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Si no nos tenemos por Lau Black

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…porque por más que nos duela ya nos duele menos que cuando nos duele cuando estamos lejos… porque por más que nos duela más duele, si no nos tenemos…

Diego Martín

 

 

 

Si no nos tenemos…

 

 

Jueves, 29 de julio

Quedan tan solo dos días para el acontecimiento social más esperado de todo el año: el cumpleaños de nuestro Héroe nacional, Harry Potter.

Desde el fin de la Guerra hace ya ocho maravillosos años, nuestro Héroe celebra su cumpleaños por todo lo alto, con la ya tradicional fiesta de disfraces. Por desgracia para muchos, solo están invitados los más allegados a él, pero no os preocupéis queridos lectores que esta cronista se encuentra entre los afortunados que reciben invitación y os contará con todo lujo de detalles lo ocurrido en dicha fiesta.

 Otro de los incentivos que tiene esta fecha, aparte de ver como nuestro Héroe se convierte en un hombre cada vez más apuesto y solicitado, es el tema de los disfraces. El año pasado, la mayoría de invitados optó por emular al Panteón Griego, y dos años atrás les dio por ir de Piratas. ¿Qué moda tocará este año? Esta cronista lo sabe, pero no piensa  privar a los lectores de su placer más deseado: el cotilleo.

Así que queridos lectores, tenéis por delante dos días para elucubrar cuales serán los disfraces que se lucirán este año y para felicitar a Harry Potter por su vigésimo sexto cumpleaños.

 

Luna Lovegood

El Quisquilloso

 

 

Con una sonrisa en sus labios, Harry cerró el periódico y le dio un trago a su café. Le divertía ver que su cumpleaños tuviera tanto tirón mediático, y los periodistas sabían sacarle provecho. Todos los años era lo mismo, y a veces aún se sorprendía de todo el jugo que la gente sacaba de una simple fiesta de disfraces a la que solo acudían como mucho cincuenta personas. “Es morbo, Potter. A la gente le interesa saber todo lo que ocurre con la gente famosa, y perdona que te lo diga, pero tu lo eres”. A Draco Malfoy parecía encantarle restregárselo siempre que podía, aunque no lo hacía con mala intención.

Y hablando de Malfoy, este aún no parecía tener ánimos de levantarse.

Era curioso como la guerra les había cambiado a todos. Por circunstancias horribles, se habían visto obligados a madurar demasiado deprisa y ver como por una decisión, se pasaba de ser niño a hombre. Ese cambio no lo habían notado tanto Harry y sus amigos porque prácticamente desde que entraron en Hogwarts, se habían enfrentado a cosas que ni sus compañeros habían imaginado nunca, pero hubo otros que si lo notaron con fuerza, como fue el caso de Draco Malfoy.

Tener sobre sus hombros el peso de la vida de sus padres, lo obligó a madurar rápidamente. Por culpa de unos ideales inculcados prácticamente desde la cuna, tomó decisiones que le marcaron. Instado por su padre, tomó la marca y entró a formar parte del círculo interno de Voldemort. Se arrepintió al instante de haberlo hecho. Por mucho que deseara con todas sus fuerzas complacer a su padre en todo y hacer que se sintiera orgulloso de él, no quería arruinar su vida de ese modo. Su primera misión para probar su lealtad, era la de matar a Dumbledore.

Menos mal que Snape se enteró de lo que planeaba y logró convencerlo de que abandonara esa locura y se uniera a ellos. Y desde entonces, Draco junto con Severus, hicieron de espías para Dumbledore. Aquello hizo cambiar al Slytherin, quien dejó de lado toda la presunción y engreimiento y se convirtió en un joven demasiado serio y callado, reservado. Por suerte, los años de paz sacaron a relucir lo mejor de él, y Harry lo consideraba, al igual que a Ron y Hermione, su mejor amigo.

Escuchó el chirrido de una puerta abrirse y cerrarse, seguido de unos pasos amortiguados por la alfombra. Su compañero de piso por fin se levantaba.

-Buenos días.

Draco se puso una mano en la boca tapando su bostezo y alzó la otra mano en un escueto saludo. Llevaba el pelo rubio revuelto, algo extraño en él, y sus ojos grises estaban un tanto enrojecidos y aún velados por el sueño, mientras que sus mejillas llevaban marcadas las marcas de la almohada. Sus pantalones largos grises, se marcaban en sus caderas y su pecho desnudo revelaba un cuerpo delgado pero fibroso, sin nada de grasa por ningún lado. Harry tenía que reconocer que su amigo era atractivo, pero no encontraba nada excitante en él, no lo deseaba como había deseado a….

Por un instante, el rostro de Harry perdió todo rastro de color. Se esforzaba en no pensar en él, pero por mucho que lo intentara, siempre había algo que le hacía recordarle.

-¿Mucha fiesta anoche?

Queriendo esconder el repentino escozor de sus ojos ante el recuerdo del hombre que le había robado el corazón sin saberlo, se giró hacia la cocina y empezó a preparar algo de desayuno para Draco. Años de convivencia le habían enseñado que el rubio tenía un apetito voraz por la mañana, sobretodo si la noche anterior había sido agitada, como así parecía que había sido. De reojo, le vio cruzar los brazos encima de la mesa y apoyar la cabeza en ellos.

-Tendrías que haberte quedado más rato. La fiesta se animó después de que te fueras – su voz sonó aún un poco adormilada y ronca.

-Razón de más para que me fuera, os habríais aburrido conmigo – sonrió y el mismo Harry se sorprendió ante la falta de entusiasmo que translucía su tono.

Desde hacía un tiempo, se encontraba aburrido de todo, hastiado. Se limitaba a vivir para trabajar y nada más. Nada le motivaba, ni siquiera salir con sus amigos a cenar o divertirse. Y no era por falta de insistencia suya, porque estos le pedían a todas horas que fuera con ellos, pero no le apetecía. Sentía un vacío dentro de él que le impedía sentir un poco de felicidad.

-Harry, tarde o temprano tendrás que hacerte a la idea de que no va a volver y hacer tu vida – el moreno hizo oídos sordos a las palabras de su amigo y siguió haciendo el desayuno como si no hubiera escuchado nada. Esas palabras, dolían - ¡Por Merlín, Potter, tienes veintiséis años y vives como un monje! – Draco solo le llamaba por el apellido cuando se encontraba enfadado.

-Estoy bien así.

-¡Y una mierda! – exaltado, se levantó de la silla y se enfrentó a él. Todo vestigio de sueño se evaporó rápidamente- ¡¡Han pasado 8 años y sigues esperándole!! Maldición Harry, hay hombres y mujeres que morirían por estar contigo y tu estás aquí como un imbécil esperando a alguien que ni siquiera sabes si está vivo.

-¡Claro que está vivo! – exclamó Harry horrorizado ante la idea de que el hombre al que amaba, estuviera muerto. Un fuerte dolor se le instaló en el pecho, cortándole momentáneamente la respiración – Está vivo… Lo habría sentido si no fuera así.

Draco apretó los puños, furioso y clavó sus ojos grises en su amigo. Le dolía. Le dolía en el alma ver como éste se empeñaba en pasar los años solo esperando en vano a que su amor volviera. Si tan solo le dejara consolarle… Si tan solo le dejara intentar conquistarle y volverle a hacer sonreír. Tragándose una maldición, se obligó a tranquilizarse. En esas fechas, el ánimo de Harry era bastante voluble y no sabía nunca con que iría a salir si se le presionaba un poco.

-¿Le has enviado invitación? – preguntó el Slytherin lo más calmado que pudo. Odiaba al hombre que anteriormente había sido como un padre para él pero que ahora le estaba haciendo daño a su amigo.

-¿Acaso no lo hago todos los años? – la voz de Harry sonaba tan derrotaba que a Draco se le rompió algo dentro del corazón.

La cercanía y la convivencia con el Gryffindor le habían hecho darse de cuenta de sentimientos que nunca pensó que albergaría por el que una vez fue su enemigo acérrimo en Hogwarts. Ahora, no sabría que haría si lo perdía.  Le amaba y el saber que ese amor no era correspondido, le estaba doliendo demasiado. Pero tenía que hacer algo para que Harry se olvidara de aquel amor. El moreno sabía de sus sentimientos, pero por respeto y posiblemente por incomodidad, no comentaba nada al respecto.  Pero él ya estaba cansado de callar cuando ya todo el mundo sabía lo que sentía.

-Este será el último año que le envíe invitación – lo dijo tan bajito que Draco tuvo que agudizar bien el oído, temiendo haber escuchado mal – Se que si hubiera querido saber de mí, habría dado alguna señal en estos ocho años, pero tenía la esperanza de que Severus…

-No te merece, y tú lo sabes.

Draco acortó la distancia que los separaba y cogiéndole por la barbilla, le levantó la cara, encontrándose con una mirada verde carente de chispa y brillante a causa de las lágrimas no derramadas. Le acunó el rostro con las manos y con los pulgares le acarició las mejillas y esos labios tan deseables y que se moría por besar, por saborear. La mirada de desolación del moreno fue más de lo que el control de Draco podía soportar y le besó. Saboreó sus labios con lentitud, alargando lo más posible esa dulzura y el placer de haber cumplido su deseo más anhelado.  Con cuidado y no queriendo asustarle con su brusquedad, fue empujándole poco a poco hasta apoyarle en el frigorífico.

Era tan dulce, tan tierno. ¿Cómo podía no amarle cuando Harry representaba todo lo bueno que él no era, toda la bondad de la que él carecía? Harry era la otra mitad para él y Draco se maldecía una y otra vez por haberse dado cuenta demasiado tarde. Si lo hubiera sabido en Hogwarts, todo habría sido completamente diferente. Harry y él a lo mejor serían pareja y el moreno no tendría que estar sufriendo por el amor de Severus.

Sus manos fueron resbalando de su rostro hasta sus caderas, las cuales apretó suavemente intentando controlar su deseo. Apegó sus caderas y gimió cuando su erección entró en contacto con la entrepierna de Harry. Sus labios abandonaron momentáneamente los del moreno y se posaron en su cuello, lamiéndolo, mordisqueándolo suavemente. Aspiró profundamente y el olor de Harry le inundó las fosas nasales, enardeciéndolo aún más. Estaba tan ensimismado en su placer y disfrutando de la sensación de tener a Harry en sus brazos, que tardó en darse cuenta de que pese a que el moreno no lo apartaba, tampoco colaboraba en el beso ni en las caricias. Permanecía quieto, inerte como un muñeco. Aquello le dolió más que si le hubiera apartado de un empujón. Reticente, se apartó un poco y levantó la cabeza para verle la cara y se le encogió el corazón cuando vio sus ojos verdes llenos de dolor y las lágrimas corrían como ríos por sus mejillas.

-Lo … Lo siento – balbuceó Harry, secándose las lágrimas con el dorso de la mano. Miró un segundo a Draco y seguidamente corrió hacia su habitación, encerrándose. Dejó a Draco en mitad de la cocina con una dolorosa erección, aún con el sabor de los labios de Harry impregnado en los suyos y con una gran sensación de pérdida.

 

Una vez en su cuarto, Harry dio rienda suelta al dolor que llevaba tiempo intentando esconder. Se apoyó en la puerta y resbalando hasta quedar sentado en el suelo, se abrazó a sus rodillas y escondió la cabeza en el hueco de estas, sintiendo como sus hombros se sacudían violentamente debido al llanto. ¿Por qué tenía que doler tanto? Se suponía que el amor debía de ser maravilloso, pero ¡Maldición! Dolía, dolía como el infierno. ¿Por qué no podía enamorarse de Draco en vez de estarlo de un hombre que en esos ocho años, ni siquiera se había dignado a decirle si estaba vivo?

