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Notas del fanfic:

Hola ^^

Que tal?

Bueno esta historia me lleva rondando bastante tiempo por la cabeza y me entraron muchisimas ganas de escribirla y bueno pues aquí está.

Debo decir que iba a se con personajes de Naruto pero al final como seguramente me iba a salir muy OC preferí hacerla original.

Espero que os guste ^^

Notas del capitulo:

Bueno aqui el primer cap...

Espero que os guste, si encontrais cosas incoherentes (que seguro hay bastantes -,-) me gustaría que me las dijierais para poder cambiarlas.

Bueno con el cap:

CAPITULO 1: Prólogo

Era una noche cualquiera para muchas personas, para otras podría ser especial pero no tanto como lo era para dos niños que jugaban en el parque hasta muy tarde. La mayor de ellos era una mujercita de diez años de cabello rubio que caía liso hasta sus hombros rizándose en las puntas, donde tenía el cabello un poco más oscuro. Ella poseía unos ojos azules que no apartaban la mirada de su pequeño compañero de juegos y de ahora en adelante su nuevo amigo, un niño de cinco años con el pelo negro, al igual que sus ojos. Ambos se acababan de conocer ese día y se habían pasado todo este jugando a todo tipo de juegos que se les ocurrían para pasar el rato hasta que vinieran a recogerlos sus padres. Al llegar los adultos no tuvieron más remedio que separarse pero sus futuros estaban más unidos de lo que imaginaba cualquier persona.

 

Unos años más tarde:

El día tenía mal tiempo, la lluvia caía y caía sin dar tregua a nadie, muchos pensarían que era un gran día para estar en casa viendo películas o jugando a cualquier videojuego, para unos era un mal presagio para otros, como una familia en particular, sin embargo aquel día era de tristeza… la muerte de un ser querido es dolorosa, un dolor tan grande que no se puede expresar en palabras. Varias personas estaban reunidas alrededor de una tumba donde solo había un nombre junto con una fecha, quizás parezca poca cosa pero aún así significaba tanto. Entre las personas ahí reunidas, vestidas de negro, llorando por la perdida, destacaba un niño que solo miraba aquella tumba con la mirada perdida y con los ojos vacios de sentimientos, no era momento de llorar pensaba el pequeño antes de desviar la mirada a la familia protagonista ese día, para luego marcharse sin decir palabra pensando en lo que acababa de pasar.

- Los engranajes empiezan a aparecer solo hay que colocarlos para que empiecen a funcionar.-susurró para sí mismo cuando salió por la puerta del cementerio, mas el niño no se percató que había sido oído por un muchacho unos años mayor que él, rubio con mechas castañas y con unos ojos de color marrón que miraban asombrados al pequeño después de dichas palabras.

 

Un año después:

La fiesta estaba genial. La música estaba a todo volumen, mucha gente bailaba y se movía al ritmo de una canción que resonaba en todo la casa. La comida, todas aquellas pizzas y papas junto con el ponche, en el que alguien “accidentalmente” había tirado “algo” de alcohol, habían desaparecido hacía rato siendo ahora remplazado por botellas de cerveza entre otras. La fiesta estaba siendo celebrada por Julio un chico rubio de ojos azules que a pesar de ser, en ocasiones, bastante imbécil hacía las mejores fiestas de toda la ciudad, pero como no iba a hacerlas, si, después de todo su padre era policía y también bastante irresponsable, por lo que los dejaba hacer todo el ruido que quisieran y en ocasiones se unía a la fiesta. Julio tenía dieciocho años e invitaba a todo el mundo, que fuera joven, a ir a su fiesta. Julio tenía un hermano pequeño llamado Luis, un joven de diez años con el cabello rizado rubio y los ojos marrones, era el chico popular del colegio a sus diez años y aprovechándose de la fiesta que realizaba su hermano había invitado a toda su clase a aquella fiesta, asegurándose así seguir siendo el más popular incluso cuando entrara en el instituto.

La fiesta iba muy bien, claro, en lo que cabe. Aunque no todos se lo pasaban muy bien, había un castaño, que acababa de llegar, sentado en una silla con un dolor de cabeza horrible, producto del volumen tan alto de la música. Aburrido decidió coger un poco de ponche haber si así conseguía despejarse, grave error, pues después de tomárselo la cabeza le comenzó a  girar.

