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LA LLAMA por Paris Atreides

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CAP 1: A MÍ MANERA.



Sintió la fuerte mano en su cuello, como se apretaba en torno a su vulnerable nuca. Era un gesto de posesión, de dominio, de control, era un gesto que Iori Yagami odiaba con toda su alma. La palma de su padre se sentía callosa sobre la tersa e infantil piel, de forma inexorable le obligó a inclinar la cabeza ante el paso del féretro de su madre.

- Inclínate- la voz de su padre salió en un corto susurro.

Iori solo podía ver los caros zapatos de aquellos que transportaban el oscuro ataúd, donde reposaba el cuerpo sin vida de su madre. Un pensamiento peregrino se coló en su entumecida mente; “Mi madre, mi madre está ahí dentro. Nunca más veré su sonrisa, jamás volverá a darme sus abrazos. Nadie volverá a decirme, como hacia ella, que me quiere. Nadie”. Un involuntario gemido escapó de sus labios, con horror sintió como las lagrimas se acumulaban en sus ojos y un impulso incontrolable le llevó a deshacerse con brusquedad de la garra de su padre, que lo soltó sorprendido por el inesperado gesto.

Iori salió corriendo detrás de la comitiva fúnebre, ante el asombro de todos los asistentes, la falta de decoro era del todo inconcebible. Pero Iori, con sólo seis años de edad, no entendía de reglas de protocolo para su dolor.

- Madre, madre. No me dejes madre- sus manos se extendieron agarrando convulsivamente el aire.

De pronto percibió como el aire se inflamaba a su alrededor, como su garganta inhalaba aura caliente produciéndole un extraño cosquilleo. El miedo hizo presa en él. El poder de su padre lo estaba rodeando, repentinamente las llamas púrpuras rugieron a su alrededor, convulsionando su pequeño cuerpo como si fuera un pajarito atrapado en una tormenta de fuego. Sólo duro unos segundos, lo bastante para abrazar las ropas ceremoniales y causar quemaduras que ennegrecían la delicada piel. Nadie se levantó a auxiliar a Iori, que se retorcía en el suelo, indefenso.

Su padre se acercó a él, la sombra cayo sobre el cuerpo del niño que se encogió ante la tenebrosa presencia. Su padre lo agarró por el cuello y sin ningún tipo de miramiento lo alzó del suelo como si fuera un pelele. Acercó su cara a la de Iori.

- Mírame- su voz era helada, dejaba traslucir su cólera. Iori no alzó lo ojos, el temor le había llevado a cerrarlos fuertemente.
El bofetón sonó claramente en el silencioso ambiente. Fue como un chasquido que giró la cara de Iori, un feo cardenal púrpura empezó a marcarse en su mejilla izquierda, su padre marcaba todo lo que tocaba.

- No vuelvas a desobedecerme Iori- los ojos de se clavaron en los suyos, sintió como si le apuñalaran el corazón- Nunca o haré que lamentes haber venido a este mundo.

Iori contuvo las lágrimas, su padre no perdonaba a los débiles, y prefería que su otra mejilla siguiera intacta. Sus ojos escarlatas se apagaron como si una chispa se fuese extinguiendo, apagándose por la oscuridad del aura de su progenitor. Inclinó la cabeza, sometiéndose.

- Sí, padre.- Sus cabellos pelirrojos cubrieron su cara. Su padre embozó una mueca de satisfacción ante la aparente rendición de su rebelde hijo. Lo que no llegaba a imaginar es que lo profundo del alma de Iori la llama seguía intacta y además Iori estaba hecho de una fibra especial, era el tipo de fibra que forma a las personas que no se rinden. Iori se quedo inmóvil, sumiso pero en su mente se forma una y otra vez la misma frase, como una letanía; “Yo no obedezco a nadie. No soy de nadie. Y nunca me rindo, nuca.”




Iori regresó al presente, aquel semiolvidado recuerdo de la niñez había asaltado su mente inesperadamente. Alzó la mano y sus elegantes dedos recorrieron su mejilla izquierda, la quemadura de su padre hacía mucho que había desaparecido pero las heridas que le había infligido a lo largo de toda su vida, esas, sabía que jamás desaparecerían. Esas mismas marcas eran las que habían conformado su carácter, las que había hecho de él lo que era ahora, y ahora era; el líder del clan Yagami.

La muerte de su padre no representaba ningún motivo de dolor para Iori, no creía que de los cientos asistentes, vestidos con negras ropas ceremoniales, hubiera uno solo que lamentara su muerte. Para Iori la muerte de su progenitor era una liberación, era como ver desaparecer aquella temible figura que siempre lo había atemorizado, la fuente del odio que corrompía la esencia del clan Yagami. Iori sentía como le hubieran abierto la puerta de la jaula, como si cada bocana de aire tuviera un nuevo significado; ¡Por fin era dueño de su vida y de sus actos! Además todo aquello había tenido un efecto secundario muy importante, su ascensión meteórica al poder, a partir de ahora las cosas se iban a hacer a su manera, y los cambios no se harían esperar.

Iori sonrió, muchos asistentes lo miraron de reojo y murmuraron por lo bajo, Iori no había asistido al funeral de negro, por el contrario iba vestido de los pies a cabeza de rojo, a excepción de la camisa blanca que sobresalía del largo abrigo de cuero. Nadie se atrevió a llamarle la atención, era bien conocido el carácter inflamable del pelirrojo y siendo como era el Yagami más poderoso que había tenido la familia en generaciones, a pocos se les pasaba por la cabeza la idea suicida de increparle por su falta de formalidad. Iori no hacía mas que demostrar a todo el clan cual era la nueva situación.

