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Semtiminifi por Marbius

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Notas del fanfic:

Disclaimer: Ojalá fuera cierto xD Nah xD ¿Eso fue o no el peor disclaimer? || Ya saben, el twincest es una 'imaginación excesiva de las fans locas' y sólo eso. Tom y Bill aún (pero no me consta) no han cometido twincest.

CELOS

 

—Tiene que ser broma. –Bill se sujetó el brazo de George y lo repitió, un poco más bajo, pues temía que alguien le diera con su bolso o con una zapatilla de plataforma por decir eso… y más en un lugar como ese…

                Dios, ¿y eso qué es? –Gustav hizo lo propio con el otro brazo y así ambos se compactaron en un pequeño bulto que estorbaba tanto la entrada como la salida del oscuro lugar.

                —Mierda, mierda, mierda… —Repetía como un mantra el mismo George, mientras se intentaba volver más pequeño, evitando así que algo o alguien le tocase.

No funcionó para nada.

Contento del todo y con una boba sonrisa que lo denotaba, Tom los alcanzaba luego de haber pagado la entrada y los dejaba atrás con calma y un empellón mientras veía asombrado el lugar y a las lindas chicas que rondaban por todos lados.

—¿No vienen? –preguntaba sin mucho interés de si le seguían o no en realidad, pues alegre por las nenas que veía por doquier, se adentraba entre la multitud y desaparecía de su vista con una sonrisa en labios.

—En verdad va, oh Jesucristo santo. Que alguien lo detenga o esto acabará mal. –Gustav hundía el rostro en el hombre de George y se quedaba ahí unos escasos segundos antes de sentir una mano reptando desde su espalda hasta su trasero. Dio un respingo—. ¿Qué…?

—Muy lindas. –Un tipo con minifalda y más alto que él, le sonrió y se alejó contoneándose sobre sus enormes zapatos.

—Muy lindas, eh, Gustav –le chanceó Bill.

—Oh, sólo cállate.

La broma sirvió para aligerar un poco la tensión y así George se los quitó de encima con una sacudida de brazos.

—Pues ya estamos aquí… —dijo estirando los brazos y avanzando al interior del local, siendo detenido casi al instante por dos manos que se ciñeron en torno suyo—. Hey, no me miren así –agregó al ver las miradas que le dirigían—, vinimos a pasarla bien y hay música y bebidas. ¿Alguien quiere follar?

Ignoró sus miradas asesinas que claramente decían ‘No’.

—¿Lo ven? Beberemos, bailaremos y no pasará nada porque nos portaremos bien con estas chicas –dijo irónicamente.

—No es lo mismo con Tom –le repuso Bill, no muy convencido.

—Tom está grande yse sabe cuidar bien. Si lo oímos gritar es que se quiso pasar de listo y descubrió algo, nada más –sentenció finalmente y caminó con sus dos amigos reacios a seguirlo a alguna mesa—. Vamos, que nada malo puede pasar.

Gustav asintió, seguro que no iba a beber más allá de olvidar que ese era un bar gay, pero Bill no estaba muy seguro. No por Tom, pero igual los siguió.

 

Al final se animaron un poco en el ambiente.

El error de George de haber confundido un buen bar donde beber y pasar el rato por uno de las mismas características pero gay a causa del nombre “La Faraona” (“Vamos, que suena genial; exótico”, había agregado), no había resultado tan mal después de todo. Al menos para Bill, pues no resaltaba demasiado y se divertía de lo lindo viendo como todas las personas del sitio consideraban que Gustav era demasiado follable y apetecible como para dejarle salir indemne esa noche.

—No vuelvo a ir al baño solo. Me han acosado… —levantó tres dedos y los colocó de frente ante George, que bajaba su bebida y reía.

—Es tu carita de viólame –se burlaba—. ¿Y tres? Por Dios, que magnetismo tan animal traes esta noche.

—Si quieres te acompaño –comentaba de la nada Bill, pero recibía un hielo de la bebida del bajista contra el cuello—. ¡Hey!

—Eso es tan… de niñas, Bill. –George le miró por encima de su vaso y con la nariz roja por la ingesta de alcohol, agregó—: No vayas a querer sostenérsela como buenas amigas eh, que no es un bolso.

Ignoró una nueva sarta de malas miradas y se estiró en el acolchado sillón semi circular en el que los tres habían decidido aposentarse.

