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Una noche más por neomina

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Notas del fanfic:

Tanto los personajes como la historia original pertenecen a Masami Kurumada y Toei Animation.

Notas del capitulo:

Otra historia que nació un domingo por la tarde... Son días aburridos, pero suelen inspirarme =)

Un momento más de los dos...

                La duodécima campanada sonó y, mientras su eco aún resonaba en el aire, una luz fugaz se alzó hacia el cielo rasgando el aire con su veloz trayectoria para terminar estallando en una enorme flor de color púrpura.

                El pueblo estaba en fiestas y vestidos con ropas sencillas se habían mezclado con la gente. Remolinos de colores, ramilletes de estrellas y cometas de colas ondulantes ascendían chisporroteantes hacia las alturas inundando la bóveda celeste con un millón de colores.

                Experimentó una extraña emoción. El azul oscuro de la noche iluminado de brillantes destellos le recordó a sus ojos. Ojalá hubiera estado para verlo a su lado.

                La gente aplaudió el final del espectáculo y poco a poco fueron abandonando el centro de la plaza para dirigirse a uno u otro lugar. Ellos se pusieron en marcha hacia el Santuario. Aioria y Aldebarán charlaban animadamente. Los escuchaba reír y de vez en cuando se paraban para comentar animadamente algún detalle concreto. Él permanecía de pie a su lado sonriendo esporádicamente, como si supiese de lo que hablaban, aunque hacía mucho tiempo ya que había dejado de prestarles atención.

                Estaban parados frente a la segunda Casa despidiéndose del de Tauro pero no podía dejar de mirar hacia arriba. Desde que habían puesto los pies en el sagrado recinto había percibido un cosmos familiar. Uno que no tendría que estar ahí pero a cada instante que pasaba se convencía más de que no podía estar equivocándose. No con él.

                Estaba a punto de echar a correr escaleras arriba dejando a sus compañeros con la palabra en la boca cuando unos pasos metálicos llamaron la atención de los tres. Alguien se acercaba bajando los peldaños con calma. Su corazón bombeó con fuerza y su respiración se aceleró por un momento.

                -Buenas noches –saludó el recién aparecido.

                Aioria y Aldebarán respondieron al saludo mientras Milo tragaba saliva y trataba de recuperarse de la sensación de vértigo que lo había sacudido. El de Capricornio lo miró tratando de ocultar una sonrisa. No le dio la oportunidad de abrir la boca. Encaró con prisa el primer tramo de escaleras y desapareció en seguida ante las miradas atónitas de  sus compañeros. Leo y Tauro miraron interrogantes al décimo guardián.

                -Camus llegó esta tarde –informó ladeando ligeramente la cabeza.

                -Ha debido olerlo –supuso Aioria sonriendo.

                -Quizás –concedió el español.

                Aldebarán alzó las cejas pensativo.

                -¿A qué creéis que huele Camus? –los otros dos lo miraron con extrañeza. Jamás se les había pasado por la cabeza semejante cuestión-. ¿Qué? –preguntó algo intimidado por las miradas de los otros dos-. Vosotros habéis empezado con esto –se defendió.

                -¿A… crêpe? –bromeó el de Leo.

                -Mmm… Eso suena muy apetecible –admitió Aldebarán notando como sus papilas gustativas evocaban el sabor del mencionado alimento.

                -¿Hambriento? –sonrió Shura al ver la expresión soñadora del taurino.

                -Ya puedo saborearlo –confesó moviendo la cabeza afirmativamente.

                -Te quedarías con hambre –le aseguró Aioria-. El francés está flaco –las risas de los tres resonaron en el silencio de la noche.

 

__ ___ ____ _____ ____ ___ __

 

                Milo había llegado a la Undécima Morada. Despacio, penetró en el territorio del Guardián de Acuario, horadando la negrura allí reinante con su silueta. Entró en el dormitorio de Camus. No pudo verlo allí pero sentía su presencia. Permaneció quieto en medio del cuarto y un momento después un aliento cálido erizó la piel sensible de su cuello al chocar contra ella.

                -¿Dónde están tus modales, escorpión?

                Sonrió. Podía sentir el calor del cuerpo de Camus. Su respiración. Oler su cabello. Casi percibir su tacto delicado.

                -Se quedaron en la puerta –respondió al tiempo que daba media vuelta para quedar de frente a su acompañante.

                Esperó unos segundos mientras sus ojos aprendían a conformarse con tener tan sólo la tenue luz de la luna para poder contemplar al que tenía delante. Camus le sonreía y alargó su mano para acariciarlo pero el francés dio un paso atrás negándole el contacto. Sorprendido, avanzó la distancia que el otro había puesto entre los dos y cuando iba a reclamarle sintió la nariz del acuariano rozando su mejilla. Giró la cara y la frotó despacio con la suya, compartiendo un inocente beso esquimal. Respiró su aliento y entreabrió los labios buscando los que tenía tan cerca. La boca del francés dibujó una sonrisa pero sus labios no se acoplaron a los del griego sino que se movieron silabeando una pregunta.

