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El mundo de Ashol por AndromedaShunL

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Notas del capitulo:

Segundo capítulo de esta historia. Espero que sea de su agrado y lo disfruten ^^

   El humo de las chimeneas se alzaba sobre las copas de los árboles. Habían pasado casi dos días desde la última vez que hablaron. A Milo no le gustaba aquello pero resistió la tentación temiendo quedarse sin garganta. Camus, por el contrario, parecía que gozaba de ese silencio.

   Se acercaron entre los árboles al claro donde se encontraba la aldea.

   -Por fin hemos llegado.- Suspiró Camus, satisfecho.

   Milo agudizó la vista para ver el panorama: se trataba de una humilde aldea de siete cabañas con un huerto común pequeño para tanta gente. Había niños muy delgados correteando en lo que parecía ser un mercado. Dos mujeres regateaban a un comerciante por el precio de unas zanahorias.

   Camus tiró de él y cruzaron por el medio de la plaza, aguantando la mirada de todos los aldeanos. Milo apenas podía soportar el dolor de sus muñecas y le costaba seguir el ritmo de su captor, mientras que este no parecía dar muestra alguna de piedad.

   Siguieron caminando hasta llegar a la posada de aquel lugar y entraron. Estaba llena de viajeros, para sorpresa de ambos. Algunos tenían sobre la mesa abundantes jarras de cerveza ya vacías. Otros jugaban en grupo a las cartas y a los dados. Los más pervertidos le lanzaban cumplidos a la camarera y le intentaban levantar la falda.

   Camus se acercó al posadero llevando a Milo tras de sí, aún atado con las cuerdas. Tanto ebrios como jugadores clavaron sus ojos en ellos, sobre todo en el que parecía ser el esclavo del otro.

   -¿Tiene una habitación que le sobre? -Preguntó Camus al posadero con toda la amabilidad de la que fue posible.

   -Tengo dos habitaciones perfectas para cada uno de ustedes.- Les ofreció.

   -No. Solo una, por favor.

   Un cúmulo de risas sonó por toda la instancia, y Camus se puso rojo pensando en lo mal que podría interpretarse eso viendo cómo iban. Hasta su rehén se había echado a reir.

   -Está bien. Aquí tiene las llaves. Suba por las escaleras. La habitación es la número tres. Serán diez cobres.

   -Tome y gracias.- Dijo mientras le daba las monedas.

   Se dirigieron hasta las escaleras y Camus tuvo que ayudar a Milo a subirlas. Apenas le había dedicado mirada alguna y ahora se daba cuenta de lo débil que estaba. Se sentía culpable. En todo el trayecto solo le había dejado beber agua de su cantimplora y comer un trozo de pan.

   Abrió la puerta de la habitación que les había asignado y dejó todas sus cosas sobre una silla de madera.

   -¿Estás bien? -Le preguntó a Milo mientras le desataba la cuerda de la cintura.

   -Sobreviviré.- Respondió este. Parecía que le costaba trabajo respirar.

   Camus le pasó una mano por la frente y comprobó que la tenía ardiendo.

   -¿Quieres echarte en la cama? Se te ve muy débil.

   -Quiero comer.- Murmuró el peliazul.

   Camus cogió su morral y bajó las escaleras para comprar comida.

   -¿Me puede servir una bandeja con la cena, por favor? -Le preguntó al posadero.

   -Por supuesto. Para dos, ¿verdad?

   -Sí, gracias.

   Esperó hasta que estuvo todo listo y subió a la habitación de nuevo con la bandeja. Milo lo esperaba sentado en el borde de la cama, resoplando.

   -Toma.- Le dejó la bandeja sobre las piernas y le quitó las ataduras de las manos. Tenía la piel roja con heridas irritadas.

   -Gracias- Le dijo mientras estiraba las articulaciones y se desentumecía-. Ahh...- Se quejó al doblar la muñeca.

   -Espera.- Dijo Camus mientras arrancaba un trozo de su camisa y le vendaba la zona afectada.

   Milo se sonrojó ante el gesto de su captor, pero se dejó hacer. Cuando acabó de vendarle sintió un gran alivio y empezó a comer de su parte.

   -Mañana saldremos a la aldea a por provisiones y yo preguntaré lo que tenga que preguntar.- Le informó.

   El peliazul asintió con la cabeza sin dejar de comer y partiendo un pedazo de pan.

   -Cómete también mi parte si quieres.- Le dijo Camus con una sonrisa.

