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Efemérides por neomina

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Notas del fanfic:

Tanto los personajes como la historia original pertenecen a Masami Kurumada y Toei Animation.

Notas del capitulo:

La llegada de un nuevo aprendiz desata la curisidad de los pequeños habitantes del Santuario.

                El último de los aprendices ya estaba en el Santuario.

                En el atardecer del día anterior, el futuro Caballero Dorado de Acuario había llegado al recinto sagrado con el que sería su maestro en los años venideros. Ahora, el muchachito, estaba sentado en las escaleras que conducían al salón del Gran Patriarca esperando que su mentor saliera de la reunión que mantenía con el representante de Atenea.

                Ayer, a su llegada, la reinante oscuridad de una fresca noche de diciembre no le permitió apreciar la hermosura y grandiosidad del lugar en el que se hallaba. Además de que para  el ascenso por las escaleras, ese montón de escaleras… había necesitado hacer acopio de todas las fuerzas que tenía. No hubiera podido prestar atención a ninguna otra cosa; tan sólo quería terminar de subir para dejarse caer donde fuera, cualquier sitio estaría bien, mientras no tuviera que ver un solo escalón más.

                Con la luz de la mañana y desde esa altura pudo apreciar el paisaje que tenía ante sus ojos. Observaba todo con detenimiento. Su maestro le había dicho que no se quedarían mucho tiempo y quería recordar cada detalle de ese lugar, al que un día volvería para convertirse en Caballero.

                Tan ensimismado estaba que no reparó en un par de figuras que subían por las escaleras hasta que se pararon justo delante de él. Escuchó que le hablaban:

                -¡Hola! –dijeron casi al unísono.

                Dirigió su mirada hacia los recién llegados. Eran dos niños de su edad, poco más o menos, quizá algo más altos que él y, desde luego, con mejor color. Sus tostadas pieles distaban mucho de la perenne palidez que la suya presentaba. Repitió:

                -¡Hola! -Si le decían algo más tendría problemas-. Su conocimiento del griego se limitaba a: “sí, no, hola, adiós, gracias, soy Camus y ¿cuándo comemos?” Para su maestro era suficiente ya que, por el momento, se comunicaban en francés; pero, desde su punto de vista, resultaba algo escaso. ¿Cómo iba a poder hablar con alguien? Bueno, al menos sabía que no moriría de hambre.

                -Soy Camus –dijo, adelantándose a la posible próxima pregunta.

                -Yo soy Aioria y éste es Milo –le respondió un sonriente muchacho de vivos ojos verdes, tendiéndole la mano.

                Camus se levantó para corresponder al saludo y acto seguido se dirigió al otro niño para hacer lo mismo. Se sintió intimidado cuando vio las chispeantes turquesas que éste tenía por ojos clavadas en su persona. Le parecía que podían ver dentro de él. No se arredró; le sostuvo la mirada y permaneció con la mano extendida hasta que notó como era estrechada por ese muchachito que continuaba mirándolo de esa manera tan… rara. ¿Es que acaso tenía algo en la cara? Recordaba habérsela lavado al levantarse pero…

                -¿Qué haces aquí arriba tú solo? ¿Esperas a tu maestro? ¿Cuándo habéis llegado? -Oyó como el tal Aioria volvía a dirigirse a él en un tono interrogante, pero no entendió nada de lo que había salido por su boca. Parpadeó para deshacerse del hechizo al que voluntariamente se había sometido y se giró para enfrentar el rostro del que, de nuevo, reemprendía el ataque:

                -¿Serás aprendiz de Caballero de Dorado? ¿Cuántos años tienes? ¿De dónde eres? Oye, ¿me entiendes? –finalizó ya, algo desesperado.

                Sólo pudo mirarle con cara de “lo siento pero no he entendido ni torta”. Se encogió de hombros, algo avergonzado, y murmuró una disculpa en francés que, evidentemente, los otros no entendieron. Sólo fueron unos sonidos ininteligibles para los dos griegos pero uno de ellos los percibió cual sublime melodía.

                -¿Lo ves, Milo? Te lo dije. No entiende nada de nada –concluyó satisfecho el aspirante a Caballero de Leo-. Mi hermano me dijo que es… francés, creo... , y que aún tiene cuatro… Es pequeño todavía –afirmó rotundo y muy orgulloso de sus cinco añazos-. Él y su maestro llegaron ayer cuando ya  había anochecido y por eso no lo vimos. Su maestro es un Caballero de los Hielos así que seguramente él será el que lleve la armadura de Acuario –explicó solemne.

                -Y si ya sabes todo eso, ¿para qué le preguntas? –cuestionó molesto el pequeño escorpión-. Mira, le has hecho sentir vergüenza, ¡imbécil! –le increpó, al ver el ligero rubor que cubría las blancas mejillas del chiquillo frente a él.

