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Recíproco por Risa-chan

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Notas del capitulo:

Como ya puse en el resumen, esta es la secuela de "Por un viaje a la playa". Aunque a lo mejor se puede leer sin haber leido la primera.

Sé que el principio será algo confuso, pero tenerme paciencia, ya sabeis que suelo explicarlo poco a poco ^^U

¡Espero que os guste! (si no es así, decírmelo, y lo borro, dejando solo la primera parte ^^) (no me ofenderé)

Bueno, como siempre ya:

Prologo up!

Caí sobre la cama, a su lado, jadeando como un loco, colocándome el antebrazo por delante de los ojos y tratando de cazar todo el aire que caprichosamente había abandonado mi cuerpo con ese último  orgasmo. El chico, a mi lado, sonreía complacido, y como ya me había supuesto, la puerta volvió a sonar escandalosamente.

Gruñí audiblemente, incorporándome en mi propia cama y pasando por encima del hombre, que trató de retenerme a su lado, pero, zafándome ágilmente con una sonrisa divertida en la cara,  salté de la cama, y colocándome únicamente los bóxers de cualquier manera, salí de mi cuarto y me dirigí a la puerta, que llevaba sonando un rato, y que la persona que debía estar detrás había impedido que tuviera un “final perfecto”.

Y sobre todo, parecía que se había olvidado de que existía un timbre, porque aporreaba la puerta con fuerza, aunque creo que prefería eso. Me coloqué el pelo con una mano, seguramente despeinándolo un poco más y abrí la puerta, colocando una mano en el marco y la otra en el picaporte, impidiendo el acceso.

Solamente me encontré con un papel delante de mi cara, lleno de números y cuentas que no sabía por donde coger.

-       ¡Doscientos sesenta y cuatro! –me gritó en alemán, completamente emocionada y cerré los ojos, apoyando la cabeza sobre el marco y mordiéndome el labio inferior.

-       Por el amor de dios, son las dos de la mañana –protesté, pero ella, haciendo caso omiso a mi estado me dio un empujón para adentrarse en mi casa. Mirando el papel que había traído y colocándose al lado del sobrio sofá negro que adornaba mi salón. Con un suspiro resignado, y chasqueando la lengua, cerré la puerta y me acerqué un poco hacia ella.

-       ¿Sabes lo que son doscientos sesenta y cuatro? –preguntó con una enorme sonrisa en la cara, en la que todos sus dientes lucían bajo la tenue iluminación.

-       Sé lo que son doscientos sesenta y cuatro –apunté, poniendo los ojos en blanco y cruzando los brazos delante del pecho- ¿Pero qué?

-       ¡Tíos! –me exclamó, acercándose en un rápido movimiento hacia mí, alzando el papel orgullosa- ¡Te tiras a doscientos sesenta y cuatro tíos anualmente, Jefe! –gritó emocionada, señalando la cifra en el papel.

Miré, extrañado, la cantidad de cuentas que tenía escritas en un arrugado papel, que tenía encabezado un “Estimado señor Vienne” y tachado un par de veces. Había adelantado su curiosidad, al trabajo.

-       No lo mires así –protestó infantilmente- que se me acabó la pila de la calculadora.

-       ¿Y tenías que venir a decírmelo? –la acusé. Ella se encogió de hombros y cruzó los brazos delante de sus exuberantes pechos.

-       Es que acababa de sacarlo, y ya que me molesté, pensé en traértelo rápidamente –dijo divertida y yo me pasé una mano por la cara.

-       ¿Y la carta del señor Vienne? –pregunté mirándola decepcionado. Negó con la cabeza y se acercó hasta el mini-bar que había al lado del televisor, para examinar una botella de whisky.

-       Redactada, comprobada, imprimida y presentada –dijo con una sonrisa autosuficiente en la cara, sirviéndose un poco en una copa y tomándolo con rapidez- tranquilo jefe, lo tendrás mañana a primera hora en el despacho –apuntó con una arrebatadora sonrisa.

Suspiré de nuevo, masajeándome las sienes con los dedos. Esa mujer me estaba trayendo de cabeza. Escuché un ruido a mi espalda, y vi al muchacho que me había proporcionado una buena noche, bebiendo agua en la cocina.

