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Érase una vez nosotros por DrakonisV

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Notas del capitulo:

Lo escribí en aquellos días de colegio cuándo no me gustaba el Yaoi. Quizás fue como una crónica de una muerte anunciada ¿quién sabe? Este fue un regalo de cumpleaños para alguien muy preciado para mí. En fin, esperaré ansiosa algún comentario, pues me agrada saber las reacciones de los lectores. 

Érase una vez nosotros.

 

                                                                         I

 

En todo caso había un solo túnel, oscuro y solitario: el mío, el túnel en que había transcurrido mi infancia, mi juventud, toda mi vida. Y en uno de esos trozos transparentes del muro de piedra yo había visto a esa muchacha y había creído ingenuamente que venía de un túnel paralelo al mío, cuando en realidad pertenecía al ancho mundo, al mundo sin límites de los que no viven en túneles…”  

Ernesto Sábato. El túnel.

 

Los hechos que se presenciaron ante mis ojos lograron perturbarme haciéndome olvidar por completo… que tal vez, no estaba correcto.

De pronto sentí tus labios posados en los míos y tu lengua ansiosa por penetrar en mi boca de un modo brusco, casi desquiciado, tus manos nerviosas desabotonaron mi camisa despojándome de ella… Entonces me pregunté avergonzado ¿Quién dice lo que es correcto o no al amar?

 

Me aferré a las sábanas con una fuerza monstruosa obligándome a dormir. No lo conseguí. Las imágenes llegaban a mí velozmente esfumándose en el acto dejándome un vacío, desasosiego y la moral destruida.

Llevaba repetidas noches sin dormir, no era necesario asistir al doctor. Insomnio, deduje.

Se estaba tan bien aquí en estas mantas delgadas, alejado del mundo, perdido. La penumbra de la noche me ocultaba en sus entrañas recordándome, quizás, que estaba seguro en ella. Moví pesadamente el cuerpo en un intento en vano de adoptar otra posición y así relajarme. No funcionó. El descaro carcomía mis vencidas ganas de dormir. Muy bien, si, un desvergonzado, soy un desvergonzado.

Los endebles rayos amarillentos golpearon mi rostro sereno, el despertador provocó su escándalo matutino hacia varias horas, y yo, yo aún recostado en un lecho demasiado acogedor, esperando quizás deshacerme de un pecado otorgado.

Intenté no observarme al espejo, sabía de las ojeras oscuras bajo mis ojos y de mi aspecto irritante.

No desayuné…

¿Quién puede probar bocado si sabes de tu perdición en un sendero que hace semanas atrás parecía indefenso?

Las calles repletas de gente, bullicio y contaminación provocaban en mí caminar deprisa. Pero yo mismo sabía que esa no era la verdadera razón, sino, una ilusión reconfortante.

Decidí trabajar hoy por razones obvias; me apasionaba y me despedirían si no asistía. Nada fuera de lo normal. No concurrí al consejo de profesores, no fue por retrasarme, simplemente, no quería. Esperé a mis alumnos en el aula, tranquilo y ellos no tardaron en llegar. Tal vez  percibieron mi necesidad de distraerme llegando minutos antes de lo esperado.

 

Inicié la clase leyendo algún fragmento tomado al azar de los innumerables libros sobre mi escritorio.

— “En todo caso había un solo túnel, oscuro y solitario: el mío, el túnel en que había transcurrido mi infancia, mi juventud, toda mi vida… — el silencio irrumpió la espaciosa habitación— Y en uno de esos trozos transparentes del muro de piedra yo había visto a esa muchacha y había creído ingenuamente que venía de un túnel paralelo al mío, cuando en realidad pertenecía al ancho mundo, al mundo sin limites de los que no viven en túneles…”  — una angustiosa soledad recorrió cada centímetro de mí mientras mis manos trémulas sostuvieron el libro con una fuerza monstruosa.

No le presté mayor importancia al asunto, no había dormido en semanas, el insomnio me estaba pasando la cuenta. Continué la clase tranquilo, eso deseaba transmitirles a mis alumnos ya que más de alguno me divisaba  preocupado. Trabajar en una Universidad era agotador, enseñaba literatura. Poseía cierta debilidad hacia las letras, un mundo hermoso y seguro, donde todo parecía un poco más sencillo y propio. Sin embargo ser docente ganó la batalla de escritor… podía leer y perderme en aquel mundo, pero no era capaz de crearlo.

Los minutos trascurrieron a las horas y de pronto me vi esperando el tren de las seis. Estaba a punto de entrar en uno de los vagones repleto de gente, cuando uno de mis bolsillos inició una vibración endeble, desistí de entrar y contesté…

— ¿Emi…? ¿Emiliano?— escuché entrecortado y distante con un pequeño siseo molesto.

