Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

LA FLECHA DEL AMOR VERDADERO por AICEN

[Reviews - 7]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Dedicado con todo mi amor a mi madre, a la que le encantó esta historia y que ya no está a mi lado. Te quiero mama.

Amanece de nuevo, el cielo se va cubriendo de colores anaranjados, azules y violáceos,  y contemplo la magnificencia de la llegada de un nuevo día desde los escalones de la entrada de mi templo.  Es curioso ver cómo han cambiado las cosas en trece años, la mayoría de los que ahora son mis compañeros de armas tan solo eran unos niños cuando yo, salvando al bebe que por aquel entonces era nuestra diosa, tuve que abandonar este mundo.

Bajo mi vista y contemplo la salida del templo que precede al mío, se de buena tinta que el caballero del signo de Escorpio no se encuentra dentro, me pregunto si alguna vez ha pasado una noche en su interior, y puedo jurar que si alguien me hubiese dicho hace trece años que ese chiquillo de ojos grandes y pelo revuelto se transformaría en su madurez en el mayor seductor del zodiaco me hubiese reído de quien me prometía tal cosa. No por nada aún me gusta hacer rabiar a Milo recordándole lo unido que estaba a un pequeño peluche que se caía de feo y que, si no recuerdo, mal era un pequeño conejo de color rosa desgastado por el uso y el tiempo.

Si, es grato recordar esos años, no es que ahora mis compañeros estén mal, cada uno ha forjado un carácter particular y único que los hace indispensables, y me alegro que ni las batallas, ni las muertes ni la madurez que les ha impuesto el tiempo les haya robado esa chispa de vida que les caracterizaba cuando eran pequeños.

Ahora Death Mask es el caballero oscuro del Santuario, yo lo recuerdo como el niño de pelo largo y nariz chata que lloraba por cualquier cosa. Por aquel entonces todavía lo llamábamos Ángelo su nombre verdadero que solo los más mayores recordamos.  También sonrío al recordar como en esa época todos de una manera u otra le teníamos cierto miedo a Aldebarán, al que a pesar de tener once escasos años, su gran tamaño y un rostro que jamás ha sido muy agraciado nos hacía considerarlo como un monstruo.  Hoy en día su aspecto sigue igual de enorme y poco agraciado pero, indiscutiblemente, Aldebarán se ha ganado por meritos propios el título de mejor amigo de todos y cada uno de nosotros.

Al mirar atrás lo que si añoro es la eterna y limpia sonrisa que siempre lucia Camus, extraño esa alegría suya que nos contagiaba a todos y que para nuestra desgracia se perdió en el tiempo, y aunque hoy le tildemos como el hombre de hielo, todos sabemos que más allá de ese carácter frio y serio se esconde un hombre con el que puedes entablar una conversación eterna y una amistad de las que perdura con los años.

Recuerdo a Shura que venido desde España, llego sin saber ni una sola palabra en griego y que, ya por aquel entonces y que nadie me pregunte como lo hizo, se convirtió en el líder indiscutible de toda travesura y fechoría realizada por unos entonces niños que le seguíamos sin excepción en cualquier idea que su cabecita loca tuviese.

Saga era el mayor de todos nosotros y ya apuntaba aires de grandeza pero, yo aun tengo frescos en mi memoria aquellos momentos en los que vencido por las penumbras lloraba limpia y abiertamente ante la añoranza de su hermano gemelo Kanon.

Recuerdo a Saga enseñándonos a todos con una gran paciencia y ternura y, a mi mente siempre viene la imagen de él sentado en el suelo, hablándonos, mientras sostenía a alguno de los más pequeños en su regazo.

Solo trece años después de mi muerte, resurrección y vuelta a la vida conocí al resto de los dorados y el cambio que se había formado en mis antiguos amigos, y aun así, no me arrepiento de la decisión que tome aquel día.

 Jamás he culpado a Saga. Que se dejase seducir por aquel dios malvado que era Arles no es una acción de la que le culpe, se que él por voluntad propia jamás hubiese tomado las decisiones que cambiaron nuestras vidas. Nunca lo acusare de debilidad ante el otro que le poseyó, para mí sus errores no fueron tales y aunque yo le haya facilitado el perdón que él me solicitó creo firmemente que tal perdón no era necesario.

