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Rotten por Destroy_Rei

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Notas del fanfic:

inconscientemente pienso mucho en lo que los demás quieren, a la mierda, voy a hacer lo que me venga a la cabeza ;D

-       ¡Eso! – Flash – gira un poco la cadera – flash – cógela como si fuera tu novia


-       Tengo novio


-       ¡Lo que sea!


 


Oh DalSu era un viejo de mierda, le faltaba  pelo en la nuca, mucho, y en torno a ese pelón el cabello crecía de a poco, la verdad quizá jamás volviera a crecerle bien, y lo que había ahí solo fueran vestigios de una melena decente que existió en su juventud. En su miserable juventud. Tenía la piel arrugada y manchada, como un pellejo que durante años hubiera sido forzado y ahora colgara asquerosamente. Llevaba décadas en el negocio de la pornografía pero, a la par, se azotaba la espalda a latigazos en la iglesia cristiana, de la que era un fiel seguidor. Decía que no le gustaba tanto lo sexual, decía que era algo inmoral, casi terrible, pero Minho lo había visto masturbándose un par de veces en el cuartucho podrido que usaba de baño en su estudio de grabación (Una pieza de pequeñas dimensiones ubicada en el penúltimo piso de lo que alguna vez fue un motel). Al anciano le molestaba la homosexualidad, aún cuando hubiera grabado cientos de escenas de ese tipo para diferentes revistas y páginas web, pero era una idea que concebía como ‘antinatural’, mierda anticuada y retrograda bajo la mirada gay de su mejor modelo.


 


-       Puto viejo ridículo – suspiró el muchacho alto, rodando los ojos, mientras agarraba firmemente del cabello a la chica que se restregaba contra su cuerpo.


-       ¡Te oí! – bramó DalSu, frunciendo el ceño tras la cámara, sacando un par más de fotografías – ya está bien por hoy


-       ¡Por fin! – se estiró el joven, moviendo su cuello de izquierda a derecha un par de veces, aún completamente desnudo frente a la mirada fija de su compañera, que le sonreía sinuosamente.


-       Tú sabes Minho… - empezó tentativamente, deslizando su mano delgada por el muslo firme del chico, quién la cogió de la muñeca bruscamente al ver el camino que esos largos dedos estaban siguiendo


-       De ningún modo – negó, frunciendo el ceño – Tengo un novio al que visitar y, ya sabes, no tienes nada que ofrecerme


 


Se levantó, vistiéndose apresurado, mientras la rubia lo observaba molesta, mascullando un ‘rarito’ en tanto cogía también su ropa. Choi Minho tenía diecisiete años, pero su carnet de identidad indicaba 21, una estrategia para sacarse problemas legales de encima, aunque tampoco existiera una regularización continua dentro de la industria de la pornografía, era más que nada un ‘por si acaso’, pero en los dos años que llevaba en el negocio, jamás había tenido problemas.


 


Salió hacia la calle, sintiéndose libre. Estaba aburrido de las fotografías de connotación sexual, posar frente a la cámara exagerando posiciones y expresiones no tenía nada de entretenido, nada de terrible tampoco, simplemente era un trabajo agotador que lo tenía muchas veces acalambrado, pegado a mujeres desconocidas con dobles intenciones, frente a un viejo pervertido que se tocaba mientras les capturaba con una cámara mugrienta. No podía quejarse porque la paga era buena, lo suficientemente buena como para haber abandonado la escuela, y además tenía el plus de que realmente no era mucho lo que tenía que hacer, lo malo es que siempre tenía que estar ocultándose, y que de la magia, la emoción que sintió en un comienzo, sabiendo que estaba haciendo algo tan terrible para la sociedad en general, pasó a quedarse estancado en una rutina, y él odiaba las rutinas.


 


A su madre le daba igual, ella iba de hombre en hombre desde que su esposo la abandono, para sumirse en fiestas eternas que llenaran de alcohol, drogas y sonrisas falsas el vacío que había dejado en su alma la partida de su hombre perfecto. Minho no la culpaba ni la odiaba, sabía que dentro de toda la estampa deteriorada su madre era una buena mujer, solo que demasiado débil, tampoco la amaba, pero a veces se aferraba a ella las noches que ninguno salía y casi sentía que de verdad había algo de familia en eso, entre las pequeñas paredes de su hogar desarreglado. Ella decía amarlo, lo profesaba entre los sollozos que su depresión le obligaban a desparrama y él le acariciaba el cabello cariñosamente, hablándole de su novio perfecto, de cuanto quería presentarles.



 



 


Despertó con un punzante dolor de cabeza, sentía como si estuvieran martillándole las sienes, era insoportable, desagradable, pero no era la primera vez que despertaba así, ni tampoco sería la última, obviamente. Sacó su brazo de entre las sabanas y agarró un par de aspirinas que estratégicamente había dejado en su mesita de noche la tarde anterior, junto a una botella sellada de agua fría eran el mejor desayuno para un sábado por la mañana.


