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Espiando en el desván por LadyHenry

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Notas del fanfic:

Fruto de un reto para ambientar algo de corte provinciano.

 

Paquita era una mujer sencilla, muchos pensaban que era simplona, pero ella siempre supo que la gente enredaba las cosas para que parecieran complicadas, cuando en realidad todo solía estar muy claro.

Había salido de su pueblo a los catorce años, después de acabar el colegio, para irse a vivir con su tía Amparo a la ciudad, la ayudaba en su trabajo de cocinera en una casa de gente de clase alta.  Paquita se adaptó bien, al principio le chocaban muchas cosas, pero aprendió rápido que la gente no solía actuar como cabía esperar, y sin darle más importancia, sabiendo que en esos temas era mejor callarse, aprendió también a ser tolerante.

Cuando Paquita le dijo a su tía que iba a casarse con su patrón, la mujer se sorprendió un poco, y luego le preguntó qué iba a querer de menú para la boda. Amparo se dio cuenta de lo mucho que le gustaba su sobrina a don Eustaquio, pensó que después de cinco años viudo era bueno que volviera a casarse. No hubo manera de convencer a Amparo para que dejase de trabajar, no pensaba vivir a costa de su sobrina, había trabajado toda su vida, renunciando a casarse y formar una familia por tener libertad, sobre todo para estar al lado de Emiliana, el ama de llaves que la había contratado, de la que se enamoró en su primer día de trabajo. Le había costado mucho que Emiliana cediera, era una mujer estricta y religiosa, pero como toda buena católica estaba preparada para aceptar pecar en secreto.

Un año después de casarse, Paquita daba a luz a dos varones mellizos. Álvaro y Miguel, que se convirtieron en la alegría de la casa, ya que los otros hijos de Eustaquio  se habían casado y tenían sus negocios, apenas aparecían a visitarlos, cosa que apenaba mucho a Paquita, no le parecía bien que Eustaquio no viera crecer a sus nietos.

Cuando Vicente, el primogénito de Eustaquio, se divorció, se armó un escándalo. Fue Paquita la que consiguió calmar a su esposo, diciéndole que debían hacerse cargo de su nieto Rafael, no quería que el niño se quedara con Patricia, una mujer  que se había marchado con otro hombre por dinero no era una buena madre.

Así crecieron juntos los mellizos y Rafael, que era tres años mayor. Se llevaban de maravilla, Álvaro era el consentido de su hermano y Rafael, siempre se salía con la suya, con una caída de pestañas y una sonrisa los hacía ceder, tenía aspecto de querubín, su pelo ensortijado y castaño y sus grandes ojos azules eran la debilidad de Paquita, el niño se parecía mucho a su hermano pequeño, al que había sacado del pueblo para que estudiara, sin embargo a Ezequiel lo que le gustaba eran los caballos, así que se empecinó en trabajar como mozo de cuadras mientras ahorraba para estudiar veterinaria, al igual que Amparo se rehusaba a ser un mantenido.

Miguel se parecía más a su madre, y era el ojito derecho de Eustaquio, un niño muy estudioso y observador, acabó por convertirse en el confidente de Rafael. El orgullo de su padre aumentó cuando le presentó a su novia, anunciando que se casarían en cuanto acabara la universidad. Paquita estaba muy contenta, Luciana le parecía una buena niña, estaba segura de que cuidaría bien a su hijo. Sin embargo Paquita estaba algo contrariada porque ninguno de los otros varones de la casa encontraba pareja. No entendía cómo unos muchachos tan sanos y guapos no conseguían arrejuntarse.

Eustaquio por su parte estaba muy preocupado por su hijo mayor, Vicente debería haber buscado una chica que ejerciera de madre con Rafael, Paquita le decía que con ella y Amparo tenía suficiente, pero como hombre respetable no quería que su hijo fuera por ahí haciendo el tonto,  usando a muchachas de mala vida para desahogarse.

Paquita no pensaba que Vicente fuera un putero, pero un día que regresaba con Amparo de comprar se llevó un susto. Habían tenido que adelantar su vuelta porque se había puesto a llover a cántaros. Al llegar escuchó unos ruidos en el desván, llamó a Emiliana y a su tía para que avisaran de que había ladrones, a esa hora no solía haber nadie en la casa, salvo el jardinero. Pero Emiliana prefirió averiguar qué pasaba antes de avisar a nadie, estaba segura de que sería Alvarito haciendo alguna de sus trastadas.

Por si fuera su pequeño, Paquita subió, le gustaba reñirle ella misma cuando no se comportaba bien, ya estaba mayorcito para dejar las niñerías  atrás, tenía que empezar a ser más caballeroso y responsable. Decidida a pillarlo fue sigilosa, apenas hizo ruido cuando llegó a la puerta del desván. Nunca pensó en que se equivocaría del todo, no era su hijo el que estaba allí, ni tampoco eran ladrones. Era su hermano Ezequiel montándose a Vicente.

