Nunca había querido que las cosas sucedieran así. De hecho, de haber sido posible, habría evitado todo eso de buena gana. Sin embargo, cosas de la vida habían mermado de pronto su pacifica indiferencia, para llevarlo a todo eso que preferiría jamás hubiera tenido lugar en el mundo. Joder, que odiaba la vida por ese tipo de cosas. El ojala se perdía entre un susurro y mientras el viento acariciaba su rostro se preguntaba que tanto habría cambiado las cosas si hubiera cedido.
Había vivido tras una máscara de indiferencia precisamente por eso, por que no deseaba involucrarse con nadie más. No deseaba formar algún tipo de lazo con nadie por el simple motivo de que estaba seguro ese tipo de cosas jamás perduraban en la vida. No valían la pena. Por que todos al final de cuentas existían para utilizar a los demás.
¿Dónde había quedado aquella máscara indiferente bajo la cual se escondía un ser humano con sentimientos? Por años había sido aquél ente casi muerto en vida que no hacía más que mostrar una indiferencia ante todo, ¿Por qué de pronto todo había cambiado? ¿Por qué de pronto los lazos que tanto se había empeñado en evitar los había formado casi sin darse cuenta? ¿Por qué de pronto de tan solo querer vivir una vida normal y heredar el restaurante de Okonomiyaki de su abuela había pasado a querer algo que nunca antes se había planteado?
Miharu, en medio del parque más cercano a su casa, con el viento acariciando su delgado cuerpo, miró al vacío, preguntándose muchos por qué a todo lo que había ocurrido en su vida durante tan poco tiempo. Muchas preguntas carecían de respuesta, y lo sabía perfectamente. Otras eran mucho más complicadas de responder. Aún así, hacerse preguntas era, últimamente, lo único que se la pasaba haciendo. Y miraba una y otra vez al vacío, tratando de enfocar con la mirada algo que no estaba ahí, algo que solo sentía pero era incapaz de ver.
El conocimiento de que poseía el Shinrabanshou tan solo había sido el comienzo de lo que sería su nueva vida, una en donde todos deseaban lo que en su interior oculto estaba. ¿De que le había servido? Aquél hada deseosa de que al llamara tan solo había provocado más problemas de los que habría querido en toda su vida. Ninjas a su alrededor. Un maestro demasiado inseguro de su capacidad para matar que se debatía entre hacer lo que estaba bien y lo que no; un hombre que simplemente estaba confundido y cuyas acciones siempre terminaban mirándose con un matiz negativo.
Protegerlo, matarlo, eran una de las constantes contradicciones de su maestro. Tan solo él era un manojo de confusiones que no lograba comprender del todo. Y lo viera por donde lo viera, a su alrededor no había más que personas que miraban en su propio beneficio aún cuando después hubieran velado también por el suyo. Pero siendo el portador del Shinrabanshou aquello era más una obligación.
Hasta ese punto, la idea de pedir un deseo al Shinrabanshou no le había sido tentadora, hasta que había tomado la férrea e inamovible decisión de cumplir, costara lo que costara, el deseo de Yoite. No había sido más que la opción más aceptable de ayudarle y salvar con ello la vida de su maestro y sus dos amigos, más con el paso del tiempo, con aquellas silenciosas palabras que no se decían pero que entendían con tan solo una mirada, Miharu había decidido por su propia cuenta salvar a Yoite a costa de todo.
Había traicionado Banten, su aldea. Había traicionado con ello a Fuma y aquellos que en un principio le habían brindado su lealtad. Había mirado en la misma dirección que el Kairoshu tan solo para poco después traicionarlos como en un principio había hecho con su aldea. Pocos lo habían entendido hasta entonces. No lo hacía por el deseo de alentar la rivalidad entre las aldeas del mundo de Nabari. Miharu, como todo ser humano, tenía deseos y aspiraciones propias y, desafortunadamente, ellas estaban alejadas de lo que los demás querían y esperaban de él.
Solo él había sido capaz de comprenderlo. Yoite había sido él único a quién no había tenido que darle tantas explicaciones, Yoite solo se conformaba con que su deseo de erradicar su existencia del mundo fuera cumplido. Era un deseo tan insólito y desesperadamente triste a la vez. No obstante lo comprendía, esa sensación de vacío en el interior, ese deseo de jamás haber nacido y el pensamiento de que le mundo habría estado mejor sin su existencia; Miharu comprendía perfectamente a Yoite por que ambos vivían en aquella soledad de un pasado trágico y confuso, ambos vivían en el deseo de no haber existido jamás.
