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Un poco de Color y Vida por AkiraHilar

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Notas del fanfic:

Dedicatoria: A Karin, Athena_Arianna, Ale_Chan, Kimee, Lola, Sahasara y todas las miembros del club Santísimo Pecado Geminis x Virgo.
Inspiración: Jajaja quise hacer algo más… ¿tierno y romantico? Pues sí, esa es la idea, veremos que me sale.
Beta: Karin San y Annette Larios

Notas del capitulo:

Dedicatoria: A Karin, Athena_Arianna, Ale_Chan, Kimee, Lola, Sahasara y todas las miembros del club Santísimo Pecado Geminis x Virgo.
Inspiración: Jajaja quise hacer algo más… ¿tierno y romantico? Pues sí, esa es la idea, veremos que me sale.

El exquisito gusto decorativo del restaurant “ParaNirvana” era saboreado por el joven de cabellos dorado que esperaba por su cita. Vestido de forma casual, un pantalón negro de vestir junto a una camisa blanca con un bordado hindú en su cuello V, manga larga y una bufanda negra que caía a ambos lados del cuello sin nudo. Los lentes de montura negra delineaban sus zafiros brillantes, su cabello estaba sujeto a una media cola, cayendo como cascada en su espalda. Con una mano en los bolsillos y la derecha en su Palm, Shaka Espica revisaba el itinerario que tendría al día siguiente.

Llevó la copa de agua a sus labios para degustar un poco del vital líquido. Saboreó con cierta sensualidad, humedeciendo un poco las finas carnes de su boca, sin retirar la mirada de aquel local decorado de forma hindú, recordándole el arte budista. Revisó de nuevo su reloj y verificó la hora, sólo faltaban cinco minutos para que el cliente llegara, quien lo citó a ese extraño lugar. No era un evento nada común en su vida como decorador de Interiores, el mejor de Athenas, vale acotar. Si no fuera porque ya había hecho negocios con él no hubiera aceptado semejante encuentro. 

Shaka, joven de 26 años era conocido por ser uno de los mejores decoradores del estado. Tenía un gusto simplemente exquisito y lo mejor es que parecía tener empatía con sus clientes, logrando resultados que ni ellos mismos se hubieran esperados. Muchos lo llamaban el sexto sentido, quizás y se tratara de eso, pero si algo era seguro es que Shaka Espica tenía la capacidad de cumplir hasta los sueños que no habías confesado al re decorar tu hogar. Eso sí, los costes de sus servicios estaban a la altura de sus capacidades.

Era conocido a su vez por ser extremadamente estricto y muy dado a seguir el presupuesto asignado. Gustaba de ahorrar lo más que pudiera por lo que restaurar objetos viejos o en desuso era una de sus actividades favoritas. Por ello no era extraño que el joven hindú tuviera conocimiento de herrería y carpintería entre sus habilidades, y siempre tenía un sello místico en cada uno de sus trabajos. Ninguno era parecido a uno anterior y todos estaban totalmente complementados al gusto del cliente.

La fama que se había formado era variada pero convergía en lo mismo: sus trabajos eran impresionantes y a la altura. Poco se sabía de él en realidad, ni siquiera de su vida privada. Shaka Espica había sabido mantener los rumores muy lejanos de su estilo de vida y nadie podía negarle algo aún si sus fustos estaban entredichos. Él jamás hablaba de más de sí mismo peor sabía muy bien cómo sacar de cada una de las palabras de sus clientes los detalles para hacer de su espacio el lugar al que le gustaría regresar.

Se estaba haciendo la hora y él empezaba a ponerse impaciente. El rubio volvió a revisar la agenda, marcando el día 19 como algo en particular que debía tener planificado. De nuevo presionó con la punta de su lápiz plástico la pantalla táctil para verificar el aviso que había leído con anterioridad. Una actividad importante iba a tener en lugar allí, en Atenas y ciertamente él no pensaba dejar de ir. Se quedó mirando la fotografía con cierta intensidad, como si ella pudiera trasladarlo a un lugar apartado de allí. Las letras en griego y algunas en inglés se transfiguraban ante sus ojos, convirtiéndose en latentes recuerdos. El decorador no dio pie a ello y cerró la imagen, volviendo a la vista de su agenda para ese mes.

