Caminas absorto en tus pensamientos, preguntándote que te deparará es destino ésta vez y que tanto cuesta conocer un poco de verdadera felicidad. La gente camina a tu alrededor sin reparar siquiera en su existencia. Eres invisible, no existes, solo alguien más de entre millones en el mundo.
Eres un cero a la izquierda.
Avanzas abatido aunque no lo demuestras, decepcionado al darte cuenta que a pesar de tus esfuerzos, tu rostro no es más que una simple mueca de acostumbrada indiferencia. Quisieras que la gente te notara, quisieras hacerle saber al mundo que eres mucho más que un simple fantasma que nadie puede ni quiere ver. Observas discretamente el cielo nublado como si aquello apaciguara el creciente dolor anidado en tu pecho.
Como si aquél frío día te hiciera olvidar por un momento tu vil existencia sin sentido.
¿Por qué no muero de una vez? Te preguntas, más te rehúsas a buscar una respuesta por que tienes miedo. No quieres morir y te aferras a la esperanza de poder encontrar algo en el mundo que pueda justificar tu existencia.
Y sigues preguntándote cuando encontrarás ese algo.
Ignoras el frío que te cala hasta los huesos. Ignoras todo a tu alrededor por que resulta más fácil perderte en la utopía de ese mundo perfecto con el que sueles soñar y donde no existe el dolor que enfrentarte a esa cruel realidad en donde no significas nada para nada para el mundo y el mundo no significa nada para ti.
No obstante esa actitud de encerrarte en tu propio mundo e ignorar y ser ignorado por tu alrededor te lastima. Te duele darte cuenta en el momento que, justo como pensabas, tu existencia no es necesaria por nadie. Te niegas a pensar en tu familia por que sientes que te odia. Te atemoriza pensar en tus amigos por que haces oídos sordos a lo que te dicen tus pesimistas pensamientos: quizá ellos no te necesitan de igual manera que tu necesitas de ellos.
Te aterra pensar en todo y en nada por que solo miras el lado negativo de las cosas.
Sientes que tu corazón en algún momento dejará de latir y tu sufrimiento por fin tendrá fin. Pero incluso con aquella vaga esperanza, sabes que tú vacía existencia continuará doliendo dentro de tu pecho. Cada vez hace más frío pero ello no te inmuta. Pretendes hacerte el hombre duro, frío e insensible, aunque detrás de tu barrera buscas desesperadamente ocultar a ese tú interno que desea llorar desconsoladamente como cuando eras un niño y te asustaban los escalofriantes truenos en las tormentas.
En el fondo tan solo deseas que el dolor desaparezca.
En el fondo tan solo deseas ser feliz.
En el fondo tan solo deseas que él te ame.
Por aquellos extraños sucesos del destino, lo encuentras sentado en posición fetal en una de las bancas del parque cercano a su casa, por donde “casualmente” decidiste pasar. Te sientas a su lado sin anunciarte, por que sabes que él perfectamente sabrá quién eres sin necesidad de palabras. Indeciso, te quedas callado sin saber que hacer. Y cuando de pronto lo oyes gemir con dolor finges que no lo escuchas por que eres capaz de comprender su dolor, y eso reaviva más tu propio dolor interno. Pero no puedes evitarlo y lo sigues escuchando llorar desdichadamente en silencio, por que no sabes actuar en un momento así, cuando tus ganas de llorar también son inminentes y la sintonía de tus sentimientos con los de él te hace sentir felizmente desgraciado.
Por que él te entiende.
Por que él siente lo mismo que tú.
Por que él ama a alguien que ama a alguien más.
Al final del día él se seca dulcemente sus lágrimas. Se disculpa contigo y por haber tenido la desgracia de presenciar aquél momento de patética debilidad. Lo conoces de toda la vida y sabes lo frágil que puede ser respecto al amor, así que tú se lo perdonas. Le das una palmadita en su cabeza y te resulta inevitable acariciar esa tan aromáticamente dulce y sedosa cabellera rubia como si de un pequeño gatito se tratase, piensas al mirar las marcas en su rostro. Le intentas sonreír conciliadoramente aunque las comisuras de tus labios apenas se mueven y él solo te mira con miles de preguntas silenciosas reflejadas en su dulce mirada azul como el cielo despejado en un día de primavera.
Pero como insistes en sonreírle ligeramente aunque por dentro te estés desgarrando, él se va tras despedirse, sabiendo que, nuevamente, tu sufrimiento te lo guardas para ti mismo.
Lo sigues con la mirada, anhelando que algún día tu latente amor pueda ser suficiente para hacerlo feliz, anhelando que algún día él note tu presencia más allá de la amistad y aprenda a amarte. Cuando te das cuenta, él se detiene antes de doblar una esquina, extiende su mano al cielo a manera de despedida y te sonríe de la manera más abierta y sinceramente que puede para después andar en dirección a casa.
Aquél pequeño gesto, aunque no lo admitas, basta para hacerte sonreír el resto del camino a casa.
Aquél pequeño gesto, aunque no lo admitas, bastó para hacer que tus oscuros pensamientos se tornaran de pronto más positivos.
Aquél pequeño gesto, aunque no lo admitas, reavivó la pequeña esperanza de que algún día, uno no muy lejano, él notaría tu presencia más allá de la amistad.
De momento, habías encontrado tu razón de existir.
Lo único que te aferraba aún a éste mundo…
…y era él.