-       Ups, no sabía que estabas ocupado jefe –dijo mirando de arriba abajo al musculoso joven- y a ese no lo había apuntado –saltó de repente, cogiendo un bolígrafo y escribiendo algo en el arrugado papel.

Le bufé de nuevo y se rió, acercándose en infantiles saltos hacia mí. Se inclinó y depositó, su ya tan acostumbrado, beso de despedida sobre mis labios. Me guiñó un ojo y se dirigió hasta la puerta.

-       Nos vemos mañana jefe –la acompañé, para cerrar la puerta detrás de ella, después de despedirme con suavidad.

Fui hasta la cocina felinamente, únicamente obteniendo una sonrisa por el chico, que se apoyó contra la encimera, mientras yo ponía, descaradamente las manos sobre su cadera.

-       ¿Dónde lo habíamos dejado, Ian? –pregunté lujuriosamente, él torció los labios.

-       Me llamo Ígor –apuntó decepcionado.

Me encogí de hombros y le besé. ¿Qué más daba su nombre? Total, no le iba a volver a ver…o al menos, no me lo iba a volver a tirar.

 

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Aparqué mi Bugatti Veyron negro en mi plaza de siempre, saliendo de él y adentrándome con un suspiro en las grandes oficinas, un alto edificio, con la fachada llena de espejos oscuros, que reflectaban el molesto sol.

Entré, saludando a la recepcionista, que hizo una leve inclinación de cabeza y tocó uno de los botones de su panel de control, haciendo que las puertas del ascensor se abriesen delante de mí. Toqué el botón correspondiente, buscando en mis bolsillos la corbata, que no me había puesto, y que yo mismo no haría. Podía sonar patético, pero a mis veintiún años no era capaz de abrocharme correctamente una corbata, y lo dejaba para personas con mejores manos.

Salí del ascensor, viendo de lejos, como mi competente, pero agobiante, secretaria se ponía en pie.

-       Buenos días doscientos sesenta y cinco –me saludó con una enorme sonrisa, arrebatándome la corbata de entre los dedos y colocándomela alrededor del cuello.

-       Buenos días, Cler –gruñí y ella fingió un mohín de molestia mientras anudaba correctamente la corbata.

-       Es Claire, ¡Pronuncia francesamente mi nombre! –protestó y yo miré hacia otro lado.

-       Soy español, y si te llamo Cler, te aguantas –dije con una sonrisa y ella soltó una sonora carcajada.

Esa era mi secretaria, encantadora y, como me había dado tiempo a darme cuenta, loca de remate. Era, sencillamente preciosa, alta, casi tanto como yo después de pegar el estirón, y es que, en cinco años, me había dado tiempo a crecer casi diez centímetros, ya casi llegaba al metro setenta y cinco. Mas, aún así, ella con sus acostumbrados tacones de aguja, era medio centímetro más alta que yo, pero en plano, le sacaba cierta altura.

Su pelo, largo, me atrevería a decir que casi por la cintura, ese día, con un peinado ondulado, de los que tanto me gustaban, de color chocolate brillante. Rostro ovalado, tirando a circular, con nariz chata y pequeña, labios gruesos y ojos grandes y además, saltones, de un precioso color verde mate, que era seguramente algo de lo que más llamaba la atención de ella, enmarcados por larguísimas y gruesas pestañas y por encima, unas finas cejas.

Y sobre todo, su cuerpo: jamás había visto a una mujer con unos pechos tan grandes, al menos, teniendo una cintura tan delgada. Ese día vestida con unas bermudas, muy pequeñas, grises, camiseta negra interior, y una camisa ceñida a la cintura y cuyos botones de la zona del pecho iban abiertos, ya que seguramente, no llegasen a cerrarse.

Tenía ese tipo de cuerpo, en el que una talla S le quedaba genial para la cintura, pero por el pecho, casi pasaba de una L.

Desde la primera vez, se me pareció muchísimo a Megan Fox…pero a mí, mi secretaria, me parecía mucho más arrebatadora que ella. Y además, jamás se me olvidará la primera vez que la ví, el primer día que pisé las oficinas como un miembro reconocido de la empresa.

