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Cambios de Rutina por Pabeth

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Notas del fanfic:

Personajes: U. Sasuke, U. Naruto.
Género: Drama.
Tipo: One-Shot. 
Advertencias: OoC, un poquitín de mala gramática y ortografía. 
Disclaimer: Los personajes de Naruto no me pretenecen, yo tan sólo los utilizo vil y cruelmente en mis locas ideas sin remuneración alguna.

El sol brillaba en lo más alto del cielo, ¿entonces por qué llovía? Clásica pregunta que un niño le haría a su madre. Sus dedos corrían por sobre las teclas blancas con negro, no estaba consciente de cuál era aquella melodía, o cómo era que de un momento a otro estaba tocando un instrumento que nunca en su vida había visto más que como un adorno; ¿un impulso animal? Tal vez, pero un impulso que dolía, hasta carcomer parte de su alma.

Todo hubiera sido más fácil si hubiera pronunciado al aire un: "Le extraño" o "¿Por qué no vuelves?", pero la facilidad para él era algo que simplemente no estaba dentro de su vocabulario, o tal vez no la facilidad en sí, tal vez aquellas palabras llenas de dolor y debilidad eran las que no podía pronunciar libremente. Sentir el engarrotarse de sus dedos le daba un dolor placentero, que quiera que no, redimía aquella culpa que lo azotaba todas las noches, entre sueños, aquella que le echaba en cara su fallo ante aquello que aborrecía.

 "El cambio de una rutina, el fin de un ciclo"

Recordaba con exactitud aquel día en el que vio como los de clase de música tocaban una obra de… ¿Mosca? ¿Motráz? ¿Monzar? Bueno, su cultura no era la apropiada como para decir si quiera que fuera un alumno de último año. Él era más de sonidos estruendosos, gritos rasgados por el dolor, y baterías estallando en estridentes sonidos. Pero, aquella obra había llamado su atención hasta cierto punto, más por las personas que la interpretaban. Se dejaban llevar por las notas, por los sentimientos, por la inspiración, por la pasión. Ese día había sentido tanta envidia, de no tener algo que lo moviera, algo que lo apasionara hasta el punto de disfrutar horas y horas haciendo aquello sin importar el aburrimiento, u otros factores menos importantes.

Luego de aquello empezó a darse cuenta de muchas otras cosas. Era su último año de colegio, todos se estaban preparando para ir a la universidad; entusiasmados, interesados, preocupados, pero a final de cuentas metidos todos en su rollo. Él se estaba quedando atrás, era porque no había captado que era el final de todo, que pronto diría adiós, y todas esas caras conocidas ya no existirían más que en sus recuerdos.

La verdad, nunca había estado ligado a nada tan profundamente como para extrañarlo hasta el punto de llorar, tal vez las mismas cuatro paredes de las que ahora tenía miedo de salir, pero ningún interés personal, claramente. ¿Entonces por qué se quedaba atrás? Tal vez simples niñerías, o porque su vida era tan estúpidamente monótona que no quería dejarla, eso de cambiar de rutina iba a ser agobiante. Conocer nueva gente, seguir estudiando, ir a otro lugar, seguir estudiando, tener nuevos —y latosos— profesores, seguir estudiando, buscar un nuevo grupo donde asentarse, seguir estudiando, y… ¡Maldita sea, seguir estudiando!

Estornudó escandalosamente, entornó los ojos, hallando unos pozos negros viéndole con un aire de sorna y engreimiento. ¡Ah! Por lo menos se libraría del estúpido delegao, aunque… ¿Eso era algo bueno? Ya ni siquiera lo sabía.

—¿Melancólico, idiota?— las gotas de lluvia seguían cayendo afuera. Se rascó la cabeza y de pronto se dio cuenta de algo, ahora se encontraba parado delante del gran ventanal del salón de música, viendo hacia el exterior. ¿A qué malditas horas se había movido del banquillo del piano? Ni idea. Volvió a mirar al delegado, y luego hacia afuera.

—¿Vienes a despedirte de tu objeto de burlas? Porque si es así, ya puedes largarte.

—Nunca fuiste lo suficientemente inteligente como para apasionarte por un lugar como éste, ni siquiera lo suficientemente perspicaz como para entrar curiosamente a saber qué era este lugar, entonces, ¿por qué estás aquí?

