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¡Mátate! por Chat Noir

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Notas del capitulo:

Espero que les guste :) 

Existen citas al libro Conversaciones de Emil Michel Cioran.

Los personajes son de Maki Murakami.

 

Y estaba allí, escuchando la música a todo volumen desde el interior de la bañera; allí estaba con la puerta abierta, mientras las suaves notas de aquella melodía resonaban claramente entre cada frase y verso; allí estaba con una botella del whisky más barato –pues no tenía idea de los tipos de calidad en las bebidas alcohólicas-, un frasco de pastillas para dormir, una mirada perdida y una hesitación en proceso letárgico. Y es que sí, se quería suicidar, la típica idea de la que tantos psicólogos han sacado provecho, de la que tantos filósofos han comentado; una idea, una decisión; y estaba allí, en una duda catastrófica, en medio de tantos argumentos plausibles para suicidarse; una duda y todo se iba al carajo: ¿Por qué?

 

Pero recapitulemos, ¿quieres Shuichi?

 

Bien, su novio lo había engañado, mientras estuvo en Kyoto para la promoción del nuevo álbum basura por el que habían estado presionando tanto los productores y que al final fue un fracaso. Yuki, por quien había luchado tanto, lo engañó tantas veces cómo el tiempo le permitió; sabía con quienes, pero no sabía por qué y no quería saberlo. Se fue del apartamento y se instaló donde pudo. Riku fue a parar con la hermana de Eiri, después de todo, necesitaba una madre y ella era perfecta; iba a verlo de vez en cuando, no obstante, no era lo mismo. Ese es el primer punto.

Segundo, su ya mencionado nuevo álbum, un fracaso por el cual ciertas personas indeseables lo estaban molestando ¡Qué infamia!, que en realidad se veía venir.

Tercero, había sido regañado por aquellas mismas insoportables personas de manera tan vil, peyorativa e insufrible que no tenía ganas de volver a pisar NG records. Las despectivas burlas y confrontaciones, había provocado un cierto sentimiento de desarraigo total del mundo.

Cuarto, discutir con su mejor amigo y su familia por problemas muy triviales… y la gota que rebalso el vaso. Fuero típicas las discusiones, nada fuera de lo común, pero le hizo esbozar la idea.

 

Todo lo anterior ocurrido dentro de los últimos tres meses.

 

Hace dos horas que escuchaba la misma canción una y otra vez. Con la botella abierta, mas no consumida. Con las pastillas en su pequeño frasco medio anaranjado, desparramadas en la losa de la bañera. Con esos pensamientos dubitativos en su cabeza, rondando de forma fantasmagórica en la soledad interrumpida por la sonoridad de los parlantes. Tenía derecho a dudar, sí, sin embargo ¿Por qué lo hacía?

 

Rememoremos cada pensamiento: ¿Cómo había llegado ha ese estado? Pues, sí sentía que todo se estaba dirigiendo directo hacia la cañería, como restos de putrefactos de desperdicios y aguas servidas. Anodino. Traicionado. Perfecto, pero ¿Qué más?

 

Fracaso

 

Le dolía el fracaso, como a cualquier persona; no obstante esto era orgullo casi megalómano-narcisista, como el de cualquier artista. Había puesto todas sus fuerzas, lágrimas y cuerpo en realizar sus sueños, en no sucumbir ante el advenimiento de las penas más nefastas, que olvidó como afrontar el Fracaso. Con mayúscula, porque tomó forma y un ontológico ser que le hacía hesitar, era un doble opuesto de él. El Fracaso versus Shuichi. El Fracaso que le decía ‘¡Mátate!’. Dolor, macabra angustia. Y es allí que vino la idea, porque su deteriorado estado de ánimo bajó significativa y categóricamente.

 

Allí venía, nuevamente, la canción.

 

¿Qué pasaba si fallaba? Es decir, hasta en el intento podía fallar. Las pastillas podrían no hacer efecto, o podría vomitar el alcohol cuando al fin lo probara; también cualquier persona podría venir. Hiro, Eiri o el escandaloso de Claude. Hace dos días que no iba a trabajar y, hace un poco más, que Yuki lo acosaba con reiterativas disculpas. Una transacción de amor por orgullo; justo, creía –o tal vez la falta de compañía a la que se habían acostumbrado-.

En el caso de fallar, la prensa se enteraría, lo seguirían los paparazzis, le tendrían lastima por un tiempo, entrevistas de aquí para allá y rendir cuentas a todos; tiempo después, Tohma lo tomaría con sarcasmo, sus amigos y familia se lo reprocharían, lo tratarían como un niño inmaduro –cosa que así era-, sumándole una terapia que no serviría de mucho.

 

Allí estaba tratando de que sus dudas y preocupaciones se fueran pronto para acabar con el asunto. Suicidio, la salida más fácil.

 

En alguna parte leyó acerca del suicidio, no recordaba quién lo había escrito, ni cómo había llegado a tal, mas, ahora que las dubitativas posibilidad encendían su lado más intelectual, quería que la reminiscencia de esas palabras le dieran una respuesta rápida.

