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El samurái y la bestia por Novata

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Notas del capitulo:

 

 

Los personajes de Slam Dunk Y Slam Dunk no son míos, pertenecen a su autor, Inoue-san X3

 

Es un fic yaoi y no tiene nada que ver con la trama original del manga, solo utilizo a mis personajes favoritos!

 

Dialogo: -"…."

 

Pensamiento: "…"

 

 

CAPÍTULO I

-¡Hitoshi….Por favor no lo hagas! Suplicaba una mujer joven, tirada en el suelo…Su largo y sedoso cabello negro se esparcía sobre su kimono manchado de barro y lágrimas.

Sus manos sucias apretaban dolorosamente las piedras que yacían a su lado. Sus ojos negros, llenos de lágrimas y de impotencia, observaban aquel hombre erguido y deshonrado, avergonzado de su propio destino.

-¡Déjame mujer! ordenó con una voz firme. Su espada yacía en su regazo mientras que él lucía impecable su traje de samurái.

La noche oscura los envolvía a los dos, fría como la respiración de aquel hombre, ansiosa y cruel al ver el trágico destino de aquella mujer.

Frías gotas empezaron a caer de un cielo desnudo y negro, chocando parcamente contra la tierra y contra aquellos dos individuos.

El hombre le dio la espalda y se dirigió decidido hacia el denso bosque, impasible delante de la pesada lluvia que parecía llegar en el momento oportuno. Caminaba lento pero seguro de que la mujer no iba a insistir más… Caminó por la línea rota de su destino, acompañado de su testigo, la luna silenciosa y blanca como la hoja de su espada.

La mujer seguía tirada en el suelo, su mano reposaba ahora sobre su mejilla hinchada donde momentos atrás el hombre le había abofeteado.

No podía hacer nada, como iba ella, una mujer, impedir a aquel hombre, su propio marido a cometer seppuku. Como iba seguir adelante sin aquel hombre, sin ningún tipo de apoyo. Como iba ella, sola, cargar con aquel cruel destino que le atormentaba.

Se levantó como pudo, su estrecho kimono y la fuerte lluvia le impedían el movimiento. Se cayó al suelo numerosas veces, se levantó y volvió a caerse, cansada, desesperada. Su cabello negro chorreaba agua y se le pegaba a su hermosa cara.

Después de una lucha que parecía desesperante a cada minuto que transcurría y a cada gota de lluvia que caía, la mujer consiguió encontrar el camino que el propio hombre había trazado con sus enormes pasos… Anduvo durante interminables minutos mientras que su respiración se convertía en jadeos entrecortados; su visión ya nublada por la lluvia, vacilaba de vez en cuando…Sus piernas se doblegaban a causa del cansancio. Pero aquel sentimiento, aquella atroz desesperación la empujaban a llegar a aquel hombre antes de que ocurriere lo que ella había inútilmente temido.

En su extenuante e interminable andar la mujer se percató de un destello a su izquierda, donde el camino se despejaba de su fauna y se sumergía en la hechizadora luz de la luna.

Aquel destello había desaparecido casi al mismo tiempo en que apareció pero la mujer consiguió verlo y mientras se iba aproximando, vio como la figura de hombre sentada en el suelo se dibujaba frente a ella. Siguió aproximándose, poco a poco, y gracias a la tenue luz que le ofrecía la luna, pudo comprobar de que se trataba de su marido.

-¿Hitoshi?, se atrevió a preguntar la joven mujer con una voz trémula, temerosa de que su pesadilla se hubiera convertido en realidad.

El hombre seguía silencioso, su espalda miraba fríamente a aquella mujer que se aproximaba cada vez más insegura y nerviosa.

-¿Hitoshi? volvió a preguntar la mujer, su mano temblorosa posándose sobre el hombro del callado hombre.

El ligero contacto de su mano mojada con el hombro, hizo que la cabeza del hombre se despegara de su sitio y rodara hacia sus piernas. La mujer se congeló al instante… Sus ojos recorrían la escena y se fijó en la espada clavada en el estómago de su hombre… Su mano que estaba apoyada en el hombro del muerto se deslizó lentamente como si no pudiera creer lo que presenciaba. Sus piernas perdieron fuerza y su cuerpo entero cayó al suelo mojado donde la sangre del hombre se mezclaba con el barro y la lluvia.

Sus ojos llenos de ásperas lágrimas se quedaron mirando fijamente la espalda del hombre que fue una vez su marido, mientras que de su boca salía una y otra vez el nombre de su amado.

