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Descubrimiento por neomina

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Notas del fanfic:

Tanto los personajes como la historia original pertenecen a Masami Kurumada y Toei Animation

Notas del capitulo:

Mi primer y, por el momento, único fic de la pareja.

No hay demasiado sobre ellos; el caso es que leerlos juntos me despertó el gusanillo y esto me salió.

Ahora que lo he releído lo he notado más romanticón de lo que lo recordaba, pero ahí queda...

              Miraba a ese grandullón que era su amigo. Lo veía abatido. Se dio cuenta en cuanto llegó. Desde que había abandonado el Santuario, viniera a visitarlo en contadas ocasiones y, lo cierto, es que lo había extrañado mucho. Habían sido amigos desde muy niños; por la cercanía de sus maestros, de sus templos… Podían pasarse horas hablando de cualquier cosa, sentados a medio camino de las escaleras que separaban sus casas zodiacales. Siempre era estupendo volver a verlo, tan amable y campechano; pero no hoy. Esta vez no había sido como las demás. Quizá sería un buen momento para recuperar sus charlas.

                -Aldebarán –llamó-. ¿Te pasa algo?

                No le contestó enseguida. Sentado sobre una gran roca, miraba al suelo, hacia sus pies; con el cuerpo inclinado hacia delante y la cabeza casi entre las piernas.

                -No -dijo-. Es sólo… que tengo dudas.

                -Entonces sí te pasa algo –rebatió con una sonrisa-. ¿Sobre qué dudas? –Mu se acuclilló frente al brasileño.

                -Me han enviado a una misión… -comenzó-. Se mantenía cabizbajo, sin mirarlo, y se acariciaba las patillas, ausente. Parecía haber perdido su ímpetu habitual. Como si su esencia se hubiese evaporado.

                -¡¿Y?! –cuestionó algo impaciente-. Ése que tenía delante no parecía ni la sombra de lo que solía ser su amigo.

                El de Tauro levantó la vista para mirar a su compañero.

                -Es que no sé si seré capaz de cumplir con lo que me han encomendado, Mu –explicó.

                -¿Acaso dudas de tu capacidad? –preguntó, incrédulo-. Vamos, Aldebarán. Tú eres un poderoso Caballero, noble y decidido –intentó consolarle.

                -No es eso –respondió. Seguía con el rostro ensombrecido.

                -¿Entonces qué es? –su calma estaba empezando a abandonarlo. Le dolía ver a su amigo tan afligido y la verdad es que sus explicaciones no le ayudaban en nada a comprender lo que le ocurría.

                -Sé que soy perfectamente capaz de hacer lo que se me ha ordenado –aseguró-. Pero temo no estar preparado para hacerlo.

                -Otra aclaración que no aclara nada –pensó para sí-.  Vamos, amigo… –le animó- …quiero ayudarte, pero no me lo estás poniendo fácil.

                El Caballero de Tauro suspiró.

                -Quiero decir que temo que mi conciencia me reclame –confesó-. Vio la expresión de desconcierto pintada en el rostro de su compañero e hizo una pausa. Le costaba continuar. No le gustaba esa expresión en el rostro de su amigo. Temía lo que pudiera pensar de él-. El Patriarca me ha enviado a una pequeña población turca donde, parece ser, se esconden algunos hombres que huyeron del Santuario –añadió-.

                Mu no pudo ocultar una mueca de desagrado. Se temía lo que iba a escuchar de boca del toro.

                -Quiere –se decidió a continuar el segundo guardián- que los lleve de vuelta, para que reciban su escarmiento y que imponga un castigo ejemplar a los habitantes del lugar, por desafiar el poder del Santuario. Sabes… lo que digo, ¿verdad?

                La indignación se reflejó en la cara del guardián de Aries. Por eso él había dado la espalda al Santuario. Las mañas del nuevo Patriarca no le parecían aceptables; eran indignas del representante de Atenea. Era, a todas luces, un hombre desalmado tan sólo interesado en mantener su propio poder. Y ahora, veía a su amigo tan desvalido; el Gran Toro Dorado, noble e impetuoso, derrotado antes de la batalla.

                Aldebarán permaneció quieto unos instantes. Se volvió hacia el que siempre fuera su mejor amigo con el rostro descompuesto. Se sorprendió cuando se percató de cómo el otro lo miraba. Lo conocía desde hacía mucho y se creía sabedor de todo el repertorio de expresiones que se podían reflejar en la cara del ariano. Pero ésa no se la sabía.

                Mu se sentía invadido por una extraña sensación. Sentía un agradable cosquilleo que no hacía más que aumentar mientras seguía mirando a su compañero. No se atrevía a hacer ningún movimiento. En su cabeza las ideas comenzaban a ordenarse. Sabía que quería al hombre frente a él. Por años lo había querido, como su mejor amigo. Pero era consciente de que, de un tiempo a esta parte, ese cariño había devenido en otra cosa. Cuando pensaba en él, en cuánto lo echaba de menos, podía notar que su cuerpo le demandaba una cercanía que jamás habían tenido. Su indecisión podía tener fácil arreglo, pero no. No podía hacerlo. Siempre había respetado a su compañero, a todos sus compañeros. Colarse en su cabeza sería una falta de respeto, demasiado despreciable. Se arriesgaría, como todos.