 

Mi padre, caminando delante de mí, me presentó a algunas personas, cuyos nombres me costaría recordar, hasta que llegué a lo que él llamó mi despacho y allí la vi, con una falda por la cintura, tal vez más alta, de tubo que marcaba sus preciosas formas y una camisa abierta al pecho, cubriendo sus intimidades con una corbata negra pegada al cuello.

-       Hijo, esta es Claire –me informó, mientras ella se levantaba de la silla dónde había residido hasta entonces con son serio- es una de las muchachas más competentes que hemos encontrado, pero la decisión de permanecer con ella o no, es tuya.

-       ¡Jefe! –llamaron a mi padre, que se giró y se disculpó con la mirada.

-       Vengo en un momento –me susurró con suavidad y asentí con la cabeza, siguiéndole con la mirada mientras salía del despacho y me giré de nuevo hacia ella, tendiéndole una mano con la mejor sonrisa que me salió.

-       Alexander Vázquez –me presenté con suavidad. Arqueó una ceja y no tomó mi mano.

-       Dejemos las cosas claras –dijo seriamente- uno: soy lesbiana, dos: no te la pienso chupar para conseguir méritos, puedo conseguirlo por mí misma, y tres: si tienes algún problema con eso, ahórranos el mal trago a ambos y despídeme ahora.

Esa vez, me sorprendí muchísimo y la miré con los ojos abiertos como platos. Era la primera vez que me decían, desde un principio las cosas tan claras.

-       Yo soy gay –le respondí, aún sorprendido, y fue la primera vez que sus labios se extendieron y me regalaron una enorme y preciosa sonrisa.

-       Entonces espero trabajar mucho tiempo con usted, jefe –dijo animada, tomando mi mano entre sus largos dedos.

 

Cuando terminó de colocarme la corbata, y me besó como siempre en los labios, eché a andar dentro de mi despacho, ya que su mesa quedaba fuera, y ella, me siguió fielmente, después de recoger una carpeta de encima de su mesa.

-       Esto son los papeles del señor Vienne-dijo sacando tres folios- esto es la carta de la otra campaña, y esto lo tienes que firmar- me explicó, poniéndome tres montones diferentes de papeles sobre la mesa.

Asentí con la cabeza, leyendo un momento por encima la carta de uno de mis clientes, la que ella había redactado perfectamente, para finalmente firmarla en un rápido gesto para devolvérsela.

-       Mándasela cuanto antes –le dije con suavidad, ella la tomó entre sus dedos asintiendo con la cabeza pero no se movió del sitio, lo que me hizo alzar la cabeza hacia ella, que tenía la suya ladeada y me miraba curiosa- ¿Pasa algo?

-       Que ayer era martes –respondió con suavidad, algo más seria de lo habitual y puse los ojos en blanco, antes de volver la vista a los papeles que tenía encima de mi mesa- ¿Qué ha pasado, jefe? –preguntó dulcemente, apoyando las manos en el final de la mesa.

-       ¿Por qué tiene que haber pasado algo? –dije arrugando el entrecejo, recordando el día anterior.

-       Porque no sueles tirarte a nadie entre semana –respondió sonando obvia- sólo lo haces cuando estas cabreado. Y el tío de ayer ni siquiera era guapo –apuntó, encogiéndose de hombros.

Arqueé las cejas hacia arriba, firmando el primer papel que tenía delante. Era cierto, el chico de ayer no era guapo, estaba bueno, pero no era guapo. Aunque a mí eso, me traía sin cuidado.

-       ¿Has vuelto a discutir con él? –arrugué aún más mis facciones y alcé la vista hacia ella.

-       ¿No tienes nada mejor que hacer que preguntarme por mi vida, Cler? –le gruñí de mala manera, pero ella, lejos de molestarse, simplemente soltó un suspiro.

-       Eso es un sí –obvió y yo volví la vista hacia los papeles, siendo incapaz de concentrarme en ellos. Mientras ella se quedaba inmóvil en el sitio- estáis todo el día igual, ¿es que no podéis dejar de discutir? –protestó ella.

