El agua helada se clavaba con constancia y capricho sobre mi espalda desnuda. Pero eso no era lo que verdaderamente me estaba jodiendo, literalmente. Sino la palpitante erección que poco a poco iba bajando a reacción de la temperatura en la que obligatoriamente estaba sumergido.
Mis ojos estaban clavados en el suelo, a una distancia de dos metros, donde apenas me atrevía a ver sus pies. Verán, hace unos minutos, él me estaba dando el mejor placer que un hombre puede tener. Pero, como se podrán imaginar, algo salió mal.
—Tsk.
Me estremecí por un terrible escalofrió.
Las esposas que doblegaban mis manos hacia atrás estaban tan apretadas a mis muñecas, que tan solo tratar de zafarme de ellas me las rompería; el azulejo en el que mis pies estaban era tan resbaloso por el jabón líquido, que a un solo paso caería; y el dolor era tal que me impedía la habilidad de gritarle que se fuera al carajo.
Tras veintiséis minutos en esa tortura física, el arrullante sonido de la llave de la regadera cerrarse, me hizo suspirar con cansancio.
— ¿Lo harás de nuevo? — se atrevió a preguntarme con un tono ridículo de burla.
No le respondí. No tenia porqué hacerlo. Apreté mi mandíbula y baje mi rostro, tapándomelo con mis cabellos.
—Mhn. Perfecto.
Nunca vi venir aquella reacción.
En un parpadear, ya estaba sobre los azulejos, completamente dolido por su patada. Habia azotado contra la pared y desplomado sobre los restos del agua que caía de la regadera. Golpe bajo. Demasiado, incluso para él.
Mi estómago se contrajo al tragarme un grito, y mi visión estaba tan grave que solo lograba distinguir puntos negros. Mi hombro izquierdo, que fue el que recibió el golpe, al tratar de moverlo crujió. Estaba zafado. Maldita sea. Formé puños con mis manos, y gorgojé desesperado al sentir de nuevo como el agua helada empezaba a azotarme, ahora con más presión.
Rendirme no era una opción. Era una orden silenciosa.
Pero no se quedó para admirarme en ese estado. Eso tampoco me lo esperé. Porque sin importarle, dio media vuelta y salió del baño, cerrando la puerta tras sí. Probablemente sonriendo.
Yo, realmente me quería morir. Quería que todo eso terminara. Estar en ese infierno helado, y pegajoso era peor que ser golpeado múltiples veces por él. El no poder moverme, gritar...
¿Qué más podía intentar si no caer en la inconsciencia?
Apreté más los puños que escondía tras mi espalda, y de las pocas fuerzas que tenía en lo más profundo de mí ser, levante mi cabeza para dejarla caer con precipitación. Quería lo que fuese para desconectarme de la realidad. Una realidad cruel, dolorosa y solitaria.
Lágrimas, y más lágrimas eran parte del río que cubría mi rostro. Pero, ¿Quién podría alguna vez, notar que soy tan débil y sensible? ¿Qué no soy un muñeco más en su colección? ¿Qué deseo vivir?
Entonces, la ironía: A pesar de todo eso y más,... No puedo vivir sin aquel bastardo.
No recuerdo a partir de qué golpe, fue que caí del cansancio ó de la depresión en la subconsciencia. Sólo recuerdo que ninguna parte de mi cuerpo podía escaparse del inmenso dolor en el que estaba, ni un pequeño rincón de mi mente.