En verdad que el lugar no estaba nada mal. El nombre del sitio no mentía con respecto a nada y eso le hacía sentir que había hecho una excelente decisión. Bueno, quizá descontando el error de que hubiera locas por doquier pero hasta en eso estaba feliz pues le quitaba el estrés de encontrar pareja e impresionarla y creía no ser el único. Gustav, aunque al principio se había molestado al verse tan solicitado por todo mundo, había dejado eso de lado y se reía como si nada cada que recibía tragos gratis o servilletas con números telefónicos y atrevidas invitaciones.

Pasaron al menos media hora más así, cuando cerca de la medianoche Tom apareció, sudando y con una criatura de la mano.

—Este lugar es… genial. Habría que volver luego. –Sonreía alegre y haciendo caso omiso de la risita que todos se traían al verlo—. ¿Qué? –preguntó con hosquedad. Su acompañante tosió y con un gesto dramático y una voz melodiosa añadió que iba al tocador a polvearse la cara.

Acarició el rostro de Tom con una larga uña y se alejó con rumbo a los sanitarios haciendo un movimiento de caderas muy marcado.

—Esta buena, ¿no? –sentenció Tom.

—Las nenas no deberían ir al baño solas –dijo George, eludiendo el trabajo de explicarle a Tom que su chica podía darle mas de una sorpresa desagradable de un momento a otro.

—¿Qué quieres decir? –Preguntó Tom sin mucho afán de en verdad saber. Se paró del asiento sin esperar respuesta, harto de las miradas cómplices que todos se dirigían y que no entendía.

Los tres chicos le miraron alejarse y comentaron mientras le veían alejarse con rumbo a la barra que o bien él se iba a dar cuenta de la buena o mala manera o que no lo haría y no pasaría nada.

Un rato después, cuando le vieron bailar con la misteriosa acompañante, hicieron una pausa en su conversación y sólo comentaron que si se iba a enterar iba a ser a la mala, y muy posiblemente con un ligero escándalo o una veloz huída por parte de Tom.

Instintivamente, pagaron la cuenta, tomaron sus chaquetas y apoyados en sus codos, los tres lo observaron un rato.

Procedía como siempre: abrazos cerrados, besos en torno al rostro y al cuello. Su mano se perdió en los pliegues de ambos cuerpos y George, ebrio como estaba no pudo evitar tirar un billete de diez euros en la mesa y asegurar entre risas que esos senos eran de calcetines, cosa que Gustav le secundó afirmando a su vez que eran de papel higiénico y ayudado por un buen sostén, se mantenía en su sitio.

Ambos soltaron una estrepitosa carcajada que Bill se limitó a ignorar y tamborileando sus dedos contra sus mejillas viendo como la mano de su gemelo se afianzaba al borde de la prenda inferior y…

—¡Mierda! –Exclamaron los tres al perderse de vista el espectáculo por culpa de un tipo enorme con medias de red y un sombrero con mosquitera que bailaba con otro muy parecido e interferían con su visión.

—Veinte más a que Tom está aquí en un minuto y tratando de arrancarse la mano –dijo George y terminó lo que quedaba de su bebida.

Gustav hizo una mueca y sorprendió a los otros dos chicos cuando dejó sobre la mesa muy ceremoniosamente, su billetera. –Apuesto a que regresa al amanecer y nos querrá ver la cara de idiotas alegando demencia.

—¿Qué? –George se levantó del asiento y buscó a Tom con la mirada pero entre la gente que bailaba frenéticamente, no encontró a su amigo—. ¿De qué hablas?

—Se ha ido con su amiga. –Bill dio un largo suspiro y se levantó con ánimos de irse de una buena vez.

 

Ninguno de los tres supo exactamente a qué horas de la madrugada regresó Tom al hotel, pues cada uno tenía su propia habitación, pero a juzgar por el hecho de que se levantó pasado el mediodía y con una resaca impresionante, supusieron que había llegado con el alba y los primeros rayos del sol.

Más todavía, no había llegado solo…

Llegada la hora de la comida, Bill había decidido ir en busca de su gemelo para ponerlo en pie en caso de que estuviera dormido aún o ponerlo de costado, si acaso se asfixiaba con su propio vómito. Fuese cual fuera la verdadera razón, el cotilla que había en su interior clamaba por detalles.

Él y los otros chicos planeaban haraganear la tarde entera, luego de ir a comer, y creía que Tom necesitaba ayuda para espabilarse y acompañarles. Eso y que en vista de que no contestaba su celular o el teléfono de su habitación, le hacían esbozar una sonrisa pensando que quizá lo iba a encontrar abrazando el retrete.

