I.
Nunca me importó el amor. “¿De verdad existe?”, me preguntaba una y otra vez. Me parecía siempre tan patético como las personas podían comportarse y cambiar de tal manera cuando caían en él.
No me gustaban las películas románticas, ni las poesías, ni las cursilerías, ni las palabras bonitas.
No creía que el amor te volvía mejor persona. Ni en las mariposas en el estómago. Ni en los brillitos rodeando a esa persona. Tampoco podría perdonar a alguien que me lastimara, engañara, o jugara conmigo. Ni el significado de la palabra “amor”, la cual creo que he dicho muchas veces.
Hasta que lo conocí. Me atrajo, como muchas chicas me habían atraído antes, me llamó la atención su corto y perfectamente peinado cabello negro azabache, que asaltó en mi perímetro visual cuando miraba de soslayo a la joven guapa que estaba a su lado. Quité la vista de ella, concentrándome sólo en el cabello común. Que pasó a ser un gran y esbelto cuerpo, de tez clarísima, casi parecía esculpido por un artista romano. Vestía un traje negro, con una camisa blanca en corte de V, y un pantalón de mismo material que su chaqueta, ajustado, que se ceñía a sus piernas, resaltando toda su anatomía –bien dotada, debo acotar– y fue inevitable imaginármelo desnudo. ¡Oh! Como una obra de Miguel Ángel, la más hermosa, pensé.
Fui cautivado, capturado.
Me sobrepasaba en altura, con unas piernas alargadas perfectamente equilibradas con su torso delgado, pero musculoso, de espalda ancha y cintura estrecha.
Sus facciones eran magníficas; su mandíbula fuerte, le daba ese toque masculino, con una nariz respingada, labios finísimos, como dos pequeñas líneas rosadas, los ojos eran rasgados y tan oscuros que parecían dos cuencas vacías. Sus pómulos sobresalían a un grado perfecto, por lo que su rostro se veía más delgado, con un cuello alargado y una sobresaliente nuez de Adán. Ah, su voz debe ser grave.
Escuché cuando le llamaron por su nombre en la oficina.
—¡Siwon! —Habían gritado, pero el chico no volteó— ¡Choi Siwon!
Coreano… como yo.
Anoté su nombre mentalmente. Quizás podría preguntarle sobre él a mi tío; estaba esperando a que saliera de su trabajo y me llevara a casa, es editor de novelas y poesías, mientras que yo era traductor, pero en otra construcción. Ese edificio era sólo acerca de literatura, me supuse que mi Siwon era un escritor y rogué para que no fuese de cursilerías baratas.
II.
—Así que escribe poesías.
—Sí. Es un joven muy inteligente, novedoso e ingenioso. Maneja 4 idiomas a la perfección y tiene 26 años.
Pero yo tengo 24, sé 5 idiomas y soy traductor…
—¿Y qué tal? No me digas que es sobre romance…
—Ah, sobrino mío, ¿qué es cualquier poesía sin romance? La pureza y la maldad de ese complejo sentimiento. ¡Mejor, dime! ¿Qué es la vida sin romance? Aunque sea una pequeñísima pizca de ese ingrediente, y ten por seguro que cambiará el resto de la mezcla, por completo.
—Patético —Suspiré, mirando por la ventana a través vidrio polarizado del vehículo el paisaje que me conocía de memoria— ¿es coreano? —Pregunté lo obvio.
—¿Qué crees? Teniendo ese nombre y esos rasgos. Claro, pero vive acá en Estados Unidos desde pequeño. ¡Ese chico! Debería dedicarse a otra cosa que no sea la poesía… podría tener tanto futuro. En cambio, el futuro más brillante de los poetas es la muerte. La muerte los lleva a hacerse famosos, a ganar dinero, ¡los muertos, muertos están! ¿No crees que es un poco injusto? La mejor fase de la profesión de un poeta, es cuando muere. Están destinados a no disfrutar de su fama en vida.
—Vuélvete poeta, por favor —Susurré. Sólo hice una mínima pregunta, lleva todo al extremo.
—Que cruel, yo que te quiero como un hijo —Fingió dolencia.
III.
Era domingo, la semana pasó, y me olvidé por completo del rostro de Siwon. Sólo podía recordar sus piernas, porque había pasado un largo rato observándolas. No es amor, me dije, y me sentí estúpido al pensarlo la primera vez. Podía ser atracción, o simple envidia ante ese cuerpo de muerte.
Aún así, una parte en mí, quería volver a ver a esas piernas. Y no negué esa petición de mi subconsciente, al siguiente día, iría a verlo.
Me mantuve entretenido jugando al PS3.
IV.
Llegué con la excusa de visitar a mi tío, aunque nadie me preguntó qué hacía ahí. Revisé los cubículos, proclamados como oficinas, fijándome en los escritorios y los nombres en las placas sobre ellos, porque ver cabeza tras cabeza me hacía pensar que si me lo encontraba, no lo reconocería.
Suspiré resignado, no estaba.
Me dirigí a la salita donde se encontraban las fotocopiadoras y la máquina de café, aunque sea un café gratis tenía que llevarme, no me levanté temprano por la mañana e hice este recorrido para nada.
Ahí lo encontré.
Y me sentí enfermo, porque se me aceleró el pulso y mi corazón empezó a bombear sangre más rápido. ¿Tendría taquicardia? Pero luego me sentí idiota, porque él no podría, no debía hacerme sentir así; quise creer que era un amargado o egocéntrico porque no podía ser perfecto.
Se volteó, después de agarrar la tacita con café y quedó un tanto sorprendido.
Su reacción fue cómica… pero que imbécil.
—Oh, buenos días —Dijo sonriendo, mostrando esos perfectos dientes blancos, formándose unos hoyuelos en sus mejillas y sus ojos entrecerrándose un poco.
En ese momento fue que me di cuenta de una cosa.
Estaba totalmente jodido.
.
.
.
Ese hombre es la perfección.