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Canción de cuna por starsdust

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Notas del fanfic:

Este fic funciona dentro de la línea cronológica de tiempo de la serie =)

 

 

Los tiempos estaban cambiando en el santuario. Después de algunos meses sin noticias sobre su paradero, Saga de Géminis fue declarado desaparecido. La persona que había sido asignada como ayudante del futuro patriarca simplemente se había desvanecido en el aire, dejando detrás un templo vacío.

Aioros sentía el peso de la responsabilidad cayendo sobre sus hombros con una fuerza imponente, y aunque estaba dispuesto a aceptarla, le inquietaba atravesar las doce casas y encontrarse con un ejército de guerreros que no superaban los diez años.

Volvía de la sala del patriarca de camino a su propio templo, cuando en el templo de Acuario Camus fue a su encuentro. Parecía haber estado esperando por él, y su expresión preocupada no tenía nada de infantil. Vestía su armadura dorada. A pesar de que la portaba con orgullo y ella se adaptaba a su cuerpo, Aioros seguía encontrándola demasiado grande para él.

-¿Has visto a Milo? -preguntó el acuariano con seriedad después de un breve saludo.

-¿Milo?

-Nadie sabe dónde se metió -murmuró Camus.

Aunque el pequeño mantenía su prestancia, Aioros podía ver que estaba tenso. Sus dedos inquietos toqueteaban los contornos de su armadura, y su voz levemente temblorosa lo traicionaba. Aioros puso una mano sobre su cabeza, olvidando que Camus no era demasiado afecto a ese tipo de demostraciones.

-Está bien, no te preocupes. Iré a dar una vuelta a ver si lo encuentro -dijo Aioros sonriendo. Camus asintió con agradecimiento, aliviado por la respuesta.

Dispuesto a poner manos a la obra de inmediato, Aioros se dirigió a la salida del templo, pero antes de alcanzarla escuchó unos pasos cortos que lo seguían, y la voz de Camus que le hablaba en voz baja.

-¿Puedo ir contigo?

Aioros se detuvo, y sin darse la vuelta extendió la mano hacia un costado, esperando pacientemente a que Camus se decidiera a acercarse y aceptara tomarla. Cuando Camus cedió fue que comenzó la tarea de búsqueda.

No había rastro de Milo en Escorpio, ni tampoco sabían de él en ninguno de los otros templos que visitaron. Sin embargo, Aioros se mostraba confiado. Tenía su propia sospecha, y un presentimiento que se volvía cada vez más fuerte cuanto más se acercaban al templo de Géminis. Sabía cuánto Milo adoraba a Saga, a quien veía como a un hermano mayor, e imaginaba que sería especialmente difícil para él aceptar su desaparición.

El templo de Géminis estaba aparentemente vacío. La noche estaba avanzada, pero el interior de la tercera casa se veía aún más oscuro que el cielo nocturno. La entrada parecía ser un portal hacia ninguna parte, la boca de un animal dispuesto a devorar todo lo que se le cruzara por delante.

Perdido en el medio de esa negrura, tal como Aioros lo había anticipado, estaba Milo. Escondiéndose en un rincón y disimulando su cosmos, podía pasar fácilmente desapercibido para muchos, pero Aioros pudo sentir su desasosiego aún a través del esfuerzo que hacía por ocultar su presencia.

Sin querer invadir violentamente su espacio, Aioros dejó que un cosmos cálido lo rodeara, iluminando tenuemente la oscuridad, y se acercó con lentitud al lugar donde Milo estaba acurrucado. Se mantuvo en silencio, esperando a que el propio Milo hablara, y le indicó a Camus que hiciera lo mismo.

-¿Saga no a volver? -preguntó finalmente Milo.

Aioros tomó esta pregunta como un signo de que podía acercarse más, y así lo hizo. Se arrodilló frente a él y vio que tenía el rostro enterrado entre sus brazos, que estaban cruzados sobre rodillas.

-No lo sé, Milo.

-¿Cómo que no lo sabes? -demandó Milo. Sonaba indignado, pero en ningún momento levantó la vista para mirarlo directamente-. ¿Acaso se fue? ¿Por qué nadie me dice lo que realmente pasó con él? No entiendo.

-No es que no quiera decirte. Es que no tengo la respuesta -admitió Aioros con tristeza.

-Quiero que vuelva -dijo Milo, luchando por no dejar que su voz se quebrara-. Me volveré más fuerte. Me portaré bien.

Aioros quiso pensar en algo que decir, pero ninguna palabra le parecía adecuada. Quizás solamente empeoraría las cosas. Milo se caracterizaba por ser alegre y enérgico, pero ahora no era más que un niño perdido que se sentía doblemente huérfano.

-Milo... -susurró Aioros, acariciándole el cabello. Milo sacudió la cabeza.

-Aiolia te tiene a ti -espetó Milo con un dejo de rabia-. Yo no tengo a nadie.

Sin darse por vencido, Aioros extendió sus brazos hacia Milo y lo atrajo hacia él. Durante el segundo antes de que sepultara su cara en el pecho de Aioros, Camus vio las lágrimas que surcaban las mejillas de Milo.

-Escucha -dijo Aioros, mirando furtivamente a Camus también-, yo no estoy solamente para Aiolia. Estoy para todos ustedes. Somos una familia, ¿entiendes?

-No es lo mismo.