Finalmente, la hora llegó. El rubio subió su vista hasta la entrada del restaurant en donde lo vio entrar. Griego, de piel bronceada, una melena espesa y salvaje le llegaba hasta los hombros, sus cejas gruesas enmarcaban la mirada seria. Sus ojos como dos esmeraldas brillantes adornaban el perfil del dios de Grecia. Estoico e imponente, era el conocido abogado penalista Saga Leda, hombre de 34 años, severo, seguro y casado. Por cortesía Shaka se levantó de su asiento, compartieron un apretón de mano de saludo y luego volvieron a sentarse. Le extrañó que la flamante señora de Leda no estuviera en el lugar.

—Veo que sigues tan puntual como siempre, Sr. Espica —comentó el abogado firme desde su asiento, haciendo una señal al mesero para que atendiera la mesa. Shaka lo estudiaba y podía ver con claridad que al parecer los dos años que pasaron no habían sido en vano.

—La puntualidad es una de mis mayores virtudes. Sr. Leda. ¿Cómo está la señora? —preguntó, por mera diplomacia. Notó que una ceja del mayor hizo un leve tic de incomodidad. Bajó la mirada hasta su mano izquierda y en efecto, no había anillo matrimonial. 

—Supongo que bien… —replicó evadiendo las preguntas.
—Veo que las cosas no fueron tan bien como se esperaban. —El mesero llegó con la carta para ambos, donde se ofertaba el menú del restaurant. Saga pidió para sí un poco de Vodka y un pavo a la celestial como plato fuerte. El joven prefirió una ligera ensalada cesar acompañada por pollo agridulce y vino blanco. Con el pedido hecho, el rubio prosiguió—. No quiero ser impertinente, pero…

—Divorcio. Conflicto de Intereses. Nada anormal, nos separamos digamos… hace tres meses.

—Comprendo. —El vino y el vodka fueron servidos, el rubio tomó su copa meciéndola un poco en el aire antes de saborearla—. La tasa de divorcio es bastante alta.

—Sí, digamos que sólo fui parte de las estadísticas.

El hindú observó al mayor tomar varios tragos de su bebida, con cierta velocidad y desazón. Tratando de ser discreto prefirió no tocar el tema que parecía aún incomodarlo, por lo que decidió llevar el encuentro a los que le competía, el negocio. Shaka ya antes había trabajado con él, conoció a su mujer. Hermosa pelirroja, bastante agradable, tenía cierto aire maternal. Prácticamente el trabajo lo hizo al lado de ella, luego de los dos primeros encuentro con el abogado, simplemente desapareció y no lo volvió a ver más hasta que fue a su oficina a buscar su cheque. Decoró el departamento al gusto de la señora, quien quedó virtualmente enamorada del resultado. Al recibir la llamada había pensado que quizás vendría bebe en camino y le pedirían decorar la nueva habitación, más todo al parecer no se debía a eso. Según le escuchó a la mujer tenían para ese tiempo cuatro meses de casados.

Era un cuadro común, debía admitirlo con un poco de objetividad. Tal como había dicho, era parte de las estadísticas. Los matrimonios cada vez duraban menos y si ambos estaban trabajando y no tenían hijos, la tasa de probabilidad aumentaba. Sin embargo le había creado un poco de desazón y al saber que la mujer no estaba allí, encontrarse a solas con el cliente no le agradaba del todo.

Shaka solía huir de ese tipo de reuniones porque bien conocía que en el círculo donde se movía los comentarios y las palabrerías solo necesitaban algo para comenzar. Estar a solas en un restaurant con un hombre divorciado, conociéndose su inclinación, podría ser contraproducente. Vio necesario acelerar entonces las cosas para dejar los términos tal como deberían ser.

—Bien, Señor Leda. ¿Puede decirme entonces la razón de su llamada?

—¿No podemos disfrutar un poco de la velada? —replicó el mayor con una ceja enarcada.

—No acostumbro a disfrutar veladas con los clientes, Sr. Leda. —Mojó de nuevo sus labios con el exquisito y burbujeante vino blanco—. Incluso, le confieso que acepte reunirme en este lugar y en estas circunstancias porque ya había trabajado con usted y pensé que vendría acompañado.

—Lamento incomodarte, sólo quería aprovechar y salir un rato.