Y si a él no lo culpo tampoco voy a hacerlo con el hombre que me mato, somos caballeros que juramos obediencia a un poder mayor que el nuestro y por aquel entonces, cuando acabábamos de ser envestidos con nuestras armaduras sagradas nuestra misión, ante todo, era la de demostrar que éramos dignos de llevarla puesta, es por esa razón que nunca he pretendido que Shura me dé explicaciones de ningún tipo, y aunque veo en sus ojos ese arrepentimiento propio de quien sabe que ha fallado, se que él ve en los míos la serenidad de no guardarle rencor alguno.

 Me deshago de mis pensamientos al percibir que un cosmos se acerca a mí, y soy consciente de que no es necesario que me ponga en guardia. No visto mi armadura ni pretendo salir corriendo a buscarla, en mi templo cualquiera de mis compañeros, entre los que incluyo tanto a Shion como a Kanon, es bien recibido. Pero quien se acerca a mi templo es aquel  que tiene mayor lugar en mi corazón, aquel que no dudó de mí ni un segundo mientras el resto me llamaba traidor y asesino, y, la única persona a la que necesité pedirle perdón cuando volví a la vida y pude comprender, a que extremo habían llegado las consecuencias de mis actos.

Le observo subir despacio los innumerables escalones que todavía le separan de mi lado, la suave brisa de la mañana mece ligeramente una melena castaña clara que ni siquiera rogando al más poderoso de los dioses perderá su rebeldía, llegó un momento hace años, en los que perdí la cuenta de las ocasiones en las que tuve que lidiar con su pelo, como si de la mayor batalla se tratase, para intentar quitarle los nudos que se le formaban en el juego o el entrenamiento.

Observo ya más cercano a mí, la serenidad de un rostro maduro que ha aceptado con valor el paso del tiempo, veo en el verde profundo que son sus ojos el brillo inquebrantable de saberse en paz consigo mismo, de sentirse orgulloso de lo que ha logrado y el de no albergar ni remordimiento por sus actos, ni rencor hacia sus compañeros.

Sus movimientos agiles en el combate y pausados en lo cotidiano me recuerdan que no por nada su signo está representado por uno de los mayores depredadores de la tierra.

“Un gran gato, pero un gato al fin y al cabo”, recuerdo que eso es lo que yo le decía cuando de pequeño, en una de sus imparables rabietas, se defendía con puños, pies y hasta dientes de aquellos que sabiendo que era el aspirante a la armadura de Leo se burlaban llamándole “minino”. Y aun me rio a carcajada limpia al recordar que él se defendía argumentando que yo también me enojaría de igual manera si, en lugar de dirigirse a mí como el centauro que es el símbolo de mi signo, se dirigiesen a mi llamándome “medio burro” o “caballo a medias”.

-Buenos días hermano- te he saludado cuando has llegado a mi lado, y por la ligera mueca que has puesto se que te dispones a quejarte de algo.

-Si pretendes que afiancemos nuestros lazos afectivos- me dices- ya podrías empezar a pensar en cambiarte de signo, tanta escalera hacia arriba y abajo empieza a marearme a mí y a los compañeros a los que le tengo que pedir paso por sus templos.

Te sonrío ampliamente, pues sé de buena mano que recorrerás mil veces el mismo camino si hace falta simplemente para permanecer a mi lado. Aunque jamás lo admitas, has tenido suficiente con trece años de separación, y ahora en este nuevo reencuentro que nos ha brindado la diosa, has mandado tu madurez a tomar viento y  me reclamas en silencio que haga mejor que nunca mi papel de hermano mayor. Y créeme si te digo que eso precisamente, es lo que tengo previsto hacer hasta el final de los tiempos, voy a hacer lo que no tuve oportunidad durante trece años, recuperar y reclamar a mi hermano pequeño, a mi Aioria, a mi león.

-Aioros- me llamas sacándome de mis pensamientos.

-Dime- te contesto.

Y entonces lo haces, pones tu mejor carita de gatito (nunca mejor dicho) abandonado en una noche fría y lluviosa y, utilizas esa vocecilla melosa tuya, casi un ronroneo que, sinceramente no sé de donde sacas pero que hace que cualquiera, caiga rendido a tus pies.

-No quiero ir a entrenar hoy- me dices mientras yo, como puedo, intento evitar reírme ante tu actuación.

-¿Y qué quieres hacer hoy?- te pregunto, intentando que no notes como mi cuerpo tiembla tenuemente mientras evito carcajearme delante de ti.

-Ir a nuestro sitio secreto- me dices, serio de nuevo y mirando el horizonte.

