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El décimo círculo por PokeGirl Uchiha

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Notas del fanfic:

 

Está registrado :P No plaguien! 

Segunda temporada de Infierno de Ángeles damas y caballeros~

¿Están listos?

 

 

Notas del capitulo:

Yay! :') Hola a todos, feliz año! No había tenido oportunidad de desearselos, primero gracias a todos lo que se animaron a dejarme un review en el último capítulo que superó el # de reviews recibidos en toda la vida o.O

No quiero entrenerlos mucho así que como lo prometí en tercera persona. Aún ando un poco oxidada con ese tipo de narración, pero practicando hago que se haga más fluida, espero que les guste de toda maneras :)

Este cap va para 3 personas:
1. Yumi que se encargó de hacer los hermosos fan arts de infierno de ángeles :)

2. A Galle que no ha dejado de preguntarme como iba con los caps todos los dias y me llamo para pu...por el epílogo x) a medianoche lol

3. A Lucy o Lulú que quiere que Alessandro pose solo con su chaqueta de cuero y su motocicleta para un calendario solo para mujeres x)

 

Advertencia: El principio puede causar confunsión a algunas personas  y vale la pena aclarar que va con toda la mala intención de la  autora :B Just saying~ xD

El constante repicar de las gotas contra la ventana lo estaban poniendo nervioso. Odiaba la estación lluviosa, aunque en esos momentos aún no sabía la verdadera razón que lo haría despreciarla hasta tal punto de sufrir una aversión contra ella. En esos momentos se limitaba a no sentirse a gusto con ese tipo de clima. Se sentía atrapado, si fuera por él saldría a la calle sin paraguas, pero en estos momentos aquello parecía más un diluvio. Si no salía, era por el simple hecho que cierta persona se enfadaría muchísimo con él ya que le indicó no salir. Sabía que podía desobedecerlo pero ¡Dios sabía lo insoportable que era cuando estaba enfadado!

A lo lejos escuchó un sonido de una motocicleta. Una estúpida sonrisa se dibujó en sus labios. Finalmente había llegado. A ver si así le recompensaba por haberlo tenido encerrado todo el día en ese lugar, sin motivo alguno. La puerta se abrió y cerró con más fuerza de la que estaba acostumbrado a escuchar. Aquello le pareció extraño. Quizás estaba de mal humor y ahora tendría que aguantárselo.

Salió de la cocina dispuesto a recibirlo. Nunca supo si se le daba bien lo de cocinar, pero aquella tarde al no tener nada que hacer intentó preparar algo especial para ambos, además nunca lo había escuchado quejarse de cómo cocinaba y siempre se repetía, así que suponía que no era malo.

 Apenas puso un pie en la sala sintió como lo levantaban y se vio obligado a pasar sus piernas alrededor de la cintura de su fogoso amante. Le besó con deseo, con la posesividad que le había otorgado a través de los años. Quería decirle que estaba temblando demasiado, que ya lo había empapado por completo y que ahora él también tenía frío.

Sin embargo apenas y podía respirar. No sabía si había olvidado alguna fecha importante o algo por el estilo para que estuviera tan apasionado. Cuando menos se lo esperó se encontró en el sofá. Su camisa había terminado debajo de este. Los labios se su amante no dudaron en irse a su cuello. Gimió suavemente y al siguiente segundo tenía los ojos vendados. Aquello no era nuevo. Siempre le había gustado la creatividad que tenía su pareja a la hora de los asuntos sexuales.

Se estremeció cuando lo escuchó decir que harían un nuevo juego precisamente hoy, al parecer la lluvia le excitaba, tenía que estar muy silencioso y no preguntar nada de lo que iba a hacer. Una parte de él no le gustaba ceder tan fácil. Su orgullo le impedía hacer, la mayor parte del tiempo, lo que otros querían a la primera. Aunque con él había aprendido que no había orgullo que aplicase. Lo sintió levantarlo nuevamente y mandarlo a callar cuando preguntó a dónde se dirigían.