—Temo no ser la persona adecuada para ello.

Saga subió sus esmeraldas para ver de nuevo el movimiento de labios que el rubio realizaba al beber otro sorbo del vino, mientras el mesero llegó con sus platos, listo para servir la mesa. Intentó ver algo en él que le diera indicios de poder convencerlo, pero solo había un rostro parco y seguro de sus respuesta. Resopló y abrió espacio, lanzando miradas fugaces al decorador mientras acomodaban el servicio. Esperó que el hombre se despidiera y el primero en probar un poco de los platillos fue Shaka, pasando algo de lechuga y pollo a su boca.

Las razones que lo habían llevado a buscarlo a él estaban llenas de muchas motivaciones encontradas. Saga hubiera preferido no tener que dar explicaciones del divorcio, aunque entendía que quién lo encontrara preguntaría por él y por su esposa. En sí, era algo a lo que aún tardaba por acostumbrarse, peor era el mejor decorador y tenía ya la previa experiencia con él, lo cual aumentaba los argumentos para volverle a buscar, por mucho que lo contrariase.

Ahora que le había tocado mudarse, había conseguido un lugar perfecto para reiniciar su vida. Pero un lugar que no estaba preparado para convivir. Una casa que había valido más por su ubicación que por su cuidadoso aspecto, abandonada, con cientos de detalles y cosas que arreglar, vieja y descuidada. Cuando estuvo dentro de la sala llena de polvo, observando algunas paredes a medio mantener, lo primero que pasó por su cabeza era llamar a un decorador. A ese decorador, del cual su mujer años atrás no había dejado de hablar.

Y la razón de estar allí, en ese lugar, también era un tanto retorcida. Quizás una manera de Saga de volver justo al inicio. Eso generaba una contradicción más a su mente, entre el disfrutar el platillo que le servían y seguir saboreando la derrota que ya cargaba en sus manos.

—Antes de que comas para irte, realmente si tengo un trabajo para ti —comentó el mayor dando una probada a su pavo, degustando el sabor delicioso y la carne suave. Sus cejas hicieron ese leve movimiento que indicaba el placer del bocado, expresión que no pasó desapercibida para el rubio cuando levantó su mirada para escucharlo—. Si, esta divino…—concluyó el griego con una ligera sonrisa—. No han perdido el toque después de todo.

—¿Qué trabajo? —indagó de nuevo, llevando otra porción de su plato a la boca, sin establecer contacto visual con el cliente.

—En estos meses he estado viviendo con mi hermano gemelo y su pareja, pero acabo de comprar una pequeña casa en el centro de la ciudad. Es algo antigua, lo único en buen estado es la habitación que estoy usando de oficina. Quiero convertirla en mi hogar y despacho legal.

—¿Quiere decir que dormirá al lado del trabajo? —investigó el rubio, subiendo su mirada para analizar a su cliente. Podía notarlo, algo no andaba del todo bien en él.

—No tengo nadie más quien me acompañe más que el trabajo, Shaka.

Hubo entonces minutos de silencio. Saga siguió comiendo su plato mientras Shaka estudiaba las señales que tenía en manos. Notaba cierta depresión, esa aura pesada que parecía cargar tras los hombros, como si un Karma le pesara hondamente. Veía su forma sobria de vestir, el entrecejo fruncido y el cómo parecía revivir un poco con cada bocado y sorbo de sus platos. De momento sintió que estar en ese lugar no había sido una casualidad y que esas elecciones premeditadas del griego tenían un objetivo. Pero este era difuso, y empezaba a incomodarle no poder adivinarlo.

—Sólo quiero un lugar cómodo para vivir. Nada extravagante, que me ayude a despejarme de las presiones aunque tenga la oficina al lado. Que sin importar que estén en el mismo lugar al pasar de una estancia a otra fuera como si hubiera dejando mi oficina a kilómetros de distancia. ¿Me comprende?

—Comprendo.

—Nunca he tenido paciencia para esas cosas. Eso de salir y buscar colores y demás no son de mi agrado. Estarás ocupado de todo ello.

—No hay problema. —Miró de nuevo al cliente, notando que ya acababa con su plato. Él había acabado con el suyo escuchando atentamente las instrucciones y los deseos para el nuevo trabajo—. Me encargaré de todos los pormenores. Le aseguró que obtendrá lo que busca. ¿Con cuanto presupuesto contamos?

