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El Señor del viento por Shiochang

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El Señor del Viento

Este es un regalo a todas y todos aquellos que me dejaron sus amables comentarios en mi trabajo anterior, es un tanto diferente y solo voy a tomar esta parte para escribir mi fic, deseando de todo corazón hacerle justicia a la autora original de semejante historia.


De Susan King, en mi versión Narutiana, El señor del viento.


(Perdonen que me dé Sasukitis otra vez, pero como es él quien calza en el personaje central, ni modo)


Cómo llegamos aquí

Tierras Bajas, Escocia, 1305


Naruto se quedo quieto al momento de presentir el fogonazo de luz, un relámpago violento que le traía una visión y que por poco le tira al suelo, pero consiguió mantener el equilibrio afirmándose del respaldo de una silla.  Le tenía miedo a sus visiones, siempre que las recibía solía quedarse en la más absoluta oscuridad, a veces por horas y hasta por varios días, siempre temiendo que la luz no volviera a sus ojos nunca más en castigo por su herencia de Druida.


Y es que Naruto era descendiente de un hombre santo, con el don de sanar en sus manos y la visión del futuro en sus ojos azules como el cielo limpio del verano.  Tenía el cabello dorado como rayos de sol, peinado a su espalda en una larga trenza, pero totalmente desordenado en su cabeza, y rara vez hacía ver su condición de doncel, excepto cuando permanecía ciego por tiempos demasiado prolongados.


Una nueva oleada de visiones le hizo verle más nítidamente. Vestía las ropas de un viajero, un peregrino: botas altas de cuero, pantalones de lana oscura, un jubón azul con un extraño símbolo rojo en la parte baja y una capa de viajero cuya capucha cubría su cabeza. Tenía su brazo derecho alzado y en su antebrazo tenia un protector de cuero en donde descansaba un halcón, un halcón peregrino.


- Una nueva visión – dijo una voz de hombre desde su derecha, se escuchaba como sí estuvieran hablando dentro de una iglesia, pero no se habían movido de su casa, era la voz de su tío, quien era su guardián desde que su padre se marchó a luchar contra los ingleses – dinos, Naruto, qué es lo que ves.


Naruto se estremeció y trató de concentrarse lo mejor que pudo en su visión.


- Águilas y halcones tendrán un enfrentamiento feroz – dijo con los ojos cerrados siguiendo en su mente las figuras que allí se presentaban – el gran jefe de las águilas morirá traicionado por un halcón sin tierras, el señor de viento, que a su vez ha sido engañado – siguió pidiendo a Dios en su interior el poder hacer algo por el jefe Águila.


- ¿Quién es el jefe Águila? – le dijo otro hombre a su lado, se trataba de Sai.


Naruto movió la cabeza levemente, Sai era su prometido, pero no tenía derecho a intervenir en sus visiones.  Si fuera por él, no habría tal compromiso, pero el clan de este era uno de los más poderosos en Escocia y por ello le obligaban a aceptarlo por esposo a cambio de protección.


- El jefe de las águilas es el jefe de los escoceses – prosiguió Naruto – el jefe de los halcones será brutal con él, le sacará el corazón aún estando vivo y lo despedazará enviando los pedazos a toda Escocia – se estremeció.


- Lógicamente – dijo Shikamaru, el escribiente de su tío, encargado de documentar todas sus visiones – el halcón es el rey Eduardo – suspiró – nos odia a muerte.


Naruto se mantuvo en silencio unos instantes, la visión volvía con mayor fuerza.  Ante él estaba de nuevo aquel hombre, el señor de viento, sus cabellos y sus ojos negros como la noche sin luna, su piel blanca y su porte fornido.  Había traicionado al líder escocés en el pasado, pero había pagado con sangre, su sangre, sus errores, habiéndose arrepentido pero no a tiempo.


- El halcón sin tierra regresara para vengarse de quien lo traicionó, porque su traición a Escocia fue falsa.


- ¿Quién es ese? – dijeron los tres.


