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Deja de llorar por Yais

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Notas del fanfic:

Bienvenidos sean a otra de mis mini producciones. 

 

Advertencias - Deja de llorar ha sido descrito por los críticos como:

    • La novela de la tarde
    • El fic donde Gaara es un idiota
    • El fic donde Lee es un idiota
    • El fic donde Sasuke sólo quiere ver el mundo arder

 

Yo opino que… sí, es justamente todo eso (XD) y un poco más. Aquí va a haber un poco (o mucho, depende de cómo lo vean) ooc. Espero les guste y recibir sus opiniones, si no les gusta, pues ya será para la próxima.

Notas del capitulo:

Eso del Mpreg no me convence pero ¡Ni modo!, por mi bien y por ustedes lo haré soportable O,o.

Capítulo 1


Cuando faltaba poco menos de media hora de viaje para llegar a su hacienda, Gaara vio al sol ocultarse en el horizonte y al frío azotar la vereda en forma de corrientes de aire que removieron los matorrales. Las nubes ennegrecidas anunciaron una tormenta y las hormigas huyeron para refugiarse en sus elaborados hogares a las orillas del camino de terracería. Él apretó la correa del caballo sobre el que iba e incitó al animal a acelerar el paso golpeándolo levemente con los estribos.


Llevaba todo el día viajando. Recorrió la primera parte del camino de Konoha hasta la terminal de Suna en auto y, después, se subió al caballo que lo ayudaría a llegar a su hogar. Estaba harto del viaje y en lo único en lo que podía pensar era en el instante en que se metería bajo las sábanas de su cama para hacerle el amor a su esposo.


Tenía más de una semana de no ver a su pareja, y durante ese tiempo le pesó el no haberlo acariciado y besado antes de partir. Pasó cada una de las noches en Konoha imaginando su tacto y la expresión que haría al momento en que lo penetrara; cerró los ojos y fantaseó como un adolescente que no puede hacer otra cosa a parte de anhelar al objeto de su deseo.


Aunque en esas noches, por momentos, también lo agobió la inseguridad. Ese sentimiento que lo obligó a hacer ese viaje tan largo y dejar a su amado y virgen esposo esperándolo en casa. Rock Lee era el nombre del joven que había desposado hacía unos días, a tan sólo unos meses de haberlo conocido. Un pelinegro de ojos grandes, sonrisa brillante y cuerpo apetecible; una joya 6 años menor que él, hijo de un pequeño comerciante viudo y bastante extravagante.


Cuando por fin divisó su casa sonrió muy levemente y se perdió en el recuerdo de aquella primera y única vez que recorrió ese camino con Lee, justo después de su boda y la llegada a su casa.


 


(…)


 


Su esposo miró la silueta de la hacienda y lanzó una exclamación de sorpresa, como si jamás hubiese visto una casa de aquellas dimensiones. Él no le aclaró que aquella era apenas unos metros cuadrados más grande que la que compartía con su padre, y que la diferencia radicaba en que la de Lee se encontraba en el pueblo y carecía de los amplios jardines que su hacienda, a mitad de la nada, se daba el lujo de tener.


Cuando atravesaron la entrada principal, Lee intentó recorrer su nuevo hogar como lo haría cualquier niño pequeño, pero él se lo impidió. Lo cargó y, mientras entre besos le prometía que al día siguiente le mostraría hasta el armario de las escobas, lo llevó hasta su nueva habitación.


Ante sus ojos, Lee era el ser más puro que había mirado y eso lo provocaba como pocas cosas en el mundo. Imaginar que sería él quien tendría el privilegio de quitarle la vergüenza junto con la ropa era bastante excitante, así que ya no deseaba esperar ni un segundo más para poseerlo.


Lo acomodó sobre la cama y antes de soltarlo lo volvió a besar porque notó que estaba muy nervioso. Después enredó los dedos de su mano izquierda entre sus cabellos mientras que con la otra comenzó a abrir, botón por botón, su camisa. Lee jadeó y él se separó un poco para poder apreciar su expresión de vergüenza, ansiedad y miedo.


Sabía que aquel era un momento crucial en la corta vida de su esposo así que se inclinó de nueva cuenta sobre él, pero en vez de besarlo fue hacia su oído y le susurró un dulce –te amo –. Lee volvió a jadear por la sorpresa e intentó corresponder a sus palabras pero no pudo ni abrir la boca. Su cuerpo comenzó a temblar y cerró los ojos al tiempo que luchaba por disminuir la velocidad de su respiración.


