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La cura de mis heridas por Grimmyumira

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Notas del capitulo:

Es cortito.

Hacía tiempo que pasaba. Desde que éramos amantes a veces quería, otras no; a veces disfrutaba, otras sufría. Esta vez era de las últimas. Pero si quería tener a Shinobu, de vez en cuando tenía que soportar a Kazuya.
No es que le odie, simplemente es que no me gusta. Prefería a Shinobu, incluso a su personalidad femenina. Pero ahí estaba yo, siendo tomado por Kazuya de nuevo. Detesto cada vez que lo hace.
Con Shinobu es dulce, placentero. Sobre todo si soy yo el que lo toma a él. Cada vez que le hago el amor, a condición de que sea de espaldas para no verle la cara, siento como si… como si estuviera rompiendo una blanca y reluciente vajilla recién fabricada.
Su cuerpo, aunque corrupto por las heridas, era frágil y puro, de una fragilidad y una pureza tales que no podía resistirme a romper y mancillar.
A cada beso, a cada caricia, a cada embestida, le sentía gemir y temblar, lo que me ponía más ansioso y me hacía ir más deprisa y más profundo.
Pero ahora era distinto, era Kazuya, era él el que disfrutaba, era él el que gozaba al verme gemir y temblar… y no de placer, precisamente.
Gracias al amor que procesaba por Shinobu, he conseguido adquirir la fortaleza mental suficiente como para aguantar, que no disfrutar, sus vejaciones, sus violaciones y su torturas.
En esta ocasión, Kazuya había cogido la cinta y la había puesto en un minuto y en una hora cualquiera. Lo peor de Kazuya no era que disfrutaba viendo la cinta, sino que disfrutaba haciéndola realidad.
Así pues, con la cinta en marcha, se dispuso a recrear los hechos que en ella se mostraban… conmigo… y así llevábamos ya casi dos horas…
Que tuviera la fortaleza mental para aguantar sus torturas no quería decir que no me doliera lo que me hacía; sobre todo porque, aunque supiera que no era mi Shinobu, el hombre al que yo amaba, tenía su voz, su olor, su cuerpo.
Y a pesar de toda la sangre que brotaba de mi cuerpo y que salpicaba en el suyo, a pesar de mis amargas lágrimas que no hacían más que hacerle ir más rápido, a pesar de mis gemidos ahogados en mi propia pena que no eran sino llamadas de auxilio de un Shinobu que jamás vendría a rescatarme, yo seguía aguantando.
Y seguiría por siempre, y curaría las heridas hechas a mi cuerpo: curaría los golpes, los arañazos, las mordeduras y los cortes; cerraría (que no curaría) incluso las heridas de mi corazón. Y cuando él, con su característica brutalidad, las reabriera, que lo haría, yo las volvería a cerrar.
Porque aunque ahora estuviera siendo insultado, humillado, torturado y violado, porque aunque sabía que lo seguiría siendo en un futuro; porque aunque ahora estuviera sintiendo un dolor que ningún humano podría aguantar jamás, sabía que, después de horas infinitas, cuando Kazuya se cansara de mi cuerpo y cayera al suelo derrotado por el cansancio, podría (si el estado de mi cuerpo me lo permitía) ver la cara manchada de mi sangre de Shinobu plácidamente durmiendo.
Esa era la cura de mis heridas. Eso era amor, y no lo que sienten los humanos.


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