-       Eso a ti no te importa –gruñí de nuevo.

-       Pues va a ser que sí, guapito –dijo algo más seria, inclinándose más hacia mí- se repite la misma retahíla, ¿cada cuánto? ¿cada cinco días?  -protestó- no es ni medio normal, Alex, es tu hermano.

-       ¿¡Quieres dejarlo ya!?-casi le grité poniéndome en pié haciendo que ella se incorporase y me mirase seriamente. Sabía que a ella, era incapaz de intimidarla, y que jamás me haría caso en algo que no tuviese que ver con el trabajo.

-       Es tu hermano –me repitió.

-       Hermanastro, perdona que te diga –le bufé y ella negó con la cabeza, indicando que le era indiferente.

-       Lo que sea –apuntó- y quién tiene que aguantar tu mal genio soy yo.

-       Estaba perfectamente hasta que has preguntado –protesté.

-       Ni de coña estabas bien –gruñó- se te nota demasiado. ¿Tan mal te llevas con él? Porque al menos, desde que te conozco, no dejas de discutir, y, por dios, llevas casi un año trabajando conmigo.

Tenía razón, lo admitía y aprobaba, pero me era imposible llevarme bien con mi medio hermano, estar cerca de él era más fuerte que yo. Llevaba viviendo con mi familia más o menos cinco años, cuando dejé mi país para venir a trabajar a la empresa de mi padre, que se casaba con una mujer que no conocía.

Aníbal, mi medio hermano, era el ser más dulce del mundo. Le adoraba sobre todas las cosas, siempre se portó genial conmigo. Hasta que yo rompí con mi pareja, que fue el principal motivo para irme del país.

Él se auto echó la culpa, y no volvió a acercarse a más de dos metros de mí, y nuestras conversaciones se volvieron tensas y efímeras. Él, la razón, tal vez, por la que mi vida cambió, me trataba de alejar de él, y yo lo único que quería era estar con él, aunque mis intenciones cambiaron de mi sentimiento de “amistad y adulación” a “atracción”. Y fue lo que busqué durante todo este tiempo, mi principal razón para estar casi todos los días enfadado con él, y como Cler decía, se repetía durante cinco días.

El primero, estaba enfadado con él;

El segundo, me disculpaba, o se disculpaba;

El tercero, le perdonaba, o me perdonaba;

El cuarto, nos llevábamos bien;

Y el quinto, intentaba seducirle y terminábamos discutiendo.

Y yo, era demasiado persistente para cambiar eso, y él demasiado cabezota y buena persona como para no confiar en mí pero después negármelo.

-       Es un imbécil –simplifiqué, sentándome de nuevo en mi cómoda silla y cerrando los ojos, antes de pasarme la mano por el pelo- no se da cuenta de lo que siento.

Cler suspiró y escuché sus tacones acercándose hacia mí, y acto seguido, su peso sobre el mío, mientras se sentaba sobre mis piernas y me rodaba el cuello con los brazos, atrayéndome hacia su perfecto cuerpo.

-       ¿Y te has molestado en decírselo? –preguntó con dulzura  sobre mi oído, mientras me acariciaba la cabeza con sus fríos dedos, y yo rodeé su cintura.

-       Cada vez que tengo ocasión –admití y ella soltó una leve risa, alejándose un poco de mí para mirarme a los ojos.

-       Entonces sí que es un imbécil –simplificó y le sonreí ampliamente.

Cler, era, a parte de mi secretaria, mi mejor amiga…o bueno, para qué negarlo, mi única amiga. Era la persona que siempre estaba ahí para mí, y yo siempre estaba para ella, porque no tenía a nadie más, que yo supiera.

Sentada con ambas piernas colgando de un lado de las mías y con la sien apoyada en mi cabeza se quedó mirando un punto perdido del suelo, mientras me acariciaba la cabeza con todo el cariño del mundo.

-       ¿En qué te basaste para hacer lo de ayer? –dije, tratando de cambiar el tema, ya que sabía que eso la emocionaría. Sonrió, como ya me esperaba, enormemente y sacó el papel de ayer de los bolsillos de su pantalón mostrándomelo emocionada.