Gaara notó que su esposo estaba rígido como una tabla, así que prefirió depositar otro beso en la comisura de sus labios antes de darle espacio y aprovechar para aflojar sus propias prendas. Era evidente que Lee no lo ayudaría con aquella tarea. Sonrió satisfecho mientras se quitaba la camisa y desabrochaba su pantalón. Saber que sobre su cama estaba Lee, tan bello y a su disposición, era la mejor certeza de su vida.


En realidad jamás dudó de su capacidad para obtenerlo, sin embargo sí hubo pequeños momentos en los que creyó que, aunque consiguiera atar su cuerpo, sería incapaz de obtener su alma. Afortunadamente ahora ya no se preocupaba por eso, Lee era suyo y sólo a él lo miraría con las mejillas arreboladas y los ojos vidriosos. Más importante, únicamente lo amaría a él.


 


Ya sin camisa y con los pantalones parcialmente desabrochados se volvió a subir a la cama y se dedicó a arrebatarle el resto de la ropa. Lee tembló ante cada uno de sus movimientos, pero él estaba tan extasiado en cada tramo de piel que desnudaba que no lo notó e, incluso, se olvidó de consolarlo y ofrecerle palabras tranquilizadoras.


Gaara quería más de la suave piel y suspiros de su esposo, lo quería todo. Por fin lo tenía ahí y, como niño pequeño que pasó horas deseando un dulce, lo desenvolvió con rapidez. –Lee – susurró en una exhalación de deseo, y sin dejar de besarlo, terminó de arrebatarse su propio pantalón.


Cuando el temblor en el cuerpo de Lee se intensificó, por fin notó que aquellos espasmos tenían muy poco que ver con deseo y sí con miedo. Cosa que lo obligó a calmar su arrebato pasional y recordar el significado real de que Lee fuese suyo. Nadie más tendría el gusto de devorarlo y no era necesario apresurarse cuando tenía toda una vida para poseerlo tantas veces como deseara.


Tuvo que pedirle más de una vez que abriera los ojos para poder mirarlo y al momento en que sus orbes ónix se dejaron ver detrás de sus largas pestañas, no pudo hacer otra cosa más que sonreír con condescendencia. Había asustado a Lee, no sólo al punto de hacerlo temblar, sino que fue el responsable de que sus ojos se inundaran con pequeñas lágrimas que pugnaban por salir. Intentó convencerlo para que se relajara dándole otro beso, pero Lee volvió a cerrar los ojos y permaneció tenso.


Gaara supo que en esas condiciones era imposible que aquella fuera la buena experiencia que deseaba para su pareja, así que después de unos minutos se dio por vencido. –Descansa Lee – susurró de nueva cuenta en su oído y se dejó caer a un lado suyo. Notablemente excitado y abrumadoramente decepcionado.


 


Cuando el deseó se esfumó y dio paso a la decepción, Gaara recordó por qué se sentía inseguro cuando se trataba de Lee. El motivo por el cual había estado tan desesperado por poseerlo.


Él deseó y amó al menor desde la primera vez que lo vio y decidió que sería suyo sin consultárselo. Su ahora esposo era bastante inocente, así que no fue difícil hacer que lo aceptara, sin embargo, a veces no podía parar de pensar que llegaría el momento en que Lee maduraría y se daría cuenta de que había sido obligado a casarse con él. 


Tenía varios días sin pensar en aquello, pues los planes, cortejo y regalos, no sólo habían logrado que Lee aceptara su propuesta de matrimonio con una sonrisa y ojos brillando de amor; sino que también lograron convencerlo a él de que su entonces prometido también lo amaba. Ahora trataba de convencerse de que el menor lo acababa de rechazar por miedo y no por estar arrepentido de su boda. Pensar que Lee se aferraría a él por obligación en vez de amor le aterraba.


Tal vez debió esperar y cortejarlo más tiempo, enamorarlo de verdad y no simplemente aprovecharse de que Lee era joven e impresionable. Pero su inseguridad y ansiedad no le permitieron esperar. Era risible lo amenazado que se sintió por Neji Hyuuga, más porque sus deseos de separar a los dos jóvenes lo hicieron llevar a Lee hasta Suna antes de terminar de atender sus asuntos importantes en Konoha.


–Gaara san, yo… – Lee lo llamó con voz tímida y el mencionado pudo ver como se esforzaba para intentar mirarlo al rostro.


–Tranquilo, hoy dormiremos.


Lee asintió y Gaara podría haber jurado que lo escuchó suspirar decepcionado. Era su fallida noche de bodas –lo siento – susurró.