—Acaso alguien me lo restringe— contestó mordaz, pero su mirada seguía perdida en el cielo; aquel cielo azul claro, azul deslavado. Suspiró cansinamente y luego dejó escapar sin remordimiento: —Aquí comenzó todo.

—¿Qué cosa?

—Mi curiosidad, por saber ¿Qué será de mí?— con rostro sereno se volteó y observó aquellos ojos negros de nuevo —. No soy tan inteligente como tú Uchiha, no sirvo nada más que para meter una pelota de basket ball en un aro, y no es como si de eso quisiera vivir. Ni siquiera sé el porqué te cuento esto.

El chico por un momento se preguntó qué hacía ahí, con el bastardo, hablando como si fueran conocidos de toda la vida. Aquella pequeña charla no había sido lo suficientemente profunda como para llegar a ser una charla de amigos cercanos, pero tampoco lo suficientemente superficial como para ser de dos extraños. Era una relación complicada, pensamientos complicados, y en definitiva, aquel chico estaba por demás curioso, nunca le había salido tan charlador.

Se dirigió rápidamente hacia el banquillo y tomó su saco, estaba sintiéndose claustrofóbico. Si seguía ahí, comportándose como todo un filósofo, haciéndose preguntas de la vida, y teniendo recuerdos tan a piel viva seguro y luego se le tiraría encima al chico y le besaría. Suficiente con tener un miedo voraz, como para luego cometer otra de sus estupideces.

Al pasar al lado de la peor persona que pudo haber conocido en aquel estúpido instituto; siempre había pensado que lo golpearía hasta saciarse, o que por lo menos le metería una sarta de insultos por un oído hasta dejarlo sordo, mas lo único que hizo fue darle unas palmadas en el hombro y decirle: —Buena suerte pedazo de imbécil, ojalá y no te mates en tu convertible— y luego lanzarle una sonrisa triste. Creía que —insanamente— también extrañaría sus riñas.

—Perro faldero— aquel extraño momento seguía aún guardado en su mente. Sasuke nunca volteó, a verlo, ni él tampoco. Estaban dándose la espalda; ambos hasta aquel día habían profesado su odio absoluto, y pues, nuestro chico, por lo que recordaba, nunca había oído la voz del delegado en un modo que no fuera rudo, serio, frío y por demás apelativos. Pero la frase que le había dicho después fue expulsada con tanto sentimiento que aún en el futuro todavía no se podía lavar de su cabeza.

Luego se marchó, a la lejanía del horizonte por así decir, a buscar un futuro incierto. Porque él realmente nunca supo lo que quiso, incluso ahora no lo sabía. Pero aunque aquellas palabras hubieran sido mentira, albergó un poco de ilusión. No había sido una confesión de amor, nada cursi, ni siquiera palabras de aliento. No habían sido nada importante, nada que valiera la pena, pero un extraño sentimiento lo hizo tallar aquellas palabras en su mente, en su memoria, en su espíritu.

Habían muchas cosas en este mundo que "el perrito faldero" suponía no entender, o no se daba mucho tiempo para hacerlo, porque aunque pareciera activo, enérgico, y supuestamente amigable, nadie conocía su auténtico "yo". El que le temía a los cambios de rutina y le estresaba tener que conocer gente nueva, aquel "yo" que no creía que nada fuera para siempre y que realmente no era tan buena persona como todos creían.

Pero si algo entendía aquel chico, era que, aquellas pequeñas palabras habían sido un terrorífico inicio para agazapar una pequeña esperanza.

 "Imbécil, algún día nos volveremos a encontrar, y entonces te tomaré enserio"

 Cuando llega el fin, sólo tú decides si se acaba.

Notas finales:

A veces creo que mis ideas vienen inconclusas. Incluso me he puesto a plantearmelo toda una tarde, pero qué se le puede hacer. 


Me gustó mucho, ya que cuando lo escribía me sentí un poco en los zapatos de Naruto... La añoranza de lo viejo. Incluso aunque la trayectoria se vuelve monótona, es algo que ya es conocido y por lo tanto no quieres dejarlo, o por lo menos yo en varias ocasiones he estado en esos zapatos. 


Bueno, comentarios, y por demás, todo es bien recibido. Nos leemos luego.


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