 


Kibum escribía su historia en las anchas murallas de su cuarto, cuya extensión solo era interrumpida por un ventanal que daba una perfecta vista de ese sucio y patético suburbio en el cual vivía inmerso. En el concreto frío de las paredes habían desde dibujos que había hecho en la guardería, cartas que había recibido durante la adolescencia hasta incontables fotografías de momentos diversos que se habían sucedido en los últimos años. Una zona de la pared del norte estaba repleta de polaroids de su novio, todo tipo de imágenes, algunas estúpidas, algunas vacías, otras cargadas de sonrisas, la mayoría desbordando de erotismo. En la mayoría el muchacho salía solo y en otras tantas eran imágenes explicitas de ellos dos, tomadas desde ángulos desordenados, retratando el acto sexual, la conexión carnal de manera a veces groseramente gráfica. Kibum amaba cada una de esas fotos, el espacio que tenían en su cuarto era casi un altar, uno a cada curvatura, a cada espacio de deliciosa piel tostada, una rememoración a cada uno de esos perfectos e intensos momentos. Él sabía que lo malo de la fotografía era que le dejaba con un sabor amargo en la boca, con la evocación a medias ante su contemplación, porque por mucho que la viera, jamás iba a recuperar cada instante o cada trocito de sensación.


 


Se quedó un rato inmóvil sobre la colcha, con un mohín en sus labios, contemplando el techo lleno de dibujos de su cuarto. Necesitaba hacer algo nuevo, no quería quedarse pegado en sus antiguas obras, sentía una desesperada necesidad de salir de sus esquemas y generar algo nuevo, no para ir a exponer a alguna galería, no, lo necesitaba para satisfacer la ansia creativa propia. Bufó, empujando su flequillo con un soplido, levantándose con parsimonia, tomándose la cabeza ante el mareo que le llegó apenas se puso en pie. “No mas fiestas los viernes”, se reprendió mentalmente, pero era mentira.


 


Caminó entre trompicones, torpemente, hacia el santuario gráfico que había creado para su novio. Sonrió con cariño, viendo una de las tantas capturas, donde el chico dormía despreocupado, completamente desnudo, en su cama. Se mordió el labio aún sonriendo, acariciando son sus dedos delgados la superficie lisa y fría de las imágenes, rasguñando con sus uñas a medio esmaltear una selca donde su chico sonreía ampliamente, con su cabello desordenado, con hombros fuertes enseñando casi orgullosamente las líneas rojizas que él le había dejado luego de una de esas tantas sesiones de sexo húmedo, desesperado. Ese cuerpo era el mejor arte, cada línea, cada cicatriz, ese muchacho, por si solo, era lo más inspirador, lo más hermoso de la Tierra. Y algo hizo click en su cabeza. Sonrió ampliamente, dando brincos de alegría, y corrió a coger su móvil.


 


Solo necesitaba hacer un par de llamadas, desempacar la cámara, y todo estaría listo.



 



 


“Jodance, hijos de puta”


 


Dobló el papel cuidadosamente y lo acomodó dentro de un sobre recién comprado, con un color blanco iluminado que le supo asqueroso, así que lo refregó un par de veces en la sucia muralla de concreto del pasillo grafiteado de su edificio.


 


“EMI Music


Casilla #105434”


 


Trazó en letras desordenadas al reverso, con un plumón  negro permanente, que probablemente se pasaría hacia el otro lado. Empujó con fuerza la misiva en un buzón que había a la vuelta de la esquina y, encendió un Hilton de envoltorio arrugado, que prendió con un encendedor negro de cuero, detalle del bastardo de su padre. Jonghyun a sus veintiún años lucía como un rebelde por fuera y era un desastre por dentro. Vivía en un complejo de los más baratos en el lado olvidado de Seúl, en el que las paredes eran tan delgadas que dormía cada noche arrullado de peleas y orgasmos ajenos. Dentro de toda esa mierda deprimente, él había encontrado su sitio, y aunque no lo admitiera en voz alta, algo de aquello le gustaba. Le inspiraba.


 


Su móvil sonó un par de veces. Era una de las pocas veces que lo había cargado y sacado consigo a la calle, generalmente olvidaba su existencia e importancia, la mayor parte del tiempo estaba olvidado debajo de su cama  o en el refrigerador y era raro que la porquería aún sirviera siendo que el trato que llevaba con él distaba mucho de ser el mejor.


 


-       ¿Si? – contestó, con la voz rasposa, volviendo a llevar el cigarrillo a sus labios - ¿Qué? – hizo una pausa – claro, no tengo anda que hacer – sonrió con picardía – claro Bummie, no hay problema. ¿En el reventado? – el tabaco le sabia tan insípido… - bien, nos vemos.