 

“Lo hermoso del suicidio es que es una decisión. Es muy halagador en el fondo poder suprimirse. El propio suicidio es un acto extraordinario. Así como llevamos, según Rilke, la muerte con nosotros, llevamos también el suicidio. El suicidio es un pensamiento que ayuda a vivir. Esa es mi teoría. Me disculpo por citarme, pero creo que debo hacerlo. He dicho que sin la idea del suicidio me habría matado desde siempre. ¿Qué quería decir? Que la vida es soportable tan sólo con la idea de que podemos abandonarla cuando queramos. Depende de nuestra voluntad. Ese pensamiento, en lugar de ser desvitalizador, deprimente, es un pensamiento exaltante. En el fondo nos vemos arrojados a este universo sin saber por qué. No hay razón alguna para que estemos aquí. Pero la idea de que podemos triunfar sobre la vida, de que la tenemos en nuestras manos, de que podemos abandonar el espectáculo cuando queramos, es una idea exaltante…”

 

¡Sí, sí! Todo lo que necesitaba. La canción sonaba otra vez y en su mano tomó un puñado de placebos para el sueño. Hermosas palabras, letales sin embargo, totales. Sacudió con suavidad la botella y dispuesto a caer, cual anacoreta, a contemplar su soledad entre la vida y la muerte en la bañera, exhaló lo que creyó era un suspiro. Ya era hora, pero algo lo atormentaba de nuevo y era deprimente.

 

“…Mientras puedas reír, aunque tengas mil razones para desesperarte, debes continuar. Reír es la única excusa de la vida ¡La gran excusa de la vida!... Reír es una manifestación nihilista, igual que la alegría puede ser un estado fúnebre.”

 

Maldito libro. La idea del suicidio era maravillosa –en aquel instante-, sin embargo, en el proceso hacia la muerte ¿Se arrepentiría? Es decir, rememoraría toda su vida y anhelaría lo que podría venir; o sea, se perdería de muchos momentos, penas, locuras y sobretodo, risas. Si tragaba esos medicamentos sería demasiado tarde ¡Qué agobiante! Dudas otra vez.

Suspiró en un acto de profunda reflexión ¿Cómo continuar? Su carrera estaba por lo suelos, tampoco volvería con Eiri, ya han sido muchos desdenes desde que partió la relación. No podía ver al mundo a la cara, se sentía avergonzado por todo lo que había sucedido. No podía ver a Hiro a la cara, ni a Riku, ni a nadie. Tenía miedo de exponerse y extrovertirse ante los otros.

 

Frustración.

 

¿Cuáles eran sus sueños ahora? No tenía ninguno, sus fantasías, ilusiones tan muertos como el quería estar. Fracasaron de forma tan melancólica, su propio y solemne Spleen de una vida de deseos frustrados ¿Será esa una de las razones por las cuales decidió terminar con su vida? No sueños. No vida. Él, en realidad ¿Quería seguir? ¿Cómo? Era la hesitación más grande.

 

Suspiró profundamente otra vez. Reflexiones.

 

Se levantó, sin los ánimos ni la convicción que solía tener. Todo era distinto. Quería suicidarse. Le colocó la tapa al whisky barato, tiró las pastillas a la basura, salió del baño y apagó el reproductor.

 

Suspiró, una vez más y miró el balcón. Si corría y daba un salto hacia el vacío sería más rápido. Que estupidez.

 

«Por algún motivo, el suicidio siempre es atractivo» una voz por detrás le hizo salir de sus absurdas cavilaciones ¿Qué hacía él allí?

 

«Una vez leí que saberse capaz de controlar tu vida, de saber que puedes acabar con todo cuando se te dé la gana, es exaltante, inquietante y extraordinario» sonrió en forma grata «… ¿Cómo entraste?»

 

«Estaba abierta, al parecer querías ser salvado» comentó, algo agradecido de que la puerta le hubiese permitido entrar.

 

«Puede ser… Oye, ¿te quieres quedar? Sabes que siempre me ha agradado estar contigo» preguntó con entusiasmo y miró el mini berrinche que hizo, de aquel excéntrico personaje, mientras le enseñaba el peluche rosado «… Y con Kumagoro también» agregó cándido dirigiéndose a cerrar el umbral hacia el exterior, al cual seguía temiendo.

 

Un día, que excelsa y magnifica oportunidad para acabar con los dudas agónicas de las posibilidades infinitas entre la vida y la muerte.

 

Ryuichi le preguntó si quería salir en vez de quedarse entre tanta penumbra y aflicción.

 

No, fue su concluyente respuesta, con un ánimo enclaustrado, rayando en la porfía. Un simple No y el extravagante hombre sonrió flemático.

 

Tenía miedo de salir, sentía que una creciente agorafobia que se apoderaba de su delgado cuerpo. Y, aún, tenía muchas ganas de suicidarse, sin embargo, lo retrasaría por un tiempo, por lo menos, por un lapso en el que sus nauseabundas dudas se envanezcan como los suspiros que emitió durante esa jornada; por ahora viviría, lo más que se pueda, hasta que la idea se le cruce otra vez por su mente y como una batahola dispuesta a no callar, arremeta con fuerza despiadada hasta convertirse en el sopor  de esta perífrasis tan insensata. 

Notas finales:

Sí, Shuichi no se mató, por ahora. 

Espero que lo hayan disfrutado y ojalá dejen mensajes ^^

 

Besos! 

Chat Noir


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