Era una noche sombría en la pequeña calle de Rue de L’Eglise y el habitante más joven de la casa de la esquina se escapaba a media noche por la ventana de la derecha del primer piso, la de su habitación, y es que el muchacho llegaba tarde a un baile.
Habían pasado cinco días exactos desde que la invitación con escudo de lacre dorado se había deslizado bajo su puerta, había ocultado el sobre a sus padres pues sabía que estos le habrían prohibido asistir y durante toda la semana había terminado de arreglar el vestido de boda de su madre haciéndolo a su medida. Ahora la fina tela de muselina blanca cubría su esbelta figura con suavidad, no tenía un antifaz propio por lo que se había visto obligado a comprar uno con sus pocos ahorros, aunque lo valía, pues nunca había asistido a un evento semejante. A varios metros de su casa una pequeña carroza oscura con el mismo sello de la invitación le esperaba, se montó un tanto asustado pero pronto se tranquilizó al sentir la cómoda superficie de los asientos de terciopelo. Cuando llegaron al lugar indicado la carroza paró frente a una enorme mansión, era de piedra y flanqueada por un camino lleno de antorchas que iluminaban también los jardines que por lo que pudo ver, estaban llenos de rosas y fuentes.
Bajó con la ayuda del cochero caminando lentamente hacia el portalón de entrada mientras miraba con los ojos bien abiertos todo a su alrededor, la curiosidad lo embargaba, pero el auténtico frenesí le sobrevino cuando atravesó el arco, la sala de entrada era maravillosa, los suelos de mármol blanco relucían como si hubieran sido lustrados momentos antes, el techo pintado con maravillosos colores brillaba aún más gracias a la enorme lámpara de araña que iluminaba todo el vestíbulo, entonces un mozo se le acercó indicándole que se dirigiera hacia una de las salas contiguas, de la que emergía una suave música. Caminó tímidamente hasta el salón de baile donde fue simplemente presentado por su nombre, Kaya.
Kamijo, señor de la hermosa mansión, había organizado un suntuoso baile para toda la nobleza de París, pero también había invitado a varios plebeyos hermosos, al fin y al cabo era mucho más sencillo tomarlos a ellos que a un noble, pero cuando observó al joven moreno vestido de blanco quedó sin aliento.
Los rizos castaños oscuros estaban recogidos en un delicado moño mientras que el flequillo caía graciosamente sobre su frente y sus mejillas enmarcando unos enormes y brillantes ojos azules. Se acercó atraído por el magnetismo de las pupilas del muchacho inclinándose al llegar a su altura y besando su mano, observó el asombro de este que le miraba como si acabara de ver a un ángel, nada más lejos de la realidad, sin embargo aprovechó la impresión de este para deslizar la mano por su cintura en un gesto delicado pero provocador, consiguiendo que el muchacho se sonrojara escandalizado, sonrió levemente pensando en que aquella belleza probablemente fuera virgen. Con cuidado se lo llevó hasta el centro de la sala ordenando a la orquesta con un gesto que empezaran a tocar una pieza más alegre y lo pegó sensualmente a su cuerpo comenzando la danza.
Bailaron durante un buen rato causando la envidia de la mayoría de asistentes, todos y todas deseaban estar en su lugar, entre los brazos del anfitrión. Cuando la música dejó de sonar, Kaya se excusó caminando entre la multitud para alejarse del hombre, le había gustado bailar con él, no lo negaba, no obstante había algo extraño en la forma que este tenía de mirarle, como si deseara devorarle el alma.
Al cabo de un rato, cuando consideró que el bullicio no hacía más que aumentar se escurrió subiendo por las escaleras hasta el segundo piso, allí lo recibió un largo pasillo tan solo iluminado por la tenue luz de la luna, entonces, hallándose en la mitad del mismo pudo escuchar unos extraños ruidos, más curioso que alarmado se dirigió hasta la puerta entre abierta de donde brotaban y una vez allí observó con ojos desorbitados al anfitrión de la casa completamente desnudo, sobre una mujer que gemía desesperada mientras la boca del hombre se pegaba completamente a su cuello del que brotaba un finísimo hilo de sangre, Kaya retrocedió un paso tapándose la boca en un gesto desesperado, intentando ahogar un grito, entonces la mirada de Kamijo, que se había vuelto roja, se volvió hacia él y el joven de rizos oscuros se quedó congelado en su sitio.