En otra parte de la fiesta se encontraba un pelinegro en el mismo estado que el castaño: estaba más aburrido que una ostra. Igual que el otro, al pelinegro también le dio por probar el ponche por lo que acabo por perder la cabeza. A su lado se encontraba el castaño, los dos se dirigieron miradas significativas. Ambos se dirigieron a las escaleras para dirigirse a las habitaciones guiados por el alcohol que circulaba en sus cuerpos y que les estaba jugando una mala pasada.

Cuando entraron en la más cercana el castaño cerró la puerta con llave y se dio la vuelta encontrándose con un pelinegro que se le echó encima literalmente. El pelinegro devoró con ansias la boca del otro, enredando las manos en su cuello para acercarlo más a su cuerpo. El castaño no queriéndose quedar atrás se aferró a la cintura del pelinegro empujándolo contra su cuerpo, haciendo que suaves gemidos se intercambiaran durante el beso, a causa del rose de sus pequeñas erecciones. Al pelinegro le estaba costando seguir el ritmo del beso pues al ser más pequeño que el otro, se tenía que poner de puntillas y eso le resultaba un poco incómodo. El castaño al darse cuenta de ese detalle sujetó una pierna del pelinegro y la posicionó en su cadera. El pelinegro entendió enseguida y sujetándose por el cuello del castaño y sin romper el beso, abrazó con sus piernas la cintura del otro. Sin perder el tiempo el castaño giró su cuerpo y chocó la espalda de su acompañante contra la puerta, éste por su parte no se molestó por el gesto, más bien intensificó su excitación por lo que restregó su miembro por la barriga del otro que gruñó ante el acto acelerando todo. El castaño cargó con el pelinegro hasta la cama y lo tumbó posicionándose encima de él. Rápidamente comenzó desvestirlo, y desvestirse así mismo, espectáculo que disfrutó gratamente el pelinegro aunque lo impacientaba igualmente. Pronto ambos cuerpos quedaron desnudos, solo siendo vestidos por unos relicarios que llevaban colgados del cuello. Cuando se miraron a los ojos vieron el deseo que se profesaban y enseguida comenzaron las caricias. El castaño recorría hábilmente el menudo cuerpo del contrarío, arrancando más de un gemido de la garganta a su compañero que se perdía ante sus caricias. El mayor queriendo aún más devoró la boca y bajo por el cuello lamiendo, mordiendo y succionando cada trozo de piel que se le pusiera delante, el pelinegro se aferró a lo que tenía más cerca, la espalda del otro inspeccionándola milimétricamente hasta que llegó un punto donde la rasguño levemente a causa del placer que experimentó al sentir como su miembro era rodeado por una cavidad húmeda, la boca del castaño que al poco tiempo se tragó la esencia del otro. El castaño impaciente por  sentir al pequeño, se posicionó entre sus piernas y de una solo estocada penetró al pelinegro que aunque no quisiera demostrar su dolor no pudo reprimir un grito. El castaño también gritó pues su espalda era aruñada  fuertemente por las uñas del otro. El pelinegro no tuvo tiempo de acostumbrarse pues el otro comenzó un vaivén suave que aunque al principio le causó dolor pronto se transformó en placer, un placer que se intensificó cuando el miembro del otro tocó un punto  de su interior que lo volvió loco. El vaivén cada vez era más rápido, ambos, sobretodo el pelinegro, clamaban por más y al igual que el placer comenzó acabó cuando ambos se corrieron, el pelinegro en su abdomen y el castaño en el pelinegro, para después salir de su interior y tumbarse a su lado, siendo abrazado por un pelinegro que ya estaba dormido, el cual sujetaba su propio relicario que pendía del cuello, un relicario de plata en forma circular al que se aferraba desesperadamente. El castaño no pudo evitar mirar el suyo tan igual y tan diferente a la vez, dos relicarios que solo se diferenciaban por su material: uno de oro y otro de plata. El castaño no pudo evitar que una lágrima traicionera se deslizara por su mejilla para acabar desapareciendo en algún punto de su recorrido, y al igual que ella también su consciencia para acabar en algún sueño que seguramente no recordaría, como esa noche.