–Acércate – estiró un brazo y atrajo la cabeza del otro para pegarlo contra su pecho. Lee trató de no moverse mucho así que tardó un poco en acostumbrarse a su nueva posición.


–Buenas noches – deseó y Gaara contestó con una caricia sobre su cabeza.


Lee tardó en dormirse pero cuando lo logró, lo hizo tan profundo que a la mañana siguiente no pudo despertarlo, sólo obtuvo un gesto de disconformidad cando se separaron. Así que no le dijo que debía retornar a Konoha y que pasaría una semana fuera.


 


(…)


 


Cuando llegó a su hacienda la lluvia ya había comenzado, así que al entrar dejó grandes charcos de agua en el recibidor. No le sorprendió que nadie lo esperara, era de noche y todos los sirvientes tenían entendido que llegaría al día siguiente, por lo que no tuvo más opción que sacudir sus cabellos rojos agitando la cabeza de un lado a otro y caminar completamente empapado en dirección a su habitación.


–¡Oh! Gaara sama está usted aquí – de improvisto una de las sirvientas apareció en su camino. La mujer estaba sorprendida y un tanto nerviosa –no lo esperábamos ahora.


–Prepárame el baño – ordenó e ignorando el recibimiento poco convencional. Después desvió la mirada al lugar del cual ella salió, la  sala –¿y mi hermano? – preguntó. Generalmente, a esa hora, Kankuro, su hermano mayor, estaba en dicha habitación vaciando una botella de ron. Un hábito que había adquirido desde que su esposa e hijo murieran cuando ella dio a luz.


–Kankuro san – la mujer murmuró desviando la mirada al piso –no lo he visto, lo siento. Probablemente en… su habitación.


Gaara arrugó levemente el ceño, deseando que el mayor no estuviese borracho bajo la lluvia; y continuó camino a las escaleras.


–Gaara sama – la mujer lo llamó con un tono de voz urgente, pero al momento en que él la miró ella volvió a bajar la cabeza –¿desea que lo ayude en algo?, no preferiría que le trajera algo con que secarse antes, unos zapatos…


–No – Gaara le hizo un ademan de agradecimiento –yo me puedo encargar. Sólo prepárame el baño.


–Claro, sí, como usted diga – la sirvienta hizo una reverencia y se meneó en su lugar mientras veía como el pelirrojo comenzaba a subir las escaleras.


–…señor – llamó de nueva cuenta – ¿quisiera cenar algo?, puedo servirle justo ahora, venga, al comedor.


–No – ya tenía varias horas desde la última vez que había probado bocado pero aún no tenía hambre y, además, le parecía que la sirvienta le estaba haciendo una sugerencia bastante tonta: cenar en ese momento, cuando estaba empapado. Ante su respuesta y firmeza la sirvienta no pudo replicar más, simplemente desapareció de su vista.


 


Gaara caminó por el pasillo con pasos pausados. No preguntó a la sirvienta por su esposo pues se imaginó que a esas horas de la noche el pelinegro ya se encontraba durmiendo o estaba preparándose para dormir. Probablemente no era adecuado molestarlo, pero con cada paso que dio se convenció de que esa noche lo poseería. Estaba seguro que ahora el menor ya se habría hecho a la idea, e incluso estaría ansioso por su llegada.


 


Cuando llegó a la puerta de su habitación notó que una luz tenue se escapaba por el umbral de la puerta y sonrió al imaginar que Lee seguía despierto. Entonces tomó el pomo y lo giró. Tras la puerta se encontró con un lugar semi iluminado gracias a la lámpara prendida en el buró de la cama, el destello amarillo no lograba alumbrar por completo la habitación, pero sí le permitió ver perfectamente a su hermano y esposo sobre su cama.


Kankuro estaba sentado a horcajadas sobre el cuerpo tendido de Lee y tenía el torso inclinado hacia el menor de tal manera que sus labios se rosaban. Se estaban besando. Tan pronto como Kankuro escuchó la puerta abrirse se incorporó y cuando reconoció a su hermano se puso lívido. – Gaara – su tono de voz fue ahogado y casi de un salto se bajó de la cama.


El mencionado no dio crédito a lo que vio, porque era imposible, debía estar alucinando. Pero cuando pasó la mirada de Kankuro hasta Lee y vio al último incorporarse con un gesto desubicado, agitado y con la mitad de su ropa puesta; su cerebro volvió a procesar la información que lo rodeaba.


Sintió que la ira lo embargó y se metió a la habitación con la única intención de matar a su hermano. –Gaara no es… – Kankuro intento hablar en cuanto adivinó sus intenciones, pero no pudo terminar pues recibió un golpe en el rostro. La fuerza del impacto lo hizo trastabillar y cuando inevitablemente cayó al suelo Gaara le dio dos patadas antes de írsele encima.