Si no hubiera estado tan encismada, se hubiera percatado de la figura misteriosa que se encontraba detrás de ella, colocando una espada ensangrentada en su vaina y finalmente alejándose rápidamente del lugar del crimen…

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Manoko era una joven mujer, a punto de dar luz a su primer hijo. Ella y su marido no podían estar más felices. Era una de las muchas familias que vivían en un pequeño pueblo, llamado Hôsho, situado en uno de los lugares más montañosos de Japón.

Era el típico pueblo tradicional japonés de finales del siglo XVIII. Sus habitantes vivían de su propia agricultura y de la caza y preferían mantenerse apartados de la civilización.

La mayoría de los samuráis, aquellos guerreros honorables, leales y defensores de su nación, vivían en aquellos pueblos de Japón. Hôsho abundaba de estos grandes guerreros; ellos se convertían en maestros y en modelos a seguir para los más pequeños.

Los muchachos aprendían las artes de las armas, la lealtad y el honor a edades muy tempranas. Aquel pueblo se sentía muy orgulloso de tener unos aldeanos tan honrados y humildes.

Los padres enseñaban a sus hijos que era honroso morir en combate y defendiendo la patria. En definitiva, Hôsho era el típico pueblo tradicional y conservador con sus tradiciones y costumbres. Pero como muchos pueblos de Japón, Hôsho empezaba a desconfiar de aquel mundo occidental, que empezaba a imponer "su modernidad", sus valores e incluso sus nuevas armas de fuego.

Manoko estaba sentada tranquilamente en la terracita de su casa de madera, con una taza de té humeante en sus manos, y observaba como los pequeños muchachos practicaban sus pasos de artes marciales en compañía de sus profesores, los samuráis. El hombre con quien le obligaron a casarse y de quien irremediablemente cayó profundamente enamorada también era un samurái… Incluso se atrevería a decir que era el más fuerte de todos los que se encontraban en Hôsho.

La mujer no distinguía muy bien las caras de los pequeños que se encontraban a bastante distancia de su pequeña posada, pero veía perfectamente como numerosas figuras se movían con sincronía sobre el pasto verde de aquella colina.

Para Manoko, aquellos movimientos hermosamente sincronizados se convertían en un baile elegante y al mismo tiempo en un baile lleno de fuerza y de orgullo. Observar aquellas clases mientras el imponente sol bajaba lentamente hacia su nido, transmitía una sensación de paz y calma. Y la mujer no pude evitar lamentarse del destino de aquellos pequeños muchachos, que con sus bailes elegantes estaban predestinados a luchar y morir en las numerosas e interminables batallas.

Sobre todo en aquella época, cuando el conflicto entre el mundo urbano y el mundo rural de aquel país se volvía más tenso e irremediable.

Para aquella mujer moderna de espíritu, en aquel mundo sumergido en las tradiciones y en las viejas credencias, era innecesaria tanta violencia…. Deseaba parir a su hijo en un entorno más pacífico y harmonioso. Pero sabía que su sueño no se iba a convertir en realidad, sobre todo después de la reunión que tuvo lugar hace dos noches entre los jefes de los pueblos de aquella región… Se podía respirar a cada movimiento el tenso ambiente que rodeaba los aldeanos, hasta los más pequeños sentían como sus padres y sus vecinos se tensaban a cada minuto que transcurría.

Manoko recordó con mucha discrepancia aquella reunión que tuvo lugar hacia dos días entre los guerreros.

Recordó sobretodo el famoso monologo de uno de los jefes.

-"Pueblos como el pueblo Hôsho siguen con sus tradiciones y sus costumbres, y lo seguirán haciendo mientras no nos derrumbamos frente a la amenaza occidental. Observamos como las ciudades de este país se transforman en bulliciosas hormigueras, o modernas como dicen "ellos”, para finalmente convertirse en meras réplicas del mundo occidental, ¡para convertirse en aquellas naciones que quieren invadirnos! Los líderes de nuestro Japón, incluso nuestro propio emperador, intentan introducir aquellas tradiciones extranjeras en las nuestras, borrando en el proceso nuestras propias costumbres, costumbres que han construido nuestros antepasados durante siglos. Ahora nuestro enemigo es mucho más poderoso; ahora nos enfrentamos, no solamente al invasor extranjero sino también a nuestros compatriotas, a nuestros hermanos cegados por el cebo de los extranjeros, que intentan conquistar estos pueblos, los verdaderos pilares de Japón. Desgraciadamente, varios pueblos han sucumbido ante las armas extranjeras proporcionadas a nuestros semblantes, los que sobrevivieron la masacre se encuentran hoy entre nosotros o en otro de los muchos pueblos deseosos de salvar a nuestra honorable nación. He aquí otro de los temas que nos preocupa; estas armas, como sabe la mayoría de vosotros, aquellas armas escupen fuego y proyectiles a una velocidad vertiginosa que perforaría la cabeza de un caballo de un cuajo. Estos datos no deben en ningún caso extinguir nuestra defensa, ni nuestra confianza en nuestras propias armas, al contrario nuestra sangre se alimenta de nuestro honor y de nuestro coraje de nuestros antepasados y nuestras espadas triunfaran como lo han hecho las espadas de nuestros antepasados…".