 


Cortó y apagó su móvil, no tenía ganas de recibir más llamadas. Caminó un par de cuadras en busca de aquel reconocido local de comida rápida de la escena under, con pinturas desordenadas en las murallas, con los cristales grafiteados, atestado de chiquillos de estética desordenada. Entró saludando a uno que otro, sentándose frente a la barra donde una vieja hacia emparedados con parsimonia, escuchando una emisora local que tocaba Lithium de Nirvana. Dio un vistazo rápido a la escena, y era lo mismo de siempre: las mesas atiborradas, las conversaciones apasionadas, la comida a medio servir. El local no tenía una buena gastronomía, de hecho, era lo peor que podía encontrar, porque todo estaba o muy quemado o muy salado, pero el ambiente era agradable, la música, la decoración. Había algo, se respiraba independencia, tal ve de libertad, y todos quienes se sentaban, lucían diferentes al estereotipo del joven surcoreano, era un puñado de desadaptados comprando hamburguesas a cambio de un espacio.


 


-       El perro hoy mueve la cola muy feliz – sintió dos palmadas sobre la superficie de plástico, y levantó los ojos hacia el chiquillo que se había sentado junto a él.


 


Sonreía de oreja a oreja, como un niño, y sus ojos casi brillaban cuando un viejo se acercó para que pudieran hablar más de cerca. Aquel ‘el perro hoy mueve la cola muy feliz’ era probablemente el código para comprar marihuana. Siempre lo hacían así, para no despertar sospechas, y para ahorrarse a cualquier soplón, la clave rotaba con un patrón complicado. El joven tenía el cabello medio largo, desordenado y estos enormes ojos resplandecientes, ‘un buen polvo’ hizo una nota menta Jonghyun, sonriendo de lado hacia la imagen del muchacho, quién recibía un pequeño sobrecito con tanta emoción que parecía un infante abrazando una bolsa de caramelos.


 


-       ¡Ahí están! – gritó una voz sorprendida a sus espaldas.


 


Se volteó hacia la entrada, por la cual venía ingresando un Kibum medio irritado, vestido con una playera de Misfist enorme y unos pantalones cuadrillé negro con blanco tan ajustados que parecían pintado en sus piernas. Sus preciosos ojos felinos venían finamente delineados, tras unas enormes gafas estilo Jack antiguo. El chiquillo alto se levantó de su asiento y le sonrió amplio. Jonghyun los contempló extrañado, ¿se conocían?


 


-       ¿se conocen? – inquirió del ojos de gato, frunciendo el ceño.


-       ¿No? – contestó el más bajo, observando al alto, quien el devolvía la mirada curioso


-       ¡Oh! ¡Que bien! Me daré el placer de presentarlos


 


Choi Minho tenía diecisiete años, era modelo y actor de pornografía, le gustaba andar en skate, llevaba un año y medio sin ir a la escuela. Le dio un pequeño beso en la frente a ‘Key’ el sobrenombre de Kibum, su novio, quién tenía diecinueve años y era un reconocido artista gráfico del país por sus obras centradas en la imagen decadente del suburbio, con una imaginación perturbadora, un obsesivo gusto por la moda y unos cuantos millones bajo el brazo. Aún con todo el dinero que había conseguido gracias a sus exposiciones, Kibum no había dejado la ciudad, Jonghyun lo entendía, en parte, ese suburbio podrido tenía un atractivo, sentía que chicos como ellos llevaban una marca que les destinaba a vivir toda la vida en esas calles atiborradas de escombros y cielos grisáceos.  El artistas había decidido quedarse, remodelar su cuarto, conseguir un estudio y comprar ropa, mucha ropa. El mayor pensaba que él por lo menos intentaría escapar en el momento en que trabajo fuera escuchado y tal vez su música hiciera ruido en las disqueras aunque fueran las independientes y más pequeñas de la región, pero por el momento no habían aparecido interesados en vender sus canciones repletas de critica social, insultos, con lo más sucio de esa sociedad falsa.


 


-       Tengo una propuesta para ustedes – sonrió ampliamente el de ojos de gato, mientras los labios abultados de su chico le besaban sus altos pómulos.


 


El modelo no era para él, fue lo primero que pensó Jonghyun cuando los vio juntos, porque el alto tenía esta estampa de novio perfecto de manga para chicas, y no la pareja de un loco como Key. Sonrió con malicia, guardándose las palabras, esperando esa propuesta, porque todo lo que le involucrara con ese muchacho debía ser bueno, así que asintió atentamente para que el de lentes continuara…


 


… y no había sido una mala idea, después de todo.


 


 


 


 


 

Notas finales: Introducción de personajes aqui esta ¡Tachán! ;D espero que les guste, no es tan serio, ni tan dramático ni muy de nada :/ es como... el paraíso del desengaño pero sin tanto drama lol tendrá como 3 o 4 capítulos no sé, jiji. Chaí, felices fiestas patrias a los chilenos, ¡VIVA CHILE, MIERDA!

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