de que, después de un par de minutos, sólo se oían sus respiraciones cortando el aire, el sonido de las bicicletas que solían pasar a esas horas arrastrándose por el pavimento, los pajaritos cantando por lo bajo y la brisa que, colándose por una rendija de la ventana, alborotaba las cortinas.

-¿En qué pensás? -preguntó el médico cuando no soportó más aquel melancólico silencio.

-En lo que me voy a poner esta noche -mintió Brendon, aunque en verdad no sabía qué iba a usar. Frederich sonrió, aún sin moverse, y dirigió una mirada al placard abierto apenas, por donde se veían colgadas un par de camisas.

-Pueden ser los pantalones negros de anoche, que te marcan bien. -Dirigió una mano hacia abajo por la espalda del más chico y le estrujó suavemente una nalga. Brendon se revolvió incómodo, sonriendo y sonrojándose, y Frederich se rió. -Y la camisa color borgoña con los botones chiquititos.

-Si vos decís... -dijo Brendon aún sonriendo, y volvió a suspirar. Pero ese suspiro se llevó con él la sonrisa, el sonrojo y el repentino buen ánimo. Y Frederich se dio cuenta.

-¿Qué pasa? -le preguntó, acariciándole la espalda.

-Nada -respondió Brendon, intentando sonar contento y natural, como uno de esos pajaritos que piaban ni bien salido el sol.

-Sí que te pasa algo. Mirame -le ordenó Frederich y, tomándolo de la cintura, lo obligó a darse la vuelta. Brendon se acomodó mejor entre sus piernas cruzadas, sentándose sobre ellas y envolviéndole las caderas con las suyas. Clavó sus ojos azules en los del mayor y lo observó fijo y con vergüenza-. ¿Todavía te preocupa que Lior vaya a estar esta noche?

Brendon asintió y desvió la mirada, clavándola en la bandeja de desayuno, con las tazas de café con leche enfriándose. No tenía idea de cómo hacerle entender cómo se sentía, cuál era realmente la causa de ese malestar que sentía escarbarle en el pecho y en cada uno de los agujeritos que Frederich se había encargado de tapizar.

-Esperá, no digas nada -susurró cuando a su mente acudieron mil palabras por decir. Con los ojos cerrados y los oídos embotados se puso a ordenar todo ese palabrerío, buscándole una forma para poder explicarse-. Te dije -empezó, clavando sus ojos azules profundos y serios en los de Frederich, que lo miraba atenta y dulcemente-, te juré que con Lior ya no me pasaba nada, y si no es cierto que en este mismo momento me parta un rayo... -lo dijo completamente en serio, pero por un momento pensó que quizá era mentira y que realmente el rayo caería sobre él. Después de un momento, volvió a abrir los ojos y continuó-: Pero le tengo miedo. Miedo de que sea capaz de hacerme dudar a propósito, o de que creas que aún queda algo de su recuerdo moviéndome el piso y que, con todo eso, pienses que no te quiero de verdad, o que sigo confundido.

Cuando dejó de hablar, con un nudo en la garganta y las lágrimas aguantando en sus ojos, sus brazos largos rodearon el cuello de Frederich y su hombro le sirvió de escondite al rostro ahora sonrojado y lloroso.

-Te amo -susurró suavemente. Sus palabras acariciaron la piel del mayor como las cortinas se rozaban con el cabecero de la cama, lo que le causó a Frederich un escalofrío mientras se abrazaba más a la figura blanca que se delineaba entre sus brazos.

-No me cabe duda. -Lo besó en la frente, lo obligó sutilmente a separarse de él y, apenas, fue besándole las mejillas en suaves caricias que terminaron en un tierno beso sobre sus labios. -Yo también. -Sonrió y se giró hacia la bandeja del desayuno. -No te puedo decir que se enfría porque la idea era que esté frío.

Ambos rieron y dejaron que el día pasase entre miedos disimulados y risas que opacaran lo que les rondaba por la cabeza. Cada vez que se rozaban en el pequeño pasillo, se encontraban en la puerta del baño o se sorprendían viendo el cielo en el patio trasero, no podían evitar robarse un beso e intentar sofocar aunque sea un poco esa angustia que sabían que compartían pero que no se atrevieron a volver a mencionar después del desayuno.