Naruto se quedó en silencio nuevamente y negó con la cabeza antes que una nueva oleada entrara en su cabeza.


Era él nuevamente, caminando por las ruinas del que fuera alguna vez su amado castillo.  Su capucha cubría su negra cabeza, pero no impedía que se notara su musculoso cuerpo.  Tocaba uno a uno los cimientos del que fuera alguna vez su hogar hasta dar con la entrada a una cámara subterránea donde entró mirando para todos lados.


Naruto tenía visiones desde que cumplió doce años, ocho años atrás, pero nunca habían sido tan claros como ahora y lamentó  que más adelante ni siquiera se acordaría de aquel hombre.


La visión regresó con fuerza nuevamente y se vio en ella, extrañamente vestido de mujer con un grueso vestido de tartán azul y una capa de viaje cubriendo sus hombros.  Caminaba rápidamente siendo perseguido por varios soldados ingleses, ellos gritaban cosas a sus espaldas, usando feas palabras, pero seguía corriendo. El agudo silbido y posterior chillido de un azor desconcertó a sus perseguidores, y una mano enguantada atrapó la suya, haciéndolo entrar en un tronco hueco para bajar a una cámara oculta en el suelo.


A la luz de las antorchas pudo verlo por completo, su mirada era fría como el hielo, pero se percibía su culpa y remordimiento por el pasado, nunca había querido ser un traidor, sólo había buscado la forma de resarcir a su clan.


Y la visión se fue tan violentamente como llegó, dejando al joven Naruto totalmente mareado y ciego por quien sabe cuanto tiempo.  Pero esta visión era algo distinto, aunque Naruto  en ese momento no sabía decir por qué, porque tan pronto abrió los ojos, perdiendo la conciencia y cayó al piso.


- Sasuke – dijo en ese instante antes que la bruma lo hiciera perder la noción de sí…


 


Corrió en silencio a través del bosque iluminado por la luna. El ritmo de su respiración, de su corazón y de sus pasos se mezclaba con el sonido del viento. Corrió en línea recta, sin detenerse, deslizándose como una sombra entre los árboles, saltando ágilmente con sus largas piernas a través del follaje.


Dios quisiera que no fuera demasiado tarde.


Corrió a través del bosque y sobre los páramos, hasta que la respiración empezó a agitarle el pecho y el aire le quemó la garganta, hasta que sus poderosas piernas empezaron a dolerle. Pero no se detuvo.


No podía, porque cada zancada que daba le acercaba un poco más a su objetivo. Tenía que impedir una tragedia.


Por fin, divisó una luz brillando a lo lejos, entre los troncos de los árboles. Sin dejar de correr, vio una antorcha que ardía con un resplandor amarillo y una casa. Después distinguió caballos y hombres armados, y oyó gritos confusos que parecían de furia y determinación.


Santo Dios. Habían alcanzado la casa antes que él.


Se detuvo detrás de un roble, respirando en largas inspiraciones, con el corazón retumbándole en el pecho y la túnica empapada de sudor. El patio de la casa, iluminado por la luna, estaba lleno de hombres vestidos con cota de malla, algunos de ellos a caballo. Serían unos veinte... casi treinta.


Había un hombre muerto en el suelo. Alguien dio una patada al cadáver. Otros trajeron un caballo montado por un hombre fuertemente atado y amordazado; un hombre gigantesco, doblado hacia delante. La sangre que manaba de la herida que tenía en la cabeza se veía negra a la luz de la luna. Un guardia le golpeó de nuevo, y el que observaba la escena juró en voz baja, en tono desesperado. Sigilosamente y en silencio, cogió el arco que llevaba a la espalda y lo tensó rápidamente. Sacó una flecha del carcaj que colgaba de su cinturón, la colocó en el arco y apuntó.