Creyendo que los hechos hablarían mejor que las palabras, Aioros tomó a Milo en brazos y se incorporó, acunándolo con ternura como solía hacer con Aiolia cuando era más pequeño. Comenzó a recorrer poco a poco y sin apuro el camino de vuelta hacia arriba. Camus lo siguió en silencio hasta que llegaron al templo de Escorpio, donde Aioros llevó a Milo hasta su cuarto. Milo no parecía dispuesto a seguir con la charla; se escondió bajo las sábanas en cuanto tuvo oportunidad.

Al ver que Milo no estaba de ánimos para escucharlo, Aioros decidió dejar las cosas como estaban por el momento, hasta llegar a un acuerdo consigo mismo sobre cuál sería la manera de actuar más apropiada. Estaba evaluando cuál sería su próximo paso cuando escuchó la voz serena de Camus.

-¿Me puedo quedar un rato aquí? -preguntó con cautela. Una luz de esperanza se encendió en los ojos de Aioros.

-Si a Milo no le molesta...

Milo musitó su respuesta entre dientes, malhumorado.

-Me da igual.

La mirada segura de Camus convenció a Aioros de dejar las cosas en sus manos. Quizás hablar con alguien de su edad fuera lo que Milo necesitaba. Le hizo un gesto silencioso de aprobación y se retiró de la habitación con sigilo. Camus esperó a que estuvieran solos para hablar, y lo hizo con cierta timidez después de pensar muy bien sus palabras.

-No es cierto que no tienes a nadie... me tienes a mí.

-¿A ti...? -preguntó Milo, asomándose por debajo de las sábanas.

-Sí. Nunca estaremos solos... si nos tenemos los unos a los otros.

-¿En serio lo crees? -susurró Milo.

-Te doy mi palabra de caballero -Camus ofreció su mano y Milo la tomó, entendiendo que aquello era el símbolo del sello de un pacto entre los dos.

Sintiéndose más en confianza, Milo se decidió a revelar un secreto.

-Saga se fue. Pero quizás un día vuelva, ¿verdad? Por eso quiero ir a esperarlo a su templo, para que no llegue y lo encuentre vacío.

Al escuchar la confesión, Camus hizo una mueca de molestia y se cruzó de brazos. Era evidente que no estaba de acuerdo.

-No creo que vuelva -declaró-. Y tú tampoco lo crees.

La frialdad con que Camus hizo la afirmación le puso los pelos de punta a Milo. Aunque sabía bien que su amigo hablaba con la verdad, escuchar esas palabras era peor que recibir de frente uno de sus ataques.

-¡Mentira! ¿Además, por qué se iría...?

-No sé. Pero si ya no está aquí, entonces nosotros deberíamos continuar nuestras propias obligaciones. No puedes quedarte esperando para siempre. Eso solamente te detendría. Tenemos que convertirnos en guerreros que defiendan la paz y proteger el lugar que nos corresponde, ser fuertes.

-Sí... -dijo Milo, bajando la cabeza. Ahora estaba decepcionado de sí mismo. Muchas veces se esforzaba en demostrar que no era un niño con una armadura sino un guerrero como cualquier otro, pero ¿de qué valía si sus acciones no lo demostraban?

-Es tarde. ¿Vas a dormir?

-No puedo dejar de pensar.

Milo tenía el ceño fruncido. Le costaría mucho conciliar el sueño esa noche. Tenía demasiadas cosas sobre las que reflexionar. Camus adoptó él mismo una actitud pensativa, y luego de un rato se acercó a la cama para hablar en un susurro.

-Conozco algo que podría funcionar. Si no le dices a nadie.

La curiosidad asaltó a Milo, que se apresuró a asentir con la cabeza, prometiendo cumplir con las condiciones. Camus le pidió que cerrara los ojos, y Milo obedeció.

Entonces la escuchó. Una voz agradable y afinada como el canto de un pájaro llenó la habitación. Una canción que lo invitaba a dormir, aún cuando Milo quería aferrarse a la vigilia para poder seguir escuchándola. Pronto el sueño se llevó su voluntad junto con sus preocupaciones, y la voz se disolvió en sus pensamientos.

 

oOo

 

Los años probaron que Camus tenía razón, Saga nunca volvería a ese templo. Sin embargo, a veces al atravesarlo Milo sentía que el lugar no estaba del todo vacío. Parecía estar habitado por una presencia nauseabunda, que no guardaba ninguna similitud con la sensación agradable que irradiaba el aura del Saga de sus recuerdos.

Aunque Milo había crecido hasta convertirse en un joven fuerte y digno de su puesto de caballero dorado, alguien gallardo y con fama de temerario, cruzar ese templo aún le ponía la piel de gallina. A veces le parecía que demoraba demasiado tiempo en ir de una punta a la otra, como si las distancias dentro de ese recinto se alargaran misteriosamente. En aquellas ocasiones Milo deseaba en secreto que Camus estuviera cerca para tomar su mano, como cuando eran pequeños.

Muchas cosas habían cambiado. Milo ya no era un niño, y los labios de Camus tenían más que canciones de cuna para ofrecer. Pero aún así, cuando Camus visitaba el santuario desde la lejana Siberia, Milo le pedía a veces que le recordara los sonidos de aquella antigua melodía, antes de entregarse al sueño fundiéndose en su abrazo.


FIN.

 

Notas finales:

Gracias por leer =)


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