— Sebastián, lo siento. No te oigo  bien…

— Somos… Somos dos — bromeó entre risas.

— ¿Sucede algo? — pregunté inquieto mientras el celular temblaba entre mis manos sudorosas.

— Si ¿Puedes venir? Por favor. Es importante.

No contesté.

Me sentía extraño entre tanto bullicio y personas caminando a mí alrededor ajenos a mis pensamientos fugaces, perturbadores… todo tenía un aspecto vacío. Tenía miedo de encontrarme con su mirar, no saber qué decir después de recibir un puñetazo suyo... una cobardía asfixiante me dominaba,  despertando a mis demonios…

— ¿Emiliano?

— Bien. Llegaré tarde, estoy algo lejos.

— No hay problema, te puedes quedar.

— Está bien.

Colgué el celular y cambié de andén.

¡Hablaría con él!, no permitiría que le contara, no arrasaría una amistad de toda una vida por un capricho de niño pequeño. Un capricho del cuál yo era el único prisionero.

Observé alterado el reloj de pulsera, de alguna manera sentía una frustración albergarse en cada fibra de mi ser. Perdido, asqueado, avergonzado… farsante todas aquellas emociones llegaban a mí de golpe sin piedad recordándome de un quebrantamiento a toda una sociedad. Hice trasbordo a la estación “Lo Héroes” y volví a entrar a un vagón con menos cantidad de personas. Mi labio inferior no tardaría en hincharse pues ejercía una fuerza bestial sobre el. Intentaba no dejarme llevar por emociones irracionales, pero ahora, me resultaba dificultoso seguir indiferente ante un problema evidente y corrupto.

Pequeñas y débiles gotas de lluvia humedecían mis cabellos, recorrieron mi rostro y mojaron mi ropa. Caminaba sin mucho esfuerzo, procuraba mantenerme tranquilo y no escapar, pues aún tenía esa oportunidad. Sin embargo la deseché. La casa de Sebastián se hallaba algunas cuadras más adelante, tomé, firmemente el maletín y me encaminé hacia allí. De alguna u otra manera necesitaba verlo ¡Explicarle! Los faros iluminaban sigilosos el camino vigilándome evidenciando una valentía que a cada segundo se desvanecía. Observé con cierto cariño la puerta que se presentaba ante mí, la aldaba en forma de león brillaba tenue y las gotas resbalaban en su figura omnipotente. Temblé al mínimo contacto de mis dedos con el aldabón, aquello no me detuvo, lo alcé estrellándolo contra la anticuada puerta de madera podrida. Esperar jamás resulto ser tan aliviador, jamás me había parecido tan jubiloso el solo momento de esperar. Entonces… distinguí en medio de una oscuridad espesa y turbia unos zapatos lodosos en un piso demasiado seco. Una toalla cayó sobre mis cabellos y de improvisto una mano firme logró empujarme dentro.

— ¿A ti también te alcanzó la lluvia? — rió. Supuse lo divertido que le parecía, imaginaba una sonrisa amigable abarcarle la boca… me negaba apartar la vista del suelo.

— S… Si… — contesté en un susurro endeble, perdiéndose entre el bullicio de las gotas golpear el cemento.

— Gracias… Gracias por estar aquí… — admitió culpable, abandonando los zapatos fangosos en la entrada — Eres un hermano… Emiliano.  

Imité esa acción, aún con la toalla felpuda sobre mi cabeza y una mirada demasiado responsable como para obsérvale a los ojos, dejé los zapatos en un extremo uno junto al otro… Sebastián sólo los tiró, olvidándolos en la penumbra. Nunca dejaría de ser un despreocupado.

— ¡Hey, no seas tímido, entra!— comentó con una alegría imposible de no percibir — ¿Estás bien? ¿Emiliano?

Fuera de lugar, yo… yo no debía estar aquí, todo parecía demasiado irreal como para creerlo. Mi cabeza era un caos, preguntas relegadas, ideas absurdas, hacían imposible pensar en otra cosa. Mis labios se hallaban inertes, petrificados, imposibles de formular palabra alguna.

Quisiera saber, si aquel sentimiento que me embriagó aquella noche de caos total, hubiera sido en realidad lo que yo quería, lo que yo… esperaba. Era demasiado pequeño como para entenderlo y ser capaz de aceptarlo. Era tan sólo un simple hombre atado a los prejuicios de una sociedad y… ¿tal vez a los de un Dios?

Me acosté con tu hermano intenté pronunciar, pero mis labios permanecieron inertes.

 

DrakonisV.

Notas finales:

Simplementes gracias.


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