Y es ahí cuando la risa que nacía en mi interior desaparece, y cuando poso mis ojos en tu persona pues sinceramente creía, que después de tantos años y tantos sucesos te habrías olvidado de ese lugar y de lo que ocurrió aquel día de invierno.

Pero tú no me devuelves la mirada,  permaneces de pie esperando mi respuesta a tu ruego y, ¿cómo decirte que no, hermano mío, si que suceda de nuevo aquello es lo que más deseo en el mundo?.

Así que simplemente me levanto, sacudiendo el polvo que se ha adherido a mis ropas y estirando un poco mis músculos agarrotados, en un movimiento en el que por un instante, soy yo el que más se asemeja a un felino.

Comenzamos a bajar los peldaños del santuario pausadamente y en silencio, un silencio que rompemos para saludar a los compañeros de los templos por los cuales pasamos y pedir el permiso para pasar por estos mismos, más por costumbre que por necesidad, ya que hace tiempo que somos libres de caminar por donde queramos, mientras, yo les informo a algunos, para que no se preocupen por nuestra ausencia, que ni Leo ni Sagitario participaran hoy en el entrenamiento.

 Agradezco en mi fuero interno que no hagan preguntas sobre nuestro destino, no quiero que nadie decida auto invitarse a nuestra pequeña excursión, y aunque me sabe mal que ellos desconozcan la existencia de un lugar tan bello como al que nos dirigimos, no deseo que nuestro lugar secreto deje nunca de ser única y enteramente “nuestro”.

Y es así como emprendemos camino por viejos senderos olvidados, con ritmo tranquilo y pensamientos sosegados, se que nos entretendrán unos instantes cuando lleguemos al pequeño pueblo que hay pegado al santuario, no por nada los dorados seguimos transmitiendo esa imagen de dioses entre las gentes normales.

Tú sonreirás algo cínico cuando esas personas que antes despotricaban del traidor de Sagitario, se acerquen a nosotros para saludar a los dos hermanos que los defendieron de un dios malvado.

 ¿No te das cuenta hermano que lo que ellos pudiesen decir o digan de mí me importa muy poco?, ¿No eres consciente acaso que la única presencia que me importa en estos instantes, es la tuya a mí lado?

Cuando por fin lograrnos “deshacernos” de esos aldeanos tan agradecidos”, nos encaminamos hacia el final del poblado y cogemos la vieja senda que cruza el rio en el que nos bañábamos de niños, desgraciadamente y por las duras inclemencias del tiempo, hace años que ese rio, según me dijiste hace poco, ya no lleva agua.

En algún momento del camino siento como entrelazas tu mano con la mía con esa seguridad férrea que te caracteriza, te miro intentando averiguar a través de tus gestos que es lo que te ronda por la cabeza, y créeme hermano cuando te digo, que daría cualquier cosa por qué compartieses el mismo pensamiento que anida ahora en mi mente.

Pero guardo un silencio que mutuamente nos hemos impuesto y lo aprovecho para sumirme nuevamente en el recuerdo.

El recuerdo de esa noche de invierno de hace trece años cuando aun eras un tierno infante de ocho años y yo tan siquiera recién cumplía mis quince primaveras. Esa, hermano mío, fue la última vez que sentí el calor de tu cuerpo contra el mío. Por aquel entonces tú todavía le tenias cierto temor y respeto a la oscuridad y, muy especialmente a las tormentas a las que tú, por algún motivo, les tenias pánico.

Eran esos instantes en que yo podía ser el “valiente Aioros”, porque eran esos los momentos en los que tú te tragabas orgullo y buscabas cobijo entre mis brazos. Y yo te recibía en ellos, acunándote hasta que te vencía el sueño mientras o bien te contaba historias de antes o te cantaba una vieja canción que ya no recuerdo.

Si tú supieras Aioria lo que extraño tenerte entre mis brazos, sentir tu calor, tu suave respiración en mi pecho, cuanto añoro ver esa tranquilidad en tu rostro mientras yo velaba tus sueños, ¿cuánta noches permanecí despierto asegurándome que nada te perturbase?. Y bien saben nuestros dioses que cuando me atravesó el ataque de Shura tú hermano mío, fuiste mi último pensamiento.