No le gustaba ser cargado, se sentía como un niño pequeño y ya era todo un hombre, sin embargo a veces creía que seguía siendo el niño de años atrás. En su mente iba contando los pasos, si eran más de treinta iban a la cama, pero solo fueron quince, así que debían estar en la cocina. Al poco tiempo se sintió amarrado en la silla, protestó un poco entre excitado y molesto porque ahora no iba a poder tocarle.  Cuando supo que realmente estaba raro fue cuando empezó a besarle los labios sin cesar. Escuchó un “te amo”. Él quería decirle también que lo amaba con todas sus fuerzas y aunque fuera un completo idiota manipulador la mayor parte del tiempo, no podía evitar amarle de aquella manera.

Después de eso sintió como lo amordazaba. Aquello le produjo un escalofrío. No sabía que había estado viendo últimamente, con tal que no intentaran nada demasiado sadomasoquista, aunque al recordar que estaba amarrado a una silla supo que tal vez no correría  con tanta suerte y si iban a intentar algo muy raro. Logró percibir que era llevado con todo y silla a algún punto de la casa, ahora que no podía escuchar bien los pasos, no sabía si se dirigían finalmente a su habitación o a la sala. Luego de unos segundos sintió algo suave. Sonrió, pero al notar más de esa textura y luego algo rasposo gruñó, o intentó hacerlo, estaba en el armario. Lo que había ocasionado saber su actual localización había sido el horroroso suéter verde botella que tanto amaba su pareja. ¡Por todos los cielos odiaba ese suéter! Tendría que regalarle uno para su cumpleaños porque el que tenía era viejo, olía muy mal aún cuando en la lavandería luchasen por dejarlo oliendo a “Suavitel”, pero lo peor no era el mal olor o lo viejo que era: el problema era que esa horrible cosa, como él la llamaba, era demasiado rasposa, la odiaba, siempre terminaba con su piel enrojecida cuando quería acercarse a su amante y lo tenía puesto, picaba también, no comprendía cómo él podía estar con eso puesto todo el día.

Un nuevo “Te amo” lo hizo salir de sus cavilaciones. Sentía aquellas grande manos recorrerle con delicadeza. Un agradable escalofrío le recorría. Y no pudo esbozar una pequeña sonrisa. Quería jadear, gemir, suplicar por más, pero en ese momento llamaron a la puerta. Aquello lo hizo gruñir de frustración. “No me tardo. Te amo, mi niño.”

Escuchó que solo azotó la puerta del armario. ¡¿Es que nunca iba a aprender la lección?! Le había dicho repetidas veces que esa puerta no se azotaba porque nunca terminaba bien cerrada. Sintió como la venda de los ojos caía. Genial, ahora que regresase se iba a llevar una reprimenda porque según él no podía jugar como se debía. No era su culpa que su amante no pudiera hacer un buen nudo. Le costó acoplarse a la penumbra del armario, pero por fortuna la puerta  había quedado entreabierta, tal como predijo, estiró un poco el cuello para ver quién demonios había interrumpido su juego. Su corazón se paralizó. Hablaron, discutieron, gritaron y luego…

Despertó. Estaba empapado de sudor. Y aunque no quisiera admitirlo estaba temblando. Cerró sus ojos con fuerza y estrechó el cuerpo que tenía entre sus brazos. Era frágil. Delicado. Suave. Adoraba ese olor a manzanilla que desprendían sus cabellos. Si bien ese producto era más caro valía la pena comprarlo, porque siempre lograba adormecerlo, tranquilizarlo.

Afuera llovía, odiaba la lluvia con todo su corazón, la despreciaba, si fuera por él que no volviera a caer ni una gota del cielo por el resto de los días. Si pudiera se mudaría a algún desierto, pero estaba consciente que la persona que yacía entre sus brazos no había nacido para climas secos, una gran diferencia entre ellos. Una de miles.

El reloj de la mesita de noche marcaba las cuatro de la mañana. Aún podía dormir dos horas más. Sin embargo no se veía capaz de cerrar los ojos por temor de volver a aquel horrible lugar. Escuchó un leve quejido y notó como estaba abrazando con demasiada fuerza a su novio. Se apresuró a aflojar el agarre, por fortuna no lo había despertado. Por lo menos no lo había abrazado con esa fuerza meses atrás, donde tenía que andar con aquel incómodo yeso. Miró su brazo izquierdo y notó una pequeñita cicatriz, la cual apenas era visible gracias a Lyosha que era peor que una costurera en cuanto al tema de remendar, siempre se esforzaba al máximo porque no quedasen señas. A eso debía sumarle que siempre estaba probando nuevos productos o mezclando sábila con a saber qué más para crear el perfecto cicatrizante.