Pero aquello una vez más había optado otro matiz. Lo que había llamado en un principio amistad—si es que lo que había entre Yoite y él alcanzaba esos estándares—pronto había ido transformándose en lo que había creído jamás sentiría por nadie. No negaba que resultaba extraño, pero tampoco negaba la autenticidad de sus sentimientos. La manera en que latía irrefrenablemente su corazón cuando estaba solo junto a Yoite solo demostraba, una vez más, que el saberse comprendido por el mayor, el saberse necesitado por alguien en su misma situación, tan solo había hecho nacer amor en su interior.
Aquello había impulsado su deseo de erradicar la existencia de Yoite si éste así lo quería. Más sin embargo algo contradictorio había comenzado a mermar la claridad de sus pensamientos cuando cierta ocasión el hada del Shinrabanshou le había cuestionado cual era su verdadero deseo. ¿De verdad deseaba borrar la existencia del mayor? ¿Qué debía decir al respecto? Aún si la respuesta contradecía a lo que pretendía hacer, aún si su respuesta confirmaba que no, que no deseaba eliminar la existencia de Yoite de su lado, ¿Qué podía hacer al respecto? Sus deseos, bien lo tenía claro, no debían interferir con lo que quería por sobre todas las cosas el mayor y, a pesar de que no le gustara, si desaparecer hacía feliz a Yoite iba a cumplir ese deseo por que lo amaba más que a nada en el mundo y si él era feliz, seguramente aunque se sintiera solitario también estaría feliz.
De aquella manera, al saberse limitado por el Kairoshu, traicionó al clan para andar por su propia cuenta, junto al usuario del Kira a quién le quedaba cada vez poco más de vida. Aquella había sido la última opción que le quedaba antes de quedarse sin ideas. Quizá buscar la ayuda de Togakushi al final no había resultado la idea más adecuada, pero aquello había sido todo lo que tenía.
Y finalmente no había logrado conceder el deseo de Yoite.
En el transcurso de los hechos, Raimei había perdido al único familiar de su clan vivo, Raikou; Gau había perdido al hombre a quién secretamente había amado todo el tiempo; Kouichi había entendido que quizá sería inmortal por el resto de la eternidad; Togakushi, a pesar de estar al margen de la situación de Nabari, había sido atacado; y Thobari, su maestro, había sido obligado a utilizar el Engetsurin, que finalmente había devuelto a todos los recuerdos perdidos de diez años atrás.
Quizá lo que más lamentaba Miharu era el hecho de que Yoite, en aquella iglesia que solía frecuentar, se había negado pasivamente a que utilizara el Shinrabanshou. Aunque tarde, a su forma lo había logrado comprender perfectamente. No quería ser eliminado por que aquello conllevaría a los buenos recuerdos y momentos compartidos con Miharu y eso, perfectamente seguro estaba, ni el propio Miharu querría dejar ir. A su manera, había comprendido que también lo amaba y que, su mayor deseo en aquél momento, tan solo era compartir el resto de su vida junto al menor.
Miharu no había podido salvarlo. No había podido siquiera retenerlo a su lado hasta que la vida les fuera arrancada por la edad. No había querido hacerlo por que se aferraba a la voluntad de Yoite. Lo que el mayor decidiera sería con lo que tendría que vivir. Si el mayor había decidido que sus últimos momentos de vida fueran compartiendo los momentos más felices a su lado, él no era quién para quitarle esa voluntad. Aún sabiendo que algo habría podido hacer para que sobreviviera a su lado, simplemente había dejado que Yoite decidiera por su propia cuenta, aún si ello contradecía sus propios deseos.
Al final Yoite había desaparecido feliz, de forma indolora, con la memoria rebosante de los mejores momentos de su vida, todos junto a él. Cuando Miharu tan solo volvió con la limonada aquella tarde y se dio cuenta de la ausencia del hombre al que había aprendido a amar como a nadie más, sonrió tristemente por que le hacía feliz el que Yoite hubiera cumplido su deseo aún sin proponérselo, pero aquella tristeza tan solo representaba lo que por dentro su corazón sufría con más intensidad.
Aún lo amaba. Aún en aquél parque solitario con el viento revolviendo sus cabellos, aún con el tiempo transcurrido y la melancolía que recorría su ser, Miharu aún le amaba… le amaría por siempre y para siempre.
Y sabía que Yoite le amaría de la misma manera…
…no en vano Miharu miraba aquél vacío reconociendo, con algo más de enfoque, la presencia de Yoite, que le acompañaba a todos lados…