                -¿No crees que deberías saludarme primero? –cuestionó deslizándose por la mejilla de Milo. Su boca estaba cerca, muy cerca, de la piel sedosa del escorpiano pero aún no se permitía el contacto.

                -Hola, forastero –concedió. Sus labios entreabiertos quisieron de nuevo unirse a los del galo. Ladeó la cabeza y, por un instante, apresó la boca de Camus pero en seguida este se apartó otra vez.

                -Hola, intruso –respondió con calma sobre la boca del heleno. Luego atrapó entre los suyos el labio superior de Milo, después el inferior y dejó que su lengua asomase para recorrerlos sin prisa.

                La boca del de Escorpio exhaló un ronco gruñido de desesperación. Sus dedos se enterraron ansiosos entre los cabellos que cubrían las sienes del francés y apretó con fuerza su cabeza para atraerlo más hacia su boca, para profundizar ese beso que tanto estaba deseando.

                Las manos que hasta ese momento habían permanecido tranquilas comenzaron a animarse. Se colaron por debajo de sus ropas y fueron deslizándose por sus costados hasta llegar a abrazarse y hacer que sus cuerpos se apretasen. Se acariciaban con desespero mientras seguían besándose. Sus lenguas húmedas poco lograban mitigar el ardor que comenzaba a poseerlos, enzarzadas en una guerra particular por alzarse victoriosa sobre la del otro. Jadeaban con intensidad mientras seguían refregándose los labios en un beso largo y profundo.

                Se miraron mientras tomaban aire. Buscaron juntar las manos y jugaron con ellas acariciándose las palmas, los dedos…, con un roce suave que aumentaba el calor en sus cuerpos.

                -No sabía que vendrías…

                -Ni yo… -confesó-. Fue algo inesperado.

                -¿Cuándo has llegado?

                -Esta tarde.

                -¿Cuánto tiempo te quedarás esta vez?

                -No me quedaré Milo –declaró en un susurro-. Me iré por la mañana.

                -Pero… Yo creí que…

                -Esto no es una visita normal –aclaró-. Tan sólo me encargaron recoger algo y traerlo. Mañana tengo que regresar. Esas son mis órdenes.

                Su rostro se ensombreció. Durante todo ese tiempo había pensado que Camus permanecería por un tiempo en el Santuario. Entrelazó sus dedos con los del francés y apretó sus manos. No lo soltaría hasta que no tuviese más remedio que dejarlo marchar.

                -¿Qué piensas? –preguntó el acuariano. Milo se había quedado callado de pronto y por demasiado tiempo aunque en su rostro, antes serio, comenzaba a esbozarse una sonrisa.

                El griego no le contestó, tan sólo aumentó su sonrisa y lo empujó sobre la cama. Iba a protestar cuando se sintió aplastado por el cuerpo del escorpiano cayendo sobre su espalda.

                -Milo me aplastas –dijo, al fin.

                -¿Qué insinúas? –preguntó ofendido.

                -No insinúo nada… Sólo digo que pesas… ¡Quítate de encima! –exigió intentando moverse aplastado bajo el peso del heleno.

                -¡Oye, tú! –se indignó.

                Milo intentó colar las manos por debajo del abdomen Camus pero el francés pegó los codos a los costados impidiéndole el acceso. Buscó su boca entre el pelo que se desparramaba sobre el colchón tapándole la cara pero el de Acuario tampoco le facilitó la labor;escondió el rostro en la almohada y continuó moviéndose tratando de impedir cualquier avance del griego sobre su cuerpo.

                -¡Para de moverte! –ordenó.

                -¡Para de toquetearme! –replicó entre risas. Milo movía los dedos entre sus costillas provocándole un irresistible cosquilleo.

                -¿Qué pensarían todos si supiesen que el serio Caballero de Acuario tiene cosquillas? –inquirió el de escorpio divertido.

                -Supongo que lo mismo que si descubriesen lo aguda que se vuelve tu voz cuando… ¡Ah! –jadeó. Las manos del griego habían alcanzado el espacio entre sus piernas.

                -Tú no se lo contarías… -afirmó el griego apretando con suavidad esa parte de la anatomía de su compañero que había logrado atrapar.

                -Si me lo pides así…

                Milo rió y se separó de Camus otorgándole espacio para que pudiera darse la vuelta. Cuando el francés estuvo boca arriba se sentó sobre su pelvis y, tras mirarlo un instante, le apartó el pelo de la cara y, mientras le acariciaba las mejillas, se acercó a su rostro.

                -Te he echado de menos –le confesó.