-       He contado solo en números redondos, ¿eh? –dijo divertida- seguramente te tires a unos cuantos más. Mira –dijo señalando el principio- he contado con que, en fin de semana te tiras, el viernes uno, sábado dos y domingo uno, así que en general sería a cuatro tíos diferentes –señaló dónde venía escrito- después, he contado con que harás, más o menos, dos tríos al mes, y a final de mes orgías de unas cinco personas.

Me eché a reír y ella me acompañó, antes de volver al tema.

-       Hay veces que haces más tríos, o las orgías son de más personas –apuntó, divertida- y tampoco he contado las semanas que vas fuera y te tiras a todo lo que pillas, así que, esto es el número mínimo –dijo con una enorme sonrisa.

-       Tengo una secretaria de lo más eficaz –me reí y ella frotó su mejilla contra mi frente, quedándose posteriormente con esa postura.

Traté de ver su cara, pero con la posición me fue imposible. Empezó a balancear las piernas de atrás adelante y soltó un suave suspiro. Le acaricié la espalda con suavidad.

-       Tú al menos tienes eso –protestó, tratando de no sonar demasiado triste y tragué saliva- mujeres no las encuentras así como así.

-       En realidad, sigo sin entender por qué te gustan las tías –apunté y ella soltó un suspiro de nuevo.

-       Porque los tíos solo os fijáis en lo que soy, no en cómo soy –dijo infantilmente, haciendo un mohín- y además, las mujeres somos más hermosas…

-       Sí ya –bromeé y ella se rió.

-       Yo también sigo preguntándome por qué eres gay –contraatacó, divertida.

-       Hábito –dije encogiéndome de hombros- me pone más un hombre que una mujer. Ni siquiera tú me pones –bromeé, llevándome un leve golpe en la cabeza.

-       Pues yo daría lo que fuera porque tú fueras mujer –dijo sinceramente, con una ancha sonrisa en la cara.

-       Y yo porque tú fueras hombre –asentí con la cabeza- al menos, podría subirte el suelo a base de polvos –apunté de nuevo, y volvió a golpearme.

-       ¡Vamos a hacer una cosa! –dijo animada, separándose un poco de mí para mirarme a la cara- si a los treinta ninguno de los dos tiene pareja, nos casamos –sonrió ampliamente y yo torcí los labios.

-       Tú eres más mayor que yo –apunté y ella miró al techo haciendo memoria- de manera que cuando tú tengas treinta, y yo veintiocho, nos casaremos –admití, con una sonrisa.

En realidad, sí que me apetecía hacer eso. A mi padre no le molestaba que fuera gay, pero le molestaba no poder tener descendencia, ya que mi hermanastro también era de la acera de enfrente. Ambos torcimos los labios a la vez.

-       Queda demasiado tiempo –pronunciamos a la vez, antes de echarnos a reír.

No soy bisexual, como pude ser cuando era más joven, ahora, solo me gustan los hombres. Pero con Cler, las excepciones están garantizadas.

-       Vale, pues cuando yo tenga veinticinco –pronuncié con suavidad, aún entre risas y ella cabeceó conforme.

-       Pero, ¿qué va a pasar hasta entonces con Ricardito? –preguntó haciendo un mohín y me volví a reír.

Ricardito, Ricardo, no existía. Nuestras locas mentes lo habían fabricado en una noche de borrachera, y llevábamos más de tres mese con el tema. Él era, supuestamente, nuestro hijo, idea sacada de una foto que venía dentro de la cartera nueva que le regalé por su cumpleaños: un niño rubio, de ojos azules y muy guapo. Ella se apresuró a abrir dicha cartera, y enseñarme la foto.

-       Mira qué mayor se está haciendo –dijo pasando los dedos por la foto- es clavadito a ti, papá –me dijo divertida, y me dio un beso en la coronilla.

-       Sí, pero los ojos son de tu familia, mamá –dije riéndome.

-       Oye, pero no estaría mal fabricar uno de estos –apuntó- aparte de Ricardito, ya sabes.

-       ¿Qué? –pregunté, extrañado y sorprendido.