Un largo y suave suspiro escapó de entre los finos labios de la bella mujer. Manoko se preocupaba por su marido como la mayoría de las mujeres del pueblo. Las armas de sus enemigos parecían horrorosas y amenazaban de quitarles a sus hombres. Dentro de una semana, partirían a la batalla contra un pequeño ejército enemigo que se acercaba peligrosamente a sus pequeñas aldeas.

Manoko deseaba que su marido viera nacer a su hijo antes de partir al combate y estaba segura de que su deseo se cumpliría. Sentía como el pequeño ser se revolcaba en su estómago, agitado y deseoso de salir de aquel nido maternal.

- "Ya falta poco", le dijo la mujer sonriendo mientras acariciaba delicadamente su enorme barriga.

Pasaron las horas y el sol había desaparecido por completo sin embargo la joven seguía sumergida en sus pensamientos tanto que no se percató de una gran silueta que se le acercaba sigilosamente. La mujer, que parecía pensativa, giró la cabeza al percibir un ligero sonido. Se asustó al principio pero rápidamente una sonrisa alegre adornó sus labios mientras aquel hombre se sentaba cansado a su lado.

-"Ya estoy en casa", dijo con una voz ronca y varonil.

-"Bienvenido Sora-sama, ¿deseas cenar ahora o prefieres que te caliente el agua para bañarte?"

-"Estoy hambriento, me comería un caballo ahora mismo," dijo el hombre mientras observaba como su mujer se levantaba dificultosamente y se dirigía silenciosa a la cocina.

Manoko había preparado la pequeña cena hacia unas cuantas horas, pero su marido le gustaba que el pescado y el arroz fueran siempre calientes. Pero a ella, desde siempre le había gustado tomar la comida fría.

-"Manoko, no hace falta que calientes la comida…".

 Sabía que su mujer se demoraría demasiado pensando si debía calentar o no la comida pero aquella noche el hombre no estaba dispuesto a esperar que la mujer tomara una decisión poco crucial.

 -"Manoko…”

-“¿Sí?” preguntó la mujer mientras seguía sirviendo la cena.

-“Hitoshi-san ha muerto… Su mujer queda desterrada y tendrá que cargar con su humillación… No quiero que le dirijas la palabra de hoy en adelante… ¿Entendido?"

La orden seca y estricta de su marido no dejaba lugar a replicas. "Que cruel es…" pensó la mujer mientras acariciaba inconscientemente su voluminosa barriga.

Era la mejor amiga de la mujer del deshonrado samurái. Se conocían desde siempre y ella siempre había sido como una hermana mayor para su amiga….

Y ahora la desgracia que cayó encima de su mejor amiga , imaginándola sufrir…sola…sin que nadie la apoye, convertirse en la vergüenza del pueblo y ella que le había prometido nunca dejarla sola…ahora tenía la obligación de alejarse de ella. Así lo ordenaba su marido y así lo había impuesto el pueblo. Y encima le prohibieron el suicidio a su mejor amiga…

Unas lágrimas saltaron de sus hermosos ojos azules…

-"¿Y si fuera yo… y si nosotros tuviéramos…?" murmuró indecisa.

-"¡¿De qué estás hablando mujer!?" preguntó rudamente el hombre.

-"¿Y si también nuestro hijo naciera maldito…y si nuestro hijo nace también con el pelo rojo…el pelo del demonio?"

-"Lo mismo que la familia Sakuragi… El hombre y el resto de la familia tendrá que quitarse la vida como castigo, la mujer tendrá que cargar con el destino de la familia… criar a un demonio de pelo rojo…"

"¡Qué injusto!" pensó la mujer, lamentando la desafortunada situación que estaba pasando su mujer amiga…No…No, ya no más “mejor amiga” sino la desdichada Sakuragi.

TBC

Seppuku: quitarse la vida

Notas finales:

Hola a tod@s, soy novata por aquí :D espero que les guste este prólogo, pero tengo que decir que este fic lo he escrito hace ya bastantes años y lo he tenido aparcado hasta hace poco y por fin decidí acabarlo (y mejorarlo)!!!

 

Hasta la próxima!


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