                -¡¿Imbécil?! ¡¿Yo?! –preguntó incrédulo. –¡¿Pero te has visto la cara, atontado?!  ¡Eres tú el que lo avergüenza…! –corrigió a su amigo en un elevado tono de voz -… no dejas de mirarlo como si fuera… como si fuera… -intentaba recordar cuando había visto antes esa mirada en la cara de su compatriota -…un pastel de chocolate -soltó muy convencido. -¡¡Y suéltale ya la mano!! ¿O es que piensas quedártelo? –se burló.

                Durante todo este tiempo la mirada de Camus había ido pasando de uno a otro, intentando comprender de qué hablaban. Tenía la impresión de que discutían y casi podía asegurar que por su causa pero nada. No entendía nada.

                Milo iba ya a replicar enérgicamente cuando reparó en que Aioria estaba en lo cierto. Miró su mano y se dio cuenta de que aún aferraba la del pequeño francés. De repente, sintió un tremendo calor en la cara y bajó la cabeza intentando que su corta melena tapara el colorado que sabía adornaba su rostro. Dejó ir esa nívea manecita, soltándola poco a poco, acariciando los dedos. Cuando ya no la tuvo se sintió incompleto. Aún podía sentir el calor que ésta le había regalado y ya la estaba echando de menos.

                El futuro Acuario, asimismo, se percató de que sus manos seguían unidas cuando vio el gesto del otro. Ahora sí terminó de ruborizarse y, no sin cierta pena, recuperó su mano al sentir que su nuevo compañero aflojaba el agarre. También él resintió esa pérdida. Había sido agradable sentir su calidez. Desde que había dejado Francia, días atrás, la única persona con la que había tenido relación era su maestro y, aunque no podía quejarse del trato que le daba, éste no era precisamente un hombre meloso.

                Milo recuperó su ser y sintió que debía defenderse del ataque del león así que se apresuró a replicar:

                -¡Eres un… –no pudo terminar.

                -¿Pero se puede saber por qué discutís ahora? –preguntó a modo de reproche un muchacho más mayor.

                Camus lo recordaba, de la noche anterior, su maestro lo había saludado en el templo de Géminis. Llegaba acompañado de otro muchacho. A éste también lo había conocido a su llegada, pero unos cuantos templos más arriba; y ahora que se fijaba, era sospechosamente parecido al pequeño de ojos verdes que tantas preguntas le había hecho.

                Mientras se acercaban, los recién llegados habían sido testigos de la discusión entre los dos menores. Con esos dos siempre era igual; eran amigos pero no pasaba un día sin que disputaran por algo. Ahora, ya de cerca, se percataron del semblante turbado que Milo y Camus presentaban.

                -¿Qué ha pasado? –preguntó Aioros. –No os habréis dedicado a importunarlo, ¿verdad? –se dirigió a su hermano-. ¿Aioria?

                -No, no le hemos hecho nada –se defendió-. Sólo le preguntábamos…, para saber de él. Pero no nos entiende.

                De nuevo sentía que era el protagonista de la conversación entre los demás, pero no había manera de que algo de lo que escuchaba tuviera sentido para él.

                -¡La culpa es de Milo –explotó el joven felino –que está idiotizado!

                -¡Te voy a dar yo idiotizado, gato pulgoso! –gritó el aspirante de escorpión, abalanzándose ya sobre su amigo.

                Saga lo sujetó antes de que pudiera llegar a su objetivo y les dedicó a ambos una mirada reprobatoria. Luego se dirigió a un descolocado Camus y le sonrió al tiempo que revolvía su cabello.

                -Comment vas-tu?* –le preguntó. Recordaba haber leído en algún sitio que eso significaba “¿qué tal estás”? o algo así-. Los otros tres lo miraron alucinados.

                Estaba sorprendido, no esperaba oír nada en su lengua natal en ese lugar pero… cómo agradeció esas palabras... Por fin algo que entendía. Su rostro se iluminó. Le respondió con su melodiosa forma de hablar; esa que encandilaba al pequeño escorpión. El mayor mantuvo la  sonrisa y acarició su cabecita

                -¡Vaya, Saga! –exclamó  Aioros-. No sabía que hablaras francés.

                -Y no lo hablo –reconoció-. En eso se queda mi vasto conocimiento de la lengua francesa –admitió irónico y con cierto tono de pena-. No he entendido su respuesta.

                Milo se sintió cautivo, nuevamente, de las profundas pupilas zafirinas del pequeño aprendiz de Acuario. Le encantó cómo sus ojos, coronados por esas peculiares cejas partidas, se iluminaron cuando Saga le habló en su idioma; y la dulce melodía de su voz lo embelesaba.

                -Ya está otra vez –comentó fastidiado Aioria-. ¿Veis lo que os decía? Parece tonto.

                Los dos mayores sonrieron ante la imagen que los pequeños ofrecían. Se miraban, ajenos a lo que ocurría a su alrededor, como si no hubiera nadie más que ellos dos; con una intensidad tal que parecía quisieran penetrar en las profundidades del otro y descubrir lo más intrínseco de su ser.

