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El ciclo interminable por ines_kaiba_wheeler

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Notas del fanfic:

Disclaimer: The Prince of Tennis no me pertenece, al igual que ninguno de sus personajes. Escribo esta historia como mero entretenimiento, sin ánimo de lucro.

Esta historia tiene un lenguaje más de calle que cualquiera de las que he subido pero otras palabras quizá no encajarían lo suficientemente bien. Nos os dejéis llevar por las apariencias, será una historia diferente a las que estáis acostumbrados a leer de mi parte. Serán capítulos cortos con mucha información y pocos diálogos, aunque dependerá del capítulo y de lo que quiera que sepáis en cada momento. Tampoco creo que sea una historia agradable para todo el mundo. A fin de cuentas tendrá muchas escenas que de suaves no van a tener mucho sino nada.

En cuanto a parejas, de momento no tengo nada establecido. Estoy abierta a peticiones de cualquier tipo, las tendré en consideración y las incluiré en capítulos posteriores adaptándolas al esquema que ya tengo establecido para la historia.

Notas del capitulo:

Creo que más advertencias no puedo poner, pero sería interesante que os las tomárais en serio. Puede que esto al principio no parezca nada pero el que avisa no es traidor. Nunca os fiéis de un primer capítulo, lo fuerte viene siempre después.

Ya de entrada os digo que este capítulo se las trae y esto sólo es el principio. Leeros las notas del fanfic para más información.

Unas manos de dedos ágiles recorrían su cuerpo desnudo, deteniéndose en sus pezones ya duros desde el primer roce de sus pieles. Era un ciclo sin fin al que no quería poner pausa aún si después se sentía sucio, asqueado de sí mismo, mientras veía como las sábanas giraban en el tambor de la lavadora. Pero eso era una vez se quedaba a solas, cuando podía dejar su mente en blanco y sus ojos sólo reflejaban el gran vacío que había en su interior antes de que alguno de sus padres lo sacase de ese ensimismamiento.

La boca que ahora se entretenía subiendo y bajando por su erección, seguía luchando contra la otra boca de labios torturadores, que se entretenían en uno de sus pezones, por ser la que más placer arrancara. Ambas lo hacían suplicar entre gemidos que no podía evitar dejar salir. Ni podía, ni quería y tampoco le dejaban. Sus manos estaban juntas sobre su cabeza, atadas a la cabecera de la cama por un cinturón. La situación en la que se encontraba era incómoda, molesta e irritante; a penas notaba la punta de los dedos aunque tampoco sentía su cuerpo como suyo. La piel le escocía, el pecho le pesaba y notaba como su interior era abierto por tres dedos impregnados de lubricante pero que se movían sin ningún cuidado. Estaba cansado, sudoroso, impregnado en semen pero aún no estaban saciados y él les dejaba su cuerpo para que estuviesen satisfechos. Un cuerpo sin vida que sólo busca llegar al orgasmo bajo el control de sus verdugos. Una simple marioneta de dos titiriteros aburridos de la vida que llevan.

Desde el momento en el que entraban en su habitación, los tres sabían que acabarían luchando entre las sábanas por ser el último en correrse. Esta sería la segunda vez que se corriera; se habían turnado para follarlo sin descanso como hacían siempre que tenían tiempo. Antes de que pudiese advertirle de que estaba a punto de explotar en su boca, esta ya se había movido unos centímetros hacia su abdomen, mordiendo sin cuidado alguno su ya maltratada piel. Tenía marcas de dientes con un leve surco de sangre y de uñas clavadas en su cadera al llegar al límite entre la cordura y la locura, manchas rojizas y violáceas por gran parte de su torso que no podría explicar a nadie, hechas tanto por uno como por el otro. Hacía tiempo que se había encerrado en su propio mundo aunque seguía siendo el mismo muchacho tranquilo y amable de antaño. Tan solo había dejado de contestar preguntas a las que no tenía una respuesta lo suficientemente clara. Ni siquiera él sabía a qué se debían, porqué las tenía él y no otro. Porqué de entre todos los humanos esto le pasaba a él.

Y sin embargo, a pesar del asco que sentiría más tarde, nunca evitaba esa situación. Quería sentirse humillado por eses humanos crueles y mezquinos, rendirse en sus brazos, creer que en sus besos había algo más. Quería convertirse en una vulgar fulana, su fulana, para que acudieran a él cada vez que necesitaran descargar tensión. Desde el primer beso hasta ese mismo momento ya había pasado un mes en el que día a día esa sensación incrementaba y se hacía dueña de su ser. Finalmente sus deseos se habían cumplido. Su cuerpo sin vida pertenecía plenamente a eses muchachos con los que las palabras eran consideradas un bien escaso. Llegaban, cumplían y se iban. Como si el tiempo se hubiese detenido en la era de los samuráis con la diferencia de que él nunca albergaría en su vientre el fruto de un acto tan puramente repulsivo como era el que estaba sufriendo. Sin amor, sin sentido, sin expectativas de futuro.