 

 

   El dosel de su cama era de un color plateado muy hermoso. Se sentía a salvo bajo las suaves sábanas y atrapado en el cálido abrazo de Alberich. Este dormía plácidamente a su lado, como casi cada noche. Podía sentir el latir de su corazón, y eso lo calmaba infinitamente.

   Mime apartó suavemente el brazo protector del joven. Se sentó lentamente en el borde de la cama dejando al descubierto la pálida piel de su cuerpo. Se levantó, corrió las cortinas de seda y salió a la terraza.

   Una mano le pasó por el hombro y se volvió para mirar esos ojos verdes que tanto le gustaban. Alberich lo estrechó con fuerza entre sus brazos, acariciándole los rubios cabellos con delicadeza.

   Quedaron así unos instantes hasta que Mime rompió el silencio.

   -He tenido una pesadilla.

   -¿De qué trataba? -Le preguntó preocupado.

   -Sucumbías en mis brazos tratando de protegerme.- Respondió, y unas suaves lágrimas rondaron sus mejillas.

   -No te preocupes, soy muy fuerte para morir.- Le dijo levantándole la cara para mirarlo a los ojos.

   -Incluso los más fuertes son incapaces de escapar a la muerte- Se quejó, liberándose de las manos protectoras y apoyándose en la balaustrada-. No era un guerrero...- Continuó-. Era una sombra, un fantasma.

   -¿Un fantasma? -Preguntó acercándose a él de nuevo.

   -Así es.

   -Entonces hay menos de qué preocuparse.- Le dijo con una sonrisa a la vez que le hacía volverse para agarrarlo por la cintura y besarle.

   -Puede que tengas razón.- Asintió y se dejó llevar por los cálidos labios de Alberich.

 

 

   No podía conciliar el sueño aquella noche, y es que dormir en la misma cama con otro hombre le parecía muy pintoresco. Los dos se daban la espalda, y Milo parecía dormir profundamente después de la abundante cena.

   -Camus.- Lo llamó, sobresaltándolo.

   -¿Si? -Preguntó sin moverse.

   -Tengo frío.- Se volvió hacia él.

   -Pues tápate.- Le dijo simplemente.

   Milo le pasó un brazo por la cintura abrazándolo, y Camus estuvo a punto de apartarse bruscamente, pero por alguna extraña razón no lo hizo. Le gustaba el contacto con el peliazul.

 

 

   -¿Puede darme una cantimplora con agua, un bollo de pan y queso? -Preguntó Camus al comerciante.

   Hacía un buen día y los aldeanos paseaban por el pequeño mercado y se dedicaban a sus tareas diarias. Era un ambiente agradable.

   Pagó lo debido y se lo tendió todo a Milo.

   -¿Ahora soy tu mula de carga? -Se quejó.

   -Sí.

   Por lo menos no le había vuelto a atar las muñecas. Igual era señal de que se fiaba de él. Aún así, llevaba la espada y el puñal de plata muy ceñidos al cinturón. Milo sonrió para sí.

   -Voy a preguntar a ese anciano.- Anunció Camus.

   -¿El qué? -Quiso saber el peliazul, pero no obtuvo respuesta.

   -Disculpe- Captó la atención del anciano-. ¿Podría responderme algunas preguntas? Le pagaré si es necesario.

   -No será necesario. ¿Qué quieres saber, joven? -Levantó la cabeza para mirarlo.

   -¿Sabe usted algo de la guerra?

   -¿De la guerra? Sé demasiadas cosas. La guerra comenzó hace años entre jóvenes guerreros y caballeros- Hizo una pequeña pausa antes de continuar-. A las personas normales como yo y mi familia no nos concierne este asunto. Se dice que cada joven de los que te dije posee poderes mágicos, grandes capacidades para el combate o incluso armas legendarias- Se rascó la cabeza, pensativo-. Los planes del lado de la maldad permanecen completamente ocultos. Nadie sabe lo que Él planea. Hay quien dice que quiere someter a todos los pueblos a su voluntad, y quien dice que quiere liberarlos, que lucha por la justicia y por el bien de Ashol. Nadie lo sabe con certeza...

   -¿Quién es Él? -Preguntó Camus con mucha curiosidad.

   -Unos dicen que la reencarnación del mal, otros que la reencarnación del bien, otros que no existe. Hay tantas y tantas teorías que es imposible fiarse de una a ciencia cierta.

   -¿Y tú quién se supone que crees que es? -Preguntó Milo, que había permanecido al margen de la conversación.

   -Modera tus palabras.- Le reprochó Camus.