Enamorarse de Severus Snape no fue algo que hubiera imaginado ni en sus sueños o peores pesadillas, depende del momento en que lo hubiera hecho. Durante su sexto curso y a consecuencia de los grandes avances de Voldemort, se vio obligado a pasar mucho tiempo en compañía de su profesor de Pociones. Aparte de enseñarle a luchar, el hombre le dio una valiosa lección de valentía y sacrificio que él jamás imaginó. Creció dentro de él un respeto por el hombre que meses atrás detestaba, y cuando se quiso dar cuenta, estaba hasta el cuello de amor por él. Severus nunca demostró el menos interés romántico en él, aunque Harry presentía que el hombre conocía sus sentimientos y el chico agradeció que no se burlara de ellos.

Harry sabía que no existía ninguna posibilidad de que su amor fuera correspondido, pero aún y así, no podía evitar sentir un poco de esperanza de que así fuera. Y esa esperanza la había mantenido durante los ocho años que hacía que no veía al hombre. La última vez que vio a Severus, fue durante la batalla final en la que finalmente había vencido a Voldemort, y el hombre, tras descubrirse como espía estaba luchando con un par de Mortífagos. Al momento se volvió a girar, y ya no lo vio. Pese al tiempo que había pasado, aún podía sentir la desesperación y el terror que le invadió ante la idea de el hombre pudiera estar herido, o peor aún, muerto. Algunas personas dijeron haberlo visto irse del escenario donde tuvo lugar la batalla, pero desde entonces era como si hubiera desaparecido de la faz de la tierra.

Lo había buscado incansablemente, días y noches enteras recorriendo cada recoveco del Mundo Mágico y muggle, y siempre volvía a casa con las manos vacías, abatido y descorazonado. Ni Draco, siendo su ahijado, tenía noticias de él, y la única que estaba en contacto con el profesor de Pociones, era la directora de Hogwarts, Mcgonagall.  Le habían preguntado, por supuesto, pero la mujer no tenía ninguna intención de revelar su paradero ni informar de su estado, lo que enfurecía a Harry y Draco.

Y cada año, por mediación de la directora, Harry y Draco le enviaban obsequios por el cumpleaños de Severus, aunque ni una sola vez recibieron respuesta o agradecimiento. Y Harry, cada año por su cumpleaños, le enviaba al hombre una invitación a su fiesta de cumpleaños, indicándole el tema de los disfraces. Y durante la noche, no despegaba su mirada de la puerta, esperando verle entrar y llenar la sala con su sola presencia.

Nunca había ocurrido aquello, y sencillamente, estaba cansado de esperar un imposible. Si Severus había decidido no aparecer o dar señales de vida, era porque no quería. Quizá estuviera viviendo la vida que siempre había deseado, o posiblemente ya estuviera compartiendo su vida con alguien y no deseaba que ninguna persona de su pasado, le hiciera recordarlo e impedirle ser feliz. Aunque la idea de Severus con otra persona le enfermaba de celos, se consolaría sabiendo que al menos él era feliz. “Mentiroso”, se repitió a sí mismo.

Mientras, en el salón, Draco escuchaba con el corazón en un puño, los sollozos desgarradores de Harry. ¿Cómo podía alguien amar a otra persona hasta el punto de sentirse tan desgraciado? Porque Harry, aunque sonriera delante de los demás y siempre tuviera una palabra amable o de ánimo, era la persona más infeliz que el conocía, y aunque Draco podía entender que no tenía al lado a la persona que amaba, no entendía como teniendo fama, dinero, atractivo y amigos a mansalva, podía estar así. No es que creyera que la fama y el dinero lo eran todo, no, hacía tiempo que había dejado de pensar así, pero sí creía que aquellas cosas materiales hacían más fácil la vida a una persona, pero por lo visto, con Harry no ocurría eso.

Y la culpa de todo, la tenía Severus Snape. ¿Qué le había hecho el hombre para que Harry le amara tan desesperadamente? Severus había sido más su padre que el propio Lucius y le respetaba y le veneraba más allá de toda razón, pero en esos momentos, le odiaba, y no solo por lo que le estaba haciendo a Harry. No. Le odiaba por no haber estado ahí después de la guerra cuando tanta falta le había hecho, y al dolor de la muerte de sus padres, se le añadía el hecho de no saber si él estaba muerto o no. Severus juró que nunca le abandonaría, y le falló. Cuanto le había echado de menos…

No consideraba a su padrino una persona cobarde, pero eso era lo que creía que era, y ya se había escondido bastante. Si Severus no quería saber nada de nadie y quería que lo dejaran solo, que lo dijera, pero cara a cara, nada de ocultarse tras las faldas de McGonagall. Y con ese pensamiento en mente, fue a su habitación a vestirse y en menos de quince minutos y por vía Flu, se presentó en Hogwarts.

 

 

Minerva McGonagall se encontraba en su despacho, el que antiguamente había pertenecido a Dumbledore, tomando tranquilamente un té mientras escuchaba un poco de música cuando su joven profesor de Pociones hizo acto de aparición. Se sobresalto al no esperarlo y frunció el ceño con preocupación cuando vio el aspecto desarreglado del joven Malfoy. Estaba acostumbrada a verlo siempre pulcramente vestido que supuso que algo habría pasado para que estuviera así.

-¿Qué ocurre, Draco? – presurosa, rodeó el escritorio y se plantó delante de él.

-Tengo que hablar con usted – se pasó la mano por el despeinado pelo rubio, signo más que evidente de su nerviosismo. ¿De que querría hablar con ella? Algo le decía que sabía el motivo, pero esperaba equivocarse – De Severus.

No se equivocó, y sintió no poder darle lo que quería.

-Draco…

-No, escúcheme y repítele mis palabras a Severus si es verdad que está vivo – Minerva pareció escandalizada de que el joven pensara que Severus estuviera muerto, pero ¿Qué más podían pensar después de tanto tiempo? – Dile que es un cobarde y que si no recibo noticias suyas en una semana, estará verdaderamente muerto para mí.

-Draco, tú no lo entiendes…

-¡No, el que no lo entiende es él! -  exclamó enfadado, y con razón - ¿Tanto le cuesta decir como está? ¿Qué no entiende que estamos preocupados? ¡Maldita sea, Minerva, Severus es lo último que me queda! – sin poder aguantar más, Draco se dejó caer en la silla, tapándose la cara con las manos y a la directora se le rompió el corazón al verle así. El joven no era una persona que se dejara arrastrar por las emociones, y siempre había creído que cuando lo hiciera, todas aquellas emociones que habían permanecido encerradas, saldrían a la superficie como una explosión. Y al parecer, ese momento había llegado. – Dime lo que sepas de él.

-Me gustaría hacerlo, aunque no me creas, pero no puedo. Se lo prometí.  – la mujer se sentó al lado de su joven profesor y le puso la mano en la espalda, dándole un apoyo que, aunque no lo había pedido, sabía que lo necesitaba.

-Tan solo quiero saber si está bien, si es feliz. Lo que sea, necesito saber si alguna vez ha pensado en mí – en esos momentos, y pese a ser un hombre adulto, Draco parecía un pequeño niño necesitado de amor.

-Piensa en ti y sabes que te considera un hijo – le acarició las hebras rubias con suavidad. Jamás imaginó que conseguiría cogerle cariño a aquel Slytherin engreído y presumido que había sido en su época de colegio, pero lo cierto era que tanto él como Harry, sus profesores más jóvenes,  habían sido un importante sustento para ella. – Draco, no me lo pongas más difícil porque no puedo decirte nada, pero te prometo una cosa: le diré todo lo que me has dicho e intentaré hacer que acepte recibirte. ¿De acuerdo?

Draco asintió agradecido, y levantó como un resorte cuando escuchó crepitar las llamas de la chimenea y al momento, apareció Harry. Por un segundo, el corazón de Draco dejó de latir ante la idea de que el moreno hubiera ido a buscarlo, pero cuando vio que le rehuía la mirada, supo que no era por él el motivo por el que estuviera allí, sino porque él también quería hablar con Minerva. Se fijó en que llevaba una carta en las manos.

-¿Molesto?

Minerva le lanzó una mirada significativa a Draco y éste negó con la cabeza.

-Por supuesto que no. ¿Qué puedo hacer por ti?

Harry pareció dudar, mientras su mirada parecía absorta en algo interesante de sus zapatillas. Estrujaba con nerviosismo la carta que llevaba. Lanzó un fuerte suspiro y levantó la cabeza, clavando su mirada esmeralda en la directora. Tenía los ojos enrojecidos, como si hubiera llorado. Minerva miró un momento a Draco y volvió a posar los ojos en el moreno y se percató de que algo pasaba con ellos. Eran amigos, lo sabía porque convivía con ellos todo el tiempo que duraba el curso escolar, pero algo le decía que había más que amistad, no sabía si por las dos partes, pero si por una de ellas.

-¿Podrías hacerme un favor? – Minerva asintió ante la suave petición de Harry - ¿Podrías entregarle esta carta a Severus? Es la última, te lo juro. No voy a molestarle más cuando es evidente que no quiere tener relación alguna con todos nosotros.

-Harry, eso no es…

-¿Cierto? Ya lo creo que si. Hace ocho que intentamos saber de él y no hay forma de que dé señales de vida si no es por mediación tuya y dado que le has prometido que no dirás nada, no podemos saber si está bien o como está, lo que me lleva a pensar que no quiere saber nada. – Harry miró de soslayo a Draco y este le devolvió la mirada – Nos vemos en casa.

Y sin más, se fue, sumiendo el despacho en un incómodo silencio.

-Dile a Severus que si no quiere verme a mí, que al menos acceda a ver a Harry – dijo Draco – Pero si es cierto que no quiere volver o vernos, que no lo diga a través de ti, que sea un hombre y lo diga a la cara.

Minerva asintió y vio como el rubio volvía a su casa por la Red Flu. Ella también pensaba lo mismo y ya hora de que Severus Snape saliera de ese encierro autoimpuesto.

 

 

 

Cerca de la costa mediterránea, a eso de las cinco de la tarde.

Siempre le había fascinado la playa. La sensación de la arena caliente en los pies, de la brisa del mar acariciándole el rostro y el sonido relajante de las olas del mar. Por desgracia, solo había ido una vez cuando era niño y desde entonces atesoraba esa experiencia en lo más hondo de su corazón. Se prometió que cuando fuera mayor, viviría en una casita cerca del mar, donde solo con salir por la puerta, sus dedos tocaran la arena.

Había tardado más de lo que hubiera querido en cumplir ese sueño, pero lo había hecho. “Más vale tarde que nunca”, se dijo, aunque las circunstancias no fueran las que hubiera deseado. Más que un retiro donde descansar, había sido un refugio donde esconderse de todos. Al principio fue porque no podía ver a nadie, y luego porque no quería.  ¿Cómo podía mirarles a la cara sabiendo en lo que se había convertido? Le mirarían con lástima, se esfumaría el respeto que tanto tiempo le había costado infundir, y preferiría estar muerto a que le miraran así.

Escuchó el ruido de unos pasos a su espalda, pero no se movió y siguió tumbado al sol, relajado. Gruñó disconforme cuando una sombra le tapó el sol de la cara, y parpadeando, abrió los ojos para encontrarse con la cara sonriente de Minerva McGonagall. Se alegró de verla, siempre lo hacía. La mujer era su único contacto con el resto del mundo.

-Hay que ver lo moreno que estás – sonrió divertida y conjurando una hamaca, se sentó a su lado, dispuesta a disfrutar del sol en compañía del que fue su compañero.

Estando ahí tan tranquilos, podía entender como Severus había decidido abandonarlo todo y quedarse ahí. Tan lejos de la humanidad, tan alejado de los problemas… Pero que lo entendiera, no significaba que compartiera su decisión. La guerra le había marcado, pero ¿acaso no les había marcado a todos? Cada una de las personas que lucharon, tenían un papel que desempeñar y cuando todo terminó, no había persona que no hubiera perdido a alguien o que hubiera salido ileso.

-¿Qué te trae por aquí? – preguntó Severus, poniéndose una mano a modo de visera, tapándose los ojos del sol.

-Dentro de dos días es el cumpleaños de Harry y vengo a traerte la invitación. – sacó de su túnica el sobre con el nombre de Severus escrito en él y se lo entregó. Ni siquiera lo abrió, pero lo cierto es que nunca lo había hecho en esos ocho años, al menos no delante de ella. – También me ha dado una carta para ti, la última, para ser exactos. Severus, creo que este año sí deberías ir.