                Aldebarán se había quedado petrificado. No sabía cómo reaccionar. Sentía la mirada de Mu pasar de sus ojos a sus labios y de sus labios a sus ojos. Casi se cae de espaldas cuando sintió las manos del ariano posarse en sus mejillas y su rostro acercarse peligrosamente y, casi al borde del infarto, se quedó sin respiración cuando los labios del carnero se posaron sobre los suyos. Al principio fue un roce ligero, pero al poco pudo notar una ligera presión y la punta de una lengua pidiendo permiso para entrar en su boca. Estaba estupefacto. Siempre había soñado con que sucediera. Hacía años que se había enamorado de su mejor amigo, pero nunca pensó que tuviera posibilidades de ser correspondido. Mu era tan especial. Siempre lo consideró más cercano a lo divino que a lo terrenal. Inalcanzable. Buff. Para eso tampoco estaba preparado, pero no lo rechazaría. Dejó de pensar y se entregó al beso que Mu había iniciado.

                El Caballero de Aries se despidió de su boca con un suspiro. Tenía una cándida sonrisa dibujada en esos dulces labios que acababa de probar.

                -¿Po… por qué lo has hecho? –tartamudeó Aldebarán.

                -Quería hacerlo –respondió calmo.

                -¿Querías? –aún no lo asumía-. ¿En serio?

                -¡Aldebarán! –regañó, mientras le acariciaba le mejilla-. Tú me conoces. Deberías saber que nunca hago las cosas a la ligera.

                -Cierto –eso era innegable-. Pero yo no sabía… bueno… nunca imaginé que tú… Mu, yo…

                -Quizás haya tardado demasiado en darme cuenta –admitió, algo apenado-. pero ya sabes lo que dicen: mejor tarde que nunca.. Me alegra que no me hayas rechazado –confesó con una sonrisa.

                -No, claro que no. Yo nunca podría –aseguró rotundo-. Jamás.

                Mu se incorporó y comenzó a caminar en dirección a la torre. Había avanzado pocos pasos cuando se volvió para mirar a su compañero que no se había movido de su sitio. Con la cabeza le hizo un gesto de que lo siguiera. Esperó hasta que lo vio levantarse y dirigirse en su dirección.

                Aldebarán caminó despacio tras ese que tanto lo había desconcertado. Lo siguió hasta un sencillo dormitorio.

                El de Aries paró frente a la cama y se giró para ver si el toro lo seguía. Allí estaba, a unos pocos pasos por detrás, con la mirada perdida en no sabía dónde, sin atreverse a mirarlo. No pudo evitar sonreír. Le hacía gracia ver a ese hombretón tan enorme comportándose como una tímida doncella. Quién pensaría, viendo su imponente estampa, que pudiera ser tan candoroso.

                El Toro Dorado no se atrevía a moverse así que fue el ariano el que se acercó. Volvió a juntar sus labios en un beso dulce, pausado y duradero, que los hizo suspirar.

                Mu sonrió al ver la expresión atontada del que tenía en frente. Con los ojos entrecerrados y la boca a medio abrir, su rostro reflejaba lo sumamente embobado que el ariano lo tenía.

                Aldebarán abrió mucho los ojos por la impresión cuando sintió como las manos de Mu tiraban de su camiseta. Le sujetó las manos para detenerlo.

                -¿Estás seguro? –preguntó anhelante. Esperaba un sí, lo deseaba más que nada; pero no quería que lo que pasara pudiera estropear lo que ya tenían.

                -Shhh –susurró el de Aries-. Confía en mí.

                Los ojos de Mu, tan sinceros, tan tiernos, tan… hermosos; le transmitieron la calma que necesitaba y se dejó llevar por lo que sentía; por lo que por tanto tiempo había sentido. Él mismo se deshizo de su camiseta mientras el otro se encargaba de los pantalones. Ahora fue su turno de iniciar un nuevo beso. Un poco más apasionado esta vez. Disfrutando de la dulzura de esos labios de los que no se consideraba merecedor pero que recibía como el más bello presente. Permitió a sus lenguas juguetear, conocerse, descubrirse; para hacerse tan íntimas como sus propietarios. Mientras duró ese beso, sus manos, aún torpes por los nervios, dieron cuenta de la ropa de Mu.

                Cuando se decidieron a poner fin a ese contacto, el primer guardián se separó de su acompañante y se tumbó sobre la cama. Lo miró mientras daba unas palmaditas a su lado, indicándole que lo acompañara. Aldebarán acató gustoso tan sutil orden.