Si hubiese llegado a saber que por mis actos inconscientes a ti te acusarían de mi traición, que te cargarían a ti con mi culpa, te juro hermano mío que no hubiese salvado a ese bebe y hubiese permanecido a tu lado, donde me corresponde. Pero lo hice Aioria y me perdí trece años. No estuve para enseñarte, no pude entrenarte, tuviste que permanecer solo en la batalla por tu armadura, no fui yo quien vio como la ganabas, ni estuve a tu lado la primera vez que te la pusiste. No pude protegerte ni ayudarte cuando saga, a través de Arles te poseyó para que traicionases, no pude ayudarte ni evitar que lucharas en las doce casas, y solo te vi durante unos instantes cuando después de que sangraras, lucharas, sufrieses y murieses, nos encontramos para volver a morir ambos en la batalla contra el dios del inframundo.

Que patético llegue a sentirme hermano mío cuando observe impotente lo que el paso del tiempo había hecho contigo, que ser despreciable llegue a pensar que soy cuando te vi, justo a mi lado, alzar el más poderoso de tus ataques junto al resto de nuestros compañeros, y que impotente llegó para mí el momento de ser consciente de que lo que estabas haciendo iba a parar tu corazón y arrebatarte nuevamente de mi lado.

Y cuando la diosa nos resucitó y vi el amanecer de una nueva era abrí los ojos con miedo y el corazón encogido, en un primer momento no te vi mi pequeño, y ni siquiera sentía tu cosmos, pero preso de la debilidad propia de una resurrección, era inconsciente en ese momento de que tampoco sentía mi propio cuerpo. Pero gire mi vista a mi alrededor y vi como tú también te alzabas a una nueva vida, permanecías quieto y con los ojos perdidos a la derecha del caballero de Tauro, él fue quien tendió su gran mano hacia ti para ayudarte en tu incorporación, y note como temblaban tus piernas y como aferrabas tus brazos en su cintura buscando sujeción, y me sentí perdido al no poder manejar mi propio cuerpo para lanzarme a tu encuentro.

Fueron Kanon y Saga, en una unión que a día de hoy aun no se ha roto, los que, apiadándose de mí y de mi debilidad me ayudaron a incorporarme, y medio arrastrándome pues aun mis piernas no eran mías, me llevaron a tu lado. Y entonces tus ojos verdes se iluminaron, con voz ronca debida tal vez al cansancio pronunciaste mi nombre y yo, haciendo acopio de fuerza, me desentendí de los brazos gemelos y me lancé a los tuyos.

Y nos abrazamos, estuvimos abrazados una eternidad en la más incomoda de las posturas debido a que caímos al suelo, y lloramos, cayeron las lágrimas acumuladas en trece años, tú solo atinabas a decir mi nombre entrecortado, yo, como hace años, solo conseguía acariciar desesperado tu castaña melena. No me molesté en escuchar el discurso de nuestra diosa, aun hoy me pregunto qué es lo que dijo, solo sé que te tenía en mis brazos de nuevo y que no te solté, y cuando nos llevaron a la mansión para que descansásemos, fui yo quien no permitió que nos pusiesen separados, te arrastre conmigo a la habitación que nos asignaron, me zambullí entre esas sabanas blancas contigo y volví a rodearte entre mis brazos.

Y así fue como recibimos el alba de un nuevo día, latiendo nuestros corazones acompasados y sabiendo por el calor que desprendían nuestros cuerpos que aquello no era un sueño.

Salgo de mis pensamientos para iniciar el ascenso de la pendiente que nos llevara a nuestro escondrijo, es alta y escarpada y amenaza desprendimientos. No son pocas que uno u otro debemos ayudarnos para subir algún alto risco, sabemos a ciencia cierta que recibiremos algún rasguño en nuestro cuerpo que inevitablemente, se unirá a las cicatrices que ya tenemos, pero esos rasguños son los que luciré más orgulloso, ellos son la prueba fehaciente de que pase ese momento contigo.

Y ante nosotros se extiende por fin el más azul de los cielos, he estado en los Elíseos hermano mío, en el paraíso que se extiende ante las almas de los fallecidos y, ni siquiera esos cielos son tan claros y puros como los que contemplo ahora a tu lado. Blancas nubes como algodón danzan libres ante nosotros, aves de distintos colores y tamaños extienden sus alas mientras juegan con el viento, la niebla espesa a los pies de la colina donde estamos va abriéndose ante el día dejando a la vista tanto colinas como extensos verdes prados, los rayos del astro rey iluminan allá a lo lejos los animales salvajes por un lado y los rebaños de algún pastor por otro.