-       Sí, piénsalo –dijo volviendo a pegar su sien contra mi frente- yo siempre he querido tener un niño, pero soy lesbiana, así que, no es una opción –torció los labios- tú eres gay, pero seguro que lo has pensado alguna vez.

Hombre, no se lo podía negar.

-       Y tus genes me encantan –dijo melosamente, abrazándome más fuerte.

-       ¿No puedes decir que YO te encanto? –sacudió la cabeza.

-       Tus genes –repitió, en son de broma- y no puedes negar que un hijo de ambos sería demasiado guapo –dijo con una dulce sonrisa en la cara.

Podía sonar a broma, pero tanto ella como yo, sabíamos que no lo era. A ella le encantaban los niños, pero odiaba a los hombres. Y a mí, siempre me habían gustado los niños, aunque me dediqué al marketing, pero era gay. Era una combinación perfecta, y como ella misma había dicho, que el niño fuera feo, no era una posibilidad.

-       A mí me parece una genial idea –dije con una sonrisa, suavemente, mientras acariciaba sus muslos, únicamente cubiertos por unas finas medias transparentes, se separó un poco de mí.

-       ¿Lo dices en serio? –preguntó, sorprendida, y algo entusiasmada.

-       Piénsalo –dije con suavidad- mi padre siempre ha querido tener nietos, y ¿qué mejor descendiente de la cadena que un hijo guapo? –me encogí de hombros- además, a ambos nos gustan los niños.

Me miró sorprendida, pero sobre todo, muy emocionada. Pero su rostro trataba de tapar ese sentimiento y pensar lógicamente.

-       Bueno, pero, habría que cuidarlo, pasar mucho tiempo con él…ya sabes…es trabajoso –dijo con un mohín triste en la cara.

-       ¿Qué problema hay con eso? –pregunté, arqueando una ceja- tienen parientes de sobra, que se quieran hacer cargo de él cuando nosotros no podamos. Además, tú sales de trabajar antes que yo.

¿Cómo se había torcido la conversación a una decisión tan importante? Bueno, no me importaba, en ese momento me hacía ilusión.

-       Además, usar el in vitro ahora es sumamente fácil y no es nada caro –dije encogiéndome de hombros, ella hizo un mohín disgustado.

-       Yo pensaba en fabricarlo “manualmente”-dijo con una amplia sonrisa y yo hice una mueca de asco- ¡No te das cuenta que sería traumático decirle que lo hemos hecho con una máquina!

-       ¡No pienso acostarme contigo! –dije ofendido y ella hizo un mohín.

-       Si quieres te puedo meter algo por el culo mientras –simplificó, encogiéndose de hombros y haciendo que yo me sonrojara.

-       ¡Ese no es el problema, Cler! –protesté, sacudiendo la cabeza, tratando que el calor de mi cara bajase un poco.

-       Ya, bueno, yo no pienso ir al ginecólogo para que me metan un montón de cosas, así que, o manualmente o nanai* -dijo con una socarrona sonrisa y yo suspiré cansado.

Si a mi secretaria se le metía algo entre ceja y ceja, era imposible hacerle cambiar de opinión.

-       Me lo pensaré –admití sonriendo tontamente y ella me regaló otro fugaz beso en los labios, que nunca pasaba de eso, antes de abrazarme con más fuerza.

Nunca pensé que ser abrazado por una mujer llegaría a ahogar….¡pero es que su delantera me presionaba demasiado! Empecé a darle golpecitos en la espalda, para que se alejara, pero ella, divertida, se presionó más contra mí, y la puerta de mi despacho sonó con suavidad, para, antes de darle algún permiso, dejar entrar a una mujer muy alta, morena con multitud de tirabuzones en el pelo.

-       Uy –dijo abriendo mucho los ojos, y yo la miré con súplica, antes de que Cler me soltase y se girase sobre sí misma.

-       Hola Tanya –pronunció con suavidad, y con una enorme sonrisa en la cara a mi madrastra, como si la situación en la que estábamos no fuera con ella. La mujer suspiró y sonrió dulcemente.

-       Alex, tu padre necesita que vayas a hablar con él, para el viaje de mañana –dijo con suavidad.