-No estoy preparado aún – poniéndose nervioso de repente, se levantó de la hamaca y ayudándose de un bastón, fue cojeando hacia su casa, situada a solo unos pasos detrás.

-Han pasado ocho años, Severus, creo que ya estás más que preparado. – la cojera de Severus ya no era tan pronunciada como hacia unos meses, pero aún y así, podía ver por el rostro tenso del hombre, que aún le dolía.

La batalla final había dejado a Severus al borde de la muerte. Su cuerpo maltrecho, había sufrido varias roturas, entre ellas la de su pierna derecha que no se había curado del todo. Pero las heridas físicas dolían menos que las psicológicas, y Severus llevaba una enorme pena en su alma. Durante los meses posteriores a esa batalla, Minerva se había dedicado a ayudar a Harry y Draco a buscar a Severus, pero al igual que ellos, no le había encontrado. Hasta que un día, recibió una carta suya, pidiéndole verla. Le prometió mediante Juramento Inquebrantable, que no diría nada a menos que él se lo pidiera, y que no daría nadie su dirección. Deseaba vivir los años que le quedaban, en la más absoluta soledad.

Sin embargo, ella no pudo evitar traerle cartas y obsequios de todos aquellos que le habían apreciado. Nadie merecía estar solo, y Severus menos que nadie. Era un hombre duro y sarcástico, pero muy necesitado de cariño y amor.

-No entiendes nada, Minerva. Después de tanto tiempo, sigues sin entender nada – por un momento, Severus volvía a ser aquel hombre que conseguía intimidar a los demás con solo una mirada.

-¿Enserio sigues creyendo que dejarían de respetarte y quererte por como estás? – exclamó sorprendida y escandalizada – Si piensas eso, es que no conoces a la gente que te está esperando. Severus, creen que estás muerto, aunque les he dicho lo contrario.

-Quizá sería mejor que les dijeras que me he muerto – respondió con voz dura, implacable – No quiero saber nada.

-¡¡Pero serás cabezota!! – le gritó la mujer. Al principio, había soportado la actitud deprimida del hombre, pero ya estaba empezando a hartarse, sobretodo cuando ya no entendía su actitud de mantenerse apartado de todos.

-Si has venido a insultarme, será mejor que te largues de mi casa, y no vuelvas. – le señaló la puerta y vio que su mano temblaba, cosa que solo le ocurría cuando estaba demasiado nervioso.

-No he venido a insultarte, y me ofende que pienses eso. – al menos, el hombre tuvo la decencia de agachar la cabeza  y parecer si no arrepentido, si avergonzado. – Severus, sabes que te aprecio, y no me gusta verte aquí tan solo cuando allá fuera hay gente que está deseando verte. Draco me pregunta siempre por ti. Eres lo último que le queda a ese chico, eres como un padre para él y le haces falta, así como sé que a ti te hace falta él. Siempre fue tu preferido, y no me extraña, es un muchacho extraordinario y un gran sucesor tuyo como maestro de pociones.  - sonrió con añoranza y vio como a Severus se le humedecían los ojos – Me ha pedido venir a verte, y Severus, estoy cansada de decirle que no y ver la decepción en sus ojos.

-No quiero que me vea así – su voz sonó ronca. Derrotado, se sentó en un enorme sillón, tapándose la cara con las manos. – Él menos que nadie podrá aceptar lo que me ha pasado.

-El primer paso para que los demás lo acepten, es que lo hagas tú, Severus. Draco ha cambiado mucho, estarías orgullo de él, estoy segura.  Te haría bien verlo, y a él también.

Severus soltó un profundo suspiró y meditó sobre las palabras de Minerva. Aunque le doliera admitirlo, tenía razón.  La última jugarreta de Voldemort le había dejado más un par de huesos rotos. Le había arrebatado aquello que él más apreciaba, y no había podido recuperarse de su pérdida. Lo cierto era que echaba de menos a toda la gente que dejó a atrás, sobretodo a Draco, y porque no decirlo, a Potter. Incluso a la manada Weasley.

-¿Qué quieres que le diga? – Minerva permaneció a la espera de la respuesta. Al menos esta vez parecía estar pensándoselo.

-Está bien, dile que venga. Pero él solo, y que no se lo diga a nadie más.

Feliz por la decisión y guiada por un impulso, Minerva abrazó a Severus, quien se tensó por el contacto, pero no le apartó. La mujer no podía verle el rostro, pero el Severus cerró los ojos, disfrutando de aquel contacto. No se había dado cuenta de cuanta falta le había hecho un abrazo. Le debía mucho a Minerva, más incluso de lo que ella imaginaba.

Charlaron un poco más y tras dejarle las cartas de Harry, Minerva se marchó. Estaba deseando llegar a Hogwarts y comunicarle a Draco la decisión de Severus de verle. Después de ocho años sin verse, al día siguiente por fin se reencontrarían padrino y ahijado.

Cuando Minerva se fue, Severus se dejó caer en el sillón, agotado. Las visitas de Minerva siempre le dejaban exhausto anímicamente, y ese día en especial. Siempre que iba, le contaba cosas del mundo mágico, del colegio que tanto añoraba, de los que fueron sus alumnos y que ahora eran ya personas adultas y algunos de ellos tenían ya familia. Le pintaba el retrato de un mundo perfecto, donde ya no tenían cabida el dolor y el miedo. Esa época había quedado atrás y ahora todos disfrutaban de sus vidas sin temor. Era por un mundo así por lo que él había luchado durante tantos años, y le dolía en el alma no poder vivirlo.

¿Cómo reaccionaría Draco cuando lo viera? ¡Por Merlín, no recordaba haberse sentido tan nervioso! La opinión de su ahijado valía mucho para él y si el chico no le aceptaba, nadie lo haría. Estaba empezando a lamentar haber aceptado verle.

Necesitaba un trago.

Ayudándose del bastón, que se había convertido en su compañero más fiel, fue hacia el pequeño armario del salón, donde guardaba las botellas de licor. Una buena copa de brandy siempre lograba tranquilizarle y hacerle ver las cosas con más claridad. Ya con el vaso en la mano, volvió al sillón y se quedó parado cuando vio las cartas de Potter encima de la mesa. No eran las primeras que le enviaba, pero nunca las había leído. No porque no quisiera saber nada de él, sino porque había sido precisamente de él, de quien más le había costado apartarse. No lo admitiría ni bajo tortura, pero los sentimientos hacia el chico habían cambiado tanto, que había llegado al punto de no poder arrancárselo del corazón. Por eso se le hacía más fácil sobrellevarlo, si no sabía nada de él.

Minerva había dicho que aquella era su última carta, y sintió un dolor tan agudo en el pecho, que le cortó la respiración momentáneamente. A veces creía que vivía cada día esperando la visita de Minerva, porque aquello significaba que iría con alguna carta u obsequio del chico. Pese a que no las leyera, le alegraba saber que el muchacho – un hombre ya, tras los años habían pasado – seguía acordándose de él. Aquello hacía un poco más llevadera su pena.

Tenía ganas de verle. A sus 17 años, Harry Potter ya había empezado a mostrar indicios del hombre atractivo que iba a ser, y con su encanto natural y su sonrisa sincera, era capaz de conquistar a cualquiera. Y él no había sido diferente. Aquellas cualidades Gryffindor que en otro momento le habían molestado y las encontraba desdeñables, ahora le parecían dignas de elogio, porque formaban parte de la forma de ser de Harry. Él era así y su preocupación por los demás era genuina, sin fingimientos, sin mentiras. Era un muchacho sencillo, amigo de sus amigos y siempre dispuesto a dar otras oportunidades a la gente que se lo merecía. Harry, con su forma de ser, su sonrisa, su preocupación y dedicación por él y sus amigos, había conseguido lo que nadie: penetrar en la dura coraza que protegía su corazón.

Severus sabía de los sentimientos del chico hacia él, pues en ese aspecto, Harry no sabía esconder sus sentimientos y emociones, era demasiado previsible, pero nunca le dio alas ni importancia. Creía que era un encaprichamiento adolescente hacia una persona que le estaba ayudando y con el se veía obligado a compartir muchas horas de compañía. Posiblemente, aunque el chico le siguiera recordando, no conservaría esos sentimientos por él.

Y aunque sus sentimientos por él siguieran siendo los mismos – cosa que dudaba después de tanto tiempo – y el mismo Severus los correspondiera, Harry era demasiado bueno para él. Era joven, atractivo, con fama, dinero y amigos, tenía todo lo que una persona pudiera desear y necesitaba a su lado a una persona igual que él. Alguien con quien compartiera gustos, aficiones, y Severus no veía que podía tener en común con Harry.

Cogiendo la carta de Harry y la invitación, fue hacia su habitación. Dejó el bastón apoyado en la cama y apoyándose en ésta, se arrodillo y sacó un pequeño baúl de debajo. Lo dejó encima de la cama y se levantó, haciendo una mueca de dolor cuando su pierna se quejó.  Maldijo por lo bajo. Casi con reverencia, abrió el baúl y cerró los ojos cuando el olor a lirios llenó el cuarto. Cogió un puñado de cartas atadas en una cinta verde, y desató el nudo. Eran todas las cartas que había recibido de Harry, que pese a no leerlas, las conservaba como un tesoro. Colocó las dos últimas en compañía del resto, volvió a atarlas con la cinta y cerró el baúl.

Al día siguiente se despertó y vio que había dormido abrazado al baúl. Era lo más cerca que dormiría de Harry.

 

Draco había recibido la nota de Minerva mientras cenaba con los Weasley y casi se cae de la silla de la sorpresa. Harry le miró con sospecha, pero el rubio le respondió con una sonrisa tranquilizadora. “Son unas noticias de Blaise, no pasa nada”, le mintió. Le dolía hacerlo, pero Minerva había sido clara con su nota “Severus ha accedido a verte,  pero solo a ti. No se lo digas a nadie”. Habían quedado a las diez de la mañana y eran las ocho y Draco ya no podía dormir. Más de una vez había estado tentado de despertar a Harry y decírselo, la emoción era demasiada, pero se contuvo. Depende de cómo resultara con la visita, le diría al moreno. No quería hacerlo sufrir más.

A las nueve y media, ya no podía esperar más y se fue a Hogwarts. Había fregado lo poco que había ensuciado del desayuno. Se había limpiado el cuarto, incluso el baño. Desde luego, Harry estaría alucinado cuando despertara. El piso brillaría más que una sonrisa de Gilderoy Lockhart. Minerva lo recibió con una sonrisa de comprensión y simpatía, sabedora de su nerviosismo.

Salieron de Hogwarts, al punto donde podían aparecerse y tras cogerse del brazo de la directora, aparecieron en lo que parecía ser un pequeño pueblo muggle. Extrañado, paseó la mirada por las calles y las casas, llegando a la conclusión de que no lo conocía, y por la forma de hablar de sus habitantes, tampoco estaban en el Reino Unido. Si se extrañaron de verlos aparecer de la nada y vestidos con túnicas, no lo demostraron, porque pasaron por su lado como si nada, sonriéndoles amablemente. Miró a Minerva para preguntarle sus dudas, pero la mujer ya había echado a andar y le esperaba un trozo más adelante. Dejaron atrás el pueblo y por un caminito, llegaron a la costa. ¿Severus vivía cerca del mar? Nunca se lo hubiera imaginado.

-Esa es la casa de Severus – la mujer señaló una de las casas que se encontraba un poco más apartadas del resto.

Se trataba de una sencilla construcción de una sola planta, pintada de blanco y con las ventanas azules. La típica vivienda de mar. El saber que ahí dentro estaba Severus, hizo que su corazón latiera más deprisa. Las manos le sudaban, y no tenía que ver por el calor del lugar. Minerva llamó a la puerta y tras un momento de espera, una mujer regordeta abrió la puerta con una enorme sonrisa dibujada en su rubicundo rostro.