Un rayo atravesó su ventana. La lluvia azotaba con violencia contra el vidrio. Sabía que su novio tenía el sueño bastante ligero, pero las últimas semanas parecía esforzarse porque nada lo despertase. Sus manos se deslizaron por la espalda de este y lo escuchó emitir un suave gemidito que le sacó una sonrisa. Para ser honestos, él era lo único que lo hacía sonreír con sinceridad, desde hacía mucho tiempo.

Un trueno hizo estremecer la casa. No le gustaba llevarlo allí a dormir, aún no había hecho segura esa zona todavía, pero no podía arriesgarse a que lo vieran demasiado tiempo con él por cuestiones de seguridad, podían dañarlo a él todo lo que quisieran, pero no a la persona entre sus brazos.

Aunque sabía que la persona que más lo deseaba bajo unos cuantos metros de tierra era la madre de su ricura. Su mano se fue hasta una de las mejillas de su novio y la acarició con cierta ternura. Hacía más de dos meses que los había visto besándose. Al principio creyó que reaccionó así de la impresión y que al final terminaría tomándoselo tan bien como Civella, pero se había equivocado.

Ariel no había sido el mismo desde entonces. Le preocupaba su desempeño en la escuela, sabía que estaba pasando las materias, así como también estaba consciente que la mayor parte del crédito iba para su odioso amiguito, el cual aún no le dirigía la palabra en el sentido amplio. Los veía reunirse de vez en cuando para pasarle uno que otro apunte. Sin embargo solo hablaban lo necesario, cuando lo había visto intentar saber algo más de él, este se iba por la tangente. Algo se había roto entre ellos y si no hubiera pasado en el momento en que Ariel más le necesitaba estaría más que feliz.

Aún recordaba lo mal que se lo pasó cuando fueron a visitarla para el día de la madre. Le terminó tirando las flores que le habían llevado. Al parecer el embarazo lejos de sentarle bien la había vuelto menos maternal hacia su primogénito. No comprendía cómo podía rechazar a alguien como su ricura. Él había intentado hablar con ella más de una ocasión, pero al parecer el encanto del asesor vocacional se había ido a la mierda. Ahora solo lo veía como el tipo que arruinó la vida de su hijo y lo lleva director a arder el infierno.

Una parte de él, la orgullosa, se negaba a creer tales cosas. La otra, la racional, sabía que lo estaba encaminando a ese camino, no por las razones que aquella mujer profundamente religiosa alegaba. A pesar de todo, estaba consciente que Ariel quizás estaría mucho mejor sin él, sin embargo este no lo veía de esa manera.

Quizás el día más difícil para su pareja fue cuando su madre lo echó de la casa así sin más. Prohibiéndole la entrada hasta que dejara de ser un sodomita. Emely, la madre de Ariel, aún estaba en el hospital delicada cuando pronunció semejante sentencia. Y como no querían provocarle un aborto de un disgusto terminaron cediendo. Desde ese día ninguno la había visto, a pesar que fue dada de alta hacía unas semanas.

Hacían un esfuerzo sobrehumano por no encontrársela en los pasillos del hospital. El doctor Rosell, que no le daba buena espina, se encargaba de tenerlos bien informado de las visitas que ella hacía a Civella, el cual seguía sin evolucionar. Incluso para él era difícil mirar a aquel hombre, que fue su compañero por tantos meses, postrado en una cama en estado vegetal. Civella tan lleno de vida y amor por su familia, ahora no era capaz de proteger a los suyos justo cuando más lo necesitaban.

Desde hacía un mes ambos vivían juntos y no era que la idea le desagradara, pero nunca pensó que ese momento llegaría tan forzado. Al principio, Ariel se había empecinado en independizarse como Ethan, pero aunque no quisiera admitirlo sabía que éste no estaba listo para dar semejante paso y aunque había conseguido un trabajo a medio tiempo en una librería de la zona céntrica sabía que aún no podría  llevar una vida independiente.