Tanya, a parte de mi madre, era la secretaria de mi padre, trabajo, por el cual, se habían conocido. Yo suspiré.

-       ¿Sabes ya quién va a ir contigo? –me dijo con suavidad, abriendo una libreta electrónica y un palito para escribir en ella.

-       Cler, por supuesto –dije como si fuera obvio, y mi secretaria se levantó de mis piernas, con una enorme sonrisa en la cara.

-       Vale, pues venga, que Jerem tiene más cosas que hacer, cielo –me apuró, con una sonrisa, saliendo del despacho.

-       ¡Que guay! ¡Nos vamos a Francia! – dijo emocionada, antes de seguir a Tanya dando saltitos, para después quedarse en su mesa, tramitando algunos papeles.

Eché a andar hacia el despacho de mi viejo, con paso lento y al llegar, toqué varias veces y me quedé fuera, por si estaba ocupado, hasta que me pidió que entrase. Abrí la puerta e ingresé en el enorme despacho de mi padre, arrugando la frente al ver a mi otro familiar sentado en la silla que tenía delante de su mesa.

-       ¿Pasa algo? –pregunté con seriedad, sin siquiera volver la vista hacia mi hermanastro, y colocándome detrás de la otra silla.

-       Nada, hijo –dijo con suavidad, el hombre de la barba, poniéndose en pié y entregándome unos papeles- tienes que rellenar eso, y mandarlo cuanto antes –asentí con la cabeza, tomando lo que me cedía.

-       Se lo diré a Cler –dije con suavidad, leyendo por encima los papeles.

-       Por cierto, Alexander –me llamó, y alcé la vista un momento hacia él- aunque estés nominado, no te hagas ilusiones, ¿vale? –me dijo con suavidad. Me encogí de hombros.

-       No pensaba hacerlo –dije sonando imparcial- llevo menos de un año en la empresa, que me haya salido bien una campaña no tiene mérito.

Mi hermanastro suspiró, pero no me giré hacia él. Jeremías, mi padre, asintió con la cabeza conformemente y se volvió a sentar en la silla.

-       De todas maneras, no se lo dan a personas que no llevan más de tres años en el oficio, por lo general –suspiró- y además, así no tendrías que hacer más trabajos innecesarios –apuntó y yo arqueé una ceja, bajando los papeles.

-       ¿A qué te refieres? –pregunté.

-       Normalmente, quién recibe los “méritos honoríficos” a una buena campaña, recibe muchas más peticiones de otras empresas para trabajar con ellas –se encogió de hombro- y nosotros por ahora no necesitamos de eso, hijo.

Asentí con la cabeza y suspiré.

-       ¿Algo más? –pregunté con suavidad y mi padre miró alrededor, buscando algo más que tuviera que darme.

-       No, al menos que recuerde –dijo, dibujando una escueta sonrisa en la cara- puedes irte.

Asentí de nuevo y me giré, dispuesto a irme. Salí del habitáculo leyendo los papeles que me había entregado, cuando escuché su llamado.

-       ¡Alex! –puse los ojos en blanco, y apreté el paso, pero no fue suficiente. Agarró mi brazo, tirando con suavidad de mí, para después colocarse delante. Apreté la mandíbula y alcé la vista a sus ojos turquesas.

-       ¿Qué? –dije casi bruscamente. Hoy, estábamos en el primer día de nuestra rutina: el enfado.

-       ¿Ya estamos otra vez? –preguntó con suavidad, sonando culpable. Cuánto odiaba que fuera tan dulce.

-       Sí –traté de zanjar, para echar a andar de nuevo, pero me retuvo y me volvió a colocar delante de él.

-       Mañana te vas a Francia –apuntó, colocando las manos sobre mis hombros- no tengo ganas de estar peleado contigo también en la distancia –dijo con suavidad, torciendo los labios.

-       Pues, fíjate, a mi me es completamente indiferente –dije con una sarcástica sonrisa en la cara y me zafé de su agarre.

Él, como ya supuse, no volvió a insistir. Entré en mi despacho, y llamé a Cler, para pedirle los últimos detalles sobre el viaje, y que rellenase los papeles que me acababan de entregar.