Planeaba ir solo, pero tanto George como Gustav se empeñaron en acompañarle, alegando que iba a necesitar ayuda si se trataba de sacar a Tom de la cama y ponerlo en pie y en funcionamiento.

Los tres, tomaron el ascensor y subieron al piso de Tom, pues su habitación había quedado un poco lejos de la de los demás y como su llegada había transcurrido de madrugada luego de un extenuante viaje, no habían tenido ánimos de hacer los cambios necesarios.

Así, riendo entre ellos fue que encontraron a Tom en bóxers frente al elevador y despidiendo a su acompañante de la noche anterior. Besándole, aunque todos apreciaron una barba notoria en sus mejillas y barbilla y era imposible que hubiera dejado pasar eso de largo.

—Bye-bye –se despidió finalmente y entró al elevador sin tomar en cuenta las caras de asombro que veía en su interior.

Como ráfagas de viento, George y Gustav salieron antes de que las puertas se cerrasen y caminaron con paso rápido hacía Tom, quien al verlos había palidecido y se alejaba a paso rápido hacía su habitación.

—Muy bien muchachito, ¿qué escena es esa? –le cuestionaba George, al tomarlo del brazo y hacerle tirar la tarjeta electrónica con la que iban a entrar a la habitación, medio en broma y medio en serio.

—Lo que ves es lo que es. –Se desasía del agarre y tomaba la tarjeta para entrar en su habitación y cerrarles la puerta en las narices.

—Creo —dijo Gustav al cabo de unos segundos de tenso silencio por parte de ambos—, que he ganado la apuesta.

El bajista le dio una mirada un tanto extraña y se quedó unos segundos sin saber qué hacer o qué decir. Optó por recargarse contra el muro y mirar la fluorescente luz de la bombilla del pasillo.

—¿Y Bill? –preguntó.

 

Bill se pegó a la esquina del estrecho ascensor y se quedó en silencio mientras veía a la última conquista de su hermano acomodarse los zapatos y alisarse la falda con ademanes afectados. Sacaba de una pequeña bolsa un estuche de maquillaje y se miraba con un pequeño puchero en el espejo de una polvera. Se atusaba un poco el cabello y con un dedo corregía algunos manchones del maquillaje de sus ojos.

Sólo después de hacer eso se dignó a dar media vuelta y mirarle.

—¿Eres su hermano, no? –Ladeaba el rostro y hacía un intento de beso con sus labios, confiriéndole un aspecto en verdad femenino—. Se parecen un poco.

Bill pensó que en verdad Tom había tenido razones para equivocarse respecto a su género, pero cuando sus uñas se clavaron en la suave piel de la palma de sus manos, entendió que lo que pensaba y lo que sentía no iban a la par. Había algo obvio: si Tom se había dado cuenta tarde, no podía serlo tanto como para que fueran horas de la tarde y apenas se despidieran… Además ese beso…

—Sí. Ah, oye…

Se sintió ignorado cuando se giró y presionó PB al elevador. Luego el familiar tumbo y el descender de la caja por los pisos.

—Mira… —Se giró de nueva cuenta a su lado y recargándose a su lado lo dijo—: no creas que hice esto por su fama. Ni que mañana va a amanecer publicado en algún lado. Estas cosas son privadas y lo entiendo así, por eso espero que no me quieras decir algo al respecto.

Bill le miró estúpidamente.

—No, claro que no. –Se mordió la lengua y razonó que había sido una idiotez de su parte el haberse quedado en el ascensor en lugar de salir. La incomodidad no lo dejaba estar a gusto.

—Mi piso –murmuró. Apretó su bolsa contra su cuerpo y comenzó a salir.

—Tu nombre. –Sintió las orejas arder—. ¿Cuál es tu nombre?

—Zara o Häns; ambos están bien. –Hizo una despedida con los dedos y las puertas se cerraron.

Subiendo de nuevo no supo a donde ir. Llegó de nuevo al piso de su gemelo pero bajó al suyo y dirigiéndose a su habitación, pasó el resto de la tarde en ella.

 

Al día siguiente y tal como lo había prometido, al encender el televisor y hojear el diario, Bill no había encontrado ninguna noticia escandalosa del comportamiento de su hermano.

Después se había regresado de nueva cuenta a la amplia cama del hotel. Se había cubierto con la gruesa colcha y hundiendo el rostro en la almohada, analizado el malestar que el hecho de que eso pasara, le pusiera tan de mal humor.