Y si cierras tu ojos Aioria, llegará a ti el aroma de esas pequeñas florecillas rojas  que adornan el campo, mezclado con el aroma del tomillo y el romero, de las frágiles y escasas violetas, de la hierbabuena y la manzanilla, y…. si el viento es favorable, si concentras lo suficiente tu sentido del olfato, llegara hasta ti el aroma salado del mar Mediterráneo, que lejano a nuestras espaldas colmará el horizonte con las suaves ondas que provoca el viento.

Me acerco al límite de la colina, ese precipicio que inclinado se abre ante nosotros y contemplo durante unos instantes el casi imperceptible sendero que deberemos seguir en nuestra bajada, y entonces, te siento.

Has rodeado mi cintura con tus potentes brazos, has entrelazado tus manos impidiéndome una escapatoria que jamás llegará. Y yo, he recostado el peso de mi cuerpo en tu pecho ofreciendo mi hombro como punto de apoyo de tu cabeza que ahora se apoya en el. Siento tu respiración en mi cuello, ese tibio aliento tuyo, y tu aroma salvaje mezclándose con el mío propio, levanto mi brazo izquierdo y entrelazo mi mano entre las tuyas, el derecho hace rato que rodea tu cuello para que mis dedos acaricien el suave cabello que hay en tu nuca.

-Aioros- me dices.

-Aioria- te contesto.

-¿Me odiaras si te digo algo que hace tiempo guardo muy dentro?- dices suspirando.

Y entonces hago un suave movimiento, tú captas mi intención, alzas tu cabeza y relajas un poco tus brazos para darme libertad de movimiento, y yo me volteo para que dar frente a ti, y rodeo tu rostro con mis manos para que no puedas evitar mi mirada.

-Jamás, y que esto te quede bien claro, podría odiarte- te digo

-¿Haga lo que haga?- me preguntas.

-Mientras no sea volver a apartarte de mi lado tú podrás hacer cualquier cosa, que yo estaré contigo.

-¿Promételo?- me suplicas con algo en tus ojos que no se comprender en ese momento.

-Te lo juro Aioria, te lo juro- te contesto.

Y entonces levantas tus manos y atrapas mi rostro, y lenta, muy lentamente para que al yo averiguar lo que vas a hacer pueda impedirlo, cierras tus ojos y me besas en los labios.

Pero no voy a impedirlo hermano, al contrario, voy a rodear tu cuello con mis manos para acercarme más a ti, tomar el control de este momento y profundizar este beso.

Me da igual que nos haga falta el aire, porque siento como rodeas nuevamente mi cuerpo entre tus brazos, y pueden caernos las mil maldiciones de mil dioses en este momento porque no me molesta que hayamos entreabierto ambos nuestros labios y ahora nuestras lenguas dancen juguetonas en nuestras bocas. Ya puede venir Shura y atacarnos con Excalibur por nuestros actos, sentir nuestros corazones latiéndonos al unísono bien merece la pena el castigo impuesto.

Y entonces el aire se nos agota y tenemos que separarnos, nuestra respiración es arritmita y tú te ves más hermoso aun con el rostro sonrojado.

-Te amo Aioros- me confiesas.

Mi primer pensamiento cuerdo es decirte “y yo a ti hermano”, pero mando a la lógica a dar un largo paseo, pues tú León dorado vas a ser muchas cosas, pero ya no mi hermano.

-Yo también te amo, Aioria- te contesto.

No hace falta que nos preguntemos el uno al otro si estamos seguros de la decisión que hemos tomado, ambos sabemos que es irrevocable. Hemos decidido traspasar las barreras de la sangre, hemos emitido nuestro mayor desafío y lo hemos hecho juntos, no hay temor por parte de ninguno, no hay miedo a un futuro incierto, que nos desafíe quien quiera que saldremos victoriosos.

Ambos sabemos que cuando regresemos quebrantaremos la más sagrada de las leyes, somos conscientes de que o bien en mi templo o quizás en el tuyo, esta noche sellaremos definitivamente nuestro amor, tú me pertenecerás y yo seré tuyo, yo te perteneceré y tú serás mío.

Que venga quien quiera a desafiarnos hermano, que osen tan siquiera intentar separarnos, que se atrevan a juzgarnos, que intenten frenarnos si se atreven.

Trece años sin ti han sido demasiados, no volveremos a separarnos. Que los dioses recen por aquellos que intenten impedir lo que sentimos, tengo preparada en el arco de Sagitario la flecha dorada que contiene el ataque más poderoso de todos para ellos, la que les derrotara a todos dejándonos a nosotros ilesos.

La flecha del amor verdadero.

 

 

 

 

 

 

 

Notas finales:

dejen review por favor


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).