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Alcé un poco la vista, para ver a un hombre, bastante más mayor que yo mirándome con descaro y yo volví la vista a mi revista, mientras él pasaba de largo a mi lado, para dirigirse a los baños del avión.

-       ¿Cómo lo haces? –me preguntó Cler y yo suspiré, inclinándome hacia ella.

-       Soy mono y tengo buen cuerpo-obvié.

-       No eres mono –me acusó- eres guapo, no mono –me encogí de hombros.

-       De pequeño era “mono”, ¿cuál es la diferencia? –pregunté con un suspiro resignado.

-       Mono es cuando eres… afeminado, por así decirlo –dijo, torciendo los labios- y tú no eres afeminado.

-       Bueno, pues ahora soy guapo. Antes era, como tú dices, afeminado –apunté, torciendo los labios.

-       ¿En serio? –preguntó, divertidamente curiosa.

Solté un largo suspiro y saqué la cartera del bolsillo trasero del pantalón, sacando una foto de uno de los departamentos, algo más grande de tamaño carnet, y se la cedí.

-       Ese, era yo –dije con suavidad y ella miró ensimismada, y con una enorme sonrisa la foto.

-       ¡Uala! –exclamó- no te pareces nada –dijo con una sonrisa- ahora estas mucho más moreno, y no eres tan aniñado. Por no hablar de que ya no eres TAN rubio ni tienes el pelo tan corto –se rió y no la golpeé, por el mero hecho de que era una mujer- pero sigues siendo igual de delgaducho –se mofó y cogí aire.

-       Pues ahora voy al gimnasio –protesté, torciendo los labios y ella alzó la vista hacia mí.

-       ¿No me dijiste que llevas siendo gay toda tu vida? –perguntó curiosa. Yo asentí con la cabeza y señalé a la otra persona de la foto.

-       Esta es una vieja amiga –apunté y me volví a colocar en mi sitio.

-       Pues era muy guapa –sonrió ampliamente y suspiré- ¿Cómo se llama?

-       Andrea –respondí con suavidad, volviendo la vista a la revista.

-       Pues me la podías presentar –se mofó y torcí una sonrisa, entendiendo el doble sentido, pero que desapareció rápidamente.

-       Llevo sin hablar con ella unos cinco años –dije con suavidad, ella volvió la vista, mirándome curiosa- en realidad, llevo cinco años sin saber nada de nadie –le dije.

-       ¿Tus amigos de España, quieres decir? –me preguntó, ladeando la cabeza. Yo asentí con suavidad.

-       Ni de mis amigos, ni de mi familia –me encogí de hombros- es lo que tiene tirar el móvil, único medio de comunicación a una fuente, ¿no crees? –pregunté con una media sonrisa en la cara. Ella colocó la mano sobre la mía y yo levanté la vista a sus profundos ojos verdes.

-       ¿Y por qué lo hiciste? –preguntó y yo cerré un momento los ojos, para abrirlos y mirar el techo del avión.

-       Porque quería olvidarlo todo –dije sinceramente, con una sonrisa en la cara –romper con todo lo que tenía, y sabes.

-       ¿Por aquel chico que me dijiste? –me preguntó y yo hice una mueca de desagrado.

-       Algo así –admití.

Ella no dijo nada más, porque el resto de la historia ya la sabía. Soltó un prolongado suspiro y se acomodó en su sitio, apoyando la sien en mi hombro.

Sin duda, mi vida no era ni parecida a como era antes. Era, completamente diferente, desde aquellas, tan lejanas navidades, en las que rompí, por lo sano (o no tan sano) con todo lo que tenía. Desapareciendo, prácticamente, sin que nadie lo supiera.

A penas una pequeña carta a mi mejor amiga, y un escueto mensaje de texto a mis tíos, los únicos que se preocuparían ciertamente por mí. Aunque lo que yo no esperaba, es que fuese a cambiar todo de nuevo.

 

 

 

 

Continuará...

Notas finales:

Ese es más o menos un resumen de lo que pasó (por algo es el prologo) espero que se haya entendido todo lo que me gustaría.

un besote y gracias por leer!!


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