-Muy buenos días, señora Minerva – la mujer se hizo a un lado para que los dos entraran y luego cerró la puerta tras de sí – Severus no tardará en salir. ¿Quieren tomar algo?

-Un poco de ese té helado que tan bueno haces, no me vendría mal – al parecer, las dos mujeres ya se conocían – Draco, ¿tu quieres algo?

El chico negó con la cabeza, demasiado nervioso para tomar algo. Con el nudo en el estómago que tenía, era incapaz de beber algo. ¿Dónde estaba su padrino? Cuando la mujer se fue, Minerva le explicó que María iba todas las mañanas desde hacía unos siete años,  a limpiar la casa.  Incapaz de permacener sentado esperando, Draco se levantó y se acercó a la ventana, mirando el mar. Era una vista tranquilizadora. María trajo las bebidas, se fue y aún no había señales de Severus.

Y hablando de Severus, el hombre estaba encerrado en su habitación, inseguro y nervioso como nunca antes. Sabía que Minerva y Draco ya habían llegado, y aunque se había levantado convencido de que podría con ello, ahora no estaba tan seguro. Aquella sería la primera vez que vería a alguien de su pasado tras la guerra, la primera vez que se enfrentaría verdaderamente a lo ocurrido. Y no creía estar preparado aún. Llegando a la conclusión de que no podía demorarse más, suspiró hondo y salió hacia el comedor.

Aguantó la respiración en cuanto vio a su ahijado asomado a la ventana, al parecer, ajeno a su presencia. ¡Cuánto había crecido! No era más que un niño la última vez que lo había visto y ahora era todo un hombre. Sus espaldas se habían ensanchado hasta llegar al punto de que la camiseta de manga corta que llevaba, se acoplara a la perfección a sus y su cuerpo. El pelo rubio, lo llevaba como era su costumbre, todo echado hacia atrás.

En cuanto Minerva vio a Severus en el umbral de la puerta, incapaz de apartar los ojos de su ahijado, decidió que era mejor dejarlos solos.

-Será mejor que os deje solos.

Draco se sobresaltó cuando sintió la mano de Minerva en su hombro. Se dio la vuelta y vio a su padrino plantado en la puerta. Había pensando tantas cosas que haría, tantas cosas que decirle y en esos momentos, se quedó en blanco. No podía creer que de verdad estuviera ahí. Ninguno de los dos se percató cuando la directora se fue.

-¿No piensas darle un abrazo a tu padrino? – fue Severus quien rompió el tenso silencio, y lo hizo con voz estrangulada, insegura.

-En estos momentos no se si abrazarte o maldecirte.

Severus se tambaleó ante el efusivo abrazo del muchacho. Le embargó una inmensa felicidad al verse rodeado por los brazos del chico, que escondía la cara en la curva de cuello, como cuando era pequeño y necesitaba consuelo. Con la mano libre, estrechó al chico. Permanecieron así durante varios minutos, ambos disfrutando de la sensación de  estar juntos otra vez.

La reunión duró hasta altas horas de la noche. Había muchas cosas que contarse, algunas dolorosas, otras alegres. Habían ocurrido tantas cosas en todo el tiempo que estuvieron separados, que hacía falta más que un día, para ponerse al corriente de todo. A Draco le angustió mucho enterarse de todo por lo que había tenido que pasar Severus durante y después de la guerra, pero aún y así, le recriminó no haberle avisado, no haber dado noticias de su estado.

-No me has preguntado por Potter – dejó caer Draco en el tono más inocente que pudo. Severus se tensó al escuchar el nombre.

-¿Por qué se supone que debo preguntarte por él? – la indiferencia con la que respondió, era fingida.

-Quizá por que es el Salvador del Mundo Mágico y según recuerdo, estuvisteis muy unidos durante los dos últimos años de la guerra.

-No estamos aquí para hablar de Potter, Draco. – el rubio vio que Severus se resistía a hablar de Harry, pero él quería saber lo que su padrino pensaba de él, si cabía alguna esperanza de que sintiera lo mismo que Harry por él.

-Pero hemos hablado de Weasley y Granger, ¿Por qué no hablar de él? – insistió.

-¿Qué es exactamente lo que quieres que te diga? – estaba empezando a irritarse.

-No lo se, cualquier cosa. – se alzó de hombros, restándole importancia. Si le presionaba demasiado, su padrino no soltaría prenda – Puede que tu no te hayas acordado de él en todo este tiempo, pero yo te aseguro que él si ha pensado en ti.

-¿Ah si? – una chispa brillo en los ojos oscuros de su padrino, pero su tono no mostraba más que aburrimiento, como si el tema no fuera con él – Seguro que se acuerda del profesor de Pociones tan bueno que tuvo – ironió.

-No, lo cierto es que habla de ti con cierto… cariño. Cualquiera diría que está enamorado de ti. – escondiendo una sonrisa, vio la sorpresa demudaba las facciones del hombre. Así que esto no te lo esperabas, ¿eh, Severus?, pensó.

-Y tu lo estás de él – soltó Severus de sopetó, reacio a creer que Harry de verdad pudiera seguir queriéndole. – Estás enamorado de Potter.

-No importa lo que yo sienta por Harry, lo importante es lo que siente él – se sentó en la silla de delante de Severus y fijó sus ojos grises en los oscuros de su padrino – Harry está enamorado de ti. No me preguntes como ni porque, pero lo cierto es que lo está.

-No estoy tan seguro de ello, Draco. Han pasado 8 años, nadie es capaz de amar de esa manera, sin importar el tiempo ni la distancia.

-Padrino, estamos hablando de San Potter – aquel mismo apelativo, fue dicho años atrás con desdén y burla, pero en esos momentos, escondían el enorme cariño que  Draco sentía por Harry – No sabes que es escucharle llorar todas las noches, susurrar tu nombre rogándote para que vuelvas, y no poder hacer nada – terminó en un susurro derrotado.

-No soy hombre para él, Draco.

-¿Eso significa que sientes algo por él?  - el hombre asintió, incapaz de decir con palabras lo que sentía su corazón - ¿Desde hace mucho? – otro asentimiento - ¡Maldición Severus, no vas a decir nada más?

-¿Qué quieres que te diga, que estoy enamorado de Potter desde antes del fin de la guerra? – exclamó levantándose como un resorte. Su pierna soltó un crujido que le hizo doblarse de dolor. Soltó un taco que hasta Draco se sorprendió por lo soez de él. Severus apartó desdeñoso la ayuda de Draco para volver a sentarse, pero lo lamentó enseguida cuando vio la expresión herida de su ahijado. – Lo siento, no quería ser brusco contigo.

-¿Puedo ayudarte en algo? ¿No estás tomando nada para el dolor? – tenía el ceño fruncido de preocupación

-En mi habitación, en la mesilla tengo una poción para el dolor. – masculló entre dientes, soportando el dolor.

Apresuradamente, Draco salió del salón y durante un momento, se quedó plantado en el pasillo, desorientado y sin saber cual sería la habitación de su padrino. Probó con varias puertas, en las que se encontró con la cocina, un baño, una pequeña biblioteca y finalmente llegó a su cuarto, situado al final de la casa. No se paró mucho en inspeccionar la sencilla habitación, sino que fue directo a la mesilla de noche, donde efectivamente estaba la poción contra el dolor. Sorprendido, vio que esa misma poción la había preparado él, dándosela a Minerva creyendo que era para San Mungo o la enfermería. Se dio la vuelta y tropezó con algo que sobresalía de debajo de la cama. Maldiciendo, se agachó para mirar con lo que había tropezado y vio que era un baúl, y que del golpe, se había abierto.

Eran un montón de cartas. No quería ser curioso y mirar las cosas personales de su padrino, pero cuando reconoció la letra de Harry en una de ellas, las cogió. Entre sorpresa e incredulidad, vio como estaban todas las cartas que Harry le había escrito durante esos ocho años y que el hombre no se había dignado a leer ni una sola. Dispuesto a pedir explicaciones, copio el montón de cartas y salió del cuarto.

Severus estaba sentado en la misma silla donde estaba momentos antes, con la pierna estirada y haciéndose suaves masajes en la pantorrilla. Sudaba copiosamente y se le veía tenso. Mucho debería ser el dolor que estaba soportando. Draco se acercó al mueble bar y tras coger una copa, vertió un poco de poción y se la entregó al hombre. Se la tomó de un solo trago, haciendo una mueca de desagrado ante el mal sabor. Esperó a que se calmara un poco el dolor para abordarlo.

-¿Qué significa esto, Severus? – le enseño el puñado de cartas y el rostro de Severus, hasta hace poco contraído por el dolor, ahora perdió todo rastro de color. Hizo el ademán de quitárselas, pero Draco las apartó a tiempo – Tenia la esperanza de que hubiera alguna posibilidad de que sintieras algo por Harry, pero ahora veo que no es cierto. Si de verdad le hubieras querido como dices que haces, habrías leído todas y cada una de sus cartas.

-Por muy ahijado mío que seas, no tenías ningún derecho a husmear en mis cosas – siseó con ira. – No tienes ni idea de lo que he pasado, no tienes ni idea de lo que me duele estar lejos de él, pero las cosas son así. No pueden ser de otra forma.

-No tengo ni idea de cómo son porque tu no te has dignado a contármelas. Has hecho como siempre, encerrarte en ti mismo sin dejar que te ayudemos. -  exclamó Draco a su vez, furioso – Muy bien, Severus, si es eso lo que realmente quieres, así será. Mírame bien, porque será la última vez que me veras.

-Draco… - le llamó Severus, haciendo una mueca de dolor al intentar levantarse – No te vayas.

-No me dejas otra opción, Severus. Podrías ser feliz con el hombre que quieres, y en cambio, estás aquí encerrado porque eres un cobarde que no quiere aceptar lo ocurrido. – las palabras, tanto tiempo calladas, brotaron de golpe. Sabía que estas le dolían a su padrino, pero no pensaba callarse. – Harry lleva esperándote ocho años, y ya ha dicho que esta será la última vez que sepas de él. Si pasado su cumpleaños, que es mañana, no haces acto de aparición, entenderé que no quieres luchar por tu felicidad y prefieres quedarte aquí solo, y yo haré todo lo posible por que Harry te olvide y consiga amarme. El tema del disfraz está en la tarjeta. Buenas noches, Severus.

Y antes de que el hombre reaccionara, Draco ya se había ido. Estuvo tentado de gritarle que volviera, en cambio, permaneció sentado en la silla, sintiendo más dolor en el corazón que en la pierna. Draco tenía razón, pero el saberlo no hacía más fácil las cosas.  Quería a Harry, lo amaba más allá de toda razón y era lo único que le motivaba a seguir viviendo. Se sentía un hombre incompleto, y Harry ya había sufrido bastante en su vida como para cargar con alguien con una deficiencia como la suya. Puede que en un principio no importara, que pudieran sobrellevarlo, pero al final sus diferencias saldrían a relucir y ambos serían desgraciados. Y él no podría soportarlo.

Draco había dicho que pese al tiempo separados, Harry seguía queriéndole, pero, ¿Seguiría amándole cuando supiera lo que le había pasado? No le desdeñaría, ni le dejaría de lado, eso no era típico de Harry, pero sí le miraría con lástima y compasión y eso no podría soportarlo. No quería la compasión de nadie,  y menos la de Harry.

Dispuesto a coger la borrachera del siglo y quizá tener la suerte de no despertarse en días por la resaca, cogió la botella de brandy que momentos antes, Draco y él habían compartido. En mitad de la noche, y ya con bastante alcohol en las venas como para tumbar a medio regimiento, Severus tomó la decisión de leer las cartas de Harry. Quizá si hubiera estado lucido no lo habría hecho y al día siguiente se lamentaría, pero al menos durante un rato, su maltrecho corazón recibiría un poco de alegría y su alma se calentaría con las palabras de Harry.