Había intentado persuadirle que volviese a trabajar con Dante, la paga era mucho mejor que la de la librería y sus horarios eran más flexibles, pero no había conseguido nada. Al parecer aún no podía perdonarle. Lo que en verdad le sorprendió fue que incluso el mismo Dante no podía perdonarse. Había ido a buscarles un día y le habían comunicado que se había trasladado por tiempo indefinido a la “pequeña” mansión de Silver Beach.

Al no poder dejar, mejor dicho al no querer dejar, solo a Ariel mucho tiempo no había tenido oportunidad de hablar con su confundido amigo. Apenas respondía de vez en cuando sus mensajes de texto. Parecía que en verdad deseaba evitarle y si su vida no tuviera demasiados problemas ya, hacía mucho que lo hubiera ido a buscar para decirle que dejase de ser tan idiota.

Sintió ese frágil cuerpo removerse entre sus brazos. Al parecer no era el único que tenía pesadillas esa noche. Llamaba a Civella en sueños, cuando empezó a sollozar  dormido fue cuando no soportó más y le despertó. Aquellos ojos verdes le miraban confundido —Tuviste una pesadilla.

Aún parecía no creer que ese era el mundo real— No quise despertarte— dijo avergonzado. Se limitó a indicarle que volviera a acostarse en su pecho. No quería decirle que él ya llevaba un buen rato despierto—. ¿Puedo seguir durmiendo?

—Aún tienes un poco más de dos horas. Descuida yo te despierto— Lo sintió abrazarle. No se atrevió a preguntarle qué había soñado porque eso implicaría hasta cierto punto, sentirse comprometido a contarle su pesadilla y eso es algo que se seguiría guardado el mayor tiempo posible.

***

Había un maldito sonido que le taladraba la cabeza. Con el mayor de los pesares abrió los ojos e identificó el diabólico aparato que había osado en despertarle. Lo desconectó al no encontrar manera de apagarlo. Lo más fácil era siempre estrellarlo contra algo o asestarle unos dos disparos, pero el endemoniado objeto no era suyo. Ni era su habitación.

 Abrió los ojos de golpe al notar ese detalle. ¡Carajo! ¡No era su habitación! Miró a todos lados y se encontró con unos enormes ojos gatunos que le miraban fijamente como reprochándole alguna conducta inapropiada. ¿Lo peor de todo? ¡Conocía el gato!

Se sentó de golpe y notó como apenas llevaba su ropa interior puesta. Empezó a palidecer al notar que no solo conocía al gato. También la habitación. ¡¿Qué demonios había hecho anoche?! No, no, se había prometido así mismo no hacer nada extraño en toda su vida. La cabeza parecía que iba a estallarle en cualquier segundo. Tenía un horrible aroma a licor. Apestaba para ser sinceros.

Buscó algún rastro del dueño y al no encontrar nada empezó a preocuparse. Salió disparado al espejo que estaba en la habitación y examinó su cuerpo detenidamente, no había señales de nada, bien. Un punto a su favor. Aunque eso no lo tranquilizaba completamente.

Tomó todo el valor para salir de la habitación en busca del dueño de esta y para preguntar le paradero de su ropa, lo encontró cocinando lo que parecía unos Hot Cakes— ¡Hola! Buenos días— Dijo sin perder un matiz de concentración mientras hacía que esa masa de harina diera una voltereta en el aire.

Lupo no respondió en un primer momento. Miraba atentamente el cuerpo del dueño del apartamento  intentando saber si no había hecho alguna locura anoche, pero no veía nada extraño. Cuando lo vio caminar con normalidad sintió que la vida le era devuelta—Buenos días— dijo finalmente en su tono un tanto apático.

Ethan le indicó que se sentara mientras le servía una montaña de Hot Cakes y le pasaba la nutella, un jugo de naranja y de paso un frasco de pastillas— Luces terrible. Creía que los hombres de tu edad ya no debían beber esas cantidades industriales— Gruñó un poco ante la insinuación de ser viejo—. Vale, vale lo he entendido. No estás de humor. ¿Necesitas algo más? — No respondió de inmediato. Por fortuna, su acompañante estaba consciente de eso y se dedicó a buscar  su ropa para el entrenamiento de básquetbol.