Para sí mismo, quería decir enojado. Tom haciendo eso con… apretó de nueva cuenta sus manos y tomó nota mental de cortarse las uñas pues veía imposible seguir con eso y con las palmas de sus manos laceradas.

Dio una patada contra el colchón y tiró las cobijas al suelo de un solo movimiento.

Se dijo que si iba al cuarto de su hermano y exigía una explicación estaría en su derecho, pues esas cosas no se hacían y… Apretó de nueva cuenta las manos.

Quizá antes de hacer eso, ir por el cortaúñas.

Se dirigió al baño y en el espejo se miró sin mucho ánimo. Más antes que todo, arreglarse. Lo de Tom podía esperar.

 

Lo cierto es que el tema se convirtió en tabú.

Dos días después, cuando al fin tuvo Bill que salir de su habitación se encontró con que ni George ni Gustav hacían tontas bromas al respecto y que Tom parecía no darse por aludido pues no había hecho ni un comentario al respecto ni dicho cualquier otra cosa alusiva al hecho ni antes o después de cualquier momento.

Se había limitado a mirarle y como si cualquier cosa, ofrecerle un poco de las crepas de su desayuno, cosa que declinó para luego sentarse a su lado.

—Tom, tengo que decirlo. Tú… —Jugueteó con las manos en su regazo y se encontró pensando que era un idiota por sacar el tema a colación en el área común en donde todos desayunaban. De cualquier modo lo hizo—. Tú dormiste con un hombre.

—¿Lo leíste en los tabloides? –Tomó más jugo y siguió comiendo.

El tenedor de Gustav hizo un fuerte ruido al caer sobre el plato, pero ni con eso Bill levantó la mirada de sus manos. –No.

—Entonces, yo creo que –se limpió la boca con la servilleta— nada malo ha pasado.

—¡Claro que sí porque…! –Bill estalló sin ser muy conciente de eso. Levantó la mirada y la clavo en el rostro de Tom, quien seguía concentrado en su desayuno más que en la conversación que tenían. Verlo tan tranquilo le apaciguó un poco, pero no detuvo la rabia que sentía al respecto y que no había sabido identificar de la misma manera en que no se había cortado las uñas—. Eso que hiciste fue… asqueroso.

Se levantaba enfurecido y la silla en la que estaba se iba hacía atrás con un estrépito que resonaba en todo el comedor. Los demás huéspedes se giraron para mirarles, pero a ninguno de los dos pareció afectarles.

—Chicos… —Intentó apaciguarles George, pero entonces Tom también se levantaba y daba un paso amenazadoramente hacía Bill.

Lo que aconteció a eso, sí salió en las noticias.

 

Tom le ignoró del todo. Dejó su maleta en el centro de la cama y entró directamente al baño. Bill le siguió de cerca, cerrando detrás de sí la puerta y dejando caer con suavidad su equipaje a un costado de la pared más cercana.

Una habitación de hotel, dos camas y una advertencia de su manager: arreglar sus diferencias de la mejor manera posible, dormir y prepararse para una rueda al día siguiente en torno a su trifulca en al anterior hotel. Dicho sea de paso, un hotel al que ya no podrían regresar y del cual habían tenido que ser mudados de inmediato a uno que en definitiva no tenía sus cinco estrellas y por ende a ello, su calidad.

Bill lo confirmó del todo cuando al sentarse en la esquina de la que sería su cama, los resortes chirriaron. Eso y las cortinas raídas. Suspiró.

Se dejó caer hacía atrás y mirando el techo, llegó a la conclusión de que no podía ser un muy buen hotel ese en el que estaban si se veía la pintura descascarillándose y cayendo como si nada.

—No hay luz en el baño –comentó Tom al sentarse en la otra cama y de un empujón tirar su maleta al suelo—. Bill.

—Sí, no hay luz en el baño. Igual no me pienso bañar.

—No, eso no. –Su hermano giró el rostro para verle.

—Qué.

—Creo que te comportaste, que ambos nos comportamos mal… como idiotas. Como animales salvajes. Ya está. Di el resto.

Bill le miró escasos segundos antes de negar con la cabeza, reír amargamente y mirar de nuevo el techo. –Siento decirte que ya no somos niños y que mamá no nos premiará por reconciliarnos.

Se apoyó sobre sus codos y de un impulso ya estaba de pie.

—Creo que a fin de cuentas si me apetece una ducha.

Se estiró e inclinándose sobre su equipaje comenzó a sacar un pijama y una toalla. Se concentró un poco en eso, pues no se dio cuenta cuándo exactamente Tom se había acercado a él y lo pateaba con ligereza en el muslo.