 

 

 

PARTE II

 

Londres, 31 de julio. 11:30, pm

La fiesta se encontraba en su punto álgido. Los más de cincuenta invitados allí congregados, se encontraban dispersados por todo el salón de baile, disfrutando de la deliciosa comida, de la música y de las conversaciones con otros invitados. Desde el balcón, Harry observaba orgulloso todo aquello. La celebración de su cumpleaños siempre conseguía que se alejara durante un rato de todos los problemas. Siempre le habían entusiasmado las fiestas, y dada su infancia con los Dursley y los años en Hogwarts donde la amenaza de Voldemort estaba siempre a la orden del día, no había podido celebrarlo como hubiera querido. Ahora, por fin podía hacerlo y Harry no recordaba habérselo pasado tan bien en la vida. Si no llega a ser por la ausencia de Severus, habría sido perfecta.

Y hablando de Severus… En toda la noche no había parado de mirar hacia la puerta esperando verle, pero tal y como le ocurría cada año, no aparecía. Y ahora sí estaba seguro de que no iba a aparecer. Había tenido la esperanza que tras la última carta que le había escrito, el hombre acudiera, pero estaba claro que si no le habían hecho volver todas las otras, una simple carta tampoco lo haría. Había vaciado su corazón y su alma en ella, confesándole todos aquellos sentimientos que aunque todos conocían, él luchaba por decirlos voz en grito. Le contó como se sentía respecto a su ausencia, y los motivos que le pasaban por la cabeza para ella. Le dio las gracias por haberle ayudado durante la guerra, aún sabiendo lo mucho que le detestaba. Y muchas cosas más que no recordaba debido a su estado de agitación y dolor tras el beso de Draco en la cocina.

Paseó la mirada por el atestado salón, esperando encontrar una cabellera rubia entre toda la gente. Pese a que todo el mundo iba ataviado con sus disfraces y sus antifaces, era capaz de distinguir a la mayoría de sus amigos más íntimos. Ron hablaba con su hermano Bill y Remus, y por sus aspavientos con las manos, posiblemente estarían hablando de Quidditch. Buscó a su amiga Hermione, y la vio con Luna y Neville, pero que pese a estar en la conversación, tenía un ojo pendiente del catering. Divertido, Harry esbozó una sonrisa. No tardó mucho en encontrar a Draco, que esa noche se encontraba muy apagado. Estaba en la barra de bebidas, y no hacia más que mirar la puerta de entrada.

Se acercaba el momento del brindis en su honor y era mejor bajar. Iba a hacerlo cuando un movimiento en la puerta de entrada le hizo pararse en seco. Por un instante, su corazón dejó de latir y sus miembros se negaron a moverse. Era lejanamente consciente de que todos los invitados estaban brindando por él, alzando sus copas mientras le deseaban feliz cumpleaños, pero Harry era incapaz de apartar la mirada del hombre de negro que había en la entrada. Nadie se había percatado aún de su presencia. Por un momento pensó que se había equivocado, que ese hombre no era en verdad Severus y sí alguien muy parecido a él, pero estaba seguro de que no se equivocaba. Solo Severus tenía ese porte tan imponente. Solo él podía parecer tan inalcanzable. Y solo él lograba acelerarle el corazón.

Cuando en la lejanía, esos ojos oscuros se posaron en él, Harry jadeó. Era él. Sintió las lágrimas resbalar por sus mejillas, pero no le importaba. Poco a poco la gente fue dándose cuenta de hacia donde se dirigía la mirada de Harry y al reconocer al invitado, los susurros y rumores fueron recorriendo cada rincón del salón. Aterrado, Harry vio como Severus daba media vuelta y se marchaba. Intentó llamarle, pero la voz le falló y solo pudo proferir un grito ahogado. Con el corazón latiendo martilleándole con fuerza el pecho, bajó corriendo las escaleras, pero cuando iba a salir a la calle a buscarle, se topó con un fuerte pecho.

-Draco, déjame salir – rogó sin despegar la mirada de la puerta.

-Harry, Severus no se ha ido. Está en el jardín de atrás. - pese a la insistencia de Harry, Draco lo cogió del brazo y lo llevó otra vez dentro del salón, donde iba a recibir todos sus regalos. El moreno hacia denotados esfuerzos por soltarse del agarre, pero Draco tenía más fuerza que él. – No se irá, antes quiere hablar contigo, pero no delante de toda la gente. Si tú has esperado ocho años para verlo, no creo que le haga daño esperarte unos minutos.

-Pero…

-Ve y abre tus regalos. Te prometo que no se irá.

Esos minutos se le hicieron eternos. Agradecía y sonreía a sus amigos, pero su mente estaba en el jardín trasero de la casa. No podía creerse aún que Severus estuviera allí.  Después de tantas decepciones, se negaba a creer que había vuelto porque le amaba tanto como él, pero no podía evitar sentir un poco de esperanza. El que estuviera allí, ya era un paso muy importante.

Cuando todos los invitados le entregaron sus regalos, Harry se mezcló entre ellos y salió a la parte trasera de la casa. El jardín se encontraba casi en penumbras, iluminado débilmente por las luces de las farolas de la calle. Al primer vistazo no lo vio, pero tras echarle una mirada a todo el jardín, lo encontró. Estaba realmente imponente y elegante  todo vestido de negro. Tal y como dictaba la invitación, Severus había ido disfrazado acorde con el tema, la Regencia. Su imagen aún estaba clavada en su mente y recordaba con toda claridad como la casaca oscura se amoldaba perfectamente a su fibroso cuerpo, y la camisa blanca, con un pañuelo del mismo color anudado al cuello, parecían níveas en comparación con su tez bronceada. El antifaz junto con el pelo largo y oscuro, le daba una apariencia de pirata, seductor y peligroso.

En esos momentos, se encontraba de espaldas a él, totalmente absorto. Casi tenía miedo de llamarle y que se desvaneciera, pero tenía que hacer algo, no podía observarlo eternamente por mucho que le agradara.

Severus supo el momento exacto en el que Harry salió al jardín, pero permaneció quieto, sin saber que hacer o decir. Toda la valentía de la que había hecho gala yendo a la fiesta, le abandonaba a pasos agigantados. Ya no estaba tan seguro de que fuera buena idea.  Sus manos, metidas dentro del bolsillo de la chaqueta, aún estrujaban esa última carta que Harry le había escrito. La había leído cientos de veces, empapándose de los sentimientos allí escritos y de los propios que despertaban, tenía grabadas en la mente cada palabra, y estaba seguro que nunca se le olvidaría.

 

Querido Severus:

Ya no puedo más. Llevo esperándote ocho años, y tú ni siquiera has dado señal alguna de querer saber de mí. A veces, hasta dudo que me recuerdes.  Pero yo sí lo hago, yo recuerdo cada gesto tuyo, cada palabra, cada mirada. Tanto las cosas buenas como malas. Has sido la persona que ha marcado un principio y un final en mí. A tu lado, bajo tu tutela, deje de ser un niño con ínfulas de héroe, para ser un hombre, un hombre que llora cada noche por ti.

Te amo, y no me cansaré nunca de decírtelo. Lo he hecho durante ocho largos años, y algo me dice que lo seguiré haciendo hasta el final de mis días. Quisiera poder olvidarte, no recordar lo mucho que significas para mí, pero no puedo. Te me has clavado demasiado hondo.  ¿Por qué te has ido? No hago más que pensar en razones para ello, pero luego las deshecho porque no me parecen lo suficientemente buenas para tu ausencia. ¿Qué te ha pasado? Deseo tanto que por una vez, mis preguntas no caigan en el vacío.

Posiblemente en estos momentos, mientras lees estas palabras escritas en un momento de profundo dolor y desolación, te estés riendo de mí, pero lo dudo. Aunque seas una persona con un carácter difícil y no perdonas fácilmente, no serías capaz de burlarte de los sentimientos de otra persona, no cuando tú también has sufrido burlas en tus propias carnes. ¿Tan poco significo para ti? ¿Tanto me detestas que ni siquiera eres capaz de coger pluma y pergamino y matar de un plumazo mis esperanzas en cuanto a ti?

Esta será mi última carta. De todo corazón espero que estés donde estés, seas feliz, es lo menos que te mereces.  Tan solo me queda darte las gracias por todo lo que hiciste por mí, aún sin querer hacerlo.

Adiós, y esta vez para siempre,

Harry

 

Harry se puso a su lado, lo bastante alejado pero lo suficientemente cerca para percibir su calor, empaparse de su perfume. Fue consciente por primera vez, de lo mucho que había crecido y madurado el chico, de lo atractivo que resultaba a la vista y sobretodo, de lo mucho que le había añorado. Sintió un nudo en la garganta y sus piernas temblaron. Rezaba porque Harry entendiera los motivos que le mantuvieron apartado de toda la sociedad mágica, ya que no creía tener derecho a otra oportunidad.

-Feliz cumpleaños. – cuando creía que Harry no le había escuchado, este asintió con un imperceptible movimiento de cabeza. – No me ha dado tiempo de traerte un regalo.

El chico se alzó de hombros, restándole importancia, y Severus estaba empezando a ponerse más nervioso de lo que estaba ante su falta de conversación. No sabía que decirle y las palabras se negaban a salir, aparte de que el comportamiento de Harry tampoco le dejaba mucho margen.

-¿A que has venido? – Severus alzó la cabeza y clavó sus ojos en él, deseando que le mirara y que le perdonara aún sin haber pedido disculpas. No lo había hecho nunca, y dudaba que pudiera hacerlo.

-Es tu cumpleaños – fue lo único que atinó a decir y lamentó enseguida haberlo hecho.

-Ya lo se, tal y como ha sido mi cumpleaños todos los 31 de julio de los últimos veintiséis años. ¿A que has venido? – volvió a preguntar

Harry se negaba a ponerle las cosas fáciles. Deseaba abrazarlo y besarle, pero aunque hubiera acudido, no había dejado entrever en ningún momento que sintiera algo por él.

-Tu última carta… Tenía… Quería verte – balbuceó. Inquieto, se quitó el antifaz y se pasó el dorso de la mano sobre la frente sudada. Las piernas le flaquearon y tuvo que sentarse en el borde de la fuente, mientras Harry permanecía plantado frente a él, taladrándolo con la mirada, y con los brazos cruzados.

-Yo llevo queriéndote ver durante ocho años.

-¿No me lo piensas poner fácil, verdad? – se lamentó.

-¿Por qué habría de ponértelo fácil, Snape? No has querido saber nada de nadie durante ocho años y ¿ahora pretendes que te trate como si nada hubiera pasado? Pues lo siento, pero las cosas no funcionan así.

-No lo entiendes, no sabes nada de lo que pasó. – quería mantenerse frío delante de Harry, ser el hombre de antaño, pero no podía. Llevaba tanto dolor acumulado, tanto secretos carcomiéndole el alma, que no pudo evitar que su voz sonara estrangulada, casi suplicante.

-Porque no has querido contármelas – esas mismas palabras, si no iguales, si parecidas se las había dicho alguien más, pero no recordaba si había sido Draco o Minerva. Tenían razón, por supuesto, pero él estaba acostumbrado a lidiar con sus problemas y su dolor, solo. - ¿Qué motivo te ha mantenido alejado? Físicamente pareces estar bien, quitando quizá esa leve cojera. Y psicológicamente, no te veo trastornado.

-No es nada físico, ni tampoco psicológico.

-Entonces, ¿Qué es? – Harry se estaba enfureciendo cada vez más, y se contenía para no coger al hombre por las solapas y zarandearle. - ¡Maldita sea Severus, habla!

-Aquella noche, el día de la batalla, perdí algo más que un padre – siempre había considerado a Albus como un padre para él, y su pérdida le había dolido lo indecible. – El Señor Oscuro se vengó por haberle traicionado, arrebatándome aquello que era vital para mí. – tragó cuando sintió un nudo instalarse en su garganta y su respiración se aceleraba por momentos. – Me arrebató la magia.

La única respuesta que recibió de la reacción de Harry, fue un ahogado jadeo. Se negaba a mirarle y ver la compasión en sus ojos. Lo que no sabía, era que Harry lloraba de dolor por él. Odió a Voldemort con todo su ser, y deseó que resucitara para volver a matarle lentamente, hacerle agonizar. Se moría por abrazar a Severus, pero no sabía como reaccionaría.

