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Dias frios por Vash Zwingli

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Días fríos


A Kanon no le gustaba el frio. Siempre que el día estaba nublado y el frio era mas intenso se acurrucaba en la cama e intentaba quedarse dentro de las protectoras mantas durante todo el tiempo posible. Cuando era mas pequeño se colaba en la cama de Saga y se abrazaba a el para combatir juntos el frio pero con el tiempo fueron perdiendo esa costumbre y progresivamente se fueron perdiendo a ellos mismos.


Miro la habitación con algo de nostalgia, hacía años que no dormía en el templo de géminis, incluso cuando su hermano era todavía aprendiz el dormía en una habitación oculta del templo por lo que muchas veces acababa durmiendo fuera escondido entre los matorrales con tal de no estar en esa pequeña prisión.


Siempre había envidiado a Saga, por el solo hecho de nacer unos minutos antes su vida había sido un poco más fácil que la suya: no tenia que ocultarse de las miradas de todo el santuario, tenía una habitación acorde a una persona y no propia de un cuarto de basuras donde apenas entraba una cama sin una sola ventana y tenía amigos. En cambio el no había conocido nada de eso para él el simple hecho de que alguien le conociese era bastante imposible, si se topaban con el automáticamente le confundían con su hermano y solo podía asentir y sonreír excusándose para marcharse lo más rápido posible.


No sabía exactamente cuando habían empezado a resquebrajarse los lazos que le unían a Saga pero de un momento a otro prácticamente no se podían ni ver. A pesar de sus diferencias siempre se habían querido, después de todo eran hermanos, pero con el paso del tiempo su relación se enfrió hasta el punto de parecer casi desconocidos.


Kanon volvió a acurrucarse en la cama, recordar pasajes de su infancia siempre le traía dolores de cabeza y últimamente le deprimía bastante, quizás si hubiese sido mejor hermano y hubiese ayudado a Saga en vez de a esa cosa que le iba comiendo por dentro las cosas hubiesen sido más fáciles y al menos su hermano y la mitad de los caballeros de oro seguirían vivos.


A pesar de todo esto era parte de su penitencia, un castigo por el que tenía que pasar para darse cuenta de lo mucho que necesitaba a Saga, para darse cuenta de que Atenea nunca le abandono, para descubrir que si las cosas no se hubiesen torcido y hubiese sido paciente su existencia habría sido aceptada de buen grado por el resto de caballeros de oro y posiblemente del resto del santuario pudiendo vivir como una persona, quizás hubiese podido ganar incluso una armadura de plata.


Y sin embargo toda su estupidez y envidia le llevo a odiar a Saga, a empujarle a su propia muerte, enviando con él a varios de sus compañeros en una lucha absurda donde amigos y compañeros luchaban contra aquellos a quienes debían ayudar y todo provocado al fin y al cabo por él.


Miró fijamente la armadura de Géminis que permanecía a un lado de la habitación, los dos rostros que adornaban el casco le hacían empequeñecerse, sentirse inferior ante todo el poder que desprendían pero al mismo tiempo le tranquilizaban, parecían estarle diciendo que para poder terminar de ser perdonado debía verter esa ropa dorada y desempeñar el papel que Saga no podía. Debía ser el caballero de géminis para proteger a su diosa tal y como le enseñaron a hacerlo honrando así también a su propio hermano.


-Perdóname Saga- hablo al aire con las esperanza de que desde lo profundo del inframundo el gemelo mayor pudiese oír sus palabras- por una vez hare que te sientas orgulloso de mi.


FIN


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