 

-No sé qué voy a hacer -lloriqueaba Brendon por teléfono como cada vez que se sentía acorralado. Frederich estaba aún en la ducha y él estaba sentado junto a la puerta, en el suelo, con el móvil pegado a la oreja.

-Bren, calmate. Yo ya te dije que te olvides de todo hoy -le regañó la pelirroja, que ya no tenía idea de cómo sacarse de encima los problemas que su amigo pretendía que solucionase por él-. Desde acá escucho la ducha y me pregunto, ¿qué hacés que no estás ahí adentro?

Brendon se sonrojó violentamente, quedándose mudo. Al instante le golpeó la cabeza la idea de que jamás se había metido al baño mientras Frederich estaba ahí, desnudo, mojado y tibio bajo la ducha.

-Te llamo el año que viene -le dijo, riendo, y cortó la llamada. Se quitó los shorts que en ese momento estaba usando, la ropa interior, y, sin pensarlo dos veces, se escabulló dentro del baño, sorprendiendo por detrás a Frederich.

 

-Estás precioso -dijo el médico cuando Brendon se apareció en la cocina con su camisa color borgoña y los ojos azules resplandeciendo bajo un par de pestañas arqueadísimas. Sonreía tímido y el escrutinio sin vergüenza de Frederich no mejoraba la situación.

-¿Vamos? -dijo por lo bajo, ocultando la mirada.

-Dale, vamos.

 

Fueron veinte largos minutos de viaje en motocicleta hasta la casa de Laurie, y la única justificación a esto era que la preciosa casa tenía su propio pedacito de playa y derecho a salir al mar. Llegaron cuando el reloj de la sala temblaba con las campanadas de las diez en punto, mientras que Brendon se sacudía de ansiedad y un poco de vergüenza al saberse presentado como el novio de Frederich.

Fueron los últimos en llegar y la escena que se esparcía ante sus ojos quedó congelada al Brendon poner un pie dentro de la casa. Sonrió y dirigió una mirada silenciosa a todos los presentes; respiró profundo cuando vio en uno de los sillones a la todavía embarazada mujer de Lior, y sintió que en su interior algo temblaba cuando con él se encontró su mirada. Se aferró a una de las manos de Frederich y, sonrojado y sonriendo, se dejó presentar por él, puesto que sentía que se le habían escapado todas las fuerzas reunidas.

En el mismo instante en que la anfitriona los invitó a sentarse en uno de esos comodísimos sillones, dos nenas entraron corriendo y se abalanzaron sobre Brendon, que se sacudió los pantalones negros para borrar la marca de polvo de sus zapatitos blancos, y las abrazó.

-Te extrañé, te extrañé, Brendon -gritó Emma, la más chiquita, que llevaba una solera en color azul marino y un perfecto moño blanco en la cabeza.

-Yo también, princesa -le dijo Brendon, admirando su vestido mientras notaba que la nena más grande todavía andaba despeinada.

-Anne no se dejó peinar, porque dice que prefiere que vos lo hagas -aclaró Laurie, sentada en las piernas de su marido. Sólo entonces la susodicha enseñó el peine y la cinta que tenía escondidos en la espalda.

Todos rieron y siguieron conversando, mientras Frederich veía embelesado la delicadeza con la que las manos de Brendon peinaban el cabello castaño de la nena del vestido rojo. Pensó en el espíritu de maternidad que tenía ese chico, que era novio suyo, y pensó en cómo podían salirle tan naturalmente esas ganas de volverse niño de nuevo. Entonces, por un momento pudo ver en Brendon la imagen de una mamá, y se sintió derretirse de ternura. Demás estaba aclarar que le encantaba verlo tan distraído e indiferente de los demás.