—No escatimes, estoy dispuesto a pagar lo que sea. Confío en tu talento, me agradó como quedó el departamento en aquella oportunidad y ella estaba bastante complacida.

—Me satisface escuchar esas palabras. —Dejó los platos a un lado, secando con parsimonia la comisura de sus labios con la servilleta de tela—. Dígame la dirección y cuando está disponible para visitarlo y ver las dimensiones y el estado del lugar.

—Podemos ir ahora mismo, si lo deseas.

—Lamento tener que rechazar la oferta hoy en la noche. —Decidió hacerlo al verlo como algo no apropiado para su negocio—, pero mañana a las 8am estoy disponible.

—Bien, entonces será a esa hora. —Miró que ya el rubio buscaba la forma de retirarse—. ¿No me acompañará al menos un trago?

—Le dije que no acostumbro a tener velada con mis clientes, Sr. Leda. —Reforzó su decisión con una mirada seria. 

—Sólo un trago, tuve un pésimo día hoy, necesito relajarme.

—No soy psicólogo.

—¿En serio? —Levantó un poco el rostro para dibujar una tenue sonrisa en los labios delgados—. Porque mi ex esposa decía que parecía tener una habilidad casi innata para darse cuenta del estado de las personas.

Ciertamente la tenía. Por esa razón había notado la de él, aunque la turbación de toda su aura le hacía difícil concluir que era lo que tenía. Tomó aire para responderle.

—Ciertamente me gusta la psicología, pero no la ejerzo como profesión.

—Se dice que es una carrera apta para personas con un sexto sentido para desenterrar lo que los demás ocultas en sus palabras y acciones. —Hizo un ademan con su mano, cambiando ahora su cabeza para apoyarla en su otra mano.

—Quizás… yo pienso más bien que es el don de ser algo más observador. —Resignado volvió a acomodarse en la mesa, agudizando la mirada. Sí, el abogado no estaba para nada bien y algo en él se movió para “acompañarlo” esa copa que dijo, notando su interés para hablar.

—Para alguien amante de los detalles como tú, supongo que entonces tienes talento para la psicología.

—Así es… —Llamó al mesero y pidió esta vez un coctel suave—. Lo acompañaré con este coctel antes de retirarme, pero debe comprender que no se repetirá. —El mayor subió la vista, asintiendo.

—Te lo agradezco… Mira, tuve algunos problemas en la oficina, según mi cargo hoy tenía que atender el juicio de…

Llegó el coctel y Shaka lo bebía lentamente, escuchando la forma de hablar, el cómo le comentaba todo lo que había hecho en el día, qué le molestó, qué le incomodó, cada pormenor era hablado mientras pidió otro trago de Vodka y lo bebía cada tanto. Sus zafiros insondables indagaban detrás de cada palabra, bocetaba para él la personalidad de ese hombre, descubriendo puntos que podrían ayudarle a tener una idea del estilo que le agradaría para la decoración de su hogar, los colores, la forma… todo lo iba maquetando mientras, al mismo tiempo, veía miedos, dudas, cierta soledad palpable y visible al ver como sacaba todo como si necesitara hablar con alguien. Lo dejó hablar, con cierta pesadez en el pecho. Se encontró a sí mismo pensando en una cosa.

No te inmiscuyas…

No te compenetres…


Bajó su mirada, algo contrariado con esos dos pensamientos. Bebió otro sorbo, notando que la bebida se le acababa. Pero no podía abandonar la mesa, por mucho que colocara todos los pensamientos que él mismo tenía al respecto, no podía moverse del lugar. Era como si la necesidad de ese hombre, cual fuera, le estaba induciendo a quedarse allí a escucharlo. Terminó pidiendo un postre, cosa que hizo que el abogado subiera su mirada, un tanto sorprendido. Shaka ladeó su rostro a un lado, la esquivó, mientras esperaba la llegada de su pedido. 

—Me provocó… —Fue lo único que pudo responder el decorador ante esa mirada inquisitiva. De reojo pudo ver la sincera sonrisa de agradecimiento que le dibujó el abogado y no pudo evitar sentir un leve cosquilleo extraño en su interior. Ese que le hacía sentir cómodo, como si cumpliera, en algún recóndito lugar, algo que había quedado como un sueño sin cumplir.