   -Yo lo que creo es que Él es un dios.- Contestó el anciano dando énfasis a esta última palabra.

   -¿Un dios? -Preguntó Milo incrédulo a la vez que arqueaba una ceja.

   -Así es. Mi creencia es que un Dios ha descendido de los cielos o ascendido de los infiernos para hacer justicia en Ashol, castigando a los pecadores y recompensando a los fieles.

   -Yo no creo en dioses.- Gruñó el peliazul.

   -¿Dónde se encuentra Él? -Preguntó Camus sin hacer caso al comentario de Milo.

   -Por desgracia no puedo contestarte a esa pregunta, joven.

   -¿Sabes de alguien que pueda dar con él? -Insistió.

   -¿En esta aldea? No, lo siento- Miró hacie el cielo como si así pudiera pensar mejor-. Pero al final de este bosque, si seguís por ese camino- les indicó con el dedo índice-, llegaréis a una llanura. Un poco más allá podréis ver un castillo no muy grande. Sea quien sea quien habite en él, puede que os pueda ayudar en vuestra misión.

   -Una última pregunta. Hace diez años se llevaron a un niño rubio de ojos azules. No sé si lo recuerda o si lo vio, pero, ¿sabe algo sobre esto? -Preguntó camus con los ojos llenos de esperanza.

   -Un niño rubio de ojos azules...-Meditó el anciano-. Lo siento pero no tengo ni idea.- Respondió negando con la cabeza.

   Camus bajó la vista al suelo. Se sintió desfallecer aunque lo cierto que es esperaba una respuesta como aquella.

   -Gracias por atendernos.- Sacó una moneda de plata del saquito y se la dio al anciano.

   -Que los dioses os bendigan.- Dijo mirando con codicia la moneda que acababa de recibir, y se alejó de ellos feliz por su recompensa.

   -¡Le has dado una moneda de plata!- Exclamó Milo cuando el anciano se hubo alejado, en tono reprochante.

   -Tienes buena vista.- Se burló Camus empezando a andar hasta el camino que le había sido indicado.

   El peliazul se quedó en el sitio perplejo. Volvió la vista por donde se había ido el anciano. Suspiró y comenzó a caminar él también.

 

 

   Corrió por los pasillos del castillo herido tropezando varias veces pero manteniendo el equilibrio con éxito. Cruzó el salón de banquetes y subió rápidamente las escaleras hacia la habitación de Mime. Abrió bruscamente la puerta de madera y se quedó jadeante bajo el marco.

   -¿Alberich? ¿Qué sucede? -Preguntó el rubio asustado.

   -Una mujer.- Dijo con dificultad.

   Mime lo miró de arriba abajo y pudo comprobar que estaba herido. Tenía un corte en el muslo derecho y otro en el costado.

   -¿Qué ha pasado? -Preguntó de nuevo, esperando a que Alberich recuperase el aliento.

   -Una mujer ha intentado penetrar en el casitllo- Hizo una pausa y siguió-. El aura de tu lira la debilitó, sino probablemente hubiera podido conmigo- Cayó de rodillas y se llevó una mano a cada herida-. Está encerrada en el calabozo.- Dijo antes de desplomarse por completo.

   -¡¡Alberich!! -Gritó Mime mientras corría hacia él para socorrerlo.

 

 

   -Al menos podemos avanzar sin árboles que nos corten el camino.- Dijo Milo mientras se situaba para caminar al lado de Camus.

   -No haces más que quejarte.- Le preprochó este.

   -Porque puedo.- Se encogió de hombros.

   Un escalofrío recorrió el cuerpo de Milo, terminando con un pinchazo en el corazón. Suspiró y trató de que Camus no notase nada, pero no lo consiguió.

   -¿Qué te pasa? ¿Estás bien? -Le preguntó preocupado.

   -Solo me ha dado un tirón, no te preocupes.- Mintió. Pansaba que esa sensación iba a desaparecer por completo. Se estremeció.

 

 

   Llevaban toda la mañana y parte de la tarde caminando. Se habían parado a comer a la sombra de un gran árbol a un lado del camino, y nada más terminar prosiguieron. Según dijo Camus, quería llegar al castillo antes del anochecer.

   -Eh, ¡mira! -Lo llamó Milo mientras le señalaba con el dedo el final del camino.

   -Pues no estaba tan lejos como creía, qué extraño.- Dijo Camus para sí.

   -Pero el castillo queda más allá.- Le recordó el peliazul.

   -Tienes razón, sigamos.

Notas finales:

Muchas gracias por leer! cualquier comentario es bien recibido :D


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