Cuando se sentó frente a él en la pequeña barra desayunador. Sonrió un poco más haciendo que esos ojos azules brillaran de una manera que Lupo pensaba que tenían luz propia. Estaba feliz, cosa que no demostraba nunca, que aquel brillo aún estuviera presente en esos ojos de nuevo. Aún recordaba lo mal que lo había encontrado meses atrás cuando aquel hijo de mami y papi le había hecho la propuesta del trío, destrozando sus sentimientos.

No fue fácil hacerlo sonreír de nuevo y haberse enterado que los padres de Ariel estaban en el hospital no ayudó mucho. Sin embargo ahora que se había alejado de él le notaba más tranquilo. Era como si ahora tuviese una vida normal, lo más normal a lo que alguien como él podía aspirar.

Ethan era un chico excepcional: fuerte, muy maduro y centrado a pesar de haber vivido en tan pocos años cosas tan difíciles— ¿Quieres hablar de lo que te hizo ponerte en ese estado? — Aunque a veces le incomodaba que se preocupase tanto por él— Ok. Entendido no quieres hablar de eso—. Le agradaba el chico. No iba a negarlo. Era de las pocas personas que eran fáciles de tratar y aunque en un principio había pensado que solo era un chiquillo más que buscaba nada más vivir la vida lo más relajada posible, salir a embriagarse y tirarse un buen polvo de vez en cuando, al final tuvo que tragarse todas esas ideas.

Más silencio. Sintió algo enrollarse en su pierna izquierda. A esas alturas ya se había acostumbrado  aunque al principio daba uno que otro brinco. Miró hacia abajo y se encontró con los grandes y expresivos ojos de Carlo Magno. Este se restregaba contra su pierna y le ronroneaba—Carlo Magno, deja comer en paz a Lupo— le recriminó su dueño. Este solo le miró fijamente y se limitó a echarse sobre los pies del halcón—. Qué gato más testarudo.

A Lupo no le molestaba el gato. Y este parecía en extremo cómodo con él. Cosa que nunca había pasado antes. Siempre todos parecían evitarlo, aunque eso en parte iba gracias a su mal genio. Aunque hubo una época en que fue normal, sin embargo ya casi no recordaba nada de esos momentos. Era como si nunca hubieran existido para él. Sin embargo había algo de su pasado que no podía olvidar después de tantos años; en realidad eran dos sucesos en específico lo que lo cambiaron y lo llevaron a hacer la persona que es en la actualidad. Uno de ellos fue precisamente por lo que terminó embriagándose y aparentemente semi-desnudo en la habitación de Ethan.

No había notado que se había quedado en silencio más tiempo de lo que su joven amigo estaba acostumbrado— ¿Te duele mucho la cabeza? Quizás deberías descansar un poco más— Sugirió con un matiz de preocupación en su voz. Hacía mucho que nadie se preocupaba por él y era extraño encontrarse ahora siendo acosado con preguntas sobre su bienestar casi todos los días.

Siguió partiendo los Hot Cakes en formas perfectamente simétricas— Estoy bien. No deberías preocuparte tanto por mí— Sin embargo no iba a negar que esos gestos lo hacían sentir muy bien; el saber que era importante para alguien. Aunque claro Lupo jamás admitiría ese tipo de cosas en voz alta. Miró con cierto detenimiento a Ethan. Lucía normal, pero mejor se cercioraba que no había hecho ninguna locura—. ¿Qué pasó exactamente ayer? — Hizo que la pregunta sonara lo más casual posible.

Ethan le miró extrañado— ¿De verdad no te recuerdas nada? — Nunca lo iba a admitir mientras viviera, pero el tono que utilizó hizo que empezara a sudar frío. No respondió dándole a comprender que si preguntaba era porque obviamente no recordaba nada. Quizás había subestimado la resistencia de Ethan y quizás si había terminado haciendo alguna locura. No, no, si algo hubiera pasado tendría que saberlo, sentirlo o por algo. Además la persona que tenía enfrente no estaría tan tranquila. Una cosa era que Ethan fuera homosexual y otra muy diferente que se sintiera atraído por un anciano como él, porque éste no debía sentirse atraído por su persona.