—Puedes explicar cuál es el jodido problema de todo esto. Actúas como si hubiese matado a alguien y no es el caso… ¡Bill! –Exasperado, lo veía levantarse e ignorarle para continuar su camino al baño.

Pudo haber ido detrás de él, pero algo en la manera lenta de moverse y en la rigidez que presentaba al caminar inclinado, le hizo desistir de la idea.

 

—Por todos los cielos, tú lo viste. Era tan lindo como cualquier chica sino es que más. –Resopló en la oscuridad y esperó la respuesta que no llegaba.

Bill había tardado una eternidad en la ducha y después, sin mediar palabra había apagado las luces para meterse bajo sus cobijas dándole la espalda.

Ya no parecía molesto, sino triste, pero no había pronunciado ningún reproche o palabra alguna desde entonces.

A Tom eso le molestaba, pero en parte le tranquilizaba. Le dejaba al menos la oportunidad de explicarse y eso había hecho, sintiendo como cada vez más la distancia entre ambas camas crecía y la profundidad se hacía más y más grande conforme se explicaba. No que sus razones le pareciesen menos convincentes, pero le parecían insuficientes para explicarse con su hermano. Le exasperaba.

—Pero no era una chica. –Bill se había irritado de oír pretextos para su acción. Que si tenía una piel suave y un aroma a rosas, que si su figura se sentía bien al tacto o que besaba bien, la cuestión era que no era una chica y no encontraba como decírselo a su hermano sin terminar gritando de nuevo.

—No, no lo era –respondió con sencillez.

—¿Entonces? –Se giraba del todo y con los ojos adaptados a la oscuridad, veía su silueta también de costado, mirándole.

—Entonces nada. Pasó. Lo hicimos y no te puedo decir que me arrepiento. Sólo fue… —suspiró pesadamente— diferente o algo así.

—Diferente –refunfuñó con voz gangosa—. Di especial y estarás listo para declararle tu amor imperecedero.

—¿A dónde quieres llegar con esto? –Extendía la mano entre las dos camas y tomaba la de Bill que autómata se movía en su búsqueda. Se estrechaban en silencio—. Me debería causar más conflicto a mí que a ti, ¿no lo crees? –Acarició sus nudillos y aguardó una respuesta—. ¿Bill?

—Espera.

Lo escuchó apartar sus cobijas y arrastrar los pies por la vieja alfombra descolorida. Sentarse en su cama e instintivamente le dejó un espacio. Apartó sus propias cobijas y le sintió acostarse a su lado. El brazo helado que se pegó al suyo lo hizo dar un respingo.

—Estás frío.

—Lo siento –murmuró con un poco de pena.

Se giró de costado y se quedó a escasos centímetros de su gemelo. Éste le imitó y ambos se quedaron frente a frente sin saber qué decirse.

—¿Fue tu… es la primera vez que…? –Comenzó a preguntar Bill, pero se le perdió la voz en un murmullo.

—¿Con un hombre? Vamos, que sí. Tú me conoces –le bromeó, pero a Bill eso no le pareció gracioso. Extendió la mano y le pellizcó en la piel que encontró, en ese caso, la del pecho—. ¡Auch!

—No, no te conozco. No te creía capaz de hacer… esto.

—¿Dónde está lo malo en hacerlo? Un hombre, una mujer, da exactamente lo mismo. Igual me cuidé así qué… ¡Ouch! –Empujó a Bill con fuerza de la cama y lo hizo caer de esta. La patada que había recibido apenas un segundo antes le hizo pensar que estaba en lo correcto al hacerlo—. Carajo, ¿qué demonios te pasa?

—¡Qué te pasa a ti por decir eso! Lo que hiciste, no, lo que haces, tiene un límite, Tom y creo que lo has sobrepasado.

Enfurecido de nuevo, se levantaba del suelo y sin estar muy seguro de qué era lo que pateaba, daba un certero golpe contra su hermano, quien se quejaba y haciendo un desastre con sus sábanas se le lanzaba encima haciéndole caer de nuevo al suelo.

—Igual va para ti que me tienes cansado con lo mismo y lo mismo.— Hizo un intento desesperado para desenroscarse el bulto de tela que se había formado a su alrededor y en el proceso aplastó a Bill quien soltó un quejido y empujando con todas sus fuerzas se lo quitó de encima.