—Agradezco tu compañía. —Pidió también un postre para sí—, y espero que tu pareja no se moleste por retenerte unos minutos más.

—¿Pareja? —preguntó el rubio algo desconcertado. Se había quedando pensando en la agradable sensación que tenía cuando alguien le agradecía haberlos escucharlos, cuándo el disfrutaba del solo oírlos hablar, y sentirse parte  de una solución en su vida que luego podría transmutar en colores y formas.

—Si… supongo que por eso rechazaste ir ahora a ver la casa.

Shaka levantó su rostro visiblemente contrariado y ladeó la mirada ante la evidente incomodidad. Podría decir que si tenía pareja y de esa forma cortar cualquier intención—de existir— por parte del abogado. Pero por otro lado no tenía mayores indicadores para pensar que existiera dicha intención. Carraspeando un poco, probó un bocado del postre recién servido.

—Ah, sí… Entiendo eso…—al final ni negó ni aceptó. Cosa que el griego notó.

—¿Tiene pareja?

—Quién lo escuche podría pensar que me está coqueteando —remarcó el rubio, cada vez más desorientado sobre el rumbo que tomaba la supuesta cita de negocios.

—Sólo quiero saber si soy el único dichoso soltero en la mesa —dijo con una cierta mueca que quizás se podría hacer pasar como sonrisa. Shaka se rió un tanto, relajándose con la respuesta y echó su flequillo con su mano a un lado. Tuvo que admitir que estaba actuando a la defensiva.
 
—Con esa expresión dudaría de su dicha. Debería disfrutar más de su estado —se encontró hablando más sueltamente—. No tengo pareja, digamos que soy algo… complicado. No todos pueden con mi carácter crítico y no todos cumplen mis estándares —explicó, moviendo un poco su derecha para acompañar sus palabras.

—Estuve mucho tiempo soltero, Shaka. Conocí una linda mujer, me casé y fracasamos sin cumplir siquiera los tres años —narró tomando una cucharada de su postre—. Hace dos años en mi mente no estaba el volver a atrás.

—¿La amaba?

—Me sentía bien con ella… pero al parecer no fue suficiente el sólo “sentirse bien”.

—Comprendo… pero no creo que sea retroceder o volver atrás. —El griego lo miró fijamente, esperando una explicación a esas palabras—. Las experiencias que se viven equivalen a nuevo conocimiento, y eso, a crecimiento, Sr. Leda—enfocó la mirada a su interlocutor—. Nadie vuelve a atrás, sólo pasan por una nueva etapa donde los conocimientos ya adquiridos podrán ayudarle a tomar mejores decisiones.

—Es una mejor forma de ver el fracaso.

—¿Sabe que piensa Charles Dickens sobre el fracaso? —El griego negó con su rostro—“. Cada fracaso enseña al hombre algo que necesitaba aprender”

El griego se sonrió tras escuchar esas palabras, una sonrisa sincera, incluso hasta relajada. Esas palabras decían todo lo que podría pedir para sí en ese momento.

El rubio terminó de comer su postre y debió admitirse desilusionado por no poder extender más la cena cuando ya las cosas habían tomado un ritmo cómodo para ambos. Buscar otra escusa para quedarse podría crear una impresión inadecuada.

—Debo retirarme, Sr. Leda. —Tomó nota de la dirección del inmueble—. Entonces mañana estaré a primera hora en el lugar. Que pase muy buenas noches y muchas gracias por la invitación.

—No, más bien gracias por quedarte unos minutos más. Meditaré en tus palabras. ¿No quieres que te lleve a casa?

—No… no es necesario—desvió de nuevo la invitación—. Puedo irme por mi cuenta. Buenas noches.

Se despidió, con otro apretón de manos que por extraño que le pareciera, creó una leve corriente estremecedora en la piel. Los zafiros observaron las esmeraldas por unos segundos, que se convirtieron en una verdadera eternidad. Por alguna razón que el mismo no pudo explicarse en ese momento, esos ojos verdes le crearon un magnetismo complicado de evadir. Le exigía que lo vieran. Que lo observaran… que se sumergiera en ellas…

Creyó escuchar un oleaje.