 

En un lugar de la ciudad:

Era un 1 de abril muy soleado, los pájaros cantaban, el viento soplaba al ritmo de la primavera. El día apenas comenzaba y ya un chico de aproximadamente  diecisiete años recorría las calles en busca de algo en especial. Las calles estaban abarrotadas, llenas de personas con prisas para llegar a sus trabajos, otros, adolescentes y niños corrían a sus clases algunos llevados por sus padres otros con el autobús, pero ese chico pelinegro no se dirigía a ninguno de esos lugares, él tenía una cita, una que no se podía perder por nada del mundo y estaba muy retrasado ya, pero sin “eso” no podía. Después de vueltas y vueltas por fin había la encontrado, aquella tienda. No podía creer que tuviera que cerrar la que se encontraba en su barrio justo ese día, pero bueno ya había encontrado su sustituta por hoy. Entró dirigiéndose al mostrador sin mirar que a su alrededor se encontraban flores de todos los colores y variedades que situaban a cualquiera, con la mezcla de olores, en praderas llenas de vida. Pero a ese chico no le afectaba. Llegó al mostrador en el que fue saludado por una cabreada dependienta, de unos veinticinco años, con el pelo rizado rubio y unos ojos verdes con bastante rímel, que no paraba de mirar esos ojos se carbón del chico.

-¿Qué necesitas niño?- intentó decir la mujer sin ser maleducada, cosa que no consiguió, pero es que no soportaba los niños, además qué hacía un niño en una floristería, como no fuera comprar alguna flor para su novia o molestar y no estaba de humor para eso.

-Me gustaría que me diera dos rosas…-empezó a decir el chico.

-¿De qué color te las pongo, Guillermo?- interrumpió una señora ya mayor que apareció desde la puerta de detrás de la chica. La mujer podría tener unos cuarenta años, era rellenita, con el cabello castaño claro canoso y unos ojos color miel que eran rodeados por pequeñas arrugas causadas por la edad.

-Hola señora Catalina, no sabía que trabajaras aquí- sonrió un poco el chico.

-En realidad no lo hago, solo estoy sustituyendo a una amiga un tiempo en lo que ella se toma unas largas vacaciones- terminó por decir Catalina sonriéndole a Guillermo.

-Bueno entonces me podría dar dos rosas: una blanca y otra negra- Catalina y Lina, la dependienta lo miraron un poco sorprendidas por su decisión.

-Claro pequeño, pero sabes que…

-¿Cuánto cuestan?-interrumpió él antes de que Catalina le debatiera. Lina enseguida le dio las dos flores y le cogió el dinero.- Bueno señoras me voy.- se despidió el muchacho.

-Esperemos que su novia no sepa el significado de esas flores, por lo menos no de la negra.- comentó Lina cuando ya Guillermo no se encontraba- Por cierto, ¿de qué lo conoce, Catalina?

- Vive cerca del edificio en el que vive mi hija, por eso lo conozco, lo he visto un par de veces por el barrio.

 -Entonces sabrá quién es su novia.-cotilleó un poco Lina.

-No, solo nos hemos hablado un par de veces y nunca lo he visto con nadie. Es un muchacho bastante misterioso, mi hija dice que trabaja fuera del barrio y no pasa mucho por ahí, rumorean bastante sobre él pero nadie sabe nada.

 

Guillermo iba caminando por las calles hasta un parque, parecido a un bosque, todo lleno de árboles y vegetación. Cuanto más se acercaba a su destino más lejos estaba de la gente que se encontraba en los bancos que rodeaban la masa de árboles, nadie se adentraba al interior del bosque por miedo a perderse y él era consciente de eso.

Luego de caminar tanto encontró lo que buscaba, unas enredaderas que bajaban como cortinas de unas grandes piedras que impedían el paso y que como él sabía eran imposibles de rodear pues volvías al mismo sitio. La única forma de ser atravesadas era por un agujero que era tapado por las largas plantas y que muy pocas personas conocían. Cuando traspasó la cortina se encontró con un paisaje que, como la primera vez que lo vio, lo hechizaba. Era un campo llenó de todo tipo de flores  y en el medio de tanto color se encontraba un gazebo de madera con forma octogonal. El gazebo tenía pintado el techo de un negro intenso que contrastaba con el blanco con el que estaba pintada la demás madera menos las tablas que sobresalían de las paredes hacia el  interior que formaban los asientos que estaban de color negro. El frete de este se podía observar un pequeño lago cristalino con un pequeño muelle de madera. El pelinegro mientras caminaba al gazebo se le formó una sonrisilla nostálgica, él podía recordar como había hecho las edificaciones de ese campo. Podía recordar con lujo de detalles como le había enseñado a su mejor amiga, casi hermana, el regalo que tanto le había costado hacer a sus ocho años, un poco pequeño para ser arquitecto pero no tenía tiempo que perder, en esa época todo el tiempo le parecía poco. Siguiendo su camino por fin llegó al gazebo donde en dos pequeños orificios a ambos lados de la entrada colocó cada una de las flores. Después del ritual que llevaba haciendo todos los días, entró y limpio todo el lugar repasando mentalmente todo los momentos que habían sucedido ahí, rememorando todas y cada una de las inscripciones que estaban en la madera. Y cuando ya había terminado se sentó al lado del asiento enfrente a la entrada. Miró su reloj, 11:42, todavía le quedaba tiempo, no era la hora.