Ese silencio ya le estaba colmando la paciencia —La verdad, la verdad, me sorprendiste anoche— Sintió que el Hot Cake se le quedaba atorado a mitad de la garganta—. Es decir estuviste tocando la puerta con tanta insistencia que pensé que estabas herido o algo así. Después solo… no sé cómo decirlo, ¿te me tiraste encima? —No podía siquiera mirarle a los ojos— Te veías fatal y después solo me dijiste que necesitabas el baño y empezaste a vomitar— Quería que la tierra lo tragara en esos momentos—. Por cierto, tu ropa está allí limpia y ya planchada— dijo con total normalidad mientras señalaba el sofá—. La ensuciaste bastante, pero nada que no se pudiera solucionar con una buena lavada. No te di una buena ducha porque te quedaste dormido abrazando el inodoro.

¿Qué se suponía que debía decir a ante esas palabras? No sabía si su respuesta lo había logrado tranquilizar o dejar en peor estado. Podía disculparse o algo, sin embargo pensó que a lo mejor podía confiar en él, en Ethan, el chico se había abierto muchísimo con él los últimos meses que ya lo sentía parte de su vida, era la primera persona que se había acercado tanto y no había tenido impulsos de asesinarla después de muchos años. Quizás la edad le estaba volviendo sentimental, a lo mejor debería pensar en retirarse ahora que estaba en sus años de gloria, soltó un bufido, si claro, cómo si supiera hacer otra cosa aparte de matar gente. Aunque Lupo las sabía, sin embargo no se veía capaz de trabajar en un medio ajeno a tanta violencia, quizás lo habían hecho masoquista con el paso de los años—Mi madre— Pronunció. Al principio pareció no comprenderle. No era fácil de hablar de esas cosas—. Era el aniversario de su muerte…

Ahora que lo decía en voz alta aquello rayaba en lo patético. Es decir, no era ningún niño o adolescente como para ponerse en ese estado, agregándole el agravante que veía la muerte a cada segundo de su vida, no debería perturbarle ese tipo de cosas— Lo siento. ¿Estaba muy enferma?

Sonrió con cierto pesar y miró al chico—La asesinaron cuando tenía ocho— Momento incómodo. Por eso nunca había hablado con alguien sobre el tema, sentía que obligaba a los demás a compadecerse de él—. No importa, fue hace mucho.

—Sin embargo te sigue afectando—Más de lo que él quería admitir—. En normal que la extrañes, aún cuando murió hace tiempo, pero no creo que le guste verte sufriendo— Si hubiera sido alguien más, hacía mucho le hubiera volado los sesos por insinuar que era un sufrido—. Gracias por tener la confianza de decírmelo. Creo que es lo primero que me has dicho sobre tu pasado.

—Cada uno es dueño de su pasado. No debería irlo pregonando ante cualquiera.

— ¿Entonces yo no soy cualquier persona? — Preguntó con cierta ilusión.

Lupo había aprendido en poco tiempo que una de las debilidades, por no decir la mayor de todas era su necesidad de buscar cariño en los demás: sentirse importante para alguien y no creer que solo era un equívoco del destino. El sentir que tenía una razón de ser. Si Ethan fuera cualquier persona aquello no sería un inconveniente, pero al ser hijo de Mapelli aquello a la larga le iba a causar muchos problemas, si es que el segundo tenía planes para él, cosa que esperaba que nunca cruzara por su cabeza— Creí haberte dejado ya clara esa respuesta— quizás sonó bastante tosco, pero le sacó una sonrisa al otro. Miró el apartamento con detenimiento. Al final había valido la pena amenazar con liquidar al hermano del dueño de ese lugar, el cual convenientemente compartía celda con un conocido suyo, sino se lo dejaba a buen precio al chico—. Llegarás tarde a la escuela— dijo mientras daba un sorbo a su jugo.

Ethan miró extrañado el reloj y efectivamente, sino se iba en ese momento iba a llegar tarde— ¡Rayos! — Se levantó de golpe y salió corriendo a la habitación por su mochila. Al poco tiempo volvió con esta — No te preocupes por los platos, yo los lavo después ¿vale? — Se acercó para despedirse del minino, el cual ronroneó a su amo— Ya sabes dónde está todo por si quieres darte una ducha antes de irte. Tengo que irme.

— ¿Cuándo es tu próximo juego?