Un escalofrío recorrió su espina dorsal. Su respiración, imperceptiblemente, se hizo algo forzosa.

Esos ojos le llamaban, esos ojos le clamaban. Su garganta se secó al darse cuenta de lo que pasaba… Que todo aquello que veía turbio en el hombre era a causa de un oleaje de emociones aún encerradas, de una corriente que en su interior seguía moviendo tierra en el lecho marino.

Soltó la mano, deslizándola prácticamente por la del mayor, al darse cuenta que él tampoco lo quería soltar. Su corazón latía desbocado, por momentos sintió que las cosas estaban tomando rumbos insospechados que no debía pasar. Sin decir más dio media vuelta, y partió. 

Detuvo su paso en la parada del autobús, meditando en lo ocurrido. Sin poderlo detener dejó su vista fija en la mano que le había tomado, pensando en esa conversación, en la sensación. Movió su cabeza de lado a lado buscando despejar sus pensamientos. Respiró profundo y cerró sus ojos para ordenar sus ideas. Muchas veces ya había sentido la inquietud de ayudar a un cliente más que como decorador, como un consejero personal. No había dicho nada falso cuando habló de su gusto en la psicología y la actual situación de ese hombre le era magnética. Estaba tan encerrado que le inducía a hundirse.

No debes inmiscuirte…

Aquello resonó en su cabeza. Él mismo sabía que hacerlo era tocar terreno peligroso.

Llegó a su hogar después de una hora de viaje en autobús. Abrió su departamento, decorado con colores tierra y aire hindú, cómodo y pequeño. Al encontrarse dentro, deslizó su bufanda hasta dejarla en el sofá y se dejó caer aún abrumado. La sensación aún seguía palpable, y las razones preferían no pensarlas. 

Extendió su mano hasta un álbum de fotos que tenía siempre al alcance y donde estaban las fotografías de los lugares que había trabajado. Su portafolio le tranquilizó los pensamientos por un momento, mientras revisaba sus logros, sus proyectos ya realizados. Buscó y encontró el anterior trabajo que les había hecho, el aspecto hogareño y cálido que su mujer había instado imprimir en cada cuadro y arreglo. El recuerdo provocó un resoplo y subió un tanto la mirada para seguir despejando su mente que seguía trabajando de más.

Cerró sus ojos por un momento, para escuchara atentamente los palpitas de su propio corazón. Había trabajado con mucha gente en su vida, personas que pese a verlas mal no habían requerido su apoyo más que en el trabajo realizado. Otros más que habían sabido ganar su confianza y agradecieron su tiempo. Todos y cada uno de ellos, estaban dibujados en una libreta que guardaba celosamente al lado de la cama, y que solía tomar, de vez en vez. Los que apreciaron sus consejos se habían llevado un lugar especial porque sin saberlo habían alimentado algo que el rubio no podría cumplir aunque quisiera.

La psicología no era su profesión.

Dejó caer sus ojos hasta el librero, observando cada título que tenía organizado por colores y tamaños. Desde ensayos hasta estudios psicológicos, enciclopedias e investigaciones que él se encargaba de coleccionar. Entre ellos pudo ver una fila de libros en particular, pequeños, de longitud mediana. Eran libros de autoayuda, de autoconocimiento que tenían un valor primordial para él. Se quedó en absoluto silencio observándolo, recorriendo lomo a lomo los títulos y pensando en esa cena, esa noche, ese hombre que parecía guardar dentro de sí los tragos fuertes de la derrota. Vio con intensidad uno de ellos. Ya lo había leído.

No te inmiscuyas, Shaka…

—Sólo será un libro… —comentó para sí mismo, tomando una decisión al respecto. Se levantó para extender su mano y sacar el libro de su colección, mirando las letras doradas en la tapa, el titulo que le removía a sí mismo cosas del pasado.

Ya él estaba bien, no había nada que pudiera arreglar pero esa alma que vio en aquel hombre necesitaba con urgencia su mano… Y él no pudo evitar el entregársela.

Notas finales:

Espero les guste esta nueva propuesta, es algo especial para mi y bueno, ya la tengo algo adelantada. Espero sus comentarios. ^^

 

Capítulo Editado: 04 Mayo 2013


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