Cada uno se alejó a su respectivo lado de la cama para mirar al otro con rabia mal disimulada y de alguna manera lamerse las heridas, pues se habían lastimado en esos breves segundos de encuentro.

—¡Ya basta con esto! –Enfurecido del todo y sin creer que hubiese una solución, Tom se levantó del suelo y echando sus cobijas de nuevo sobre la cama, se acostó dándole la espalda e ignorando el tronar de los nudillos de su gemelo.

—Tom… —empezó, pero no le dio tiempo.

—No. Sea lo que sea, es no. Ya vete a dormir.

—Hay que solucionar esto –le contestó compungido.

Su hermano giró los ojos. Se dio media vuelta y le enfrentó:

—Habla, yo te oigo.

—¿Puedo…? –señaló la cama.

—¿Vas a patear de nuevo?

Fue el turno de Bill el de girar los ojos. –No.

Como respuesta, Tom se hizo a un lado y levantó el cobertor.

 

Lo cierto es que no hablaron al respecto. Bill se posicionó detrás de Tom y hundió el rostro en el pliegue de su cuello con fuerza. Le hizo doblar las rodillas y así hecho ovillo, se presionó detrás de él hasta el punto de moverlo unos cuantos centímetros.

“Tomi, te has portado mal” fue lo único que masculló y le pasó los brazos por encima del cuerpo, dejándose así acariciar el antebrazo por las manos de éste.

El mayor se durmió, no así el menor quien se quedó envolviéndolo en el estrecho abrazo mientras meditaba al respecto. Sólo que no lo hizo más allá de unos minutos. Bostezó y frunciendo el ceño por las rastas de Tom que se le incrustaban en la nariz, se durmió casi de manera instantánea.

 

—Siempre que lidiamos con la prensa pasa lo mismo –dijo George al entrar a la camioneta y sentarse al lado de Bill. Hizo una voz chillona para remedar—. ¿Es cierto que su reciente altercado en el comedor de un hotel tiene tintes románticos, es decir, problemas entre usted y el guitarrista por una misma chica?

—Los rumores se vuelven cada vez más raros –comentó Gustav al respecto—. Recuerdo uno que leímos en francés que decía que Tom le regalaba vellos púbicos a cada una de sus conquistas. –Todos rieron.

—¿Lees en francés? –cuestionó el aludido.

—¿Y tú regalas vellos? –le contestó con una sonrisita.

—Bueno, la entrevista ha terminado –declaró con una mueca y bajándose un poco la visera de la gorra, hacer amago de dormir al menos hasta llegar al hotel.

Bill no dijo nada al respecto, pero pensó si Zara o Häns se había llevado algo como eso de recuerdo en realidad.

De nueva cuenta, hizo nota mental de cortarse las uñas.

 

De nuevo, Bill duerme cubriendo a Tom en su abrazo. Tiene calor, pero no se piensa mover, también hambre pero no se va a levantar y esa necesidad incluye unas ganas de ir al baño, pero ni mover, levantar o siquiera respirar para hacer algo como eso. La paz que siente no la cambia por nada y aunque el problema que ambos tienen no ha encontrado solución, no afecta en la tranquilidad que siente al rodear a Tom con brazos y piernas y dormir así.

La habitación puede seguir tan fea como antes y parecer un sitio de segunda mano, pero eso no le importa.

Hunde más el rostro entre el cabello de su gemelo y aspira con fuerza. Siente el cuerpo entrar en laxitud y los músculos aflojar su agarre…

Celos. Siente celos. Se lo carcomen por dentro y todos le juzgan por ello. La entrevista gira en torno a ello y no encuentra la manera de negarlos. Los micrófonos se acercan y no tiene una mano para defenderse de ellos. Se queja por medio de gimoteos ante ello y cae…

Despierta al sentir el filo de la cama y la inminente caída.

Somnoliento y con los ojos entreabiertos Tom le mira desde el borde de la cama. Lo contempla tirado en el suelo y le recrimina haberse llevado las cobijas con él a su caída. No dice nada. Baja del colchón y se acurruca a su lado. Se duerme casi de manera instantánea al primer toque de su cabeza contra el suelo.

Pero Bill ya no puede dormir. Con Tom roncando con fuerza en su hombro sabe que lo que siente son celos y que como cualquier sentimiento, no tienen una explicación que pueda ser dada con palabras.

Retorna a su postura. Aprieta a Tom con fuerza y piensa de nuevo cuanta hambre y ganas de ir al baño tiene. Cuan poco parecen en comparación con los celos que siente…

 

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