El guardia, a punto de descargar otro salvaje golpe sobre el gigante, cayó de su montura con el pecho atravesado por una flecha. Desde los árboles surgió enseguida un segundo dardo. Un soldado levantó su ballesta y miró alrededor, dispuesto a usarla, pero un instante después cayó al suelo como un árbol talado. Los hombres que rodeaban al prisionero gritaron, se giraron, desenvainaron sus espadas, prepararon sus ballestas. A la luz de la luna, las plumas blancas de las flechas resultaban visibles para todos.


Era obvio que habían sido disparadas por el arco del renegado de los bosques al que llamaban el Halcón de la Frontera. Alguien gritó su nombre.


Observando desde su escondite detrás del árbol, al renegado le pareció ver que el prisionero se volvía y hacía un gesto con la cabeza en dirección a los árboles, como si estuviera dando las gracias a su invisible aliado, un hombre al que siempre había llamado amigo.


El renegado distinguió la forma blanca de un objeto pequeño y plano que cayó al suelo, arrojado disimuladamente por el prisionero. Lo vio perfectamente, y decidió ir a buscarlo en cuanto le fuera posible.


Un cuadrillo se estrelló contra el tronco de un árbol cercano a donde se encontraba el arquero. En lugar de huir, se deslizó hacia delante como una negra sombra y lanzó otra flecha. Un grito surcó la noche. Tres guardias menos. Colocar, tensar, apuntar, disparar. Cuatro. Todavía demasiados para enfrentarse a ellos solo. Pero aún quedaban varias flechas en el carcaj, y cada una de ellas contaría por una vida antes de que acabara la noche. Incluso así, sin un caballo para poder seguir a su presa, sin hombres que le apoyaran, no albergaba ninguna esperanza de rescatar a su amigo, que había sido capturado a traición. Una traición a la que él había contribuido. Aquel pensamiento le recorrió el cuerpo como una hoja afilada. Tensó de nuevo la cuerda del arco y disparó.


Ya había cinco hombres en el suelo, silenciosos o gimiendo. El resto se apresuró a subir a sus monturas y, dejando atrás a los demás, formaron un círculo y sacaron al prisionero del patio. Varios proyectiles disparados por sus ballestas se perdieron entre los árboles o chocaron contra el suelo, al tiempo que se alejaban a todo galope.


Él se abalanzó hacia delante como un gato salvaje, corriendo en pos de ellos, saltando sobre la maleza con el arco en la mano. Los caballos eran ingleses, fuertes y de largas patas, y pronto sacaron ventaja al hombre a pie, que corría como loco entre los árboles junto al sendero de tierra.


De repente se detuvo, con las piernas separadas, para colocar, apuntar y disparar otra flecha, y luego otra, y otra más. Disparaba tan rápido que no pensaba en el blanco. Cada una de las flechas era una prolongación de su voluntad y de su rabia, y todas ellas encontraron su objetivo.


Oyó gritar frente a él y echó a correr a través de la vegetación. Los caballos estaban ya casi fuera de su alcance. Subió por un repecho a zancadas largas y rápidas para ver desde arriba el camino de tierra. Con los párpados entrecerrados, vio —con la prístina agudeza de visión que le había valido el sobrenombre de Halcón de la Frontera— el relucir de las cotas de malla bajo la luz de la luna. Le quedaban dos flechas. Aunque sabía que la distancia reduciría su precisión, apuntó, tensó y disparó. El dardo fue a acertar en el brazo de un hombre, pero este siguió cabalgando con los demás.


Sabía que aquellos hombres tenían la intención de escoltar a su amigo y conducirle hasta una muerte horrible. El hombre al que habían apresado aquella noche era un jefe y un rebelde, y había provocado al rey inglés hasta obsesionarle. Para él no habría justicia ni clemencia.


Sólo le quedaba una flecha. La colocó, tensó la cuerda y apuntó a su objetivo.


Y entonces bajó el arco. Por un instante de ardor, deseó arrebatar la vida a su amigo con una flecha segura, rápida y honorable, antes de que lo hicieran los ingleses con tortura y humillación.