                -Y yo a ti –admitió el francés sujetando entre sus dedos los mechones de cabello que caían desordenados sobre la cara del griego y apartándoselos con mimo hacia detrás de las orejas.

                -¿Cuánto? –quiso saber Milo.

                Los ojos de Camus se abrieron sorprendidos por esa pregunta y, después de pensarlo un par de segundos, puso ambas manos delante de los ojos del heleno marcando una distancia con sus dedos índices. Sus cejas se alzaron en un gesto interrogante. El griego ladeó la cabeza, calibrando lo acertado de esa respuesta. Arrugó la nariz mientras estudiaba su veredicto y agarrando las muñecas del galo separó sus manos un poco más. Camus dejó escapar una carcajada.

                -El ego bien, ¿verdad? –preguntó entre risas.

                -¡Hey! Al César lo que es del César –se justificó el de Escorpio sonriendo. En serio -insistió-, ¿me has echado de menos?

                -¿Acaso lo dudas? –la mirada de Milo le pedía una respuesta. Se  incorporó hasta juntar su pecho con el suyo, apoyó su frente contra la del otro y deslizó los brazos hasta abarcar el contorno de su cuerpo-. Mucho –le aseguró-. Mucho.

                Milo levantó los brazos y lo apretó un poco más contra sí. Respiró profundamente y percibió el inconfundible aroma del francés. Una fragancia única; un olor que no era capaz de describir pero que llenaba todos sus sentidos. Le dio un beso delicado en la comisura de los labios y lo empujó para que se tendiese de nuevo sobre la cama.  Se besaron durante un rato y luego Milo se despegó de los labios de Camus para deshacerse de su camiseta. Agarró por el fondo la que el francés llevaba puesta y se la levantó hasta el pecho. Besó el contorno de su ombligo y subió por el canal que discurría entre los músculos de su abdomen. Acarició sin prisas los rosados salientes que adornaban sus pectorales y cuando la negra prenda de algodón volvió a ser un estorbo la deslizó por los brazos del galo hasta sacarla de su cuerpo.

                Camus se dejó llevar. Sabía que la atención de Milo estaba centrada tan sólo en él. La devoción del griego lo conmovía y cuando se acercó para besarlo lo estrechó fuerte entre sus brazos.

                -Mucho –repitió-. Mucho.

                Milo lo miró a los ojos y ambos sucumbieron a la intensidad del momento. Las cremalleras descendieron separando sus metálicos dientes y acrecentando la excitación. Los pantalones cayeron sobre el suelo con un golpe seco. Se besaron de nuevo durante un rato. Sus sexos, desnudos y libres, se rozaban con el contoneo de sus cuerpos. A veces, la blanca mano de Camus, a veces, la morena mano de Milo se colaba entre ambos para sujetarlos entre sus dedos y masturbarlos juntos mientras se miraban a los ojos; viéndose disfrutar.

                El griego lo hizo rodar y él se dejó hacer. Lo sintió apretando sus caderas mientras sus labios calientes cubrían de besos el espacio entre sus omóplatos. Estiró los brazos y se sujetó de los barrotes de forja del cabecero de la cama incorporándose sobre las rodillas. Milo recorría su espalda con la boca hasta el lugar oculto entre sus nalgas. Lo besaba lentamente mientras sus manos le acariciaban el pecho abrazándolo desde atrás. Notó como mordisqueaba suavemente su hombro mientras, poco a poco, accedía a lo más recóndito de su ser. Rodeado por los brazos del escorpiano se sentía golpeado por un incontenible furor que lo hacía jadear con fuerza. El rígido pedazo de carne que se había instalado en sus entrañas lo inundaba con un torrente de placer.  Sus gemidos aumentaron su frecuencia mientras sus mejillas ardían y se le nublaba la vista.

                Milo aumentó sus embates. El placer ascendía por su cuerpo. Subía por sus piernas, serpenteando entre sus ingles y continuaba por su abdomen hasta su pecho donde le inflamaba aún más los erectos pezones. Unas inequívocas punzadas comenzaron a golpear su bajo vientre. Soltó las caderas de Camus y llevó las manos hasta el miembro despierto del francés. Lo acarició con el ímpetu de sus movimientos y gimió contra su oído mientras lo sentía retorcerse entre sus brazos, poseído por el placer.

                Sus pieles ardían y arrebatados por la pasión que los invadía continuaron moviéndose con rítmico frenesí hasta que, casi sin que se dieran cuenta, sus intensos gemidos fueron interrumpidos por uno más fuerte que puso fin a su delirio. El francés sucumbió primero al éxtasis y cuando aún se derramaba entre los dedos de su amante pudo notar como su interior se llenaba de una ya conocida y cálida sensación de plenitud.

                Se desplomaron sobre el colchón; agotados y satisfechos. Sería tan sólo una noche la que compartirían esa vez. Pero sería una noche más.

 

FIN

Notas finales:

Nada más...


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