-Quería veros a todos, pero en un principio estaba demasiado malherido y me pasé algunos meses en coma. Mi cuerpo se estaba resintiendo ante la falta de magia y tardaba mucho en sanar. – siguió contando Severus, con la mirada clavada en un punto concreto, posiblemente perdido en sus recuerdos. De vez en cuando lo veía soltar un profundo suspiro y retorcer algo dentro de su bolsillo. – Cuando desperté, habían pasado ya cuatro meses de la guerra y todo parecía estar bien. Pero yo no lo estaba.

-¿Por qué no dijiste nada? ¿Por qué pasaste por todo aquello tu solo?

-Estoy acostumbrado a ello, nunca he necesitado a nadie a mi lado.

-Severus, todo el mundo necesita a alguien a su lado.  – susurró con voz suave – Todos estábamos muy preocupados por ti, incluso llegamos a temer que hubieras muerto.

-Quizá hubiera sido mejor así.

-¡No digas tonterías! – exclamó escandalizado - ¿Nunca pensaste en que habría alguien que te esperaba?

-Lo hacía, pero me convencía de que era mejor dejar las cosas como estaban. Vosotros por un lado, y yo por el otro. ¿Qué puede hacer un simple squib como yo en un mundo lleno de magos y héroes como el vuestro?

-Ser un héroe, porque eso es lo que la gente piensa de ti. Que ya no puedas hacer magia, no significa que no puedas vivir entre nosotros, no eres ningún marginado social ni nada. Hay cientos de squibs viviendo entre magos y que yo sepa, no les va nada mal.

-Tú no lo entiendes. No tienes ni idea de lo que duele no poder hacer magia, no poder…

-Dudo mucho que doliera más que lo que me ha dolido a mí tu ausencia. – el murmullo de Harry cortó de raíz las palabras de Severus, quien abrió los ojos, asombrado. - ¿Es esa la razón por la que te fuiste, o existe algo más?

-¿Acaso te parece poco? – exclamó

-A decir verdad, me siento decepcionado, y furioso a la vez. Me imaginé un montón de horrores que te podían haber sucedido y sufría día y noche por no poder estar contigo. Tus motivos, aunque graves, no me parecen lo suficientemente fuertes para que te marcharas.

-¡Maldición Potter! – gritó enfurecido, encarándole. Seguía siendo más alto que Harry, pero el otro no se amedrantó ante su presencia, sino que le sostuvo la mirada, desafiante ¿Cómo se atrevía a poner en duda sus motivos? – Quise volver… Quise… ¡Dios, Harry! ¿Qué podía ofrecerte un hombre como yo? ¿Qué futuro tendrías al lado de un hombre roto y amargado como yo?

-¿Qué…? ¿Qué quieres decir con eso? – el corazón empezó a martillearle con fuerza, amenazando con salírsele del pecho.

-Que mi corazón lleva años latiendo por ti. Que todos estos años lejos de ti han sido una tortura. ¿Pero que podía hacer? No me considero un buen hombre para ti, incluso dudo que haya un hombre que esté a tu altura.

-Creo que decidir si eres un buen hombre o no para mí, me toca a mi decidirlo. – las lágrimas que tanto tiempo luchaban por salir, escaparon de sus ojos, formando ríos salados en sus mejillas. – No me importa que no puedas hacer magia, ni tampoco que tu pasado esté manchado, al fin y al cabo, el mío también lo está. Me importa un comino que pienses que no me mereces, porque lo cierto es que para mí, no hay otro hombre que se pueda comparar a ti. No hay nadie que haga latir mi corazón como tú lo haces, y contigo, es con el único con el que me siento vivo de verdad.

Harry se puso en cuclillas frente a él, abarcando en sus manos, el rostro de Severus.   El hombre se dejó acariciar las mejillas, sin darse cuenta que lloraba y que Harry secaba dulcemente sus lágrimas con sus pulgares. Juntó sus frentes y cerró los ojos, disfrutando de la cercanía, del calor de sus alientos entremezclándose. Severus enredó sus dedos en el cabello del joven, apretando y acercándole hasta que sus labios se rozaron.

-Harry, los invitados ya se van.

La llegada de Draco interrumpió lo que prometía ser su primer beso. Harry permaneció un momento en cuclillas, intentando normalizar un poco su respiración. Severus se había tensado, enderezando la espalda y apartando la mirada, como si hubiera hecho algo malo. A regañadientes, Harry se incorporó y sacudió un poco sus pantalones negros, quitando cualquier rastro de polvo. Fulminó con la mirada a su compañero de piso y luego giró el rostro para ver a Severus.

-Me despido y vuelvo. – dijo – No te vayas, por favor.

Severus asintió pero sin mirarle. Pasó por el lado de Draco, esperando que el rubio le siguiera, pero no lo hizo. Se quedó en el jardín, en compañía de su padrino. Supuso que tendrían muchas cosas de las que hablar.

Dentro, en el salón, la fiesta continuaba, pero la gente empezaba a cansarse, cosa normal ya que eran pasadas las cuatro de la madrugada. Normalmente las fiestas duraban hasta el amanecer, pero ese año era diferente y los invitados lo sabían. Al verle entrar, Ron y Hermione se lanzaron hacia él, preguntándole por Severus y lo que le había dicho. No supo muy bien que responderles, porque aparte de saber el motivo de su desaparición y de que el hombre también le amaba, no habían aclarado nada sobre lo que harían. Lo único que les pudo decir, fue que ya les llamaría para hablar y contarles lo ocurrido. Agradeció a todos sus amigos el haber ido a su fiesta y se disculpó por no haberles atendido como tocaba.

-Lo entendemos, Harry. No te preocupes. – sonrió Luna dándole un abrazo y un beso en la mejilla – Todo saldrá bien, ya lo verás.

Cuando el último de los invitados se hubo marchado, Harry se encaminó otra vez hacia el jardín, deseando que Severus le hubiera hecho caso y aún estuviera allí esperándole. Lo estaba, y Draco también. El rubio estaba de pie, cerca de su padrino, quien también se había levantado. Ambos hombres tenían una expresión grave en el rostro, y en el caso del rubio, en sus ojos había un dolor que un rato antes no estaba. Abrió la boca para preguntar, pero un inesperado abrazo de Draco, acalló sus palabras.

-Feliz Cumpleaños, Harry – susurró con voz estrangulada, escondiendo el rostro en la curva de su cuello. Cuando se separó, el rubio tenía los ojos abnegados en lágrimas.  

-Gracias, Draco – esbozó una sonrisa de cariño. Ambos sabían que ese agradecimiento no era solo por la felicitación, sino por su amistad y su apoyo cuando más lo había necesitado. Harry lamentó no haberse enamorarse de él, desde luego, las cosas habrían sido más fáciles, pero lo cierto es que solo podía amar al hombre amargado y lleno de dolor que le había hecho sufrir ocho largos años.

Severus.

-¿Ya se han ido todos? – Harry asintió ante la pregunta de Severus. De pronto, toda la emoción del día hizo estragos en su cuerpo y se sintió agotado. - ¿Quieres…¿ ¿Quieres venir a mi casa? – el joven alzó la mirada, sorprendido. – No se, pensé que…

-Me encantaría ir, gracias. – sonrió.

La sonrisa que le devolvió Severus, cambió por completo su rostro. Sus facciones se relajaron y sus ojos oscuros brillaron con algo parecido a la satisfacción. El hombre le tendió la mano y Harry sin titubear, la aceptó. Severus tiró de él y lo apretó contra su pecho, abrazándolo. Agachó un poco la cabeza susurrándole las coordenadas de su casa, y a Harry le entró un escalofrío por toda la espina dorsal. Sintió el ya conocido cosquilleo de la aparición y cuando abrió los ojos, se encontró con la mirada ansiosa del hombre. A sus oídos llegó el sonido de las olas rompiendo mar y su olfato se empapó del olor salado.

Un poco sonrojado por el estrecho abrazo al que le había sometido el hombre, Harry hizo el intento de separarse un poco, pero aunque Severus aflojó el agarre, no lo soltó. Parecía reacio a hacerlo y Harry no se quejó por eso. Nada le gustaría más que estar entre sus brazos toda la eternidad. Severus alzó la mano y acarició con ella el rostro de Harry, admirado y maravillado por la suavidad de este. El joven cerró los ojos mientras las dulces caricias del hombre, calentaban su dolorido corazón. Severus seguía siendo un poco más alto que él, por lo que se puso de puntillas y pegó sus labios a los de él. Severus tuvo un momento de sorpresa ante la acción, circunstancia que Harry aprovechó para saborear los labios del que fuera su profesor. Mordisqueó suavemente su labio inferior, haciendo que Severus soltara un gemido ahogado y respondiera con igual ardor, al beso.

Sin separar sus labios, sujetó a Harry por la cabeza, enredando los dedos en su pelo y lo acercó más a él, al tiempo que profundizaba el beso y su lengua iba al encuentro de la de Harry. El gusto amargo del champán junto con el delicioso sabor de Harry, hicieron que Severus jadeara de puro gozo. Nunca había probado nada tan dulce ni tan intoxicante.  Afrodisíaco. Mareado por el placer, Harry se aferró a los hombros de Severus, viendo en él un salvavidas para no desfallecer.

-¡Por Merlín, no puedo creer que nos hayamos negado este placer durante ocho años! – exclamó Severus, separando momentáneamente sus labios.

-Siempre… he creído que… - Harry jadeó cuando Severus mordisqueó suavemente el lóbulo de su oreja. - … eras un hombre de ideas… firmes – intentó soltar una risita, pero esta se convirtió en un fuerte gemido, cuando la juguetona lengua se adentró en su oído, torturándola con pequeños movimientos circulares.  

Severus siguió prestándole atención a su oreja, deslizándose con pequeños mordiscos y lametazos, por toda la curva de su cuello. Ascendió por su barbilla hasta regresar a los labios entreabiertos de Harry, al tiempo que sus dedos desabrochaban un tanto torpes, los botones de la casaca verde oscuro del joven. Al ver ese trozo de piel bronceada desnuda de toda ropa, Severus la atacó sin piedad, lamiendo, succionando la clavícula, mientras Harry no podía más que aferrarse a sus brazos y echar la cabeza hacia atrás, tomando aire a bocanadas y profiriendo unos gemiditos de lo más excitantes.

Alertados por los sonidos de unas voces que gritaban y reían, la pareja de separó. Harry creía morirse de la vergüenza, pese a que nadie los había visto y miró a Severus para ver su reacción. El rostro del hombre aparentaba una serenidad que contrastaba con el temblor de sus manos al cogerle de la mano y el movimiento de su pecho subiendo y bajando. Las voces se acercaban, sonando cada vez más claras y fuertes y Severus, dándole un pequeño tirón, lo llevó camino abajo, por la arena.

La playa se encontraba desierta a esas horas de la noche, y el mar se veía inmenso y lejano, una gran superficie oscura y peligrosa, aunque en esos momentos estuviera en calma. Harry solo era consciente de la presencia de Severus a su lado, y de lo bien que se sentía teniendo las manos entrelazadas. Miró hacia abajo y las contempló, maravillado. Apenas unas horas antes, jamás habría creído que eso pudiera ser posible. Pero lo era, y era aún mejor de lo que se había atrevido a soñar jamás. 

Pronto llegaron a la casa de Severus, pero antes de que Harry pudiera tomarse un momento para verla, su boca fue asaltada por la del hombre, tomando sus labios con fiereza, pareciendo incluso desesperado. Mordía. Succionaba. Atacaba sus labios sin piedad, y Harry se excitó aún más por esa rudeza.  Sin separar sus bocas y sin querer perder el contacto con el otro cuerpo, anduvieron a tientas por la casa, tropezando con cosas hasta llegar al porche, desde donde se veía el mar.

-Ven aquí.