–¿Qué es lo que estabas haciendo? – preguntó al tiempo que lo tomaba de la solapa de la camisa que también tenía a medio poner. No le otorgó tiempo para hablar, pues le volvió a pegar –en mi casa, con mi esposo.


Siguió agrediéndolo hasta que Lee por fin reaccionó e intentó detenerlo. –Espera – el menor se bajó de la cama e hizo un amago por detener a su esposo, pero Gaara, tan furioso como estaba, no tuvo problemas para rechazarlo con un empujón y también hacerlo caer al suelo.


–Tú, puta – le dijo con una especie de rugido –también me las… de entre todas las personas te tenías que meter con mi hermano –. Kankuro ya parecía estar fuera de combate así que Gaara lo soltó e incorporó con la intención de encargarse también del menor, sin embargo Kankuro cortó sus intenciones de lastimar a Lee al jalarlo y devolverle un golpe en el rostro.


Gaara se limpió la sangre que brotó de su labio inferior roto mientras escuchaba a su hermano decirle que no iba a permitir que lastimara a Lee. Kankuro tomó una pose defensiva y Lee los miró a ambos con un gesto ausente, aún parecía idiotizado y confundido por lo que ocurría.


Entonces Gaara desistió de la idea de un combate cuerpo a cuerpo, en cambio fijó su vista en una de las cajoneras en la habitación antes de ir hacia ella y sacar un arma del cajón superior. Les apuntó a ambos con un gesto decidido.


–Gaara – Kankuro intentó dar un paso hacia el mencionado, pero la mirada de éste le dijo que lo mataría si se acercaba demasiado –tranquilízate, todo esto, no es lo que parece.


El mencionado ahogó un resoplido– y ¿dime que es entonces?, no te encontré en la cama con… mi esposo, en mi casa. No esperaban mi llegada ¿verdad? – ironizó.


–Es… – Kankuro sudó frio –sí, pero – lo miró directo a los ojos –tienes que saber que esto es mi culpa, Lee no tiene nada que ver – era como si se hubiese resignado a que le disparase.


Gaara sintió la garganta quemarle y elevó el arma apuntando directo al pecho de Kankuro con toda la intención de tirar del gatillo, sin embargo la mano le comenzó a temblar y no pudo evitar que los ojos se le empañaran. En otro tiempo lo habría hecho sin dudar, pero ahora se dio cuenta que no podía dispararle a su hermano.


– ¡LARGO! – le ordenó –lárgate ahora mismo o te mataré.


Kankuro tembló de pies a cabeza – Gaara yo…


– ¡Que desaparezcas de mi vista! ¿No entiendes?


El mayor se dio cuenta de que no podría arreglar lo que había hecho. Su hermano no lo escucharía e incluso, si insistía, de verdad lo mataría –lo siento – murmuró y salió de la habitación. Gaara no se dio cuenta de que aquellas palabras no iban dirigidas a él.


 


Aún llovía cuando Lee y Gaara se quedaron solos en la habitación. El menor ni siquiera se había parado del lugar en el que estaba tirado, lo único que podía hacer era mirar a su esposo. Gaara no soportó más la sensación y también tuvo la intención de dispararle, pero en cuanto elevó el arma se dio cuenta de que si no era capaz de acabar con Kankuro, mucho menos de arrebatarle la vida a Lee. Lo amaba, incluso después de saberse traicionado. Así que rebuscó de nueva cuenta en el cajón hasta que encontró un manojo de llaves.


–Gaara san – Lee susurró lentamente y cuando el mencionado se zafó su anillo de bodas del dedo y se lo arrojó con rencor; por fin reaccionó. Se paró tan rápido como pudo, pero no logró evitar que Gaara saliera de la habitación y cerrara la puerta con llave.


–Gaara san, espera Gaara – Lee golpeó la puerta, pero fuera el pelirrojo se alejó de la madera como si le quemara –yo no estaba con Kankuro san por lo que crees – gritó –Gaara escúchame.


Pero él no deseaba escucharlo, así que se alejó de la habitación. Intentó aguantar las lágrimas pero se derrumbó a mitad del pasillo. Derrotado. Ahora no sólo estaba empapado por fuera, su corazón también lo estaba.


Lee, encerrado en la habitación, resbaló por la puerta de madera y, al observar el anillo que su esposo le arrojó, también se puso a llorar, como nunca lo había hecho.


 


 

Notas finales:

Bsos

Yais


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