                Camus no entendía por qué se sentía así cuando Milo lo miraba. Era como si los fulgurantes ojos turquesas de su compañero le robaran la voluntad; podía notar que los demás los miraban y le daba vergüenza que lo vieran comportarse así, imaginaba que se vería como un estúpido; pero, al mismo tiempo, no le importaba. Le gustaba la sensación.

                Por su parte, el pequeño de escorpio pensaba que sí, que aunque Aioria se burlara, lo que quería era quedárselo; para poder mirarlo cuanto quisiera y volver a sentir el dulce tacto de su piel. Además, olía tan bien. ¿Y su pelo? Sería tan suave cómo parecía. Lo averiguaría.

                En esas estaban cuando una voz chillona los sacó de su ensimismamiento:

                -¿Qué hacéis todos aquí arriba?- preguntó un nuevo personaje que se acercaba a paso ligero.

                -Pues aquí… -se encargó de explicar Aioria- …viendo como a Milo se le cae la baba.

                Aioros y Saga contuvieron una carcajada.

                Definitivamente le daría una paliza. Le lanzó una fulminante mirada a su ¿amigo? Sí que podía llega a ser pesadito el minino.

                -Éste es Camus –explicó Saga al que se les acababa de unir-. Es el aprendiz de Acuario y parece ser que ha impresionado mucho a nuestro pequeño escorpión.

                Milo se puso tenso al ver que el recién llegado se aproximaba al nuevo aspirante a caballero y lo estrujaba en un entusiasta abrazo de bienvenida:

                -Así que tú serás un Caballero Dorado –le dijo tras deshacer el abrazo, mientras lo miraba de arriba abajo-. Un hermoso Caballero, sí. Eres muy lindo –concluyó al tiempo que acariciaba sus mejillas.

                Camus, que no se esperaba tan afectuoso saludo, dio un paso atrás y tropezó con el peldaño en el que había estado sentado, dando con su trasero sobre el duro mármol. Milo acudió en su ayuda al grito de:        

                -¡Afrodita! ¡No seas sobón! ¿No ves que no te entiende? Lo asustas  –y se sentó al lado del francés para colocarle la mano en el hombro a modo de fraternal apoyo-. ¿Estás bien? –le preguntó.

                Una tímida sonrisa fue la respuesta que obtuvo.

                -Pues sí que le ha dado fuerte –se sorprendió el de Piscis.

                Aioria puso los ojos en blanco y dejó escapar un suspiro de resignación. No le cabía la menor duda, su amigo se había vuelto definitivamente idiota.     

                Los más mayores confirmaron a Afrodita las palabras de Milo. El pequeño galo no hablaba griego todavía y no habían conseguido averiguar nada sobre él. Además se le veía algo incómodo.              

                -¡Shura! –exclamó de repente el de cabellos celestes-. Regresó hace unos días. Él entrena en los Pirineos, en la frontera con Francia…, seguro que debe saber algo de francés.

                Los más mayores asintieron. Hasta ahora no habían caído en la cuenta de que el español podría ayudar al nuevo aprendiz. Él también había tenido problemas con el idioma cuando llegó. Le preguntarían. El pobre pequeño no podía seguir viviendo en la inopia.

                Camus estaba desbordado, todo el mundo le estaba prestando demasiada atención y él no sabía cómo responder. ¿Por qué tardaba tanto su maestro? ¿Se habría olvidado de él? Entendía que estaban siendo amables pero se sentía abrumado. Y ese Milo que le hacía sentir … je ne sais quoi*.

                -¿Te has fijado Milo? –preguntó Afrodita.

                -¿En qué cosa? –respondió el aludido.

                -Sus ojos –dijo-. Son igualitos a esa canica que le ganaste a Aldebarán el otro día.

                El escorpión abrió mucho los ojos…  Buscó los fascinantes iris de su objeto de adoración… Era cierto… Aquella esfera cristalina de color azul zafiro le había llamado la atención desde el día que la vio en las manos del de Tauro. Le pareció que era deslumbrante, tan brillante… y decidió que tenía que conseguirla. Le costó varios intentos y unas cuantas de sus más preciadas canicas. El grandullón era bueno. Pero ya era suya. Reposaba en una cajita de madera junto con sus otros tesoros.

                Miró al muchachito sentado a su lado con sus expresivos y brillantes ojos turquesas… la dichosa canica no tenía ni punto de comparación con esas hechizantes pupilas. Le dedicó una encantadora sonrisa que hizo ruborizarse al pequeño acuariano. Tendría que buscarle un lugar privilegiado, ya vería dónde… porque él no cabría en una cajita de madera.

 

Continuará...

Notas finales:

Aclaraciones:

 

*Comment vas-tu? - ¿Cómo estás?

* Je ne sais quoi – no sé qué


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