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THE FIREFLOWER por quimra

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Notas del fanfic:

Bienvenidos a The Fireflower, un cuento de terror que empecé a desenvolver varias semanas atrás. Traté de hacerlo lo más en forma posible, aunque en varias ocaciones sueno pobre en la narración hago mi mejor esfuerzo.

 

La historia es original, o almenos no he leído algo como lo que estoy tratando de crear en ningún lugar, si existe alguna parecida es... pura coincidencia. 

Notas del capitulo:

Prólogo. Corto y un poco variable.

No tengo muchos comentarios al respecto, solo una gran emoción de poder publicar por fin esta idea que me ha mareado por noches enteras. Difruten, y dejen al final su opinión, me ayudaría bastante en la inspiración.

 

 

 

Querida Sylvian:

 

 

Las luces que alguna vez encendieron nuestras vidas me han enseñado con el paso del tiempo a recordar tus pasos desvaneciéndose en la oscuridad. Sabía ya entonces que la huella de toxicidad del invierno en que te conocí no tardaría en borrar el espejismo del último año que pasamos juntas en la mansión.

 

 

Te sorprendería comprobar lo poco que he cambiado desde entonces. Donde las pinturas de colores vividos siguen frescas en mi memoria, y la carretera partida en grietas de un color desvanecido bordea la Playa escondida.

 

 

Aún las ruinas de nuestro pasado se insinúan sobre la alboleda de los jardines, que silenciosos y envueltos de vida, aguardan. En las cada día menos frecuentes ocasiones en que me aventuro sobre las cartas escritas, todavía puedo sentir el poderoso enamoramiento que me aferraba a ti, brillado como señales fantasmagóricas entre la niebla del tiempo. A veces, ensimismada por la memoria de tu tan querida familia en que sucarbamos la bahía cercana al puerto de hierro, me parece volver a ver sus luces parpadeando en la oscuridad. Pero sé, en el fondo de mi alma, que ya no hay nadie allí. Nadie.

 

 

Te preguntaras que ha sido de la Casa Esmeralda que herede de mis abuelos. Pues bien, sigue allí, aislada, con esa soledad bruta de infinta tristeza. Muchos han venido del extranjero, fascinados por su misterio, pero ninguno me ha disuadido de venderla. La senda secreta que conducía hasta la laguna es ahora una jungla impenetrable, repleta de bichajos ponsoñozos y ramas caídas.

 

 

De tarde en tarde, cuando el trabajo en los restos de tractores y carros cerca del muelle, me monto en la bicicleta roja y me acerco a la mansión, para contemplar el crepúsculo desde el acantilado: solos yo, y aquella bandada de gaviotas, que parecen conocer nuestra historia mejor que nosotras. Desde allí todavía puede verse cómo la luna dibuja una guirnalda de plata pura hacia la Cueva de los Ecos al alzarse sobre el horizonte.

 

 

Esta mañana, mientras desenredaba un manojo de redes atascadas en el arrecife, ha sucedido otra vez. Por un segundo creí verte al final del camino claro, mirando hacia más allá de la realidad en silencio, como te gustaba hacerlo. Cuando el viento me obligo a parpadear, he comprobado que no había nadie allí.

 

 

Todos, se han ido a algún lugar lejano, pero yo me he quedado aquí atrapada en el tiempo de un pasado fantástico. Esperando en vano que la marea purpura de Octubre me devuelvan algo más que recuerdos. No me hagas mucho caso, el mar tiende a hacer ese efecto en mí; todo resurge poco a poco, especialmente si se trata de tí.

 

 

Creo que, si cuento esta, ya son ciento tres cartas que te he enviado a la última dirección tuya que pude conseguir entre el correo caducado de la mansión. Me pregunto si has recibido aunque sea una, si todavía te acuerdas de mí y de aquel tiempo que compartimos. Tal vez sea así, tal vez la vida te ha llevado lejos de aquí, lejos de todo.

 

 

La vida era mucho más sencilla entonces, ¿recuerdes? ¿Qué digo? Seguro no. Empiezo a creer que solo soy yo, pobre tonta, la que todavía te ama cada día desde hace años, cuando aun estabas aquí, a mi lado…

 

 

Laudye.

 

 

 

 

West Mersea, UK 1853.

 

 

            Aquellos quienes recuerdan la noche en que murió Dalia Harper, juran que un destello cian atravesó la infinita extensión del cielo, trazando un rastro de cenizas encendidas que se perdía en el horizonte; un destello que su padre Damian, jamás olvidaría, y que le atormentaría sus sueños por muchos, muchos años.

 

 

 

            Era un helado amanecer de invierno, y los ventanales de aquella majestuosa habitación estaban teñidos por una fina capa de hielo que trazaba unas acuarelas tétricas de sus siete jardines. El alma de Dalia Harper se esfumó en silencio, sin apenas un ligero suspiro. Su hermana menor, Elizabeth, junto a su progenitor alzaron la mirada cuando los primeros destellos que quebraban la línea de la noche se clavaban filosas sobre su lecho. No había sido necesario cruzar ninguna palabra para comprender lo que había sucedido. Tras cuatro años de sufrimiento desde sus primeros síntomas, el fantasma negro de una enfermedad cuyo nombre jamás había sido conocido, había arrancado la vida de la joven heredera. Sin más. Ese fue el principio de una de las historias más oscuras de aquella época.

 

 

 

            Dalia Harper, viva imagen de la esposa de Damian, se llevó a la tumba su belleza y risa encantadora, pero la culpabilidad de un padre perturbado, no. Pronto, obsesionado por evitar que Elizabeth progresara con la misma enfermedad que asesinó a dos de sus amadas, una corte de doctores de todo el país, pronosticaban el mismo fin para la criatura de trece años. Y cansado, tan cansado de escuchar el acorde de condolencias adelantadas, el científico comenzó a planear.

 

 

 

            Retomar el hilo de una vida demandante de medicamentos y específicos cuidados, era demasiado para la niña Elizabeth. Sin la compañía de su hermana, y con la restricta prohibición de nunca hacer esfuerzos físicos, su jaula se redujo a simplemente una silla. Apenas dos años lograron transcurrir cuando su alma sumida en depresión, comenzaba a fallecer con cada amanecer. Presionando a su padre en tomar medidas extremas.

 

 

 

            Una ceguera imprevista, tras la desnutrición de su fino cuerpo, hizo temblar por semanas la mansión a causa de sus llantos desesperados. Y Damian Harper decidió, que era hora del primer intento. Mezclando sustancias poderosas y desconocidas de tierras lejanas, las primeras infusiones de toxicidad se llevaron a cabo. Los resultados, desfavorables como la calamidad misma de los ideales del científico, empeoraron la calidad de vida de la enferma.

 

 

 

Semanas más tarde. La mansión Harper solo resguardaba un habitante.

 

 

 

            El inventor, padre y viudo ya no tenía nada más que perder. Y mientras su humanidad se reducía a mezclas en tubos de ensayo, un nuevo futuro se programaba en la oscuridad de su corazón roto.

 

 

 

            No descansaría, hasta combatir exitosamente aquella enfermedad. Recuperando lo que había perdido,…

 

Notas finales:

Gracias por leer.


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