Cuando Brendon estaba terminando de atar el moño blanco dejándolo perfectamente prolijo, Laurie pidió a todos que se acomodaran en la mesa. Aprovechando el pequeño revuelo y con tal de conseguir una sonrisa más antes de pisar el comedor, consciente de que éstas no existirían durante un buen rato, Frederich se acercó al oído del más chico y, haciéndole cosquillas con sus palabras, susurró:

-Te quiero.

Brendon se sonrojó, como cada vez que estaban frente a gente conocida, pero aún así se atrevió a dejar un pequeño beso en los labios de Frederich, que hubiera deseado que no te terminara más.

 

Ese presentimiento que el flautista había tenido sobre estar sentado directamente frente a Lior se hizo realidad apenas él escogió su asiento. Frederich se sentó a su lado, acariciándole la pierna por debajo de la mesa en un gesto por demás conciliador, pero preocupado por lo que pudieran significar esa sonrisa borrada, esos ojos caídos y esos suspiros silenciosos que se le escapaban entre copa y copa.

Junto a Brendon se habían sentado las dos nenas, que lo distraían con preguntas sobre su flauta, los conciertos en la biblioteca, sobre su color favorito, qué número le gustaba más y cuántos amigos tenía. Él respondía con una sonrisa y continuaba intentando disfrutar de la cena, ajeno a lo que ocurría en rededor de la mesa e ignorando esa mirada que atravesaba las botellas y le traspasaba y le quemaba la cabeza.

Y su buen humor se mantuvo durante un buen rato, mientras conversaba con Frederich por lo bajo y se interrumpía para atender a las dos damitas que le reclamaban; pero lentamente empezó a decrecer hasta el punto de desear querer salir de ahí. Sus ojos bajos, con las pestañas colgando como si fueran hojas en otoño, su labio mordisqueado por la impaciencia y la incomodidad, sus dedos largos enroscándose por debajo del mantel gritaban que ya no quería seguir sentado a esa mesa, viendo cómo todos se divertían, inclusive esa persona que en su fuero interno se reía de él y de su cara de desazón.

-Voy al baño -susurró en el oído de Frederich y rápidamente se puso en pie, escapando por entre los largos pasillos de esa casa. No llegó al baño cuando un espejo en medio de la oscuridad le devolvió la angustia que reflejaba su mirada y le preguntaba a qué se debía tal intranquilidad, teniendo al lado a alguien como Frederich que, como si hubiera escuchado que los pensamientos del chico lo llamaban, al instante llegó corriendo, con un semblante de preocupación opacando el brillo de sus ojos y la sonrisa que llevaba a todos lados.

-¿No es suficiente que esté acá, con vos? ¿Sí o sí tenés que transformar así tu carita para darle a ese imbécil lo que quiere? -preguntó Frederich, compungido-. Decime la verdad, Bren, porque no entiendo. Me jurás a los gritos que me amás, pero adelante de tu ex pareciera todo lo contrario. Por lo menos, podrías fingir y dejar esta mierda para cuando estemos solos en casa y pueda gritarte que te amo pero que me duele esto que estás haciendo -le dijo, al borde del llanto. Y en silencio, respirando profundo y rehuyendo de esas lágrimas, de esas mejillas coloradas y de esos labios rogándole un abrazo y un perdón, Frederich se dio media vuelta en aquel angosto pasillo en penumbras y regresó al comedor con una sonrisa, diciendo a los comensales que le cuestionaban con la mirada que al final Brendon había podido encontrar solo el baño.

Brendon se quedó de pie en medio del pasillo oscuro, observando la alta figura de Frederich desaparecer, dándole la espalda, mientras en su retina tenía grabada esa mirada furiosa, dolida y aguada. Frederich lo había mirado a los ojos y le había dejado clavada en medio del pecho toda esa congoja que él mismo le estaba causando. Sólo entonces se dio cuenta de cuánto daño le estaba haciendo.

Cuando volvió a la mesa, después de haber dejado en la alfombra y frente al espejo las lágrimas y la razón para que le tuvieran lástima, vio que ya todos estaban de pie. El marido de Laurie había propuesto un brindis, faltando sólo cinco minutos para la medianoche y para el año nuevo.