—El próximo lunes, pero no jugamos en casa— le explicó con rapidez—. Te mando con SMS cuando sepa bien la dirección de la otra escuela ¿vale? — Tomó su almuerzo y las llaves del apartamento— ¡Cuídate! Y deja la bebida por un rato ¿ok? — Así sin más salió del lugar.

Bajó la mirada y se encontró con Carlo Magno que movía su cola de un lado a otro— ¿Y tú crees que debo dejar la bebida? — El gato maulló en contestación. Lupo lo tomó en brazos— Ven, hay que darle una mano a tu dueño— dijo mientras levantaba los platos y los llevaba al fregadero dispuesto a lavarlos. Era lo mínimo que podía hacer después de haber vomitado en su baño.

***

La motocicleta derrapó, como ya era costumbre, frente a la escuela. Ariel bajó de esta y miró a su novio. Intentaba sonreír como antes, pero ya no lo recordaba. Había perdido mucho en tan poco tiempo: Su familia, su mejor amigo, su derecho a elegir un mejor futuro. Tanto que le había dicho a Ethan que uno era hacedor de su propio destino y ahora tenía que tragarse todas esas palabras— Tengo que ir a San Peter, no creo poder venir por ti.

Aún no comprendía cómo Alessandro no se había cansado de él. Era patético. Triste. Melancólico— Te veo entonces en la librería. Salgo a las siete de trabajar— le dijo con el tono más animado que podía—. Te amo— A veces sentía que seguía a su lado porque creía que si se iba se desmoronaría por completo. No esperó una respuesta y salió rumbo a clases en el momento en que el timbre sonaba.

Miraba todo con melancolía. Los pasillos, las personas, las aulas. Era extraño pensar que durante muchos años soñó con su último año y ahora que estaba en él nada era como pensó. A lo lejos vio a quien aún consideraba su mejor amigo. Reía despreocupadamente, bromeaba con todos los chicos y se ganaba la atención de más de una chica. A veces creía que todo lo que le pasaba era cuestión de karma, cuántas veces no vio a Ethan en un estado semejante al suyo y no hizo nada porque creía que no era capaz.

¿Y ahora? Se seguía sintiendo muy incapaz, pero no había tenido más remedio que enfrentarse a todo. Puso su mochila en su asiento y al poco tiempo vio como Ethan se ponía a su lado. No era como si le hubiese perdonado, quizás ninguno de los dos estaba listo para seguir sin el otro, aunque la distancia que había entre ellos era abismal. Se saludaban. Hacían los proyectos juntos, porque no les quedaba de otras, al parecer todos en el salón se había terminado acostumbrando a verlos hacer todos juntos que ni se les pasaba por la cabeza que ese orden podía ser roto.

Aquella mañana iba a ser bastante agitada. Estarían sentados toda la mañana haciendo exámenes vocacionales y luego llegarían algunos profesionales para hablar de sus carreras para el futuro. Aquello estaría muy bien, si Ariel tuviera un futuro. Miró por la ventana y se preguntaba que haría Alessandro en esos momentos.

***

Sonrió de lado. Siempre era divertido ver a novatos queriendo entrar a ese mundo. Sabía que esas cantidades de “nieve” no las querían para una fiesta privada. No, la querían para comercializar clandestinamente, al igual que ellos, pero menos profesionales— Espero que mis hombres no hayan sido demasiado toscos con ustedes— dijo con tranquilidad mientras examinaba la reacción de sus invitados.

Sorpresa. Claro, siempre pasaba eso cuando le miraban por primera vez. Se debía poder ya el monologo interior que debía estar pasando por sus cabezas. Sí, él era quien estaba a cargo. Nuevamente sí, siendo tan joven y apuesto. Para qué iba a negar que estaba como él quería, al principio creía que era una molestia, pero después descubrió que era muy bueno. Logró vender grandes cantidades en poco tiempo ya que lo invitaban a las mejores fiestas y él se limitó a ofrecer algo para poner la fiesta a tope.

— ¿Es usted Mapelli?

Dejó escapar una pequeña risita— Si, yo fuera él no estarían vivos. Lamento arruinar sus sueños caballeros, pero Mapelli no ve a cualquiera, no se deja ver por cualquiera. Ya sabe, cuestiones de seguridad. Sin embargo sé que podemos llegar a un acuerdo ustedes y yo.