Lo podía sentir entrar y salir con fuerza, taladrándolo, perforándolo, martirizándolo, al igual que el primer día, frotando su próstata con su glande y haciendo que gimiera sin control. Mientras, su lengua se enredaba en otra que buscaba el contraste entre la agresividad y el cariño. Dolor y placer. Para él ya no había diferencia entre ambos. ¿Había sentido alguna vez placer? ¿Cuándo había dejado de sentir el dolor? No lo sabía, no quería saberlo, no necesitaba saberlo. Sea cual fuera, no lo disfrutaba. Tampoco estaba seguro de que sus compañeros sexuales lo hacían, la venda en sus ojos le impedía ver a cualquiera de sus torturadores así como sus reacciones, sus miradas, sus expresiones. Y aún así no podía evitar cerrarlos, como si quisiese que al abrirlos ya no estuviesen allí, tocándolo y marcándolo. Era contradictorio. Los quería y los odiaba. Ya no sabía qué debía sentir o qué pensar.

Justo en el momento en el que deseaba que todo terminase, el orgasmo le llegó y junto al suyo el del que lo estaba follando sin parangón. Sus manos fueron desatadas y cayeron inertes sobre el colchón mientras recuperaba el aliento perdido. También pudo escuchar el sonido de las cremalleras de sus pantalones, una boca besando la suya con suavidad y otra más demandante que incluso mordió sus labios. Posteriormente la puerta de su cuarto se cerró tras unos murmullos de despedida. Agradecía en esos momentos que sus padres hubiesen accedido a insonorizar su habitación tras las protestas de su padre al escuchar su música mientras trabajaba.

Desató la venda de sus ojos y se incorporó. Todavía sentía su cuerpo entumecido presa del orgasmo, cubierto por sus propias descargas de semen. Una vez estuvo sentado vio los dos condones usados que estaban tirados en el suelo, las marcas que había en sus muñecas debidas al cinturón y los mordiscos de sus muslos. Su estómago dio un vuelco. La comida que hacía horas que había ingerido subió por su garganta sin remedio. No tuvo la capacidad de reacción suficiente para intentar llegar al baño a tiempo. Por suerte, al no ser la primera vez que le pasaba, ya se había agenciado con el cubo de la fregona por lo que no manchó el suelo de su habitación. Una vez recuperado, cogió ambos condones, les hizo un nudo y los tiró al cubo de la basura que había en un rincón. Cogió las sábanas y caminó desnudo por el pasillo hasta el cuarto de la lavadora. La programó y regresó a su cuarto. Ahora se ducharía en agua fría, intentando olvidar que aquello había pasado mientras frotaba su piel con un estropajo, tratando de borrar toda huella de aquellos hombres. Estaba sucio y sin embargo, no dudaría en volver a caer ante sus labios, sus manos, sus brazos, sus cuerpos. Después se vestiría e iría a tirar la basura para eliminar todo rastro de que había pasado algo hasta que volviesen al día siguiente. Inventaría alguna excusa para no cenar o, si acaso, apenas probar bocado. Volvería a poner unas sábanas limpias en su colchón, limpiaría su habitación con escrupulosidad mientras el sol se ponía y la luz de la luna iluminaba débilmente su cara durante la noche. Tumbado en el suelo, observando el techo, las imágenes de lo ocurrido, las que debería haber olvidado ya, volverán a su cabeza y de sus ojos saldrán lágrimas sin vida de un cuerpo casi muerto.

Sus amigos estaban investigando qué podía tenerlo así, pero aún no habían encontrado algún detalle clave. Sus padres no notaban nada al no mostrar interés por su vida, al contrario que sus vecinos que se preguntaban en silencio por qué cada vez que lo veían lo notaban más delgado y demacrado, como si la vida se le estuviese agotando. …l vivía ajeno a todo aquello, concentrado en sacar el curso y en ocultar las marcas de la tortura del ciclo interminable en el que se encontraba sumergido hasta el cuello.

Y el día en el que se ahogaría llegaría pronto si no hacía nada para evitarlo.

Notas finales:

Como último apunte, quien no entienda lo que signifique el término parafilias que lo ponga en google. De las advertencias que puse, en este capítulo están todas menos la de tortura.

No espero que os guste, pero me gustaría que comentárais así sé si esta historia va a tener futuro o no. Escribo para vosotros y vosotras, recordadlo.


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