 Severus se separó unos palmos de Harry y lo condujo hacia una hamaca que colgaba de dos cuerdas del techo. Harry no pudo evitar mirarla con desconfianza, aquella cosa parecía que iba a caerse de un momento a otro. Severus soltó una risita divertida y lo abrazó por detrás, apegándolo a su cuerpo. El trasero de Harry fue a parar directamente a la abultada entrepierna de Severus, quien soltó un jadeo entrecortado. El joven se apoyó totalmente en Severus, mientras este lamia y mordía con suavidad, su cuello y clavícula. ¿La gente vería extraño que llevara bufanda en pleno verano? Porque no veía otra solución para esconder las marcas que posiblemente tendría al día siguiente, aunque a decir verdad, le importaba más bien poco. Las expertas manos de Severus, desabrochaban los botones de su casaca y camisa, y pronto tuvo todo el torso a merced de la mirada hambrienta del hombre y de la suave brisa del mar, que consiguió erizarle el vello.

Harry estaba demasiado obnubilado  que no se percató de que Severus le empujaba poco a poco hacia la hamaca. Retrocedió un tanto asustado cuando se percató de que quería que se acostara.

-Quiero hacerte el amor ahí – susurró incitante Severus, junto a su oído. Harry cerró los ojos.

-No vamos a caer y entonces ambos iremos con bastón.

-Es único para echar por tierra mis fantasías sexuales sobre usted, señor Potter – Severus volvió a sonar como el anterior Profesor de Pociones, pero en sus ojos brillaba la diversión. Agachó la cabeza para tomar posesión otra vez de los labios del joven, esta vez con calma, saboreándolos con tranquilidad. –Confía en mí.

Harry asintió no muy conforme, mientras tragaba con dificultad. Temblando y desconfiado, permitió que Severus lo acostara de lado en la hamaca, con las piernas colgando. La hamaca pareció desequilibrarse un poco y Harry se veía apunto de darle un ataque de pánico. Ya estabilizado, Severus le separó un poco las piernas y se posesionó entre ellas. Se inclinó un poco para apartar la camisa y pasó sus manos por el lampiño pecho del joven, deleitándose con la vista y el tacto. Tenía un cuerpo realmente perfecto, sin apenas vello en él, quitando de un pequeño reguero oscuro que descendía de su ombligo hasta desaparecer por debajo de sus pantalones. Se relamió ante la visión de lo que escondía esa prenda.

Ya seguro de que la hamaca no iba a volcarse, Harry se incorporó y procedió a desnudar a Severus. A medida que sus dedos desabrochaban los botones, los labios de Harry iban lamiendo cada pedazo de carne que iba descubriéndose. El pecho de Severus estaba surcado de cicatrices, señales permanentes de su oscuro pasado, y el joven beso cada una de ellas con devoción, como si así pudiera borrar el dolor que las causaron. Deslizó la camisa por sus brazos, e inclinó su cabeza hasta tomar con su boca, el pezón derecho. Severus gritó y se sobresaltó un poco, pero Harry enredó sus piernas en su cintura, acercándole a él.  Cada movimiento que realizaban, se veía recompensado con el vaivén de la hamaca, que hacía que sus entrepiernas se rozaran. Ahora entendía porque Severus quería aquello.

Severus no podía más que echar la cabeza atrás y aferrarse a los hombros de Harry mientras este se dedicaba a chupar, lamer y morder sus pezones. Estaban tan sensibles, que al menor lengüetazo, sentía un temblor debajo del vientre, y toda la sangre se amontonaba en su erección. Sintió un escalofrío cuando el pezón derecho fue abandonado por la boca de Harry y expuesto a la brisa, pero la mano de este seguía estimulándolo mientras se encargaba de prodigarle las mismas caricias con la boca al otro pezón. Ahogó un grito y clavó las uñas en los hombros del joven, cuando en un movimiento de la hamaca, la entrepierna de Harry entró en contacto con su dolorida verga. Los pantalones estaban empezando a molestarle y a apretarle.

Alejando a Harry se su pecho, quien soltó un gemido lastimero, volvió a tumbarle en la hamaca y tras darle un beso que les dejó a ambos jadeantes, se separó un poco y le desabrochó los pantalones. Tenía curiosidad por saber el tipo de ropa interior que llevaría el joven, dudando entre slips o boxers, o si sería rojos o negros. Pero lo que vio le gustó todavía más, aunque también le sorprendió. No llevaba nada. Debajo de esos pantalones negros, Harry no llevaba absolutamente nada. La sensación de sus partes íntimas en contacto directo con la tela, podía llegar a ser muy placentero. Lo sabía por experiencia. Sus ojos se embebieron con la visión de la polla de Harry, y lo bien dotado que estaba. Era gruesa, no demasiado larga y en esos momentos, se encontraba totalmente erecta, con pequeñas gotas cristalinas brillando en su punta. Era hermoso.

Arrodillándose, no sin dificultad debido al dolor de su pierna, Severus le terminó de quitarle los pantalones, deslizándolos por sus piernas y lanzándolos a un punto perdido del porche. Le importaba bien poco lo que fuera de ellos. Acarició sus muslos primero con las manos y luego con la boca, acercándose cada vez más, a la entrepierna. Cogió el pene con la mano, estimulándolo con movimientos lentos de sube y baja, haciendo que Harry jadeara y moviera sus caderas, empujándolas hacia arriba. Severus se moría por probarlo.

Harry gritó cuando la boca de Severus engulló su pene. Lo rodeó con los labios, ejerciendo la presión adecuada para llevarlo al borde del abismo. Subía y bajaba con lentitud, deteniéndose siempre un poco para lamer y besar el glande. Su mano libre, la que no utilizaba para acariciarle los muslos, tenía entre sus dedos sus testículos, sospesándolos, apretándolos sin excesiva dureza. A Harry, la cabeza le daba vueltas, y solo era consciente del calor y la humedad de la boca de Severus en su pene. Toda su sangre parecía haberse acumulado allí y tenía la sensación de que iba a estallar en cualquier momento. Posó una mano sobre la cabeza del hombre, empujando con suavidad y marcando el ritmo de las chupadas. Hizo que aumentara el ritmo, subiendo y bajando con más rapidez. Sus caderas parecían haber cobrado vida propia, porque empujaban su pelvis hacia la boca de Severus, deseando alcanzar una mayor profundidad.

Con un último lengüetazo desde la base, hasta la punta, Severus abandonó el pene de Harry, y este gimió como protesta. El chico estaba a punto de correrse, y no quería que fuera tan pronto. Se levantó e hizo una mueca de dolor cuando se tensaron los músculos de su pierna. Hizo caso omiso de ella. Esa noche, lo último que quería, era preocuparse por el dolor. Posó sus ojos oscuros en Harry. Era la viva imagen del placer y la seducción. Tenía el cuerpo bañado en sudor, y su mirada desenfocada por el placer, hacía brillar aún más sus ojos verdes. Con las piernas abiertas y el miembro erecto, le invitaban a abandonarse a la lujuria. Era la estampa más  erótica que había visto en su vida.

Su miembro dio un fuerte tirón dentro de los pantalones. Sus manos chocaron con las de Harry cuando ambos fueron a desabrocharlos. Harry echó la cabeza hacia atrás y la boca de Severus fue a su encuentro. Se fundieron un beso abrasador, con sus lenguas tanteándose y acariciándose, probando el sabor del otro. Harry rodeó a Severus con sus brazos, acariciando su espalda, mientras este terminaba de quitarse los pantalones a patadas. La imagen de un Severus Snape desnudo, era una auténtica obra de arte. Tenía las espaldas anchas, estas siempre habían sido la perdición de Harry. Adoraba a los hombres con las espaldas anchas, donde poder sujetarse mientras le penetraban una y otra vez. Ante el pensamiento, su erección dio un tirón. Sus piernas, largas y bien torneadas, eran las piernas de un hombre acostumbrado al ejercicio. Al acordarse de la herida de su pierna, se alarmó.

-Severus, tu pierna. – Fue a levantarse, pero Severus le sujetó por los hombros y mantuvo tumbado en la hamaca.

-En estos momentos, no es mi pierna lo que me duele – esbozó una sonrisa ladina y bajó la cabeza hacia su erección, que clamaba por un poco de atención. Harry se ruborizó cuando miró hacia abajo, y Severus se sorprendió de que el joven pudiera sonrojarse después de hacer lo de un momento antes.

Severus se recostó encima de Harry, besándole. Succionó su labio inferior, mientras tanteaba su entrada, intentando prepararle para la penetración. No era por presumir, pero tenía que reconocer que Dios había sido bastante generoso, dotándolo con semejante… varita, por eso quería hacerle la intromisión más fácil a Harry, pues no sabía con cuanta frecuencia había practicado sexo o si era él el que daba y no recibía. La imagen de Harry con otro hombre que no fuera él, lo llenó de una amarga sensación que no había sentido nunca. Celos. Pero no tenía nada que reprocharse, porque la culpa había sido suya, por haber permanecido lejos del joven durante tanto tiempo.

Colocando las manos en sus caderas, las levantó un poco para facilitarle la posición. Harry se tensó un poco cuando la punta del miembro de Severus, entró por el orificio. El hombre se esperó un poco a que Harry se acostumbrara a la intromisión y luego fue introduciéndose poco a poco. Para Severus fue una agonía aguantarse y no penetrarle de una sola estocada, estaba tan estrecho, que la sensación de su pene rodeado de tan deliciosa cavidad, hizo que casi se corriera. Echó la cadera hacia atrás, saliendo del cuerpo de Harry y luego volvió a entrar, esta vez de un único embate. Harry gritó cuando el pene de Severus rozó su próstata, y el hombre, encontrando la posición correcta, fue penetrando cada vez más deprisa, rozando cada vez el punto erógeno.

Las embestidas de Severus, impulsaban a Harry hacia atrás, y con el, la hamaca. Cada vez que descendía, el pene del hombre se clavaba más profundo dentro de Harry, arrancando gritos en ambos. Para Harry, sentirse lleno de Severus, era  la sensación más maravillosa e impactante había sentido nunca. No tenía ni idea de que el sexo pudiera ser así de bueno, y aunque la gente hablara de lo bien que se sentía, él tenía la sensación que de que lo que estaba pasando entre Severus y él, era algo más que sexo. Era amor.

Los jadeos y gritos de ambos sonaban lo suficientemente altos como para que les escucharan los vecinos, pero la casa de Severus estaba lo bastante alejada como para no preocuparse por ellos. Sintiendo el orgasmo cerca, Severus aumentó el ritmo de las embestidas, mientras estimulaba el pene de Harry. Sintió todo el placer disparándose por la punta de su pene, derramándose dentro de Harry y dejándolo agotado y desmadejado, luchando por respirar. El joven se vino entre los dos apenas unos segundos después.

Permanecieron unos minutos así, con Severus aún dentro de Harry y abrazado a él, mientras el joven permanecía tumbado en la hamaca, con la cabeza echada hacia atrás y las piernas colgando. Las mismas piernas de Severus ya no aguantaban su propio peso, por lo que salió del chico y lo ayudó a acostarse bien, haciendo lo mismo él, a su lado. Harry se acurrucó a su lado, apoyando la cabeza  en su pecho. Estaban jadeantes, agotados, sudorosos y aún manchados con la esencia de los dos, pero poco les importaba. Lo que había sucedido entre los dos, no podía explicarse con palabras, había sido demasiado importante e intenso, como para que pudiera existir palabra alguna que lo describiese.

Se durmieron casi al instante, balanceándose suavemente con la hamaca,  conscientes de que después de esa noche, la vida para ellos no volvería a ser la misma. Muchas cosas habían cambiado, muchas cosas se habían dicho, como para que la situación siguiera siendo la misma.

Varias horas más tarde, Severus despertó un tanto desorientado. Sentía la boca pastosa y dolor punzante se estaba ensañando con su pierna. Aún estaba tumbado en la hamaca y esta se balanceó cuando se movió un poco, esperando ver a Harry, pero el joven no estaba. Acongojado de que pudiera haberse ido, se levantó presuroso, soltando una maldición cuando su pierna mala se quejó.  Iba desnudo, así que cogió la sabana con la que estaba tapado, de la cual no tenía ni idea de cómo había llegado allí, y se enrolló con ella. Iba a bajar los escalones que separaban su casa de la arena de la playa, cuando se percató de que tanto su ropa como la de Harry, estaba perfectamente plegada encima de la silla. Los zapatos también se encontraban allí.  Ya más tranquilo sabiendo que no se había ido, entró en la casa, buscando la poción contra el dolor.