 

En ese mismo instante en una casa se encontraba una familia reunida; el padre de la familia, un hombre de nombre Enrique de unos cincuenta años con el cabello rubio ensortijado con los ojos miel, a su lado se encontraba su esposa, María, una mujer con el pelo castaño liso y los ojos azules. Ambos estaban sentados en el salón mirando a su hijo más joven al cual le tenían que dar la noticia. Este no hacía más que mirar a sus padres y a su hermano, Alexander, que al parecer sabía que iban a decirle.

-Manuel, hijo, sabes para que te hemos llamado ¿verdad?- dijo Enrique.

-Me querías decir algo ¿no?- tanteó el terreno un confundido Manuel.

-Lo que te vamos a decir es algo delicado, espero que te lo tomes con calma.-continuo María con voz serie pero tambaleante.

-Siempre preguntaste por-porque todos tus hermanos eran hombres…

-Eso era cuando era más pequeño padre-comentó avergonzado el muchacho recordando sus preguntas infantiles.

-Bueno…verás Manuel, en realidad si tuviste una hermana…

-¡¿QUÉ!?- no se lo podía creer- Mamá tienes que estar bromeando…

-Es la verdad Manuel- corroboro Alex.

-Entonces…-tomó aire- ¿Cómo es que no la conozco? ¿Dónde está? ¿Es la mayor o la menor? ¿Cuántos años tiene? ¿Es guapa…?- calló al ver como a sus padres y a su hermano se les empezaron a humedecer los ojos.

-¿Qué pasa…?- su hermano lo miró y respondió a su interrogante mental negando con la cabeza. Manuel al final lo entendió.

-No puede ser… ¿Cuándo?...-se derrumbó en el sillón y enterró su cabeza en las manos que estaban apoyadas, con los codos, sobre sus rodillas para poder sostenerlas.

-Tu hermana… murió hace ocho años…-contestó Enrique, ya que su esposa no tenía las suficientes fuerzas para ello.

- ¡¿OCHO AÑOS?!¡NO PENSABAIS DECIRMELO ¿O QUE?!-exclamó un enfadado Manuel- ¡¿POR QUÉ ME LO DICEN AHORA?!

-Manuel entiéndelo, cundo pasó solo tenías seis años, no queríamos que sufrieras…-razonó su madre mientras lo miraba con ojos suplicantes.

-¡Y ahora me lo dices! ¡Por vuestra culpa no me acuerdo ni de cómo era mi hermana! ¡OS ODIO!- terminó por decir antes de correr escaleras arriba y encerrarse en su cuarto pensando en una persona que aunque no recordaba sentía que había traicionado durante ocho años al haber olvidado su recuerdo. Y se prometió a si mismo que recuperaría su memoria costase lo que costase, se lo debía. Miró el reloj, eran las 12:00, pronto sería la hora de almorzar, tendría que darles la cara a sus padres.

 

En otro lugar se encontraba un pelinegro sentado en el mismo sitio mirando su reloj para luego salir del gazebo. Al llegar a la salida del gazebo se giró y miró el asiento que se encontraba en frente suyo.

-En este momento ya debería estar todo listo. Todo está comenzando y todo va según los planes.- susurró serio el pelinegro para luego dejar el lugar con el único pensamiento de aquel asiento en el que estaban grabadas las palabras:

Sara Gómez

1990-2004

Notas finales:

Bueno espero que a alguien le gustara...

Bueno me encantaría que pusierais algún comentario...

Bueno os agradezco que leyerais.


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