—El amor no es para siempre, Naruto. Tal vez, incluso, el amor sea algo inexistente, algo inventado por los humanos para llenar un poco ese sentimiento natural de soledad que siempre tenemos— sus ojos de niño observaron inocentemente a su padre.
Sus ojos azules deslavados, carentes de vida; su cabello despeinado y sin brillo; su ropa desaliñada y su pestilencia a alcohol y tabaco. En ese entonces Naruto se preguntaba por qué su padre se veía tan viejo; su expresión, sus gestos, absolutamente todo lo hacían ver tan deteriorado que por un momento al chico se le pasó por la cabeza la palabra “lástima”.
Por supuesto que en ese entonces no entendía en lo absoluto lo que pasaba; ¿por qué su madre estaba arreglando sus maletas en el piso superior? ¿Se iría a un viaje muy prolongado? ¿Cuánto exactamente es prologando? No había respuestas certeras para todas sus preguntas, porque ni siquiera estaba seguro de si, a sus siete años, estaba haciendo las preguntas correctas. De lo único que estaba seguro era de que no quería que su mamá se fuera, porque algo en el interior le decía que ella nunca más regresaría a él.
No le gustaba ver así a su preciado progenitor, es más, algo en el pecho le dolía, dolía más que cuando se había caído de la bicicleta el viernes pasado. Se levantó sin decir nada, con vergüenza de abandonar la sala y dejar en ese estado a su padre, pero esa insana opresión en su pecho le exigía retirarse, y caminó rápido hacia el piso de arriba, exactamente a la habitación de sus padres.
Se detuvo un momento en frente de la puerta de la habitación, la cual estaba abierta, y observó a su madre haciendo las maletas rápidamente, mientras rastros de lágrimas se hacían presentes en sus mejillas. En un momento de distracción la mujer dirigió la mirada hacia donde él estaba.
—Mamá, no te vayas— observó como la rubia mujer contraía sus pupilas y desencajaba la quijada —. Por favor mami, no te vayas, yo te necesito.
—Lo siento cariño, pero a veces las personas deben decir adiós. Y yo debo hacerlo ahora—aquella elegante mujer metió todo lo que restaba de sus cosas en su maleta, la cerró y la jaló, para luego comenzar a caminar hacia fuera de la habitación. Al pasar al lado del infante tan sólo revolvió sus cabellos y se marchó.
Naruto la siguió y observó como su madre antes de salir por la puerta frontal de la casa le decía a Minato que podía hacer lo que le placiera con las cosas que había dejado. Luego de eso, aquella mujer que tanto amaba, salió por la puerta frontal, él corrió hacia la puerta, pero cuando llegó ahí observó como su madre tomaba de la mano a otro niño con su mismo color de cabellos, mientras que un hombre a la par de ella la rodeaba con un brazo por la cintura y llevaba su equipaje a un lujoso auto aparcado al otro lado de la calle.
Entonces Naruto lo entendió todo: “Mamá ya no me ama”. Y todo su mundo de niño tuvo su punto final ese día. A sus siete años, un nueve de febrero, mientras la nieve caía al suelo de las ramas de los árboles y el aire era tan frío que hasta dolía respirarlo.
Y cabe decir que para Namikaze Naruto, ésa fue la despedida más dura que, seguramente, habría en toda su vida.
“Yo no quiero que mi amor duela”.