Estaban echados en el suelo de madera, sobre un montón de mantas viejas. Lejos de asustarse Paquita  acercó un banquito para mirar mejor por la rendija, no le daba vergüenza mirar a su hermano, ya lo había visto tocándose cuando eran unos chiquillos adolescentes, sabía que iba a escondidas al cobertizo de la leña para meneársela, también vio a su amiga Mariana mamársela, eso sí que la había sorprendido, nunca pensó en que tuviera que hacerse con la boca, más tarde Mariana le explicaría. Habiendo visto todo eso Paquita no apartó la mirada al ver a su hermano con otro hombre, tenía curiosidad por saber cómo lo hacían.

Ezequiel tenía a Vicente bien abierto de piernas, puesto en  cuatro, mientras lo agarraba de las caderas para darle duro. Paquita sonrió al ver que era bien fácil meterla por el culo, entraba y salía sin problemas y a Vicente bien que le estaba gustando, se pegaba más y se ponía en pompa para facilitar el movimiento. Estaban haciendo ruido, Paquita nunca había oído a su hermano gemir tanto, se ve que le gustaba más eso que lo otro, y  Vicente hacía traquetear la banqueta que tenía delante para alzarse.

Al ver que tardaba tanto Amparo subió. Cuando se encontró a su sobrina encaramada al banquito espiando suspiró, siempre había sido una chica muy curiosa. Se acercó halándole del vestido, asustándola.

-Tía ¿qué hace? ¿Quiere matarme del susto?

-¿Qué haces tú niña? Hace rato debías haber bajado.

Paquita sonrió sintiéndose como la niña revoltosa que recibía regaños de su tía y su madre a todas horas.

-Hable bajo que nos oyen.

-¿A qué tanto secreto?

-No quiero que se entere  Eustaquio, se muere del disgusto o nos los mata tía.

-¿A quién niña?

-A mi hermano y su hijo.

-¿Alvarito?

-No tía, su hijo Vicente.

-¿Qué pasa con Vicente y Ezequiel?

-Están fornicando.

-Niña bájate de ahí, deja de espiarlos.

-De eso nada, quiero ver cómo lo hacen.

-Pues cómo lo van a hacer sino dándose por el culo...

-Ya tía, pero una cosa es decirlo y otra verlo, ande suba pa' que vea.

-Niña qué dices.

Pero Paquita la tomó del brazo y la subió.

-Ay dios santo, pero qué animal es el Ezequiel, le va a dejar el trasero como un abrevadero.

-Pues a Vicentito parece que le gusta duro-sonrió Paquita mirando maliciosa.

-Paquita no seas descarada.

-Mire tía ahora lo pone de pie... vaya lo agarró del cabello.

-Querrá cambiar de postura, anda vámonos.

-Y tanto, ahora sí que se lo puede manosear bien. Mire, le besuquea el cuello mientras se la va cascando, y el muy consentido se restriega para que  siga dándole.

-Pero Francisca...

-Las que se echan las manos a la cabeza cuando se habla de maricones deberían ver esto.

-¿Para que se mueran de un infarto?

-No tía, aunque no niego que a alguna pudiera darle un jamacuco. Para que vean lo bien que se lo pasan, los hombres sí saben disfrutarse. Mírelos ahí, sin nada de ropa, sudando como jabatos, se comen  enteritos y no se paran con vergüenzas. A mí me vino a dejar Eustaquio quitarme el camisón en el embarazo.

-Pero a la criada bien que la desnudaba, antes de volver a casarse.

-Y  después también tía, que no soy tonta.

-Ya lo sé hija, tú bien que te gozas al jardinero.

-Y lo seguiré haciendo mientras la salud me lo permita.

-De esto ni una palabra a nadie.

-Por supuesto que no tía, no quiero que Eustaquio armé la de dios.

-¿Tú crees que lo descubra?

-Qué va, si se piensa que usted y Emiliana son dos solteronas, ni tantito sospecha que están juntas y bien revueltas.

-Niña por favor...

-Descuide tía, en esta casa cada uno que haga lo que quiera, y yo que lo vea.

-Vale ya, que se ve que acabaron y nos van a descubrir.

Esa tarde Paquita no era la única que espiaba a Vicente y Ezequiel. Su hijo Alvarito y Rafael también los vieron, quedando bastante sorprendidos. Rafael estaba demasiado alterado al ver a su padre en esa situación, pero Alvarito, como buen hijo de Paquita no se preocupó porque su hermanastro y su tío fueran maricones, estaba demasiado entusiasmado y cachondo, tenía que aliviarse.

 


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