Iori siguió al cortejo fúnebre con paso tranquilo, no tenía prisa en ver como el ataúd de su padre se hundía en la negra tierra del cementerio familiar, además así reprimía los enormes deseos que tenía de rodear aquel sarcófago con sus llamas púrpuras, para reducirlo a cenizas, “así me aseguraría”.

Cuando llegó a la loma barrida por el frío viento, que indicaba que se acercaba el invierno, estaban echando paladas de tierra en el gran agujero. Cuando terminaron, todos los miembros del clan Yagami, invitados y sirvientes, hicieron una profunda reverencia como muestra final de respeto. Después le dieron la espalda a la tumba y rodearon como una marea viviente la orgullosa e impasible figura de Iori. …ste esperó a quedarse solo, se adelantó hasta la enorme lápida de mármol negro. Se paró, sonrió, y escupió sobre ella.

- Esto es todo lo que has conseguido de mí padre; mi desprecio. Voy hacer lo imposible por destruir todas tus obras, voy a borrar todas tus huellas hasta reducir tu figura, tu nombre a una sombra, que utilizarán las viejas del clan en sus cuentos para atemorizar a los niños pequeños. Te voy a convertir en nada.

Iori se giró, abandonó aquel lugar, aquella tumba de piedra negra, aquel rincón del cementerio al que nunca volvería en vida.



Seneka llevaba dos generaciones sirviendo al clan Yagami, como habían hecho su abuelo, su bisabuelo, y muchas generaciones antes que él. Poseía esa aura venerable y digna que infundía respeto, su eficacia solo era comparable con su discreción a la hora de guardar los secretos de la familia. Siempre había gozado de la confianza absoluta de sus amos, hasta del joven Iori. Le había visto crecer, sufrir y lo había abrazado las extrañas veces que lo había encontrado llorando. …l más que nadie sabía cuanto había sufrido Iori y en su fuero interno no se avergonzaba de no sentir pena ante la muerte de su antiguo señor. No, no se avergonzaba.

Llegó hasta la puerta de roble del despacho de mansión Yagami, con los nudillos tocó tres veces, una voz profunda y aterciopelada contestó al otro lado.

- Adelante.

Seneka entró y encontró a Iori sentado en el enorme sillón de cuero negro, estaba de espaldas al viejo sirviente, contemplaba la vista que dejaba admiraba la enorme ventana del despacho, sus cabellos rojos brillaban en la penumbra. Seneka hizo una medida inclinación.

- Mi señor. Todos han llegado, le esperan en la sala del clan.

Yagami se giró en el cómodo sillón, observó a Seneka con amabilidad, sin esa hostilidad que parecía reservar para el resto del mundo.

- Ah…, ya es la hora.

Se levantó con un movimiento fluido, digno de admiración, se dirigió hacia salida pero ante posó un mano sobre le hombro de Seneka al pasar a su lado, le dio un cálido apretón.

- Me alegro de que estés conmigo viejo amigo.

- Hasta la muerte mi señor.

Fue tras la estela de su joven amo, el orgullo hinchaba su viejo corazón. Le hacía muy feliz tener de vuelta a Iori en casa.


El Corazón del Clan, era una sala muy antigua, con toda seguridad era incluso anterior a la edificación que la rodeaba. La madre de Iori solía contarle que aunque la mansión se consumiera en llamas el Corazón del Clan permanecería, tal era el poder que se encerraba entre su muros. Sus paredes eran oscuras con extrañas vetas plateadas que parecían brillar en el rabillo del ojo pero cuando los mirabas directamente desaparecían, habían signos de plata labrados cuyo ancestral significado se había perdido. También en algunas zonas del suelo de madera se encontraba con huellas de quemaduras, como sin se hubieran librados terribles batallas, dentro de aquel recinto se había invocado al Orochi y se había pactado con él, vendiendo la sangre del clan. Acortando sus vidas a cambio del poder, Iori siempre había pensado que habían salido perdiendo con el trato.
Esta noche, sobre los grandes cojines púrpuras, esperan los cabeza de familia del clan Yagami, se removían incómodos ante la larga espera pero ninguno osaba moverse de su asiento.

Un la figura se materializó en la entrada, Iori con paso sereno se dirigió al cojín blanco que estaba en la tarima, en una situación privilegiada. Todas las cabezas se giraron hacía él.

- Buenas noches- sus ojos escarlatas brillaban, captando la luz de las velas distribuidas por la sala- seré breve. Yo no soy mi padre ni pretendo seguir sus pasos. Muchas cosas van a cambiar, entre ellas voy a poner a fin a la absurda guerra que mantenemos con el clan Kusanagi.

Todos le miraron como si hubiera perdido la razón, los ojos abiertos como platos, estaban tan acostumbrados a sentir odio, a jugar a la destrucción y el engaño que el simple hecho de que Iori anunciara un intento de paz los confundía. En el fondo eran como niños pequeños e Iori acaba de quitarles su juguete favorito.

- Pero antes…..¿quiere alguien desafiarme por el liderazgo?- su voz sonó fría y mortal en el tenso ambiente. Todos inclinaron la cabeza, atemorizados, nadie se atrevió a levantar la voz para responder al reto del pelirrojo.

Iori sonrió, era el tipo de sonrisa que podía embozar un dragón cuando está a punto de devorar a su presa, era una sonrisa temible, llena de filos por todas partes.

- Bien – arrastró la palabra deliberadamente- a partir de ahora las cosas se harán a mí manera.

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