Ambos se miraron no muy convencidos— Nosotros queríamos hacer negocios con Mapelli— se aventuró a decir uno.

Lyosha le miró de reojo, estaba a su lado. Lamire cuidaba la puerta y Lupo, este no había llegado aún, sin embargo no iba a reñirle porque ayer tenía un aspecto terrible, pero más le valía llegar a tiempo para ir a San Peter.

—Y con él van a hacer negocios. No directamente, pero su dinero terminará en sus manos. No se preocupen— Habían acordado verse en terreno neutral. Unas oficinas las cuales estaban en alquiler. A esa hora las demás estaban desocupadas y esta siempre estaba disposición de los halcones, pequeños favores a cambio de grandes beneficios.

Morello odiaba tratar con tipos como esos, pequeñas cucarachas con aires de grandeza, queriendo imponer sus reglas— No se ofendan, pero pensamos que tratábamos con profesionales— Típico de novatos. Alessandro no se inmutó. Sin embargo Lyosha le miró un tanto preocupado, para su fortuna no andaba tan bélico.

—Ustedes han contratado nuestros servicios y solo sabemos trabajar de esa manera. No somos novatos— golpe bajo para el orgullo de esos tipos—. Tenemos años en el negocio, incluso yo, si eso es lo que les incomoda— Que fueran unos cuantos años mayores que él no significaban que tuvieran más experiencia. En realidad solo le confirmaba que era mejor que esa basura con la que tenía que hacer negocios.

Ambos se miraron nerviosos y antes que abrieran la boca una bala pasó justo en medio de los dos. Se incrustó con fuerza en la pared a centímetros de Lamire quien ni se inmutó. Los hombres palidecieron con notoriedad. Cuando vieron al frente encontraron a Morello con el arma en alto— Quizás un poco de persuasión era lo indicado ¿verdad? A lo mejor alguien como yo no les parece lo suficientemente intimidante para moverse en este mundo y creen que solo soy un tipo que no sabe nada, pero creo que no está demás decirles que sé cómo moverme en este mundo, también sé ser lo suficiente amenazante cuando la ocasión lo amerita, y por supuesto no dudo en asesinar a alguien cuando me lo pide a gritos.

Alessandro sonrió para sus adentros. Típicos novatos. Un par de palabras para relajar la tensión. Unos billetitos por aquí, una promesa de entregar por allá y listo. No era un trabajo difícil. Lo difícil era cuando Mapelli le encargaba una misión especial. Odiaba al tipo. Salieron del edificio con Lyosha y Lamire rumbo a su base “El Placer Salvaje”, para los amigos PS.

—Debo admitir que actuaste con mucha diplomacia el día de hoy— exclamó Lyosha con una sonrisa desde el asiento de atrás—. Creía que ibas a volarle la cabeza a uno de los dos para que se dejaran de tonterías.

—Supongo que amanecí de buenas— dijo sin más. La verdad había tenido el peor despertar en meses. Se suponía que tendría que estar olvidando todo y al parecer el universo continuaba conspirando en su contra. ¿Hasta cuándo lo soportaría?

***

Sólo era un pequeño como los demás: sin malicia, con unas enormes ganas de vivir, de jugar al soccer, poder pasar tiempo con su familia, a lo sumo aspirar a aprender a tocar la guitarra. Eran tiempos difíciles, no para todos, pero para él sí.

— ¿Quién eres tú?

—Yo soy tu padre.

—Mamá no me dijo que tenía uno. ¿Quieres jugar conmigo?

—Quizás luego, pero ven conmigo.

— ¿A dónde?

—Ya lo sabrás a su tiempo.

— ¿Puede venir mamá con nosotros?

El hombre le tendía la mano y él siendo tan inocente no dudó en tomarla.

Abrió sus ojos y se encontró con alguien demasiado cerca para su gusto—Hola dormilón, ya llegamos a San Peter. Hay que apresurarnos si queremos terminar antes de las tres. Tenemos mucho trabajo por las próximas horas— Aquello no le puso de mejor humor.

Notas finales:

Gracias por leer :) Me llena de emoción empezar la segunda temporada :)! Ya saben cualquier cosa un review :D! Y para no perder la costumbre actualizo el jueves :) Un beso!


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