Volvió a levantar el arco, con la mirada fija y la mandíbula fuertemente cerrada. Aunque sintió que el corazón se le hundía como una piedra, disparó.


Pero la flecha se quedó corta.


 


Traidor, la palabra resonaba en su cabeza llenándolo de amargura.  Traidor lo señalaron los otros hombres y traidor lo acusaba su conciencia.


Pero todo había sido una cadena de errores, una decisión que él no había tomado lo había arrastrado a terminar, aparentemente, del lado de sus enemigos.  En ese momento, seis meses atrás, su hermano lo obligó a unirse a las huestes de uno de los mas poderosos caballeros escoceses en su lucha contra los ingleses, y sin saberlo, fue utilizado como espía en contra de su propia gente.  Fue un iluso, ahora lo sabía, pero en ese momento estaba feliz de poder  hacer algo por su gente. Sin embargo, al momento de ir a entregar su último informe, escuchó a su jefe conversando con los susanach (así llaman los escoceses a los ingleses despectivamente) y se reían de la trampa que le iban a poner al gran líder de la rebelión.  Y lo peor vino cuando escuchó que su hogar ya había sido destruido por los ingleses hasta los cimientos porque su hermano los había descubierto.


Enfurecido, había informado a los más cercanos y había salido del campamento a toda velocidad, sin preocupase de ver si lo seguían, rumbo a la base central.  Reunido con los líderes, informó de todo lo que sabía y le ordenaron que viajara hacia el sur con las huestes más jóvenes para reunirse con el Rey de los escoceses.


Iba ya rumbo al sur cuando, recordando a los presentes, un chispazo dio en su mente, uno de los hombres que estaban allí era, precisamente, uno de los que pretendían venderlo, dispersó a sus tropas con la orden de que viajaran por su cuenta a unirse con su rey y volvió hacia donde su antiguo superior  estaba. Pero fue demasiado tarde, su propia indecisión había jugado en su contra.


Días más tarde se encontró con el verdadero traidor en Ayr, este le dio las gracias por haberlo llevado al campamento central, que se quedara tranquilo que ahora él sería el nuevo señor de esas tierras.  Enfurecido, y sin que nadie lo viera, desenfundó su daga y lo mato de un certero corte en el cuello.  Salió del pueblo antes que nadie hiciera caso de su presencia, se subió a un barco y partió rumbo a Francia.


En los meses siguientes esquivó a los escoceses lo mas que pudo, muchos de ellos lo señalaban como quien llevó a la muerte a Corazón Valiente, muchos hablaban de su persona con desprecio y u corazón desolado lentamente comenzó a perder la luz, se endureció y no permitía que nadie se acercara a él.


Ahora estaba nuevamente en Escocia, entre los escombros del que fuera un gran castillo a cargo de su hermano, por tantos años su querido hogar, recordando aquellos días en que era feliz persiguiendo a Itachi por todos lados porque era su máximo héroe ¿habría sufrido mucho antes de morir?  Porque esos malditos susanach era brutales. 


Cerró los ojos y se apoyó en una piedra, vengaría a su familia y a su clan, recobraría su buen nombre.


Recuperando un poco el ánimo, comenzó a mover los escombros para encontrar la entrada a las cámaras subterráneas, quizás  su hermano y su familia hubiesen conseguido escapar, después de todo su mensajero siempre volvía con vida luego de visitarlos, aunque ellos hubiesen dicho lo contrario…


 


Continuará

 


Les dejo esto como aperitivo para lo que vendrá, pero tengan paciencia, este es mas complicado que el anterior, además que estoy trabajando intensamente en “El Regreso”.


Para quienes quieran leer la novela original Ángel audaz y El señor del viento. Mándenme un mensajito a mi correo y yo amablemente les enviaré el link para que las descarguen (lamentablemente la página no me deja colocarlos)


En fin, espero sus comentarios.


Shio Zhang.

Notas finales:

Los comentarios siempre son agradecidos y bien recibidos XP


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