-Voy a empezar yo, brindando por la vida nueva que este año nos trae -dijo Arthur, con la copa en alto mientras con la otra mano rodeaba a su esposa por la cintura y acariciaba su vientre. Se oyó un leve revuelo de felicitaciones y sonrisas, acompañado del aplauso de las dos nenas contentas con la llegada de un nuevo hermanito.

-Sigo yo -indicó Lior, atrayendo la atención de todos los presentes con esa voz gutural que usaba sólo para llamar la atención y para discutir en público con Brendon-. Y voy a brindar por las sorpresas que este año que se va nos dejó, y por las que llegan con el año nuevo. -Sonrió y se abrazó a Brenda, su esposa, que melosa le rodeaba la cintura y clavaba sus ojos oscuros en Brendon, con una mirada recelosa.

-Yo brindo por las relaciones nuevas -dijo Wilson, a quien el flautista no conocía más que por las menciones de Frederich, y que con la copa en alto y una sonrisa los señaló.

Brendon se sonrojó y sonrió apenas, viendo hacia arriba, hacia Frederich, que no lo miraba, mas se reía y lo ignoraba.

-Y por las viejas -escuchó el chico, pero no se volteó a ver quién hablaba. Tenía el corazón latiéndole a mil y los ojos azules clavados en el médico, incrédulo y agobiado por su indiferencia. Vio cómo levantaba la copa y empezó a hiperventilar, ansioso por saber qué iría a decir, pero en ese momento el reloj de la sala hizo que sus costillas tintinearan con las campanadas que anunciaban la medianoche, y el griterío de emoción que rezaba por un feliz año nuevo no se hizo esperar.

Tanto ruido, tanto disfrute y tanta efusividad rompieron la resistencia de Brendon, que chocó sutilmente su copa con la de los convidados y se tragó el nudo que se le hizo en la garganta para ponerse de puntillas y susurrar un sentido «perdoname» en el oído de Frederich. Inmediatamente se escabulló silencioso entre las sillas corridas, los abrazos y las copas vacías, y escapó al aire libre, al cielo descubierto encendido en llameantes fuegos artificiales que hacían brillar sus lágrimas en la oscuridad. Boqueaba buscando un poco de aire para calmarse, pero sólo lograba llorar aún más fuerte.

En medio del clamor de las explosiones lejanas y las risas que salían desde adentro de la sala, no oyó los pasos de esos zapatos lustrados que se acercaron hasta él y le sorprendieron con un abrazo por detrás.

Brendon se ahogó en un jadeo y se volteó entre esos brazos que lo apretaban. Se pegó al pecho de Frederich como si fuera una ola golpeando las rocas de la costa y hundió la nariz en su cuello, con el afán de que sus lágrimas se perdieran allí y no regresaran jamás.

Frederich tomó entre sus manos el rostro húmedo y sonrojado del más chico y lo miró a los ojos. Estando Brendon de espaldas al mar y al cielo mezclados en uno solo, con los fuegos artificiales explotando tras su cabeza, sus ojos brillando en la apenas difuminada penumbra, boqueando para pedir disculpas y con las manos aferradas con fuerza a su camisa negra, el mayor no pudo resistirse a perdonarlo, a olvidarse del dolor que le había causado, a hundirse entre sus labios y robarle el primer beso del año, tan salado como las aguas que se arremolinaban más allá de la arena caliente como las mejillas rojas del flautista.

-Feliz año nuevo -dijo Frederich en un susurro tibio que murió ante los labios de Brendon. Y él no pudo hacer más que refugiarse en el pecho del médico mientras sus manos le acariciaban la espalda.

-Feliz año nuevo -susurró también Brendon, volviendo a besar tímidamente a Frederich mientras se aferraba a su cuello, enredaba sus dedos entre sus cabellos y cerraba los ojos con fuerza, dejando correr el año que se ahogaba dramáticamente en su olvido para que brillando como una perla llegara uno muchísimo mejor.

 

 

 

Notas finales:

Muchísimas gracias por leer (:

y si les gustó, ya saben :3

Saludos~ :D


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).