Deambulo solo por los pasillos vacios, buscando tu cara, tratando de encontrarte. Te encuentras en una esquina; pareces recordar el pasado, distraído y calmado como siempre. Me acerco a ti con mi típica sonrisa para luego acorralarte contra la pared y besarte en el cuello. Un beso sin sentimientos, un beso vacio y carente de sensaciones, al menos para mí, cuando te das cuenta de lo que estoy haciendo cierras tu puño y me golpeas en la mejilla, yo solo te sonrío como si no pasara nada. Una cicatriz que no se borrara con el tiempo, una silenciosa cicatriz.
Un amor bizarro se crea entre nosotros, un amor congelado. Ya antes he engañado con dulces mentiras a las personas que me querían, si supieras que eres la decimoctava de todas. Mi amabilidad disfraza la verdad, yo no puedo sentir con este congelado corazón que solo vive en el eterno invierno.
Tomo todo con tranquilidad, como lo haces tú. Aun cuando te vuelves uno conmigo veo como recuerdas a la persona que te daño en el pasado, pero al contrario de cualquiera sigues sin inmutarte y te entregas a mí, pasivo. Sabes que jamás va a regresar aquel al que una vez amaste, por eso nos entrelazamos de una forma lenta y tranquila que nos llena por un momento.
Te veo mirando la ventana de forma ausente, y aunque el amor silencioso que te tenía ya no volverá jamás me acerco a ti, acaricio tus sedoso cabellos, sé que no puedo cambiar, sé que mis emociones jamás regresaran, pero aun deseo estar contigo.
Sé que mi corazón se niega a querer, a amar. Callado espera poder llegar a jugar con el tuyo que no me deja entrara por temor a ser dañado otra vez.
Recargas tu cabeza en mi mano, respirando lentamente, disfrutas del momento y me regalas una de tus hermosas sonrisas. Yo te la devuelvo aunque sé que tu rostro ya no me hace sentir nada, tus rasgos finos ya no me hacen estremecer, te seguiré engañando con falsas sonrisas. Debes saber que lo que sufrí en el pasado fue mucho más doloroso que lo que ya no siento hoy.
Tranquilamente, nos acercamos, tranquilamente nos volvemos uno sin esperar más, desearía poder cambiar y el amor silencioso que alguna vez te tuve volviera.
Una parte de mi se dio cuenta, esto ya no era lo mismo y jamás podría volver o cambiar, tu también lo notaste; pero tú solo presencia me daba fuerzas para seguir.
Un recuerdo me invadió, el recuerdo de aquel día de primavera tan silencioso.
- Iván, ¿Por qué te gustan los girasoles?- me preguntaste un día que regaba el girasol que permanecía en mi estancia.
- Porque son bonitos- te respondí dándote una sonrisa infantil
- Pero deben gustarte por algo mas, ¿no?- insististe con curiosidad
- También me gustan porque…- acaricie el girasol apenas rosando sus pequeñas hojas con mi guante- nunca pierden la esperanza de volver a ver el sol.
- Eso es demasiado profundo Iván, jamás pensé que te gustaran por eso- me miraste incrédulo.
- Estas flores tiene lo que yo quisiera tener, esperanza, siempre lo siguen durante el día y cuando llega la noche se inclinan, como esperando la llegada de los rayos del sol salir por el este- te mire con una sonrisa, y tú me abrazaste con los ojos llorosos.
- Lo siento- sollozaste disculpándote por algo que tu no habías hecho
Acaricie tu cabello azabache con suavidad – Tú no tienes la culpa, además Yao ahora se ha convertido en mi sol, y yo te seguiré sin importar nada-
Te convertiste en mi sol, y una luz vio mi corazón, estando junto a ti no importaba nada.
Pero al final te fuiste, como todos me dejaste, nunca pensé que aquel abrazo que me diste con tanta ternura fuese a ser el final. Fue en una fría noche de invierno cuando te perdí, trate de detenerte y cuando me sonreíste de la única forma que tú me podías sonreír te devolví el gesto como uno verdadero, una sonrisa sin falsedad. Pero aun así te fuiste de mis manos con un solo suspiro.
Ahora cuando veo al este, lo único que puedo distinguir es el gélido invierno extenderse a mis pies.
El girasol que perdió la esperanza de volver a ver el sol, después de una noche de tormenta se marchito.