                Cuanto tuvo al toro tumbado a su lado Mu se incorporó y se colocó a horcajadas sobre la pelvis de ese enorme hombretón. Acarició su amplio pecho, dibujando todos sus bien marcados músculos y siguió hasta el ombligo, arrancándole profundos suspiros en su recorrido. Se deslizó sobre el cuerpo en el que se había sentado hasta quedar sobre los muslos, pudiendo apreciar así la abultada erección del de Tauro. Le sonrió al que estaba bajo él. Se inclinó y repartió besos por su abdomen, bajó un poco más y se separó para acariciar con sus manos el bulto bajo la tela. Se inclinó de nuevo y dejó un beso en esa sensible zona. La respiración de Aldebarán estaba descontrolada, suspiraba profundamente y no podía apartar la vista del lindo carnero, que ahora había apresado la goma de su ropa interior con los dientes y comenzaba a bajársela poco a poco. Cuando el cautivo fue liberado y se mostró en todo su esplendor la mano de Mu se aferró a la base y comenzó a inclinar la cabeza sobre él.

                -Espera… -suplicó Aldebarán y alargó uno de sus brazos intentando detener al de largos cabellos. Nunca llegó a hacerlo.

                Mu ignoró esa súplica. Sabía que no significaba lo que se suponía. Comenzó a mover la mano que mantenía alrededor del pene del de Tauro al mismo ritmo que su boca. Escuchó sus jadeos y chupó más vigorosamente. Oyó como decía su nombre entre gemidos y se entregó con dedicación a lo que estaba haciendo.

                No se lo podía creer. Había querido detenerlo. Se sentía como un depravado permitiendo que el dulce Mu hiciera lo que estaba haciendo. Sus suaves cabellos le acariciaban el cuerpo y sus dulces labios le estaban proporcionando el más grande placer que jamás hubiera imaginado sentir. Se sentía próximo a terminar. Por nada dejaría que la boca de Mu recibiera su fluido.

                -¡Ya! ¡Ya! ¡Para! – le gritó y se incorporó para tirarle del pelo y apartarlo antes de que se produjera lo que no quería que pasara.

                Mu apartó sus labios pero dejó que su mano lo guiara hasta un placentero orgasmo. Cuando dio por concluida su labor se tendió sobre el cuerpo de Aldebarán, quien lo estrechó entre sus brazos. Escuchó su agitada respiración y se permitió disfrutar de la agradable sensación de sentir su pecho subir y bajar contra el propio. Notó una gran mano acariciando su cabello y se separó un poco para mirar a su amante.

                -Mu –comenzó a decir- eso ha sido…

                -Lo que los dos deseábamos –concluyó por él. Le sonrió con dulzura y se acercó para besarlo.

                Cuando el beso terminó se incorporó, quedando sentado de nuevo sobre un relajado Aldebarán. Acarició, de nuevo, ese miembro que ya conocía y que no tardó en responder a su llamado. Tomó una de las manos del toro y comenzó a chupetear sus dedos. Le divirtió la expresión del grandote al adivinar lo que pretendía e intentó reconfortarlo regalándole una tierna sonrisa. Él mismo guió la mano que sostenía entre sus glúteos.

                -Por favor… -pidió en un susurro, al sentir que el otro no reaccionaba.

                No pudo evitar que su entrecejo se frunciera en una muestra de dolor cuando notó al brasileño explorando su interior. Vio la duda en su rostro y le dijo:

                -No, no pares… Está bien así.

                El de Tauro obedeció y cuando retiró sus dedos sintió como la mano de Mu agarraba su miembro para guiarlo a ese lugar que su mano ya había profanado.

                Sintió como entraba en él, con lentitud. Sentía una mezcla de dolor y placer que le embotaba los sentidos. Gimió mientras acababa de acoplarse con el que estaba con  él y cuando estuvo preparado comenzó a moverse, asistido por las manos de Aldebarán que se aferraron a sus caderas.

                Estaba superado por la situación. Lo que sólo se había atrevido a soñar estaba pasando. Dejó al otro el control de la situación. Temía lastimarlo. Mu era delicado, una criatura divina y él demasiado mundano. Mientras el de Aries seguía moviéndose cadenciosamente sobre él se dio cuenta de una parte del cuerpo de su amante que requería atención, así que con una de sus manos se dispuso a brindarle al hombre que lo acompañaba tanto placer como, anteriormente, había recibido.

                Disfrutaron de sus cuerpos todo el tiempo que éstos les permitieron. Aldebarán se sintió dichoso de recibir en su cuerpo la cálida esencia de Mu y éste a su vez se sintió pleno cuando Aldebarán terminó en su interior. El cariño que ambos siempre se tuvieron superó la amistad y los convirtió en lo que a partir de ahora serían. Todo lo que necesitaban para ser felices.

 

 

 

 

 

                

Notas finales:

Fin...


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