Estaba en el mismo sitio donde la había dejado, en el alfeizar de la chimenea. Tomó un trago directamente de la botella y notó como poco a poco, el dolor remitía. No queriendo salir con la sábana enrollada en su cintura, pasó a un momento por su habitación a ponerse unos pantalones.  Se metió en el baño a mirarse en el espejo, y se sorprendió ante lo que se reflejaba en él. Sus mejillas tenían un tono rosado, dándole vida a su rostro, y sus ojos, jamás habían brillado tanto como en esos momentos. Y todo era gracias a Harry. Hasta había estado caminando sin la ayuda del bastón, cosa que no había hecho desde que le hirieran. Por el vaho aún impregnado en el baño y el olor a fruta y menta, Harry se había dado una ducha cuando despertó, no hacía mucho. Decidió hacer lo mismo.

La ducha fue relajante, y el agua caliente ayudó a desentumecer un poco sus músculos por haber dormido en una posición un tanto incómoda. No que se quejara, por supuesto, dormir con Harry había sido uno de los momentos más especiales que había vivido nunca, pero tenía que reconocer que ya no era un jovenzuelo y que los años pesaban. Cogió la botella de gel de frutas y se colocó un poco en la palma de la mano, pasándosela después por el pecho. El recuerdo de esa misma parte del cuerpo, siendo saboreada por los labios de Harry, fue suficiente para excitarlo otra vez. Deseaba darse placer, pero quería más ir al encuentro de Harry.

Aún quedaban muchas cosas por aclarar.

Harry estaba sentado en la orilla de la playa, con las piernas doblabas y la barbilla reposando en sus rodillas. Miraba el mar, sintiendo como su sonido y su olor, le llenaban de calma. Una sombra tapó momentáneamente el sol, pero sabiendo quien era, no se movió, sino que esbozó una sonrisa.  Severus se sentó detrás de él, abrazándole. Harry se recostó en su pecho, disfrutando de la sensación de estar ahí, con él.

-Buenos días – ronroneó Harry, acurrucándose más en su pecho.

-Buenos días – Severus depositó un pequeño beso en si sien.  – Me he asustado cuando no te he visto al despertar.

-Estabas tan a gusto durmiendo, que no quería despertarte.  – se sumieron en un silencio – Necesitaba pensar.

-¿Y que conclusión has sacado? – casi tenía miedo de saberlo. Pudiera ser que al final de todo, su amor no fuera suficiente para mantener a Harry a su lado. El joven le había estado esperando durante muchos años y no tenía derecho a pedirle que se quedara con él.

-Yo tengo claro lo que quiero, pero no se que es lo que piensas tú – se giró y clavó sus ojos verdes en los ónix de Severus – Te quiero y quiero intentarlo contigo, pero no se si tu estás dispuesto a intentarlo. Sé que hay muchas cosas que tienes que superar, y nada me gustaría más que ayudarte, pero no puedo esperarte eternamente.

-Yo lo sé – se separó de Harry y se levantó, dándole la espalda. El corazón le latía frenéticamente en el pecho, y un nudo de emoción se había instalado en su garganta, impidiéndole hablar con normalidad – No se si estoy preparado para enfrentarme al mundo. Aquí encerrado, no me era tan complicado enfrentarme a la realidad de que no puedo hacer magia, pero se que cuando pise suelo mágico, el dolor será peor.  – se pasó las manos por el pelo oscuro, despeinándoselo. Estaba nervioso. – No se que voy a hacer ahora, no se que será de mi vida, pero no quiero estar solo otra vez. La soledad no me ha aportado nada bueno, al contrario, me ha sumido en la peor de las depresiones y me ha impedido ver que necesitaba de compañía y amor para recuperarme.

“¿Sabes que he visto esta mañana cuando me he mirado en el espejo? He visto a un hombre enamorado, un hombre feliz y sobretodo, un hombre vivo. – acunó el rostro de Harry en sus manos, y juntó sus frentes – Te quiero Harry Potter. Has sido la luz que le ha dado sentido a mi vida y que me ha liberado de la oscuridad que me rodeaba. No puedo prometerte que todo será perfecto de ahora en adelante, porque sé que tengo muchos defectos y aún muchos problemas que solucionar. Discutiremos, muchas veces, porque somos distintos y no podemos evitarlo. Pero hay una cosa que sí te prometo, y es que te voy a querer hasta el fin de mis días.

 

 

 

Domingo, 1 de agosto.

¡Que fiesta tan maravillosa! ¡Ay, queridos lectores, si hubierais estado allí! La música sonaba, la comida abundaba, la compañía no podía ser mejor, la gente bailaba, reía, cantaba. Perfecta, sencillamente perfecta. Y especial, muy especial.

Seguro que os estaréis preguntando que tiene de especial la fiesta de este año, que las de los otros años no, ¿me equivoco? No, estoy segura que no me equivoco. Aparentemente, la fiesta fue igual de magnifica que todos los años, pero hubo un detalle que cambio por completo la noche:

Harry recibió el mejor regalo que una persona puede desear: el amor.

Desde estas páginas, quiero desearles a la feliz pareja, la mejor de las suertes. Ambos se lo merecen y estoy segura que les esperan grandes momentos de felicidad.

Así que queridos lectores, alcen sus copas y brindemos por Harry y Severus.

Luna Lovegood

El Quisquilloso

 

 

Épilogo

 

Tal y como predijo Severus, las cosas no fueron fáciles al principio. Discutieron, sobretodo cuando Severus se metía en su caparazón de soledad y depresión, y no había nadie que pudiera sacarlo de allí. Los problemas de su pareja eran más graves de lo que Harry había previsto en un principio, pero valían la pena todos y cada uno de esos momentos de sufrimiento. Cuando el hombre sacaba a relucir su parte tierna, el corazón de Harry latía desesperadamente por él. Lo amaba incluso más de lo que podía imaginar nunca. Costase lo que costase, iba a lograr que Severus se curara, y si para ello tenía que darle parte de su magia, lo haría.

Harry aún seguía sin saber como era que Severus había terminado en aquel pueblecito de mar y viviendo entre muggles. La respuesta del hombre fue sencilla: no lo sabía. Tan solo recordaba haberse despertado allí, en una cama de hospital y conectado a muchos tubos. Los médicos le dijeron que un hombre le había encontrado tirado en la orilla del mar, herido e inconsciente. Lo trasladaron enseguida al hospital y ahí estuvo hasta que se recuperó lo suficiente para valerse por sí mismo. Se sorprendió al saber que se trataba de un pequeño pueblo donde magos y muggles convivían en paz. Estando aún en el hospital, fue cuando se pudo en contacto con Minerva y le pidió, aparte de mantener silencio en cuanto a su estado y paradero, debía solucionarle unos trámites, como sacar dinero de Gringotts para poder comprarse su casa.

Y sobre que hacía para ganarse la vida o pasar el tiempo, Harry se llevó la sorpresa de su vida. Severus Snape, el antiguo jefe de la casa Slytherin y Profesor de Pociones, era escritor. Y uno muy afamado, a decir verdad, sobretodo entre muggles.

-Tras la guerra, estuve mucho tiempo postrado en cama y necesitaba mantenerme ocupado. Los médicos me dieron un cuaderno para que escribiera cosas, recuerdos, lo que fuera para ejercitar la mente  y cuando me quise dar cuenta, estaba escribiendo una historia. La historia de mi vida. Mis memorias, por así decirlo.

-Suena mal eso de las memorias – Harry frunció el ceño, pero se relajó cuando Severus depósito un beso allí.

-No tienes ni idea de lo bien que me hizo hacerlo. En esas palabras había pensamientos, sentimientos y situaciones que no me había atrevido a contarle a nadie. Fue un desahogo.

-¿Y que te impulsó a publicar? Podría ser peligroso para los muggles enterarse de la existencia de los magos.

-No creo que fuera peligroso. Antes de publicar cambie nombres, lugares, todo lo necesario para que la gente no pudiera averiguar que lo que se decía, era todo verdad. Y fue la misma Maria quien me lo dijo. Leyó por casualidad lo que había escrito, y dijo que era lo mejor que había leído en mucho tiempo. Su hijo mayor tiene una pequeña editorial, y me aconsejó que publicara. El resto, es historia. Sin quererlo ni beberlo, me había convertido en un escritor famoso.

No usaba su nombre original, por supuesto, sino que echó mano de un pseudónimo para que nadie le reconociera. Harry escupió el zumo que estaba bebiendo cuando Severus le dijo el nombre: Alan Rickman.

-¿De donde has sacado ese nombre? – se limpió con el dorso de la mano, el líquido que resbalaba por las comisuras de sus labios.

-No lo se, lo vi en una revista y me gustó. ¿Qué tiene de malo? – refunfuñó

-¿Sabes que ese tal Alan Rickman es un famoso actor de cine, y que da la casualidad que se parece muchísimo a ti? – rió divertido al ver la cara de estupefacción de su pareja.

-¿Enserio? – se recompuso de la sorpresa y luego esbozó una sonrisa felina – Pero yo soy más guapo.

-Por supuesto - rió el ojiverde y jadeó cuando la mano de Severus se coló por la cinturilla de sus pantalones y encontró su miembro, el cual respondió enseguida a las caricias del hombre.

Lo que ocurrió después, creo que ya todos nos lo imaginamos, ¿verdad?

Para sorpresa de Harry, Severus había comprado aquella casa que tanto quería él y se la regaló para el cumpleaños. Un poco tarde, eso sí, pero no importaba. Así que se trasladaron a vivir allí, desde donde Harry se trasladaba todos los días a Hogwarts, a impartir sus clases de Defensa contras las Artes Oscuras. En vacaciones, volvían a esa casita en la playa, aquel lugar que fue testigo de su amor, de su primera vez. Mientras, Severus iba a rehabilitación para conseguir curar del todo su pierna y se estaba sometiendo a un tratamiento para tratar de recuperar parte de su magia, y aunque los resultados no eran muy favorables, ellos no perdían la esperanza.  En sus ratos libres, escribía su reto más ambicioso: un libro sobre pociones.

Harry estaba seguro que ese libro, sería todo un éxito, y que los alumnos aprenderían muchísimo con él, siempre y cuando, no fueran un inepto en pociones como el mismo Harry, porque entonces ni el mejor de los libros podría ayudarlo.

Y en cuanto a Draco… Bueno, me gustaría decir que estuvo feliz de que Harry y Sev estuvieran juntos, pero lo cierto es que no era así. Le dolió, y mucho. Seguía amando a Harry y le costaba hacerse a la idea de que nunca podrían estar juntos, sobretodo viendo lo mucho que se amaban su amigo y su padrino.  Le costó aceptarlo, pero llegó un momento en el que podía verlos juntos, sin que su corazón doliera y los celos le carcomieran el alma. Estaba seguro que ahí fuera, habría un amor así para él.

 

Notas finales:

 

¿Que os ha parecido?

Espero de todo corazón que os haya gustado. Las normas del reto decían que el final tenía que ser feliz, y espero que haya sido lo suficientemente feliz. Según mi opinión, no podía poner otro final más feliz, porque según las circunstancias en las que está Sev, no habría sido creíble. Lo importante, es que los dos están juntos y que su amor, pese a las dificultades, es verdadero y para siempre.

En cuanto a la frase que hay al inicio del fic, es un trozo de canción del cantante español Diego Martín, cuyo título es el mismo que el fic (si, lo se, tengo poco imaginación para los títulos,jaajja). Me pareció que la frase era apropiada para el Fic.

Escribiendo el fic, mi mente no paraba de darle vueltas a una idea que, aunque no cumplía los canones del reto, si me resultaba atractiva.  Y era el de un final alternativo con un trio Harry/Sev/Draco.  Mi beta dice que si que da pie a un trio.. ¿Que decis vosotros?

Un besazo a todos y gracias por leer.


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